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miércoles, 14 de marzo de 2012

6315.- SUSANA CELLA


SUSANA CELLA.
(Buenos Aires, ARGENTINA 1954). Autora de los libros de poemas Entrevero (Sigamos Enamoradas, 2008) , Tirante (Paradiso, 2001), Río de la Plata (La Bohemia, 2001), Eclipse (Zorra Poesía, 2005) y De Amor (dientes, paredes arrugadas) (Zorra Poesía, 2006); las novelas El Inglés (Paradiso, 2000) y Presagio (Santiago Arcos, 2007), el ensayo El saber poético (Fac. de Filosofía y Letras UBA/ Nueva Generación, 2003), entre otros. Publicó poemas y ensayos en revistas, capítulos de libros, antologías o ediciones en Argentina, Chile, Cuba, España, Estados Unidos, Francia, México y Uruguay. Traduce literatura en lengua inglesa. Fue becaria de la Universidad de Buenos Aires (1990-1998), y obtuvo la beca de ILE (Ireland Literature Exchange), Dublin, 2007. Colabora en revistas y periódicos. Es doctora en Letras por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, donde trabaja como profesora e investigadora. Coordina el Espacio Literario Juan L. Ortiz del Centro Cultural de la Cooperación.



Aurora argentina


Polvareda del suelo se levanta en
una plana tierra de irreconocible
aridez, se calienta sepia y hace, al
mismo tiempo remolino y pared en
alud, viento y piedra a velocidades
gradualmente mayores suben a
cierta altura y tocados por los haces
perpendiculares del violento disco
candente en la mitad del cielo
visible, mandan en cadena y
remolinos corpúsculos de luz
pedrgosa y ensuciada viento
ahogador, atmósfera venenosa, a
toda la ranchada del norte, del este,
del oeste y del sur sur.










Los tres opacos ojos


No se pasa la suciedad en esta parte
Y aunque fuera alzándose hacia la sierra
de nuevo caería, vertical, hasta el lecho
del río marrón o de qué color de río si un musgo
tierra y polvo de hierro, óxido y cemento en solución
y continuidad amontonan menos costas que entredós


Hasta que un día de ésos
subió la marea y bajó hasta la torre
dejando
arriba la torre o abajo la arena
y los crustáceos de fierros retorcidos
entre la torre y las piedras pocas
de la costa de cemento un escalón
bastante y los altos domingos de los niños
por diez guitas, un aire y toda el agua bajo
la escalera del balneario
abierto
la marea media y la torre faro
no una meta no una torre ni el centro
imán de las chapas oxidadas
la gran torre, corrida a tomarse
toda el agua, el torreón mirarse
un tipo de horizonte paralelo a
la larga costanera y los huecos
del parapeto a triángulos de agua
nos convidan a hundirnos bien abajo
con los fierros, los naufragios,
el barro licuado en sangre espesa y vieja
con aceite, latas sucias, llantas
partículas
gigantescas sin despertar
movimientos imprevistos
rotaciones, fugas a un punto, nada
agua el barro inmóvil
al lado de la torre, y los muelles
las piedras de goma el moho
las anclas engrampadas
torre seca, pescados ciegos, manos
muertas y montañas
diluidas de materia
in y orgánica sufriendo
las metamorfosis del barro
otra química no descarta
un pie blando se ha metido
para su mal a cuatro centímetros
de olitas viscosas que van
empujando la arenisca negra
la panza hinchada de un bagre
tres ojos, cuatro aletas y dos caudales
establecidos en ese mismo cuerpo
como las tiras clavadas
en los asadores corroídos del fondo
o bien el esqueleto muerto
de un ave, de una nave que no siente,
ni ve, el hundimiento,
que no sabe
que no anda
clavada sin bodega ni insignia
por donde el bagre pudiera haber pasado
de saber que nadaba en el lodazal de hierro
o de ver, con sus tres opacos ojos
todo el oscuro cerca de la torre,
detalle verdoso de la pared musgo
si tomara del agua una muestra
para darle a los ríos muertos
la marea necesaria y empujar,
no la torre, o la toma, o la muerte,
sino la infinita basura que a mar abierto
se salara,
a darle, si pudiera, a la materia
orgánica
una vida sin basura
ni fierro clavado y la otra
un brillo de piedra solar
de arrecife imaginado, vaga forma
según la anchura que dejara
menos el escalón cementado
que la humedad de la pampa
recibiendo, bajo el agua, alga verdosa
corrientes frescas hasta el alto
borde de cemento por cuyos agujeros regulares
triangulares
los niños observaran mucho rato
los golpes secos del agua marrón
contra el muro, y la torre, allá lejos.






Como a una plaza cuyo árbol no era


Como a una plaza cuyo árbol no era
el palo borracho en flor amarilla
a la plaza que no era
donde la rata más chica
te come la cabeza,
fuimos
por el camino ladeado hasta
el galpón de madera corroído
con plantas carnívoras sobrevivientes
ratas viajeras o invisibles en fierros oxidados,
fuimos mirando a ver qué había


a una tumba escondida íbamos
al ahogo del final, la foto de carnet
y los mil quintales de ladrillos rojos
quitados a mazazos certeros
una mañana para hacer, dura y gris,
de cemento puro y palo borracho solitario,
gris, y de flores amarillas
la flamante calidad del páramo
en el mismo tuétano de las adolescencias
recientemente brotadas al sol
humoso del gran campo verde
por el que marchamos otro día, madrugada,
a ver
el negro invierno de nuestro descontento
fuga, maligno engaño, quimera y muerte hueca.
O sea, rata que te come la cabeza,
pichoncito en la mazmorra
sombra por laberinto y rejas
dulce amor descuidado, omiso
lejos de mis sombras aterradas
con las orejas sordas a la voz
y mi nombre o mi letra conocida,
endulzándote, por una poca vez, la boca
muda bajo qué peso de cemento,
calviva, fierros retorcidos, borracho,
palo, aullando a tu corazón que de una vez
te dejara tranquilo.


(de Tirante)






El clavel roza


La madera del estante vencido el clavel roza.
Si no siente fatiga
apoyados sus pétalos descansan, si no duda.
De vigilia apoyado en el resplandor ocre. Y la luz.
El brillo inmanente encierra
sin colores de caoba, abriga
con telas impasibles
el volumen decantado del animal fijo.
El vacío no ha sonado pero espera su morada en ese antro.
O cenizas extensas en una pampa húmeda.
en que la noche, lluvia,
o cielo inconstelado no muden
la madera lustrosa, el clavel, la cruz de plata
y otras ásperas flores.
(de Tirante)








Trampas


Las líneas de trampas de los bosques
son para que los animales de fina piel
queden enganchados.
Las pieles de finos animales son para secarse
Bajo el calor avaro del sol boreal.
Las trampas son
para que las limpien y aceiten
y de nuevo las coloquen
sin sangre ni mechones
de fina piel de animal fino.
Una trampa no es un juego
por lo que los tramperos
después de extender las líneas
juegan a las cartas o apuestan
quién le da al pavo y se gana
una o dos pieles
algo de plata o una trampa
todavía sin usar.


El juego no es el filo
que corta el paso al gamo
ni la única cosa que puede pasar
es
que caiga el animal de final piel.
Puede ser que nadie le dé al pavo
el tiro del final, puede que nadie se
lleve
el pozo austero del pavo o de las cartas.
Puede que empaten el juego
y si triunfa el más tramposo
no habrá sino compartido
con los otros el error
Pero si gana el mejor, no pierde así ninguno
y el juego conquista en fina piel,
la perfección.


(de Tirante)






Tirria
a R.B.


Con todo
a la rasa cotidiana
un instante mejor que sentir
la fuerza empujadora
en el dos cuerpo doblado
reducir
unos millones de palabras
sostener
un dolor sin atributos
encofrados de bajorrelieves muertos
cizaña pero más trigo
una ropa negra pegada a la piel
otra lengua acrecentada
todas las cosas
vertidas
a un embudo dilatado
crecida de luceros
vertiente de los descalzos del otro lado de la pared


donde
el agua no baja porque se fija en el turbión.
Ligero, como un sacudón de escamas,
mojado,
zambullida inesperada
en el momento congelado
de la oscuridad del líquido.


(de Río de la Plata)






Uva


En enero la parra sabe, verde, cuánto cada hoja entera es
una demostración de
la aburrida perpetuidad del fracto.
Las dobladas, carcomidas, piden otra ilustración
ausentes en sus nervios los hilos
verdes matizados
de mojada savia
sobre un lino amarillo
con racimos violeta


Las hojas lisas y las quebradas
el vinoso grano y más semilla que pulpa
quedaron sin bordadura ni seña
en aquella otra parra, espesura de sarmientos
por donde, mordisqueando,
solían caminar las ratas.


(de Tirante)






Canción, hendija y madera


Muelle el medio día
cien
las tablas de centímetros
serradas
sin aristas vivas siguen
no era todavía, no estaba, vendría
qué pasado inexistente
obligaba a caminar
las lustradas por los pasos cachacientos
carreritas peligrosas, al lado, al caer
contra los pedazos toscos de tierra mojada, piedras lisas
apiñando los pilotes como vigas verticales o andamio reforzado
soportando las maderas perpendiculares allanadas,
los caminantes vacuos, las mujeres aburridas y los inertes
pescadores colgados de las cañas apoyadas en los tirsos apaisados
bordas del mismo muelle como puente hasta la casa alta 
y a dos aguas de altura blanca y más lejos, esperando.
Entre las maderas, los pilotes, las barandas y la casa
el río avisaba
no por las olitas contra las barras, por las líneas anzuelos de los inertes,
por la estrechada senda ni por la borda movible
sino
a causa primera de
las hendijas entre una
y otra tabla
en el momento en que
violentamente
el ángulo de los ojos
se mudaba de la raya horizontal distante
noventa grados sin intermedio
a la caída a pico hacia el agua inestable, enervada
revolviéndose por franjas secas
entre las hendijas del importuno muelle
medio día
mes de verano y otoño.
año de malconciencia pecadora
espiando como se diera, las hendijas.


(de Río de la Plata)






Era un aura suave


Es un aura suave la que te voy dando hecha,
con intenciones de chico, con mis propias manos.
La canción y la lluvia se esparcieron por igual
en toda la calle desde la Plaza Irlanda
hasta el corralón,
y yo no sabía que vos pudieras haber oído
mi canción
de los bailes en los patios,
ni vos sabrías que yo
iba a dedicarte, a tu mirada de pestañas tupidas, a las luces mojadas
de tus ojos, a tu imagen fija en una puerta vieja, a
tu imborrable voz y a tu sangre derramada,
una letrilla silenciosa que será nomás como
el suspiro
soltándose después
del estremecimiento mayor, del final
de las lágrimas gordas.


(de Tirante)






Los tres opacos ojos


No se pasa la suciedad en esta parte
Y aunque fuera alzándose hacia la sierra
de nuevo caería, vertical, hasta el lecho
del río marrón o de qué color de río si un musgo
tierra y polvo de hierro, óxido y cemento en solución
y continuidad amontonan menos costas que entredós


Hasta que un día de ésos
subió la marea y bajó hasta la torre
dejando
arriba la torre o abajo la arena
y los crustáceos de fierros retorcidos
entre la torre y las piedras pocas
de la costa de cemento un escalón
bastante y los altos domingos de los niños
por diez guitas, un aire y toda el agua bajo
la escalera del balneario
abierto
la marea media y la torre faro
no una meta no una torre ni el centro
imán de las chapas oxidadas
la gran torre, corrida a tomarse
toda el agua, el torreón mirarse
un tipo de horizonte paralelo a
la larga costanera y los huecos
del parapeto a triángulos de agua
nos convidan a hundirnos bien abajo
con los fierros, los naufragios,
el barro licuado en sangre espesa y vieja
con aceite, latas sucias, llantas
partículas
gigantescas sin despertar
movimientos imprevistos
rotaciones, fugas a un punto, nada
agua el barro inmóvil
al lado de la torre, y los muelles
las piedras de goma el moho
las anclas engrampadas
torre seca, pescados ciegos, manos
muertas y montañas
diluidas de materia
in y orgánica sufriendo
las metamorfosis del barro
otra química no descarta
un pie blando se ha metido
para su mal a cuatro centímetros
de olitas viscosas que van
empujando la arenisca negra
la panza hinchada de un bagre
tres ojos, cuatro aletas y dos caudales
establecidos en ese mismo cuerpo
como las tiras clavadas
en los asadores corroídos del fondo
o bien el esqueleto muerto
de un ave, de una nave que no siente,
ni ve, el hundimiento,
que no sabe
que no anda
clavada sin bodega ni insignia
por donde el bagre pudiera haber pasado
de saber que nadaba en el lodazal de hierro
o de ver, con sus tres opacos ojos
todo el oscuro cerca de la torre,
detalle verdoso de la pared musgo
si tomara del agua una muestra
para darle a los ríos muertos
la marea necesaria y empujar,
no la torre, o la toma, o la muerte,
sino la infinita basura que a mar abierto
se salara,
a darle, si pudiera, a la materia
orgánica
una vida sin basura
ni fierro clavado y la otra
un brillo de piedra solar
de arrecife imaginado, vaga forma
según la anchura que dejara
menos el escalón cementado
que la humedad de la pampa
recibiendo, bajo el agua, alga verdosa
corrientes frescas hasta el alto
borde de cemento por cuyos agujeros regulares
triangulares
los niños observaran mucho rato
los golpes secos del agua marrón
contra el muro, y la torre, allá lejos.


(de Río de la Plata)








El miedo y la duda
To C..D. in earnest


Temo que
hay en el mundo
almas con callos y brutales
que indectibles manifiestan
su incurable mal.


Fuera o no un aserto
y más un increíble
es seguro que
gente de este tipo
cercanamente seguida
en igual espacio de tiempo y en
las mismas circunstancias
no darían por un solo y pasajero
de sus actos cometidos
el mínimo indicio de mejor naturaleza
para ver los ojos marchitados y los crédulos ojos
o siquiera la inmundicia alojada por debajo
de los endurecidos callos.


(de Tirante)






Dulces cabelleras desordenadas


Ciegos o semiciegos los ojos,
desdoblados los cartílagos, abiertos los vasos,
ondeando sobre sueños las cabezas abombadas
una urna funeraria fue alguna vez un tacho
y otras nada
Cuál fue el toque, cómo el abismo
que se dibujaba
al mismísimo tiempo de la caída,
cuál fue el color del río
entonces
ni caballos o leones,
ni algas arcillas
cascotes
el tamaño no fue de esperanza,
de río y río fue
de los sargentos más arriba
sembrando por allí,
bajo la cruz del sur
en el maldito río,
nudosas venas
carne punzada
codos y manos y brazos y espaldas
dentellados pechos
dulces cabelleras desordenadas.


(de Río de la Plata)






Epíteto


costo político
olor a muerto
en dos salas hendidas
la inmedible fosa.


(de Tirante)






Tánto depende


de un par de ventanas cuadradas
iguales paralelas
celestosas grises
con persianas de madera
recién pintada en esmalte satinado
sin cortinas y
abiertas hasta la mitad
por donde entraba
la luz celestial
a dar el blanco soleado de la gloria
en la pared de yeso lijado


(de Tirante)






Rosalila


Si comienza en el borde más lejano
del rectángulo inseparable,
la calle ya no angosta perpendicular
choca con la espalda del agua.


Se entrometen
los edificios de ladrillos similares,
las torres de vidrio,
las nuevas dimensiones, ajenas
más acá, del revés.


En la avenida alzada por el obelisco blanco
las rosadas y azullila flores
de la diagonal
ingrávidas
en su manso estar componen
un escaso momento feliz
refrenando
la gravosa ruta a cualquier covacha sucia.
Feliz y momento escaso
para otra vez recordar
lo separado
la espalda abundante atrás
de todas las piedras, asfaltos, vidrios
monumentos a lo que se dé.


La ocultada savia de los capullos rosa lila azul celeste,
confidenciales al viento,
vanamente tientan del agua más
que los desbordes retroactivos
por las bocas de tormenta
en algún incontable revuelto.




Si ella, la avenida ya no angosta, terminara
en la cuantiosa masa mojada
otro sería el camino y el lazo
y hasta los miserables sucuchos
frescas estancias serían
no minutos congelados
no innumerable tiempo perdido
no sórdidas riñas cobardes
en tanto las azules, rosas, lilas, celestes
flores ligeras seguirían como siguen
bajando de golpe al suelo inmperturbable
de las grandes avenidas paralelas diagonales.


(de Río de la Plata)


http://www.zapatosrojos.com.ar/Biblioteca/Susana%20Cella.htm











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