Christian Formoso (Punta Arenas, Chile, 1971): autor, entre otros poemarios, de: El Odio o la Ciudad Invertida (1997); Estaciones cercanas al sueño/Los coros desterrados (Ediciones U. de Magallanes, Chile, 2003) Puerto de Hambre (Ediciones U. de Magallanes, Chile, 2005) y El Cementerio más Hermoso de Chile (Editorial Cuarto Propio, Chile, 2008). Entre otros reconocimientos ha obtenido la “Beca de Creación Literaria” del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, en 1999; y el “Premio Binacional Literario Chileno-Argentino de la Patagonia”, versiones 1998 y 2000. Con Puerto de Hambre obtuvo el Primer Premio del Concurso Nacional “25º Feria Internacional del Libro de Santiago – Sismo Nacional” del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile. El Cementerio más Hermoso de Chile es actualmente finalista en el Segundo Certamen de poesía hispanoamericano “Festival de la Lira”, en Cuenca, Ecuador. Ha participado en encuentros nacionales e internacionales de poetas, siendo además gestor -como director de la Corporación Literaria “Patagonia Escrita”- de numerosas iniciativas de difusión de la literatura en la Región de Magallanes. Poemas suyos aparecen en: Al Tiro, Panorama de la Nueva Poesía Chilena (Ediciones Vox, Argentina, 2001) George Trakl; Homenaje desde Chile (Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 2002) Antología de la Nueva Poesía Chilena (2ª Edición, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 2003), Cantares: Nuevas Voces de la Poesía Chilena (LOM, Santiago de Chile, 2004) y Muestra de Poesía Chilena Contemporánea (Hofstra University, N. York, EE UU, 2007). Es Licenciado en Educación en la especialidad de Inglés por la Universidad de Magallanes, institución donde cursó estudios de post-grado en Educación. Acaba de concluir un Magíster en Estudios Hispánicos, mención literatura, en Villanova University, Philadelphia, EE UU. Y en 2008 obtuvo la “Beca de Perfeccionamiento” del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, para abocarse al estudio crítico y actualización del libro Historia de la Literatura de Magallanes.
(De: El Cementerio más Hermoso de Chile)
En Puerto de Hambre un niño pide encontrar la esperanza
Detrás de la pared de la iglesia
yo pinté el ese barco que yo pido
para Navidad, yo pido cien barcos
entrando en el Puerto antes
que yo sea grande quiero
y también cien barcos de juguete
y un árbol lleno
de cosquillas, de terror.
Pero mejor los barcos y no
más lágrima para mi hermano, ni palabra
de mi madre, sino barcos
ese barco, uno, por favor
te prometo, portarme
bien yo quiero
que los barcos
me lleven hasta el sol.
Muchos más barcos quiero
cien más barcos, mejor
que sean mil.
DE “ESTACIONES CERCANAS AL SUEÑO”
(Ediciones Universidad de Magallanes, Punta Arenas, 2003)
ANTE EL VASO QUIETO DE SANGRE
el sonido de la soga, el disparo.
La tarde trina en las ramas de la tarde.
Un ave huye en el soplo del hijo.
Oh, la muerte, oración del nacimiento.
El aire que huye de él le recuerda
al viejo Padre querías decirle
que tu cadáver ha de adornar su casa.
Mas él se ha ido muy lejos.
Codiciado insomnio de la muerte.
Un muerto: un pozo donde beber
la burla, el Padre ausente, el silencio
un convite de pasados festejos
cuando él olvida su oración bajo la almohada
y el viento escribe su nombre con las hojas.
II.- CANTOS FUNERARIOS – DE MUERTOS TRANSEÚNTES
LEONARDO GARCÍA
† 28 – III - 1953
La raza, la especie, la miseria
el poder que bajó de los árboles
de ramas hice mi aburrimiento
lo feroz a una hora aún ahora.
Todos saben
todos llevan hace tanto
el corazón por los suelos.
Oh, lengua destructora
ni poesía, mi dios
no creo nada.
Moriría, para ensuciar el mundo.
ANGEL GÓMEZ
† 20 – X - 1986
Del hueso huye la carne
y el agua huye del hueso.
Mi madre servía la sopa de días friolentos
lavaba mi sombra las tardes de escuela
caía yo en fiebre y temblaba.
De mis ropas huía mi alma.
Cómo odiaba las quijadas en el patio.
Así, pensaba, será un día mi madre
y caía la quijada sola
sobre el frío de mis pies terrestres.
Ahora entiendo los pobres huesos
la tibia, alfileres duros
como piedras que rugen.
Porque los huesos duran algo más en tierra
alejados del hombre
que cosa que toca
se pudre, mi dios.
GERARDA HERNÁNDEZ
† 6 – XII - 1982
Quien destruye lo que ama
como caída de horizonte rojo
marcada, llena de tristeza.
Habla una moribunda
eso soy
cuando duermo a la intemperie
a la sombra de quien nos corta la vida
con un movimiento.
Pues, un imposible transforma mi boca
y corta el aire, la llama de furia
el curso rojo
del río
del sueño
el alba
de quien se duele y se ve.
La que habla y no debiera
sé, eso soy
a eso vengo:
a buscar lo que se destruye
amando.
DE “LOS COROS DESTERRADOS” (2da. edición)
Ediciones Universidad de Magallanes, Punta Arenas, 2003.
De Los coros desterrados I
II
Sentado llego al fondo de la casa
donde viví los días que no podré recordar.
Hay olores hermosos que se confunden
y hay cosas hermosas – como un viento –
que vienen y hablan.
Pero mi voz descansa entre hojas de rosales
que como niños florecen y mueren.
Alguna vez este lugar fue mío
y en algún otro lugar del tiempo sigue siéndolo.
Hay países de los que nunca debiéramos irnos.
Sentado llego hasta el fondo de la misma casa
me acompañan tantos muertos asomando en mis orejas
saliendo uno a uno y dando gritos tremendos
señalando el lugar donde fueron sacrificados.
Hay un solo llanto en el tiempo
y un solo hombre que llora.
Hay cosas hermosas como un viento
en mitad del Estrecho
y cosas que no pueden nombrarse
sin que nos abran los huesos.
Sentado en el fondo de la casa
o tendido como un muerto
escucho la tarde despegándose de la mañana
mientras la lluvia increpa las casas
y en el patio aparecen charcas
como costras diáfanas en las heridas de la tierra.
Quién pudiera asegurarme
si me hubiese detenido, en el tiempo
que aún estaría allá.
Pero ahora llego sentado hasta el fondo de la casa
con un coro de muertos en las orejas
con la palabra a cuestas, como una ojera
a preguntar por mi voz
la que olvidé entre hojas de rosales
mientras me lleva la tarde y me presenta la casa
mientras vuelvo
sentado, al fondo de ella
tendido como un muerto
limpio, como un desconocido.
V
La debilidad vidente, o el cuerpo, o la caja sorda del tiempo
o la casa brusca en que el tiempo se detiene.
Tiempo en el polvo, somos
como el final de una bestia el dolor de un puñado.
Ved entonces los perros tendidos en la tierra
ved entonces por mí
los dolores que entran a las casas
a blanquear saludables paredes.
El tiempo no es lo que parece
ni nosotros
ni Dios se nos revela ninguna hora.
La enfermedad, debilidad vidente
cuando se quiere ser alguno distinto
y el día se multiplica saliendo
con cada dolor desde uno mismo.
Podrida ventaja la de llevarnos
de parecernos tanto estando moribundos.
Presentimiento de fondo duro
la tabla larga
la tierra
la finitud del espacio.
De Los coros desterrados II
III
Basta de nombrar la muerte
cuándo se hace tarde y por qué
en las alturas un niño tiembla y crece
y el tiempo, como un pan, se rebana y se parte.
Tanta angustia revuelta
mala cosa comer del tiempo.
Tal vez habré hecho de la palabra muerte
una casa muy ancha o manoseada.
Pero qué ganas de asomarme a la puerta
ya no de la palabra
y asestarme un golpe
con el revés de una mano estrepitosa
que repartiera mi sangre
en un silencio vertical y desconocido.
Tanta pretensión me cansa
como me he cansado de nombrar la muerte
de ir con un diente falso entre casa y casa
saludando a quienes desprecio.
A qué nombrar la muerte entonces.
Un niño crece y crece
y un vino llega a mi lengua sin detenerse
como a una estación de paso.
En esto debieran irse las tardes
a dormir arrojadas como un trompo
por la mano del tiempo.
De Los coros desterrados IV
II
Quién recorre los años ahorcados en la tierra.
Quién mide la furia de días entregados a los enemigos.
Yo veo lo oscuro desde los pies del mundo
lo caliente desde la llama del polvo
imposible negarse después de llamar a la infancia:
la leche del miedo
imposible comer de esta boca
como si tratara del dolor de uno distinto.
Tiemblan las cosas sorprendidas en sus actos
de mí salen muertos mis anchos enemigos.
Madre, sé que esa leche te habitaba las venas
los miedos eran más altos alrededor de tu casa
el patio me miraba furioso y hacía ladrar sus perros.
Tal vez por eso fui quedándome hecho un ovillo
y se desprendieron de mí
todos los niños que añoraban otros pulsos.
Madre, sé que esa leche te habitaba
y que llamabas a Dios cuando creías verme muerto
pero yo estaba en un patio oscuro
Dios no podía verme
yo miraba un animal muerto a la orilla del río
tú llamabas a Dios
Dios no podía verme.
Y pensar que de piedras fueron armándose las tardes
de piedras torcidas en boca de los niños
piedras que llamaban al asombro
el temor de los rosales sorprendido en sus espinas.
De esas piedras y del río se hicieron las tardes
y del patio en su congoja redonda
y de animales que atravesaron ese trecho caliente
para caer tontamente dormidos a los precipicios.
Yo miraba mi lengua avizorando la lluvia
yo veía mi madre muerta y después no me veía.
“Madre tallada a hachazos” ¡qué es eso de Dios?
¿Es tan cierta la rama arrancada por tu mano furibunda?
¿Sigue siendo rama aún echada en sus escombros?
Madre viva, ahora escucho ese río hecho de tantos ríos
pero son todos los niños una oreja distinta.
Algunos, es cierto, oyen a Dios.
Yo no podía sino escuchar los corderos prendidos por la muerte
las piedras del terror agitándose de miedo.
Rondan las abejas sus sitios predilectos
y extraen cantando de ellos el oro de sus canciones.
Pero Madre
cómo saber que temblaba de miedo al conocer que temblaba
cómo entender que ese miedo era yo mismo
sonando en tu mano.
Yo miro un enfrentamiento terrible
yo veo morir un niño, lentamente, enfrentando una palabra.
Si no conociera su estertor, su ruego quieto, desorbitado
su miedo mudo.
Si no me hubiese visto yo mismo matando ese niño.
Yo vivo un enfrentamiento terrible.
Yo muero lentamente enfrentando una palabra.
Aguja destemplada del vértigo, abeja negra, agua del desorden
decid:
¿No son las caras que miran aquellas que contemplaban?
¿No son? ¿Aún cuando carguen sus nombres
la misma cítara de la muerte?
Dónde aúllan ahora esos rostros despedidos
dónde la penumbra en que se pierden
para ir y entrar en ella
aullando, como un fruto, celoso.
Madre, no eres la misma entonces
ni soy el mismo después de haber hablado.
Pero ahí estoy yo enfermo de celos en esa penumbra tuerta
dejad alguna vez que se detengan los partos
con qué gusto evitaría esa hora
y en qué placer espantaría esa aguja venenosa
que nos hizo así de tristes.
Yo quería cantar para quedar descubierto.
Yo, campo del océano, furor del relámpago
he mirado atrás para llorar con los matorrales
he visto días ahorcados y la furia de enemigos.
Me basta ahora saber que cantan
me basta el triste instrumento de su sentido.
Adiós, adiós
Nadie canta mejor que ellos mismos.
Adiós Madre
nadie canta mejor que tú y ellos:
- El hombre es el fracaso
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