Fermín Higuera (Tenerife, 1961), nace en el seno de una familia cuya madre era profesora de piano y su padre militar. Este conflicto, derivado de dos enfoques antagónicos de la vida, cree, nuestro autor, que se resuelve gracias a su inclinación literaria. En 1983 viaja a Madrid en donde vive desde entonces. Ingresa en el Real Conservatorio Superior de Madrid y, bajo la dirección de D. Joaquín Soriano, obtiene los títulos superiores de piano, música de cámara y solfeo. En 1987 consigue una beca de El Gobierno Autónomo de Canarias que le anima a estudiar durante dos años en París, en El Conservatorio Europeo de dicha ciudad, y en la clase de Nadine Wright, en dónde obtiene los diplomas de Superior y de Excelencia. Su actividad intelectual y creadora tiene tres facetas: la literaria, la musical y la docente.
Cómo escritor muestra, hasta el momento dos vertientes: la poesía y el ensayo.
Ha publicado los siguientes libros de poemas:
La carne de las hojas (Editorial Benchomo, Tenerife 1980)
El idilio de los ausentes (Ediciones de El Cabildo, Tenerife 1990)
Querella del dolor (Ediciones La Palma, Madrid 1994)
Verba volant (Jábega, Madrid 1995)
El hijo del ir (Ediciones Huerga-Fierro, Madrid 1996)
Bisagras en la hoguera (Ediciones Baile del Sol,Tenerife 2002)
Sangre al cielo (Ediciones Baile del Sol, Tenerife 2003)
Ha publicado los siguientes ensayos:
El calor de la ausencia (1990)
La fabulación de la existencia (1990)
La literatura oral en el camino hacia el despojamiento (1995)
El verso en blanco (1995)
El ejercicio de la mirada (1996)
Luz y sombra en Joaquín Rodrigo (1997)
La técnica hacia la comunicación (2000)
La obra para piano solo de Joaquín Rodrigo (2001)
Hacia una materialización de la comunicación y la trascendencia (2003)
Lo musical en María Zambrano (2004)
Lo que dice el aire (2005)
LOS SEPULCROS
Lo mismo que el pan de cada día
proyecta su sombra de acero en nuestras manos,
lo mismo que la seña invariable de un nombre
y el cabello plomizo de las nubes
enmohece el tiempo sucedido y monótono,
una palabra devora la carne de las hojas
y atrapa en su tumba de reincidencias
gaviotas despavoridas y labios sin equipaje.
TIEMPO
No es rentable a la larga planificar un beso,
prever los decímetros de la senda del gozo,
hay que buscarse con la desesperación de lo lejano,
con el azar del día y el despropósito,
hay que guardar la ausencia como un ofrecimiento
y dejarse en el amor por la vida hasta el ocaso.
Estos poemas pertenecen a su libro La carne de las hojas y fueron publicados
en la revista La Menstrua Alba, nº 1 en junio de 1985.
[Vayamos a los árboles]
Vayamos a los árboles
de las flores azules,
regresemos al aire, a la rosa opalina,
hacia el terso perfil del cáliz que se ofrece,
mas vayamos por ir siempre hacia nosotros,
hacia nuestra morada, en donde el árbol grande
es zafiro en la mano,
la isla inaccesible,
rostro en la cercanía, niño rostro en las manos,
como un hijo del ir.
El hijo tuyo y mío.
[No es tiempo de derrota]
No es tiempo de derrota.
No es tiempo de renuncia,
de talar del deseo la torpeza que fluye
como un sentido errante que busca y mira al otro.
Que lo huele y lo toca,
Mas no nos reconoce
en la meta aprendida que se vuelve imposible
apéndice del cauce que sofoca las aguas,
sino en la voz ya tuya, ya entregada y mía,
por donde brota y canta,
vive el entendimiento
del latido enigmático, cauce de unión remota
que refleja mi vida sobre vidas de otros
y de vuelve tu visa sobre mi pecho estable,
dando quietud al tránsito
desertor de mi aliento.
No es tiempo de derrota,
de abdicar del deseo,
de la elipse del aire,
del ojo reflexivo,
deseante,
rotundo,
que persigue afirmarse,
clavar en una brizna sin tiempo sus arterias,
su limbo en las llamas
cuando me miro en alguien.
[De pronto has llegado]
De pronto has llegado, ha surgido tu olor
uniéndote al mensaje húmedo del jardín.
Tu claridad corpórea
inflige equilibrios
al océano denso de la ciudad que vibra
y la definición
sin horas de las ráfagas,
un contrapunto tibio al cielo implacable.
Tú eres en la noche la paloma más blanca.
El tedio de mi busca es páramo vencido.
Todo verdece en mí, el tiempo es fruto mío
y das al corazón un ave enraizada,
un ala que es la puerta de un viaje hacia el otro.
Tú desatas el fardo del himno suntuoso,
purificas el canto en el pudridero oscuro,
abres la cercanía en donde tú eres yo
y yo soy tú fluyendo,
yendo hacia ti,
siendo
hijo de nuestro ir, hijo mío y tuyo,
pues en el hombre el ir
o ser hacia los otros
es el trance más próximo al vuelo.
[Gracias por seguirme]
Gracias por seguirme con sangre dispersa,
como caligrafía que el oído rastrea
y la plenitud borra, como la migración
que persigue flores, la mano generosa
que renuncia a tocarnos, a definir el cuerpo
amado y se arroja,
y nada lo segrega
porque es llegada leve,
desposeído encuentro.
Hay algo de cuchillo que me divide en gotas,
que encuentra mis arterias en astros inasibles.
es ráfaga dispersa, movimiento del canto
que concreta y renuncia a poseer latidos,
que ama porque es viento,
porque es reconocimiento
y porque sabe que ama confía en el otro,
en su soberanía, confía en su sentir.
Gracias por el bullicio, gracias por la unidad,
gracias por la navaja que me divide en lluvia,
gotera de la sangre que me encuentra en las hojas.
[Porque la forma suprema]
Porque la forma suprema de la afirmación
es pensar el nacimiento, nos hemos tenido
en la entera luz de un dios sin propiedades.
Yo soy el hijo que va hacia su propia vida,
fuego pleno que decide querer y asumirse,
unirse al esplendor de la luz y el paisaje.
Tierra,
pasos vivos por el sedal de la vida,
en la que amaso carne con el polvo y asciendo
con la irrefrenable eclosión de lo que surge.
Cuerpo cernido.
Sangre destilada.
Herida
Purificada en mis rotaciones erectas.
Meseta de luz que se doblega hacia la orilla
Por la suavidad de concebirse para el otro.
Toda la tersura del resplandor de los campos
se vuelve ladera hacia el camino del mar,
cercanía y paisaje en lo alto del pensarse.
Porque la forma suprema de la afirmación
es pensar el nacimiento,
has nacido siempre.
Eres quien va hacia su vida
hijo del ir.
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