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martes, 29 de noviembre de 2011

5429.- RODRIGO OLAVARRÍA


RODRIGO OLAVARRÍA
Poeta y traductor. Nacido en 1979 en Puerto Montt, CHILE. Fue becario de la Fundación Pablo Neruda durante 2001. Sus poemas han sido publicados en revistas como “Plagio”, “La Poesía, Señor Hidalgo” y “La Estafeta del Viento”. El año 2003 recibió una beca de creación literaria para escritores noveles del fondo del libro y la lectura. Ha publicado en las antologías “Quercipinión” (Ediciones Lar, Concepción, 2000), “(SIC)” (Valente Editores, Santiago, 2004), “Desencanto Personal” (Cuarto Propio, Santiago, 2004) y “Selección de Poesía 2005” (Fundación Nueva Poesía, Santiago, 2006). Es coorganizador de los encuentros latinoamericanos de poesía llamados “Poquita Fe” realizados en santiago los años 2004 y 2006. Ha realizado traducciones de la obra de Sylvia Plath, Lewis Carroll, Ezra Pound y otros, entre las cuales destacan “Aullido” de Allen Ginsberg (Anagrama, 2006) y “Madrid 1993” de Allen Ginsberg (Círculo de Bellas Artes, 2008).






DESCUENTOS

Una vez dije: “Tengo dos vidas para curarme de esta”.
Antes tuve una vida para ver el monte Fuji
desde todos los ángulos posibles, incluso desde el mar.
Tuve una vida para escribir la vida de un príncipe
que terminó viviendo la vida de un monstruo.
Tuve una vida para sentarme en una playa
y escribir el poema que las olas me dictaban
al frotar sus lomos y abandonarse sobre la arena.
Tuve una vida para discutir con profetas y los arcángeles.
Tuve una vida para despedirme de Stevenson
aunque fuera ante su tumba.
Tuve una vida para ser condenado a muerte,
huir, vivir como cortesano y desaparecer.
Tuve una vida para pensar en las ancas de los caballos
con más amor que cualquier jinete.
Quedan dos vidas para curarme.









EN EL PALACIO

Estaba en la línea de fuego, cercano a las trincheras,
mientras bombardeaban a nuestros muchachos
y los políticos declaraban la guerra a tres países más,
me propuse escribir poemas de amor,
parodias de los folletos de la iglesia católica
Quería hacer como los poetas,
escribir algo que pudiera hacer pasar por poesía,
textos amorosos escritos a la manera de los panfletos mormones
cuyos títulos suelen ser preguntas del tipo:
“¿Cómo era mi vida antes de conocer al señor?”.
Estaba sentado junto al cadáver de un amigo,
un soldado boliviano que me había prestado fuego,
cuando vi aparecer en el cielo un avión,
un biplano desde el cual caían papeles que decían:
“Para que todos sean uno; como tú, oh Señor,
en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros.
Yo en ellos, y tú en mí...”.


http://descontexto.blogspot.com/search/label/Poes%C3%ADa%20chilena?
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LUNES 27 DE SEPTIEMBRE, 2004

En el rincón donde dormimos tantas noches juntos,
me he sentado a caminar ahora.
El catre de los novios difuntos fue sacado,
o tal vez qué carajos pasó.
Esto podría ser una canción de Leonard Cohen,
podría estar en New Skin For A New Ceremony,
pero ocurre que es César Vallejo.
Es la casa embrujada por una mujer,
por los fantasmas de dos en una casa.
Has venido temprano a otros asuntos, y ya no estás.
Es el rincón donde a tu lado, leí una noche,
entre tus tiernos puntos, un cuento de Daudet
que podríamos cambiar por un poema de Enrique Lihn,
un poema de Al Bello Aparecer De Este Lucero.
Es el rincón amado. No lo equivoques.
Me he puesto a recordar los días de verano idos,
tu entrar y salir, poca y harta y pálida por los cuartos.
Poca, harta, pálida y con el rostro descompuesto de tanto llorar,
habías tenido una o dos crisis de pánico.
En esta noche lluviosa, ya lejos de ambos dos,
salto de pronto y recuerdo más de lo que quisiera,
los días previos a mi cumpleaños,
esos días de estar sólo en esa casa nuestra.
En el fondo, hay dos puertas abriéndose cerrándose,
dos puertas que al viento van y vienen
sombra a sombra.





VIERNES 26 DE NOVIEMBRE, 2004

A ver, yo diría que era marzo del 2001,
en esa época yo creía en el otoño como renovación
y el amor tenía renovado interés en mí.
Tal vez por eso preparé una huida elegante
de un noviazgo que convencía a pocos.
Yo estaba a pie pelado en un sillón y leía
Sor Juana Inés De La Cruz o Las Trampas de la Fe,
fue entonces cuando hizo su entrada y la vi.
Luego hice lo que debía hacer, robé su número de teléfono,
aunque fuera a un buen amigo enamorado de ella.
Pero el tiempo insiste y le ha dado la razón.
Ahora mismo ella camina por Avenida Matta
y me odia y es bella y sin embargo todo está bien.
Por mi parte necesitaría un descargo o qué se yo,
todavía pierdo el tiempo o peor que antes,
siento que un accidente pondría todo en orden.





SÁBADO 8 DE ENERO, 2005 (I)

Esta mañana, como todas, la pasarás leyendo
para no pensar en proyectos que es mejor olvidar.
En la tarde vas a comer con amigos de tu hermano,
tarde y medio borracho hablas con tu cuñada, la quieres.
Los dos saben cosas que nadie más sabe
y cantan canciones de cuando el pop era más triste:
“and I wonder where you are
and I wonder what you do”
Y ríen. Para ella es más fácil reír.
Tú, que te preguntas lo mismo que Lionel Richie,
buscarías un teléfono sólo para saber que nada ha cambiado.


http://www.lasiega.org/index.php?title=Rodrigo_Olavarr%C3%ADa








El cielo teologal

LA quise como al vidrio de la flora volcánica
Ella conocía el estupor de mi lengua juzgaba todo con su sexo
Y me culpaba de no luchar contra mis sentimientos
Yo no aspiraba más que a la relojería del alma
Me imaginaba claro y pleno conocedor de su corazón henchido de vinagre

Era un animal de cruel simetría
Carne incinerada a vista y paciencia de los peatones
Consciente de la selección natural
Infalible a la hora de reproducirse
Hay nombres que uno puede llevar a la muerte
Hay varias muertes y en una yo llevaría su nombre

Existe algo anterior al amor
Al cuerpo que hace reconocible sus zonas
Los recintos son poblados por turbas deseantes
Oscilan los labios imantados por la sangre
Voy entre las cifras de cuerpos que el viento agita
Estos dichos son una forma más de aceitar el engranaje
La beso y no me despojo de su mirada
La beso cuando el alcohol me oculta o no la beso nunca

En ella busqué una definición huidiza
El espacio que deshacía su nombre y sus huesos
Es su nombre el nombre que repito y derramo en la mañana invisible
Agua que me toca cuando cierro los párpados
Agua que bebo aún como en un sueño en que llueve.









Elohim cuadrúpedo

Avec moi dieu-le-chien”
Antonin Artaud


El piojo es lo único que las palabras no alcanzan a significar ni la mente a comprender
El piojo es la vida cuya vía hacia la forma es la verdad y hacia la unidad la bondad
El piojo es una unidad que se engendra a si misma y refleja una sola llama
El piojo es pensamiento tan sólo de sí mismo y no recibe predicado alguno
El piojo es aquello en comparación con lo cual toda sustancia es accidente
El piojo se halla por encima del ser y es suficiente él solo para sí mismo
El piojo es aquel cuya voluntad es igual a la potencia y sabiduría divina
El piojo es el único que tiene presente todo cuanto pertenece al tiempo
El piojo es la eternidad que actúa en sí sin dividirse ni determinarse
El piojo es una esfera que tiene tantas circunferencias como puntos
El piojo es principio sin principio proceso sin mudanza fin sin fin
El piojo es mente que engendra la palabra y persevera en la unión
El piojo es tiniebla que permanece en el alma después de toda luz
El piojo es una esfera infinita cuyo centro se halla en todas partes
El piojo es aquel a quien la mente conoce sólo en la ignorancia
El piojo es una esfera infinita cuya circunferencia es ninguna
El piojo es aquel para quien todo es cuanto es sin alteración
El piojo es el único que vive del pensamiento de si mismo
El piojo es amor que cuanto más se posee más se esconde
El piojo es aquello de lo que nada mejor se puede pensar
El piojo es aquel de quien es todo cuanto es sin división
El piojo es aquel en quien es todo cuanto es sin mezcla
El piojo es oposición a la nada por mediación del ente
El piojo se halla siempre inmóvil en el movimiento
El piojo está todo él en cualquier parte de sí
El piojo es luz que brilla sin fractura
El piojo es amor.


http://www.laestafetadelviento.es/poesia-viva/jovenes-maestros/rodrigo-olavarria









Este es el aguijón de mi lengua mi espada.

Tendida en el verso de la estocada sacrificial traza meridianos sarcófagos
y abre la noche a las manos yacentes cuando cargan lapislázuli.

En su hoja hay palabras de pétalos atonales
donde leo la muerte, el delirio del polen
y el llanto de luciérnagas enjauladas en armarios.

Desenfundo su piel contra los demonios en la niña rota
con ellos enterraré mi antigua piel de lluvia,
la nube quieta en la rosa de los vientos
y el plumaje negro del sol.

Envuelto en el himen de sus párpados la limpiaré de azufres
y envainaré en su oído un último verso.

Triste, como abrir el silabario solar contra esferas moribundas.











"Que no pase otro día sin que yo tenga el calco de tu voz
entrampado en el papel silencioso"
Enrique Lihn.


Este poema germinó en tu silabario carnívoro
en el silencio preñado de aullidos espermáticos
del aliento entre las piernas de la niña rota.

En este poema derramo versos por cada poro con la belleza en mi cama.

Me visto de aura amniótica
cuando diviso un vientre en el cual crecer a través de la noche
y te observo a la distancia hablar con el rocío.

En este poema te mostraría como nadar sobre mi pecho
desplumar mis hombros y esparcir el alba en otro poema
donde entinto en blanco mis comisuras cruzándote por el iris.

Este poema crece en el plenilunio de mi pubis emplumado
cuando exhala la noche un aliento de perros alimentados con tu imagen.

Antes de este poema trazaste mis trópicos
y presenciaste mi amanecer humedecido en tus labios
pero yo vi la noche arder como al trébol negro que opaca los espejos.

Este poema nace lapidado por tus párpados cuando te espanto las moscas con un verso

Este poema enhebra mi lengua con estambres que enterrar en tu boca

Este poema cruza el límite del ocaso con su sombra de lengua triste

Este poema es el sol rendido en las piernas del amanecer

Este poema es la última estación de los cantos

Este poema es rojo.










EL ARDOR DE LOS REFLEJOS

En los panales donde vive el rocío
busco la flor que encierre su rostro entre las líneas.
Ella me dice el canto de las noches,
viste mi pecho con espigas de sangre blanca,
me enseña a trenzar manos en la sombra de los puentes
y a bailar zurcido al canto que no conozco.

Con un espejo la lluvia enterró sus capullos.
Dibujé un soplo de piedra en los libros de su aliento
para ver germinar nuestros pasos.

Esperaba un golpe de mar,
un gorrión mordía los párpados del gusano,
un perro me enseñaba la confianza en la quietud de sus cabellos,
decía que las manos son el altar donde los bufones lloran
y los ojos del leopardo brillan como la navaja del hambre.

Si tañera una mandolina nupcial
un golpe de mar desgarraría mi pecho
y el estallido deshojaría los arces perseguidos por la tierra.

Nacida en la retirada de las pieles lluviosas,
cuando los días florecen de hinojos bajo el sol
ella tiene su traje de sangre.










Cada muerte fecunda una estrella
para cada cuerpo hay un crepúsculo.

En el ojo de los siglos,
aún en el bronce de la medianoche con astros de otro tiempo.

Entre las amapolas, en los papeles de la madrugada
mido el peso del silencio con estrellas.

Emerges donde esplenden las rutas de leche
y yo soy sólo un fantasma mecido por el soplo de los grillos.

Te recuerdo coronada de niebla
cuando decías que la luciérnaga es una brasa emplumada
que al quemar los papeles del amanecer sueña los cuerpos.

Ahora surge de ti la visión de tu propio polvo.

Esta rueda de mariposas encarnadas en el bronce de la medianoche
canta por sí misma con astros de otro tiempo.

Y nosotros, allá donde vuelan las cenizas
mientras las legiones aúllan en el ojo de los siglos,

cantamos con una moneda en la boca.











Esta es la abertura de la más soñada vena.
Nada nos es propicio para vestir con sayal esta visión
y ponerla en los altares.

Vienes a mí, luz huida de lo amargo.

Los signos de la revuelta del polen muerden mi pecho,
dicen:
Ábrete tierra y muéstrate dócil.

Trajimos la verdad de los caballos.
Te elegimos,
ordeñabas las cejas de la noche.
En el patio de los templos tu lengua nos cubre,
llave soñada en el remanso de la visión.

Escritos en las páginas del sueño
vi cal y huesos, vi
flores que sabían envejecer,
vi el fuego que trenzó mi camino,
mi voz clavada en un campo de batalla
sin vencedores
presta a ser blandida por los niños que se aman en el bosque.
Vi golpes de ola en la frente del invierno,
vi los círculos romperse en nuestras narices
y regar de sangre la verdad.

Un sueño de áspero ruido
condujo la marca a mi frente.

La encontré, coronada entre dos versos.
Su voz enredada a una llave de sol
sostenía los hilos del abrazo.

Busqué los cuatro costados
de la casa que arde
y los dibujé en las monedas de su aliento.

Enseñé mis heridas
para ser vestido de otra piel,
recorrí la jaula en sus extremos
y la hallé tendida en la marea.

Ella me inculcó la quietud de los ríos techados.

Mis pies parecían jamás irse,
oyeron el murmullo del arpa
y me llevaron al árbol.

En esos días colgué de mi frente
la más fiel claridad,
retozamos en la profundidad de los salares.
La herida del hijo en mi costado
hizo a la niña cantar el miedo a las heridas.

Dejé en sus manos un signo
que ni la estrella en la frente del hijo podrá jamás limpiar.

Del mar emerge la lengua de la inconstancia,
ella marca estos pájaros subterráneos
y los desordena en los papeles que arrojé en sus ojos.

El hijo no era el Cristo que lloraba,
era un aullido brotado de los muros,
el templo que vimos arder.
Dispuestas las manos
segamos el camino de magnolias abiertas
para darnos los versos de la paz.

La inconstancia hiere las carnes
de quien sueña desnudo las estatuas.
A medianoche montaba un cincel en sus labios
para el único beso posible.
¿Cuánto la buscaré bajo la sombra de los témpanos
en el parque del otoño?

Como un soplo, entre hombros doblegados
canto las señas del beso.
Quizás para nuestras manos
el invierno siembra la espina
en la solapa de otro amanecer.

La última hoja de arce
me rodeó hasta clavarse en mi costado.

La fibra que sirve de refugio al ángel noctámbulo no me basta,
entonces recurro a los armarios,
al ulular de corcheas en el papel.

¿Cómo es que no puedo juntar las manos
y solazarme en la morada silenciosa
de las letras que no me atrevo a reunir?

¿De qué me sirve la salida
si perdí la piedra de la quietud,
el ojo que talló la compasión?

¿Cuál es el signo que señala
el nido donde crecen los himnos?

¿Cuándo el canto del amanecer
resbalará al odre en que declina el día?

¿Quién conoce sus heridas?
¿Quién nos entrega la magia blanca
robada en las arcas del olvido?.
Un collar de cielo
entre rayos venenosos.

¡Muéstrate dolor!
enseña tu canción a mis hermanos.



http://web.uchile.cl/publicaciones/cyber/11/olavpoemas.html




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