BUSCAR POETAS (A LA IZQUIERDA):
[1] POR ORDEN ALFABÉTICO NOMBRE
[2] ARCHIVOS 1ª, 2ª, 3ª, 4ª, 5ª 6ª 7ª 8ª 9ª 10ª 11ª 12ª 13ª 14ª 15ª 16ª 17ª 18ª 19ª 20ª y 21ª BLOQUES
[3] POR PAÍSES (POETAS DE 178 PAÍSES)

SUGERENCIA: Buscar poetas antologados fácilmente:
Escribir en Google: "Nombre del poeta" + Fernando Sabido
Si está antologado, aparecerá en las primeras referencias de Google
________________________________

martes, 6 de septiembre de 2011

4822.- REYNALDO JIMÉNEZ


REYNALDO JIMENEZ
Nació en Lima (Perú), en 1959. Reside en Buenos Aires desde 1963. Publicó Tatuajes (1980), Eléctrico y despojo (1984), Las miniaturas (1987), Ruido incidental/El té (1990), 600 puertas (1993), La curva del eco (1988; segunda edición, en Madrid, 2008), Musgo (en México, 2001), La indefensión (en Nueva York, 2001; segunda edición, 2010), Sangrado (2006) y Plexo (en México, 2009). Dos antologías breves de su poesía: Shakti (2005, selección, traducción al portugués y prólogo de Claudio Daniel, en São Paulo) y Ganga (2007, selección y edición de Andrés Kurfirst y Mariela Lupi, prólogo de Mario Arteca). También ha publicado los manifiestos de Por los pasillos (1988, dentro del libro compartido ¡Kwatz!) y el ensayo de invención Reflexión esponja (2001). En 2009 subió íntegro a su blog (http://quepodriaponeraqui.blogspot.com/) el extenso libro de ensayos sobre poesía latinoamericana Letra chica e intervención poética, además de otros escritos y entrevistas. Como antólogo: El libro de unos sonidos. 14 poetas del Perú (1989) y su versión ampliada El libro de unos sonidos. 37 poetas del Perú (2005), Pindorama. 30 poetas de Brasil (en revista tsé-tsé, nº 7/8, 2000), además de diversos trabajos de recopilación por encargo. Con Adrián Cangi compiló Papeles insumisos de Néstor Perlongher (2004). Poemas suyos se incluyen, entre otras, en las panorámicas Medusario. Muestra de poesía latinoamericana (1996, edición de Roberto Echavarren, José Kozer y Jacobo Sefamí, en México); Jardim de camaleões. A poesia neobarroca na America Latina (selección y traducción de Claudio Daniel, São Paulo, 2004); El arcano/El arca no. Poetas argentinos de fin de siglo (selección de Daniel Muxica, La Habana, 2005); Pulir huesos. Veintitrés poetas latinoamericanos (1950-1965) (2007, selección y prólogo de Eduardo Milán, en Barcelona); Festivas formas. Poesía peruana contemporánea (selección y prólogo de Eduardo Espina, en Medellín, 2009), Intersecciones. Doce poetas peruanos (selección de Ernesto Lumbreras, en México-Oaxaca, 2009) y Antología crítica de la poesía del lenguaje (estudio y selección de Enrique Mallén, México, 2009). Del portugués tradujo parcialmente (a veces en colaboración) la obra de varios poetas brasileños, entre ellos Régis Bonvicino, Josely Vianna Baptista, Arnaldo Antunes, Carlito Azevedo y Jussara Salazar; algunas de sus versiones de poemas de Haroldo de Campos han aparecido en Hambre de forma, antología por Andrés Fisher (2009, en Barcelona) y en 2010 se publica su versión de Galaxias de Haroldo de Campos (en Montevideo, con edición de Roberto Echavarren y Silvia Guerra). Entre otros proyectos colectivos, participó en el libro Nosotros, los brujos (2008, con edición de Juan Salzano). En los años 80 integró la banda performática El Invitado Sorpresa y cofundó algunos pequeños sellos editoriales: Trocadero, Rinzai, Labio. Desde 1995 y hasta la actualidad, junto a Gabriela Giusti, produce la revista-libro y el sello editorial tsé-tsé, algunas de cuyas ediciones han merecido diversos premios internacionales. Con el poeta-músico Fernando Aldao, bajo el nombre de Atlánticopacífico editaron el cd La indefensión (2002) y como Ex pusieron a circular otra parte de sus grabaciones en myspace (http://www.myspace.com/jimenezaldao). Es autor de videopoemas, algunos de los cuales publica regularmente en youtube (en el canal oroqolla2). Ha sido parte del consejo editorial de muchas publicaciones latinoamericanas; actualmente lo es de la revista Mandorla. Ha participado en eventos performáticos, improvisaciones y ambientaciones sonoras, festivales y recitales de poesía, así como ha leído conferencias y coordinado talleres de poética y escritura en distintos enclaves de Argentina, Chile, Uruguay, Perú, Brasil, Paraguay, Costa Rica, Venezuela, México y Estados Unidos.



Sacre cœur

subsiste, ruta del desvío que rutila el plano
de ningún impacto, de fosfenos liminares, fugas
aliviadas de su caza, pactos durante el solo ripio
del camino: la foresta que tan lento respira
se aligera o aleja melodía el oleaje fuego
de la tarde al borde: marcas que serían
del destino galas de la parca, porque espera
más acecho entre las plantas, que susurran:
pero desnudo tórnase estar desde antes,
hacia ahora, nada más, en este nudo de hambre
u opal, obsesa luz de plancton, con el apuro
del sitio de llegada que, de partida, hace a la llaga.









los ojos que vide en vos abisman todavía
la esperanza por recorrerse esos tus cielos,
la espesura para su rumor de casuarinas
no-causales: ante los múltiples del humo,
tardan devenir las mismas cosas, a pun-
to de romper el hilo pero sin, en la cinta
insomne que une lejanía o propone
ciertos puentes simultáneos hacia nunca
conciliados puntos invisibles: devora
la olímpica fiebre del espacio, lagarto
de la inercia que limando liga a ésos,
estotros lugares.









la turbia constelación de momentos hace
trizas la noción que sólo espantaría congos
con la palma acuciada por el buda si arde
la estaca vertebral cual un pabilo: ese ardor
asemeja y distingue sendos cuerpos pero no
los asimila, ni del topos deviene apenas
instante sin grey para que eterno acontezca
el polvo por la sola mota sin morador,
suspenso entre dos latidos: permanecer
de una pieza y entrando seguir rabillo,
dilatar zonas que el ojo stereo sabe
(aunque no cabe en su asombro) al
ajeno saberse.







no queda otra sino la estela
con oceánico tacto, flora abisal
de los humores: su sin fin caricia,
confía la carente mano
ensimismada a su espejismo y al
tiempo mismo que se apaga,
opaca resurge.







un arroyo el abismo: las verdes
por el musgo rocas, premonición quizá
el aleteo en cada mariposa, del reojo
llovizna ardilla repentina da trasluz,

propaga las semillas de Hipnos,
el tizne del insecto, ínfimos
del infinito trinan, dan espacio
a la sola intimidad, único instar.

planicie del estar inclinado sauce,
hacia las matrices del móvil
que un buceador ya no tamiza,
perla flotante continúa perdida

en las propias narices del sustrato,
en el trato incompleto con el día,
en la furia cansada de ser fiera,
en la lamia prendida a su alegría:

en la fijeza encendida, una ardilla,
que por el pastizal rociado corre-
tea, y a su propia sombra asimila,
las semi semillas a nado la miran.

al borde del lucero, laguna en la
que intento, aunque se pierda
el cuento, y ni al margen devuelva
ni una sola de las horas en tumulto

que a su lado perdí —allá ellas—,
en la era ya eyaculada en que Eros —a-
yer nomás— iba en un auto de libélulas
atravesado, hachando rayas y rayas

sin mella, con la tiza cartesiana
en que arden, ex-nihilo, diagonales
desviadas del sendero.









ding-a-ling

tercia este abismo que no cuadra
ni cuaja demasiado el buen
azote del poniente, al deponer
a las mareas, que llegan, de súbito
dorsales a la fiesta y arman estro-
picio brutalmente cual si fieras,
mientras roe un solo punto de cabeza
en el martillo drástico que hunde
en la espesura lumbre, al sur del más
allá donde se esconde la íntima
rosa pánica del cuerpo que a esa llama
un tanto ciega del instante responde,
polvillo atómico antes o después
de fijarse en la revuelta.

porque se trata de un volver, eso
no duda, y se confisca al cuello
de la pregunta que salpica un ojo
con espuma del costado ajena,
asemeja a un payador desposeído,
harto de radar unos suplicios
ínfimos, la floja lucha contra el muro
de impenetrable lamentar, madre-
selva el untado cuero, en celo
sacrificial el tenue
corazón de las mesuras
al viento, guirnalda para orar.

pero tanto no alcanza ni gradúa
al micrón de la onda innómine,
ni al pase del asunto en paralelas
dejándose vías desleer, en la
promesa que apoya
en la mesa el codo y tras
la aspereza de lodo entera
de la pereza con que
reza, porque
bosteza dulcemente, es
un trámite entre gente que
pendiente al parecer perece,
gemina el trasluz a ritmosoul
en toda cosa.







vivo al mar, la casa da mar:
las nubes desamparan mas
vuelven la frente para besar.







¿floreció? el abismo es otra cosa,
confía el crecimiento de las plantas,
la promesa en la sala de reptar,
la plusvalía con su pífano es así

porque en cuanto salta, es evidente,
dice la bella presente, se vuelve alta
como un colibrí en el enroque
con calas. rocas und poco nada

da el asunto de la edad, al sol: ¿qué
sabrá de nos? y nos ¿qué de la vaca
de San Antonio el Torito el buda
de la grieta la suculenta crecida?

pero a tanta cuestión y tanto acoso,
a la acuosa espera de un parque
a otro, o del dorso a otro dorso,
le concedo el cierto parpadeo.







voy atravesando el miraje
mortalmente lúcido no sé de qué sería dueño
si no del parpadeo que se evade por la herida
al despertar

se conoce entremezclar así las pausas
del día mientras escurre sobre la mesa
las cuatro patas de la cama la compañía del boscaje
allá él el vidrio si él no suelta a él

atravesado soy la ría y subes misma contigo
al espeso campo de sonido que se cruza
sobre la piel o contra el hueso-luz del que surgen
tus otros cuerpos eclipsando el movimiento

se desconoce es un decir hasta que algas
del pensamiento quedan flotar sin permanencia
para alegría del plancton primordial que está en tu
piel y que al tocarlo evoca esta frescura acre

ácido de lamerte pruebo y te visito de sedas
serpentinas que evaporan madrépora
envuelta en la espesura habitante suelta
en el espacio de mirarte la inquietud

con que deliran las cosas a su dicha
de raíz hacia el día voy superpuesto
para alegría del parpadeo de la herida







zoopsia

Esto no es un libro.
Paul Gauguin

hunde las cuatro piernas en las olas,
el aliento en cuanto duda las medusas cortan,
roen para nunca la veta anfibia del sombrero.
ha enloquecido, se ve, quien por amor viviera
y aún supervive, ante estas sordas crestas,

al espectro origen que ronda, la caracola
continúa: distinta igual a lo que el manto
de espuma impone a su abandono, cangrejal
de dioses enredados para imantar el pelo
de fronda de las furias y desatar el sismo

donde nada, sino el anzuelo mismo del unánime
espasmo, de cabeza al alga, cabe, aura espejo
al doble cruce que transborda. alzado el cuervo
de la mano (oidor el día), de íntimo mar
cuyo ritmo enamorado no se agota,

deriva la flotante memoria, relámpago las dunas.
da la podre la nota, no más real que una otra cosa,
y aún alguna gloria matutina sobre el pétalo dado
de una sola rosa, en equilibrios vientos, enloquece
por ser nadie, un momento, ludibrio en lugar

de la corriente, lemniscata fría las más veces
remolino, saca a pasear encinta la felina cifra,
cría o hálito habitante acuático del acto.
rasguña la sirena
rasa de proa cuya madera de polícroma

marea principal de la trama, don de respirado
alter, ya descífrase.
en la canoa ona de las mezclas, ambas
personas pierden piernas y navegan, se ve,
por amor van superpuestas a la entrega.







la sirena ató al monólogo de Patmos.
pastosa o real para perder y no parar
de seguirla. a la sombra secular este sitio
dura lo que un mainumbí en su circuito,
fraseo de briznas.

lo que comenzara no cesará, lo que fue
un César colmena regresa: es el colmo,
secos de tanto hablar, de la olla raspar
el fondo, loros de un logos que duerme
junto a su tarahumar tarántula.

claro, los instrumentos recuerdan
otras manos, lo tocado está al instante
detenido. adonde se va otro acompaña,
empaña la ventana, afrenta hechos,
trasuda paria el lugar.

pero no ha, luego del semejante,
no-retorno en punto ni viajero sino,
en los desplazamientos, tablero
sobre un ajedrez, relojería de alta espera,
hospital de sobras de días de pactos.

no reparo sin embargo, pues cada paso
dispara, las aves de paso permanecen,
el solo espacio en vilo absorbe
aborigen todavía el sol, dejándose
anidar en lo reflejo. cualquier cosa

que haga un pie, el pasto precede.







no cierra el continuo regreso
a la yema de cohecho de la arena,
porque los médanos dan dedos
y las huellas dédalos del mar
para siempre errátiles marcaron.

rendir el ritmo pierde al dueño,
lomas del tiempo simultáneo,
encuentra uno su trocado,
dislocan las regiones rostros

al horizonte igual que atienden.

el esqueleto sabe más pero no calla
ante el escueto pan de la amnistía
o el rastro secreto de Pan, por
el momento en suspensiones
in mente del cardumen.







hunde las piernas despensadas,
ahueca el simulacro indómito adonde
marineros de sangre apenas miramos
cómo vira el sol sus maderámenes,
cromático desvío hacia la proa.

pero no sería la elegancia del naufragio
lo que arrojara por la borda o devorado
dominio fuera juez, delicadeza: una hora
tras la presa desentona, por lo cierta
y bífida, es decir fuera de tiempo,

ahora que el abra despierta a la columna
de tormento de los céfiros. trataríase
entonces de una sorda nota en el despegue
que en la ola, alimento esparcido, erosiona
para cundir, acude para la voz dormida.

cuestión no sería de atinar o desatino,
por una vez nomás, mareo que pare
al infinito, comparezca su deshora.







sin embargo nos comió el mar,
fue un roce de corazones en la zona
que vira los imanes, de la que a solas
no se supo ni supuso más volver.

pulsares con acritud dolosa
de pulpo en su espesura pineal
de catadura intacta, coralina,
cactácea adonde oyó la luz ayer,

con acritud anfibia o mímica
de la boa que roe la Osa Mayor,
asoma la margen prisionera
de su propia forma, su prender:

cómo nació de plancton la más
partícula, por durar adherida
al ácido recio del verano
en los cristales de la piel.

sílabas el mar babelea —dalo
por hecho— mientras incierta
dama ósea como óleo al ojo,
justo huyó si quiso ver,

de tal suerte estelas, tras cuáles
era espuma esa loma, suma loba
al abordaje tuerto, oro en polvo
hacia el cual velámenes tender

por mor de su resaca, en pos
de cualquier puerto, que no es,
o que presto escapa y nos
sonsaca (¿pez? ¿ves?) ser a ser.




Reynaldo Jiménez
tsetse@sinectis.com.ar










RETORNO EN CAÍDA DE LA CENIZA AL HUESO,
soltar la guerra quiero: adonde vaya, al paso
en los recuerdos sale, lapsos, sarros de nadie.

dejar atrás todo dominio sin que la súplica
estados de su espuela rija nuestras sangres
mezcladas con tamices hijas de la hoguera.

pero en reinos del tributo una matriz sigue vedada:
ante el propio iluminado, abismo su mirada, dios
de sí absorbe ausencia, ración de alerta cada día.

en campo de minas de un minotauro tropecé, de ira
mostré el colmillo o el escudo. su pupila de anciano
simia era además la de una niña de un año.

con vergüenza pánica escurrí entre los puestos
del mercado: así como el big bang sin el espasmo
no sería, años luz eyaculan, el eco de pasos hace al recinto,

el gesto al destino: la resonancia en el acto, hueca
permanece, lentitud de quien persigue: la duda nada
sin el doloroso dorso del don de parir sabiéndolo:

¡bendita ira que despiertas, en tanto hachazo
de certeza! aún innómine el desierto en que no supe
ante la sacra flora prosternar, guirnalda de apenas ojos

aplacara al Tirano que roe, inseguro comedor
de sus miembros: “cuánto más he de perderte,
paciencia, en la santísima batalla que acapara!”.

pero sumido igual, en ileso hechizo
de costumbres, esta danza
trazo, muerdo el freno.



Regreso del pródigo

Atravesar las circunstancias del orbe alrededor
en su infinita lumbre encinta, y a cada recodo dar
tres pasos de cangrejo y retraer las pinzas al contacto
del más afilado cardumen del espejo, para entrar
en la parte más quieta del jardín, adonde el día
brilla, ángel de perseguidas cabelleras,
líquen ante la espera de la fértil espesura
o dama nuba con la danza a flor de piel
hasta este solo punto instante irrepetible.

No he sido sino hijo, y apenas puente entre abras
asustadas a manera de ínfimos venados
en la sangre, al estar tanto así como en la duda
o su resina de harta
o su ensarte primitivo tambor que devora.
Si calandrias y lechuzas se han volado
del cerco aparente en la perdida calle
adonde sigo de pie cómo se sigue despierto,
como se sigue perdiendo de vista el trueno
vuelto presencia por el eco.

Ignoro a qué regreso; sólo ignoro. Salgo
de la entraña del ancestro, de quien llevo rostros
superpuestos y enmascaro
con sus otras faces eclipses desiguales
e imanto la plegaria de un niño al desmadre.
Desplegado cuero de anta envolvente y estrellar,
su noche involucra altísimas copas con la ciega
esfera cuyo poder habla raíces del oír
y escucha en el plexo el ara concéntrica.

Atención de la espera, sin más
pregunta que la piel abierta.

Otro hambre desolla en las hogueras
familiares, la noche aún prescinde
de su exploradora
mirada, el conteo de las horas acumula
resabios de resaca y tras la lámina
del saqueo lúcido aparece el cuerpo
de los dioses en la diosa.

Pero han volado; los puentes han volado.
Del estro las alas y los puentes y las flores.
Montañas y montañas para apenas extraer
la pepita sola de ausencia, diamante
del fruto que aguza el sentido hacia su hueso
hecho de ríos
al concurrir a un abismo.

Y este abismo se desprende de los muelles,
con las partículas del diálogo entre
trasfondos que no obedecen,
caras cartas marcadas a su orilla
se desplazan en naves que no ves,
pues el abrazo de amor perdura oculto
más allá y en los amantes,
mariposa de ambos vueltos otros.

Madrigueras,
voces en los roces de las luces.

El oro de desnudez florece
a la vista y hace agua
a la boca que desea, presa
de esa pregunta primera
del amante del día por fin a solas
con su diamante, su mortal
alegría.







LO INEXACTO

a Carlos Riccardo

¿A qué llaman muerte; a qué risa? Todavía el cosquilleo. Disuelta la espalda, el reojo hacia el aire abismal, la mano menos humana. La portadora era el contacto, que se precia de hacerse una vez y otra inaferrable. ¿A qué llamo? —remito al ojo que esculpe disolvencia. ¿A evidencia rasgada, nunca harta, limítrofe alegría de morder trofeos?







Entre las manos suma el simulacro a manera de instrumento moral, más la turbia luz de una laguna que era el aire. De ese día y éste nada queda: el espacio entre una mano y otra. Entro por los poros y me paro por la boca a sí misma a punto de comerse.







No alcanzaba a soltar la mirada del desierto, o me absorbía, especie de absolución, su tiranía amable lenta. Allí las especies adentraban consecuencias y conciencias de cada color, estratos y digitales del viento devuelto. La fiebre de la pista se deshacía párpado arenisca conteo.







Lo que no vi —a pesar de haber mirado como si olfateara, animal del pensamiento, despeñado hasta la crisis fecundante del aire: saddhus tatuados de ceniza. Lo que vi: ovejas, y las pastoras, huríes de un dios (índigo), totalmente veladas. Remolinos (turquesa) (naranja) sus vestidos en floración. Impalpable la tarde en el polvo flotar.







La mano se retira lúcida fiebre. Hay azules disfrazados, y llanuras en la duna que no veo porque vuela o porque ha volado. Lo que vi: espacios preñados por la oración del rebaño. ¿Qué es desierto? ¿qué altura para soltar peso incluso del consuelo de un pensar inconfeso? ¿Qué es encuentro en áreas del olvido? ¿Ambas orillas de la madre río: ancestros de una ausente?







El arrastre del abismo plano hace temblar al espejismo que si parece lejos ondula tras el parpadeo. Sadhhus desnudos en la ceniza, y la semilla-cuenta del collar para desplegar plegarias. El velo sucesivo de las madres, la tarde tras las letras de un alerta. Dátil el pensamiento que una mano encuentra en las arenas basales. Oro cuya abundancia hace invisible.







Y ya el motor nos arrancaba encenizados, adormidera el mundo. De la aldea sumergida con tres casas y de aquel andar delicadeza de espina. Matas, remolinos de viento. Jeep trasluz de ánima contra el adobe a la cal (añil) (cyan). Unos lotos trazos (mano infantil). Esas caderas danzaban al caminar engarzadas, junto a cabras y ovejas, la veladura urgente del desierto.







Lo que no vi: peregrinos, ni ascetas, ni al santo levitar en su plegaria, ni a la risa ardiente de Kali, ni a la hoja volátil del pensamiento que mantra cada cosa a su semilla para borrarla del estigma. Lo que vi: los ojos más brillantes en basurales como ciudadelas desarmables, donde el aire comparte con los ecos el llamado hueso y más allá.







¿Quién observaría la línea efímera? ¿Qué augura su equilibrio entre plantas luminosas que son puntas para lo desnudo? Nudos cuentas quipus cabellera ensortijada. Los librados (saddhus) al humo vasto del renunciar que los absorbe.







Y la silueta en la niebla de un camello mordiendo la copa de un árbol ralo y solo, estallado hacia el magro numen del origen, dado hacia la misma cara del destino. Rumor la pista, campos de aquella luz (mostaza) en flor, en abandono.







Abría en dolor de la entereza. Comía ella en el cuenco del mendigo, pero soles libraban el reto brillante de un silencio emanando sus ojos, sus ojos que miré. La línea del mundo perseguía su cola, medio animal nocturno en la cóncava voz de los desiertos.







Fue una estadía al borde lo que atinó a borrarnos. Pero el hambre nunca a solas nos dejó; el reclamo del pasado fue insistir en una forma u otra del olvido, del inicio. ¿Qué digo: qué puedo escuchar: aquello que no digo: dices con los ojos los ojos que no vi?







Saliendo del hambre, la dimensión nula, nuda, muda, huída del espacio a su desevidencia. Habría una ceguera rapaz, trocar volúmenes con escenas, pero un relámpago en la colina del índice poseedor del ciego. Al señalar a lo lejos, sería una mano siempre dispuesta, o una voz de arena al oídorado, o el orar la voz oído del otro.







La arena rajasthaní chispeará todavía y nadie habrá llegado a su destino: ¿qué risa? ¿qué muerte? ¿qué suerte de prisa esta prosa porosa en la arena que cuenta todo sobre nada y come arena con los ojos desnudos de los vivos? Al borde de la ruta, el bulto se movía: envuelta momia el soñador ya estaba en otra parte. ¿Adónde los que viajando no consiguen olvidar? Desavenencia. ¿El que no olvida no logra origen? ¿qué olvido? ¿qué oro?







Los turbantes eran máscaras y nos veían pasar, (blancos) móviles a la luz del invierno. Zonas de aves cerca de los charcos. Allí se reflejó un pequeño templo: cuatro pilares, una terraza mínima con sus tres escalones y un techo piedra igual a piedra. Alrededor las briznas devoradas por la rumia.







De los montículos y trechos aparecían risas con ojos. Las brasas de las risas. Las caras vueltas matas. La danza de la hora. La hora de la arena, que vuelve a caer. La caída de la hoja, que renace. Los nacidos siempre a tiempo para el polvo siempre a punto para el viento.







Viento bogante de los ecos. Constelación salida a las entrañas de ceniza. La piel al sol de los danzantes triturados. Mordida-mundo: la boca del hambre, diosa loca del ajuste.







Llaman, las esclavas...

No hay comentarios: