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martes, 20 de diciembre de 2011

5643.- MARÍA PILAR MARTÍNEZ BARCA

María Pilar Martínez Barca (Zaragoza, 17 de agosto de 1962). Escritora, poeta, doctora en Filología Hispánica. Escribe habitualmente en Heraldo de Aragón y en la revista Humanizar (Centro de Humanización de la Salud, Madrid).


Ha colaborado en diarios de la prensa aragonesa y nacional, revistas filológicas, culturales y de creación. Medalla a los Valores Humanos (Diputación General de Aragón, 1989). Miembro de la Asociación Aragonesa de Escritores.
Premio Tiflos de Periodismo 2008. Autora de Epifanía de la luz (Zaragoza, 1988); Historia de amor en Florencia (Madrid, 1989); Flor de agua (Zaragoza, 1994); Manuel Pinillos o la consagración a la poesía (Zaragoza, 2000); Se está muy bien aquí. Diario de una amistad (Madrid, 2002); El corazón en vilo (Madrid, 2005); Poesía completa (1948-1982), de Manuel Pinillos (Zaragoza, 2008); La manzana o el vértigo (Zaragoza, 2009).
Ha aparecido en diversas antologías y páginas web. Inéditos: Del verbo y la belleza; El ángel de la aurora; En luna llena; Habitaciones íntimas de almendro.










BODEGÓN DOMÉSTICO


Se recoge en reposo la cocina.
Madrugado ha la madre al presentir
un primer resplandor
tras la ventana.
Ya todos se marcharon, y ahí reposa
la mesa en honda paz,
algo de leche,
o algunos cereales en el cuenco.
Perdura en las vasijas el aroma
de un encuentro inicial,
aquella fiesta,
o ese ritmo sereno de la vida
libada gozo a gozo, sombra a sombra.
Aquel tosco puchero guarda aún
la memoria sencilla de la abuela,
perdida en sus quehaceres
y sus rezos.
Quedó la servilleta en un sosiego
descuidado y hermoso.
El jarroncito
conserva silencioso la esperanza
de un ramo de claveles.
Penetra por el vano una luz íntima
dorando la mesita,
los volúmenes,
el cardo reposado en su silencio.
Avanza la mañana, y se aproxima
el cálido retorno de los seres.














LA MANZANA O EL VÉRTIGO


Me vas desperezando en un temblor
de pájaro desnudo en el invierno,
y me transformo en rama
o nido
o vientre
donde albergarte cálida,
más adentro del témpano y la noche.
Y los peciolos,
íntimos,
despiertan
en tanto nos fundimos en éxtasis de almíbar
al tacto de tus yemas, tan tempranas.
Despójame hasta el cuévano del tronco,
allí donde no queda ni hojarasca
que distraiga del eco de las aves.












ÁNGELES DE PIEL ADENTRO




1




Ángel sin alas
Querer y no poder.
Sentirte vivo
y saber de tu cuerpo como un lastre
que te fuera envarando en esta orilla.
Soñar mucho más alto que los cóndores,
y presentirte arena, lodo, sombra
tras de tu piel de ángel.
Dolerte hasta la médula ese tiempo
que se te va llevando a quienes amas,
que se te va llevando hacia la noche.
Pararte, respirar como se vive,
y echar raíces sólidas.
Y aceptarte, uno más, a medialuna.
Comenzar a subir, muy lentamente.
Querer volverte atrás, a contrasueño.
Tomar de nuevo impulso… Casi. Espera.
o corazón
y ascenso,
Llegar a ser montaña,
en el centro más hondo de la vida.










3


Ángel sin muerte
Cuando la luna insomne nos retorne al olvido,
seremos como pájaros del cerezo en espuma
en el límite ingrávido de la sombra.
Caminar sobre el agua es el más arduo sueño;
en tanto que la luz se apaga macilenta
como si no existiese
más que un soplo indeciso en los acantilados.
Y el sueño de las águilas se confunde en la niebla.
Noche sola, sin eco que despierte
el desvelo sin fondo de otra noche
más profunda, sin sombra.
Afuera hay una luz, como un túnel de ramas
que siguen deseándose intermitentemente.
¿Cómo cruzar el lago sin que el faro deslumbre
la quietud interior?
Sigue una lucha intacta tras los párpados ciegos,
sin palabras, ausente, tan apenas sin roce
que hay que escuchar muy quedo de alma en alma.
Cuando la luna insomne nos bendiga en su luz
seremos como pájaros en la estación del agua.


















Se abraza el agua en catarata furtiva,
olas de tierra adentro,
manantial que convoca a lo más íntimo.
Las primeras heladas
han dejado en la noche un rocío de estrellas,
entre el dorado umbroso de los árboles
y el esqueleto frágil de las ramas maduras;
como bajo la piel del corazón.
Pero van deshelándose los diques interiores.
Botones de agua en éxtasis,
nos vamos despertando, tensando
hasta la cumbre,
para luego dejarnos como exhaustos
de gozo y de placer.
Erótica callada de las fuentes,
menstruación de la luna
que sueña dar a luz
del útero sagrado de una virgen.
Los álamos se bañan
en las aguas sin nombre del otoño,
y se van desnudando, estremeciéndose,
eje fálico que une infancia y noche,
intimidad de hoguera y
sobresalto.
El agua danza impúdica y nos convoca
a la cópula ardiente con la vida,
tempranamente eterna, en nuestros cuerpos.













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