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jueves, 11 de octubre de 2012

8156.- JORGE VALBUENA



jorge-valbuena 



JORGE VALBUENA
Cundinamarca, Colombia, 1985. Licenciado en Humanidades y Lengua Castellana. Su primer poemario: “Presos”, recibió el premio Departamental de Poesía de Cundinamarca en el año 2008. El mismo año “Los arados del parpadeo” fue merecedor del Premio de Poesía Revista Surgente. Su obra “Péndulos” fue reconocida con el primer puesto en el concurso Bonaventuriano de poesía en el año 2010 y  su poema “Abismos del silencio” fue ganador en el concurso nacional de poesía “Palabra de la memoria”. Participó en el XIV Encuentro Internacional de Poetas en Zamora, Michoacán, México. Colabora como corresponsal en la revista RED DOOR de New York. Es promotor de lectura y escritura en La Red Capital de Bibliotecas Públicas de Bogotá. Actualmente forma parte del colectivo literario La Raíz Invertida.




Señales de humo 

Desde esta esquina podemos escuchar los recuerdos
Verlos pasar rodando como piedras lanzadas desde otro tiempo
Hasta este invierno
                                Que nos incinera 
Esperamos que las tormentas pasen despacio
        Que se replieguen en sus alas movedizas
Y  hagan su estorbo en la cornisa de estas sombras

Mordemos el tímpano de la historia
Padecemos el dolor de las crisálidas al nacer
Enhebramos el chillido en las lápidas que cubren las cabezas
             
                             No hay afanes para vivir
No hay vicios que esperen 
Ni desesperos más fatuos
                              Que esta sobriedad 
Somos una legión de dolores cuaternarios
Puestos a prueba en el frío de este siglo
                      Que renueva los suspiros y los congela
En el ciclo vital del sufrimiento 
Desvanecidos y secretos
Escuchamos los recuerdos doblar las esquinas
Husmear estos viejos adoquines
Rondar con sus pasos de elefante
Las cicatrices
                             Del viento 





Endemia

En los escaparates de la memoria
los huesos abundan

                              las llagas han rebosado el miedo

el olvido ha hecho un cementerio
de cenizas.

Los ojos
 cansados de repetirse
                   niegan su reflejo
se invaden de moscas,
tallan una aurora vieja.

La ceguera mengua con el viento 
                                           al atardecer

trae la hojarasca del silencio
                      bautizado 
                                  como único recuerdo moribundo
que nos arde en los colores de la piel.





Ángeles nocturnos

Desnudos de abandono

La noche nos acumula entre sus cuerpos

Gélidos de tiempo y de sombras
Armados de lluvias pasajeras
Secretos bajo el árbol negro





Aún vivos

Viejos
Desde la memoria que roen los relámpagos

Austeros
Desde el despertar

No es este el cielo de agujas
                                       Que oscureció

Es otra antigüedad tras el cerrojo
Otras pupilas que se observan bajo una masacre
                                        De luciérnagas
Manos que empuñan la lengua sideral
La astrosa urgencia de olvidar despacio
Ahogándonos de oscuridad
Lamiendo el polen de las madrugadas
Doblando la esquina perpetua
Empiezan a enfriar los huesos
Caen los párpados 
Los gallos entierran su plumaje
Mienten tres veces 
Picotean a la luna
Alguien fermenta en su inanición
A esta hora profunda 
Bosteza el abandono en la raíz de tu vientre

Cruje la canícula

Bajo las cenizas
El fuego comienza a cicatrizar





Desencuentros

Camino buscando el primer paso
                   la salida al comienzo
el instante que enciende
                           la luz oscura.

                              Todo me devuelve al fin
a tus ojos regresando con el viento
a tu voz callando mi nombre 
                          a tu espera en el vacío.

Llamo a la noche 
                     y prolongo tu retorno
limpio tus huellas con mi sombra
inundo tu luz con espejos rotos
                          desfigurados desde el nacimiento 
antes de ser reflejo 
              o cristal roto
tiempo roto.

Pienso en desnudarte
así, fragmentada en el hielo
                        poseída por mis cauces secos
           inerte en el origen de la lluvia,
                             gota a gota
irme en tu mortal orgullo
Ascendiendo a tus pensamientos
                    que amanecen
                       en el instante último
en que la luna agota su luz
                           para que seas esta hoguera.





Arquitectura de viento

a la intemperie 
siempre a contraluz

          he convertido tus muros en ocasos
     los amaneceres son tus puertas
las ventanas sordas de la brisa

sólo el tiempo mantiene en el silencio
               la tempestad de su reloj de arena

sólo la luz busca su orilla
           en el centro del fuego

espero desde el fondo 
                     siempre a la intemperie
          en este desierto vacío donde habitas 
los espejismos de un recuerdo derrumbándose





Los colores de la sed

Sabía Arturo Cova
que el lugar donde guardaba el cuchillo
 era del mismo color de su piel. 

Esperaba que el dolor se durmiera en la sangre
                    que pasara de sol de los venados
          a selva de réquiem, caucho calcinado,
            y ese vaho de mujer
                       con la savia del llanto
soportando el fango del camino,
    las palabras áridas de olvido
        y una caricia de fuego
 que nacía en el fondo de la tierra…

Sabía Arturo Cova
        que esa ira era
        una semilla sembrada en un revólver
              en mitad de la vía
               de un disparo eterno.





La ardiente oscuridad

Hemos muerto.
Todos en esta casa han abierto las ventanas
                                han dejado libre al silencio
y al tiempo que nos busca.

Las viejas grietas 
              buscan su desembocadura.

las sombras rasgan las paredes
             de su incertidumbre.

El aire, viciado de recuerdos
             asfixia los platos vacíos.

El cielo ha olvidado su nombre 
            y quiere bebernos en su tempestad.

Caen las plumas de sus nidos
           y las cáscaras de sus vuelos.

Hambrientos de olvido 
           oscurecemos

Lamemos la cornisa de las tardes.

En esta casa
invadida de pájaros de humo
sólo la noche 
                nos sepulta.




SER

Lamer de los eclipses, su rosa interior, el éxtasis de anticuario que tiñe los espejos. Llover sobre su tiempo de ángeles consumidos. Calmar el invierno que cae despacio sobre las calles. Ser un eco sideral de otra noche perpetua. Morder un anzuelo en un desierto inhóspito. Ansiar despierto escalar los cinco dedos de mi mano, su abismo blanco, sus abrojos, meditar este silencio y dividirlo. 





INVENTARIO

Estas alas sobran
                      hay un cielo debajo de mí

el sol ha derretido las lágrimas
                     que sostenían mi silencio

los ciegos flotan
                        como las lágrimas que salvo

después los desvanece la llovizna.

Este miedo sobra
                          hay tumbas abiertas
el sol ha derretido las calaveras
                              que sonreían en mi espejo

los muertos saben
                             del destino de las palabras

                                     antes de la sequía


estas alas sobran
estos miedos sobran
estas sombras que escriben.








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