Alonso Quesada
Rafael Romero Quesada, conocido como Alonso Quesada (Las Palmas de Gran Canaria, 5 de diciembre de 1885 - † Las Palmas de Gran Canaria, 4 de noviembre de 1925), poeta, narrador y autor dramático, Alonso Quesada cultivó todos los géneros literarios en los que dejó constancia de su amargura existencial y de su profunda ironía.
Es una de las máximas figuras del modernismo poético canario junto a sus amigos Saulo Torón y Tomás Morales. Dejó inédita la mayor parte de su obra, posteriormente publicadas por el Gabinete Literario de Las Palmas de Gran Canaria.
Obras
El lino de los sueños (1915)
Crónicas de la ciudad y de la noche (1919)
La Umbría (1922)
Obras publicadas tras su muerte:
Los caminos dispersos (1944)
Lunar (1950)
Smoking Room (1972)
Las inquietudes del Hall (1975)
Insulario (1982)
Memoranda (1982)
Del corazón
Yo puse el corazón en vuestra mano
como una piedra fabulosa y rara:
un inmenso rubí, que en un lejano
imperio de dolor, amor hallara...
Porque en vuestra pupila temerosa
brillara la codicia, fue el ponerlo.
Mas una fuerza dulce, misteriosa,
vuestra mano cerró, sin vos quererlo...
Y hoy, al volver las horas del pasado,
es más tenaz la sombra del divino
momento, que renueva la ilusión.
Mas al tornar al sueño me he encontrado
vuestra mano truncada en el camino...
¡y dentro de la mano el corazón!
De Las discretas emociones. Soneto para pedir el desencanto
de su persona a una señora de ojos negros, briosos y fatales
como nunca él los había visto.
Por ver ojos azules, dueña mía,
dictó mi encanto la Divina Hada:
La seca humanidad que yo lucía
en manso corderillo fue tornada.
Así la pena fue; y en el lejano
jardín de los Ensueños heme ahora
sintiendo en mi vellón pasar la mano
de la Princesa Azul, que es mi señora...
¡Oh, encanto del dolor, suave y divino,
como lo triste que del alma vino
para volar al alma de la Amada...!
¡Y sé que acabará el hechizo mío,
de aquel manso mirar, si todo el brío
de tus ojos me das en tu mirada!
LOS CAMINOS DISPERSOS
Ediciones "GABINETE LITERARIO"
Las Palmas de Gran Canaria
II
(Claro día. Hogar.
Vienen las emociones
de ayer.)
El viejo mayordomo,
Juan, el de Guayedra,
ha venido a traernos
las doradas uvas de su viña...
Las muchachas pequeñas
lo han sentado a la mesa familiar
y el viejo ha recontado nuestra infancia
de la que apenas hay recuerdo cierto.
Lleva el viejo en la frente,
que es como un campo antiguo y sosegado,
ochenta años de piedad agraria;
y aun sabe, como ayer, nuestros caminos
que su mano leal guió mil horas.
Y dice, pacíficamente,
como una sorda campana
de mediodía caluroso y turbio,
que una tarde lejana,
camino de la ermita
de la Montaña
rugió la tierra como un dios herido
y el hombrecito —yo— todas las mozas
temblamos de pavor, menos la hermana
de los ojos de mar, la más pequeña,
esta que tiene sobre el hombro mío
las dulces manos de la madre muerta.
Todo lo aviva el viejo
pero lo más perdido
mejor le nace en su memoria y dice:
"Esta es Paulina, la recuerdo ahora
porque está junto a tí. Yo le cuidaba
sus cuatro años de oro... El nieto mío
era moreno como el pan de trigo
que nutrió en casa una salud de árbol...
Perdióse el nieto por el valle dilatado
del Silencio... Decías cada hora:
Este mozo galán
será mañana el bello novio mío.
¿Te acuerdas? ¡Ocho años! ¡Ocho años de amores
sin saber que no es paz la muerte niña...!"
El viejo cuenta. Y como el día es corto
y la noche se acerca y él es viejo
se duerme en el sillón de antigua leña
lugar de todos los abuelos muertos.
El oro del sol
en las campiñas remotas se extiende.
Luego, busca refugio en los cabellos
de Paulina. El campesino amigo
espía en el sueño nuestra infancia entera.
Y la moza, en los surcos de su frente,
le siembra la semilla de sus besos...
(Playa de la isla. Serenidad
inesperada del mar. Luz de
oro sobre el mar.)
En las orillas de esta playa negra
deténgome a aguardar silencioso el Retorno:
mi Retorno sutil.
El mar me enseña lo infinito
que hace al amor la pura consecuencia.
El mar es el maestro de lo serio,
de la salud y de la fortaleza.
Mi alma, sin el mar, sería un alma
sin porvenir en el Celeste Prado.
Aprende con el mar a forjar oro
de sol en las entrañas de tu vida
y a guardar por el día las estrellas,
que es cuidar, económico, el futuro.
¿Mañana he de volver y en otra hora
he de quedar en el Misterio vivo?
Clarosonante, luminoso, eterno,
el mar vendrá a mi mano y de mi mano
brotará el mar que me enseñó el Secreto.
Amigo mar, el de las claras luces,
que acercan la esperanza y hacen puro
el pensamiento
como un puro horizonte;
yo he visto un día allí, ¡oh mar sereno!,
en la maravillosa lejanía
arder mi pensamiento, dilatado
por la mano de un mar invisible.
Amigo el mar, que das las hondas nuevas
al corazón y limpias la pasión de la tierra;
amigo el más querido de la noche
pues siete estrellas de tu seno nacieron.
¡Oh, mar de prodigios! ¡Oh, firme certeza
de todas las cosas remotas y aladas;
diamante de violentas claridades,
inundación de pensamiento mío!...
Mar de la tarde, frente a la montaña
árida de la tierra abandonada,
¡cuántas veces el alma temerosa
del propio ardor se sumergió en tu seno!
Mar de la noche, el del sagrado sueño
sobre el herido lomo de la Atlántida.
¿No fue la victoria de ese gesto el triunfo
del Infinito sobre el Sol, vencido?
Mar matinal, el de las sanas brisas
para el hogar y la mujer y el hijo
para el sendero de Jesús dispuesto
y la alegría de la casa nueva.
Próvido mar que refrenó la angustia
del corazón el día que mis años
mozos se hallaron solos, sin camino
frente a la inmensidad de tu silencio.
¡Mar portentoso, armonioso y noble,
para esperar eternamente, libre
de odio y rencor, confirmación eterna!...
Ahora siento que llego de lejanas
playas doradas a esta negra playa...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Noche de pronto sobre el mar. ¡La noche!
Los dedos de mi mano entre las sombras
roces de sombras más sutiles sienten...
¡Mar sobre mí, dentro de mí, infinito!
¿Qué voz es esa voz que llega?...
El mar ilumina un instante
con sus llamas de plata
las orillas de ébano.
Y la voz resuena
más temblorosa y ávida
—mi propia voz que hace temblar mi vida
y apagar las estrellas y mis ojos.
DICE LA VOZ
¡Tu alma será un torrente de armonía
sideral en la vasta planicie celeste;
una herida de luz en las noches latinas
sobre el sueño burgués de los lagos de cromo;
un profundo secreto de espacio,
una inmensa pasión
si amor ni dolor contenida en lo eterno!
(Día blanco y puro.
Segunda emoción de ayer.)
María acaba de llegar. ¡María
es hoy una mujer que ya ha perdido
la luz, el sueño y el perfume!
Nada queda en María.
Sólo los negros cabellos
que ahora, como ayer, son de la noche.
María fue la moza
que lavaba la loza doméstica
y regaba el rosal de la huerta
María es la primera de las mozas
que me llama y me lleva de la mano.
En la casa nuestra
María era el cobijo y el calor de los cuentos.
Vino del Valle Azul y era muy blanca
y rosa y fuerte, como los zagalas.
María, temerosa, no tuvo
valor para mirar a los señores.
Sus manos sobre el halda recogían
toda la timidez de su mirada.
Pero más tarde fue mirando el cielo
de la ciudad y sus ojos se avinieron.
Nosotros no adoramos a ninguna
mujer que nos sirvió, como a María.
Ella arropaba el sueño de la infancia;
ella, mientras rezaban los mayores
junto a mi lecho, los inviernos crudos
protegía mi sueño mentiroso.
Yo cerraba los ojos,
no dormía.
Mas, si ella se marchaba, los abría
súbitamente.
Ella tornaba clara,
como una luz, pacífica, divina...
Hoy vuelve y ya mis años se han nutrido
de mucho sol y mucho mar. Mi frente
lleva la huella de la noche eterna
que cruza tercamente sigilosa.
María llega con sus cuatro hijos,
nos llama niños, besa a las mujeres
y al volver hacia mí, tiende su mano
que es aldeana, áspera y materna.
Viene un recuerdo nebuloso... Todo
se agolpa en mí con un temblor de sombras
y busco triste, pensativo y puro
la lejana actitud inmaculada
del vientre primoroso que han herido.
María pone las palabras nuevas,
de su voz nueva, sobre mi silencio.
La voz descubre la energía ruda
de su maternidad de aldea noble.
La tarde está en los ojos de María
y en los hijos de cobre de María.
La brisa de los valles recónditos
la trae en los labios
como gotas de agua de la noche
sobre las hojas amanecidas.
¡Oh, el dolor del ánima pequeña!
¡Oh, aquella timidez antigua!
Cuando las noches eran tan profundas
como hoy es la memoria del pasado
y en los cristales del balcón, el miedo
del duende
espiaba escondido mi sueño
el de los ojos abiertos,
María iba a mi lecho y me cuidaba.
¡Yo era más niño que mis propios años!
—¡No te vayas, María! ¡Cuando recen
te marcharás...!
María me besaba
y se llevaba el miedo entre sus labios
cual si chupara sangre de una herida...
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