Stefania Mosca fue una escritora, poeta y ensayista venezolana nacida en Caracas en 1957. Su obra abordó el ensayo, la crónica, el cuento y la novela.
Se graduó en Letras en la Universidad Central de Venezuela e hizo estudios de postgrado en la Fundación de Estudios Internacionales Ortega y Gasset, en el Instituto de Cooperación Iberoamericana en Toledo y en la Universidad Simón Bolívar.1
Entre sus libros se encuentran La memoria y el olvido (1986), Seres cotidianos (1990), Banales (1993), Mi pequeño mundo (1996), Cuadernillo Nro. 69 (2001), Maternidad (2004), y El Circo de Ferdinand (2006).
Mosca era afín al proyecto político de Hugo Chávez y trabajó en varias instituciones del Estado venezolano. Fue asistente de producción editorial de Monte Ávila Editores y de la Academia Nacional de la Historia, directora de Desarrollo de Colecciones de la Biblioteca Nacional, asesora de ediciones de la Fundación Esta Tierra de Gracia, representante del área de narrativa en la Casa de Bello, presidenta de la Fundación Biblioteca Ayacucho y Ministro Consejero de la Misión Permanente de Venezuela ante la Organización de Estados Americanos.
También ejerció la docencia, en 1993, cuando formaba parte del Departamento de Humanidades de la Universidad Metropolitana, de Caracas.
Desde sus años de estudiante fue colaboradora de algunos periódicos venezolanos. Publicó textos en El Espectador de Colombia y La Jornada y El Universal de México, en las revistas Quimera, INTI y Gatopardo.2
En sus últimos años, colaboró frecuentemente en medios financiados por el gobierno de Hugo Chávez, en los cuales manifestó su apoyo al proyecto chavista en temas polémicos como el cierre del canal RCTV, el referéndum sobre la reforma constitucional, de 2007; y el referéndum que modificaba las constitución para permitir la reelección indefinida del Presidente de la República y otras autoridades de elección popular, en 2009.3
Murió el martes 24 de marzo de 2009, víctima de cáncer.
Obras publicadas
Jorge Luis Borges: utopía y realidad (1984)
La memoria y el olvido (1986)
Seres cotidianos (1990)
La última cena (1991)
Banales (1993)
Mi pequeño mundo (1996)
Cuadernillo Nro. 69 (2001)
Maternidad (2004)
El suplicio de los tiempos
El Circo de Ferdinand (2006)
UNO
Si volvemos a decir amor, entre tanta basura de amor, entre tanto fetichismo barato, entre tanta mentira, entre tanto placer y celuloide. Si digo amor porque descubro de donde proviene la luz, si digo cualquier cosa que sea verdad, las palabras se resisten. Amor es visa, es pepsi, es garden suites. Cualquier cosa, menos tú. Si digo amor se desata la historia de la mercancía como un carrusel donde desfilan los sueños reales en las vidrieras. Me siento enferma, no solo por lo cursi, sino porque allí reside mi cautiverio.
Esa falsa contorsión de las palabras va más allá del inevitable y absurdo espacio o distancia entre las palabras y las cosas, entre significantes y significados. Los sentidos están tan supuestos, tan sobreentendidos, tan referidos a la imagen, que han dejado de ser materia de elaboración y basta con el signo, con la forma, basta con el efecto, para hacer sentido. La experiencia, el perfume, es el patio de jazmines donde a veces recuerdo y otras veces olvido.
La globalización y la retórica de la mentira son los factores que posibilitan este enrarecimiento de la lengua. La usurpación de una forma por el contenido opuesto o antagónico. No podemos desear en paz, pues nuestros deseos son la materia misma, hacia nuestras pulsiones van dirigidos los mensajes.
No solo el amor, sino peor: la ternura. El parentesco, inspiraciones del cuerpo, como el sabor o el orgasmo, han sido pervertidas por palabras que construyen un argumento único e irrebatible que permite vender una clase de alimento sobre el resto.
Hay mucho que no logro procesar exactamente. No sólo el vacío, no solo la contradicción o el absurdo que son, aunque me digan lo contrario, normales, sino lo indefinido, el punto de fuga que visualizamos cuando decodificamos las claves de la imagen, del espacio o de la memoria.
De la imagen reelaborada, de su masticación, de su rutinización, nace, fulgurante, íntima y leve, la imagen trivial. Lo banal como trágico altar y bufo sacrificio que no satisface y generaliza la industria de una pulsión tan peligrosa y sobrestimulada en la actualidad como la violencia.
Los adolescentes deben conciliar la asepsia de las relaciones escolares, con el desparrame erótico de las fiestas estudiantiles. Los mensajes casi porno de los video clip que sobreexcitan las recién despertadas hormonas. Y los sangrientos comics japoneses que ya ni los entretienen ni les provocan risa.
La imposición de los contenidos no quiere detenerse en amagos como educación, cultura. Esos ropajes le hacen peso. Debe ser rápida, casi inmediata la respuesta. La velocidad es poder. Y lo que provoca respuestas inmediatas, aún en una sociedad como la nuestra, insigne consumidora de antidepresivos, es el sexo y el miedo.
He allí la verdad, la raíz. Y no son sueños, es la forma de la mediación que nos rodea e impregna la ciudad y provoca, a su antojo, lo real.. ¿Y la humanidad? ¿cuál es el sentido de la humanidad fragmentada legalmente en el individualismo, sometida al miedo, a la soledad; compensada con sus armarios y su pantalla plana, para verte mejor…
Lo mejor es volver a escrutar sombras, a ver si allí hay restos todavía de los cuerpos, de la humanidad.
DOS
Hacer sentido parecería la expresión, el uso más personal posible del lenguaje, pues esa elaboración lleva el sello de la unidad espacio-tiempo, de mi comprensión. Las palabras, el sentido que tejen unas en otras es uno, y probablemente único, para cada persona, si lo abordamos en sus matices. Y es uno de un todo en el que convenimos universalmente.
El árbol que aparece cuando pienso en Dulce y sus ojos verdes amanzanados. Sus ojos de gata y esa tentadora inocencia. El árbol puede ser verde, pero para ti es otro, uno que yo no recuerdo.
Esta ilusoria singularidad del registro no es un descubrimiento pero, está claro, tampoco es un absoluto. Ningún ser humano es autosuficiente. Es un juego de identidades, yo y los otros muchos humanos que habitan el planeta.
La sociedad está hecha de individuos porque estos logran, saben, cómo relacionarse entre sí. Compartir territorialidad, pertenencia, es un efecto de la sociedad, es un producto de la acción social. Si no hubiese humanidad, no hubiésemos sobrevivido. Pertenecemos a un entorno, a otros seres humanos de los que depende la satisfacción de mis necesidades y deseos.
¿Cómo se puede vivir en un edificio de apartamentos sin fragmentarnos en esquirlas inquietas?.
Tocan el timbre en el piso once. Apartamento 115 C. Nos separa un frágil espesor que llamamos muro, como quien habla del borde de la nada, y sucede que en ese edificio viven más de doscientas familias. Son 4 apartamentos por piso. Y son 18 pisos en dos torres.
Aún así, por el tratamiento antirruido de los suelos y paredes, no hay nadie en este mundo donde estoy yo y mi I pood, aullándole a la luna, a través del vidrio de mi ventanal panorámico.
¿Cómo pensar siquiera por un segundo que somos únicos o que podemos ser sin nadie?
Eso es parte del sueño que se vende en los medios. Autoayuda, autoestima, etc.… por no hablar del abominable y tan publicitado amor a sí mismo.
Hacer sentido parecería la expresión, el uso más personal posible del lenguaje, pues esa elaboración lleva el sello de la unidad espacio-tiempo, de mi comprensión. Las palabras, el sentido que tejen unas en otras es uno, y probablemente único, para cada persona, si lo abordamos en sus matices. Y es uno de un todo en el que convenimos universalmente.
El árbol que aparece cuando pienso en Dulce y sus ojos verdes amanzanados. Sus ojos de gata y esa tentadora inocencia. El árbol puede ser verde, pero para ti es otro, uno que yo no recuerdo.
Esta ilusoria singularidad del registro no es un descubrimiento pero, está claro, tampoco es un absoluto. Ningún ser humano es autosuficiente. Es un juego de identidades, yo y los otros muchos humanos que habitan el planeta.
La sociedad está hecha de individuos porque estos logran, saben, cómo relacionarse entre sí. Compartir territorialidad, pertenencia, es un efecto de la sociedad, es un producto de la acción social. Si no hubiese humanidad, no hubiésemos sobrevivido. Pertenecemos a un entorno, a otros seres humanos de los que depende la satisfacción de mis necesidades y deseos.
¿Cómo se puede vivir en un edificio de apartamentos sin fragmentarnos en esquirlas inquietas?.
Tocan el timbre en el piso once. Apartamento 115 C. Nos separa un frágil espesor que llamamos muro, como quien habla del borde de la nada, y sucede que en ese edificio viven más de doscientas familias. Son 4 apartamentos por piso. Y son 18 pisos en dos torres.
Aún así, por el tratamiento antirruido de los suelos y paredes, no hay nadie en este mundo donde estoy yo y mi I pood, aullándole a la luna, a través del vidrio de mi ventanal panorámico.
¿Cómo pensar siquiera por un segundo que somos únicos o que podemos ser sin nadie?
Eso es parte del sueño que se vende en los medios. Autoayuda, autoestima, etc.… por no hablar del abominable y tan publicitado amor a sí mismo.
TRES
Para la sociedad del espectáculo, el problema no es el estilo, que sería lo de menos, sino la combinación de la estrategia del asombro, su preeminencia en el centro de la arena, perpetuada en cada evento de la relación social. Alucinados, entre una y otra intensidad, entre una y otra estridencia, somos los protagonistas ausentes de los objetos que pueblan la ciudad y sustituyen, cotidiana e inevitablemente a la naturaleza.
Esto con la ilusoria realización personal a través del dinero, de la prosperidad y la emulación de romances imposibles. Poblamos de una extrañificada realidad nuestra vida cotidiana.
Sonreímos y estamos bien, cada vez que nos saludan en la calle. Hablas por hablar. La retórica de la mentira, la herramienta del lenguaje no para comunicar sino para elaborar el argumento que justifique mi sedentarismo, la mismidad de mis actos, cuando, según Bruce Chadwin, somos naturalmente nómadas, es nuestro método de conocimiento. Nos movemos, avanzamos en el misterio.
Pero, la realidad es diferente. Estamos tan lejos de la naturaleza. Nos movemos sin mucha certeza en los laberintos de los estacionamientos, donde abandonamos nuestra música favorita, nuestro instrumento preferido, el carro, como la libertad, el viaje, la aventura.
En la arena del espectáculo, las reglas pertenecen al afuera, al efecto y no a otros propósitos del lenguaje, de la comunicación. La mediación discurre horas sobre el vestuario de los invitados a la entrega del Oscar y los por menores de la vida que en público despliegan las estrellas del celuloide. Pero las películas, aún aquellas hechas de efectos especiales fundamentalmente, Terminator etc., tienen una historia, un punto de vista, unos planteamientos, un modo de representar el habla, lo real. Este aspecto de las películas que concursan en el Oscar, no son materia de valoración. No se habla de sus contenidos sino apenas referencialmente, casi una ficha técnica. No se polemiza sobre si está bien o mal, sobre cómo y cuáles son las causas, ¿quiénes obramos así ante la muerte?.
Hollywood ha superado estos detalles, y se concentra en el zumo, en la potencialidad de todas sus potencialidades, las claves del espectáculo, su técnica. Esos comentarios no forman parte de la entrega del Oscar, que poco se diferencia del concurso de Miss Venezuela. El afuera lo ha invadido todo. Y los sentimientos y la intimidad son representados con intención diversa a comprendernos. Lo humano ha sido desplazado por la cosa donde el consumidor debe realizar su deseo condicionado por las mediaciones.
La retórica de la mentira envuelve, adorna y disfraza, enmascara y trasviste, la acción del poder. Libertad, democracia, progreso, y la acción es invasión, violencia, guerra, tortura, cárceles globales y la pobreza cundiendo en la humanidad, como un espectáculo proscrito, en esta inmensa programación mediática que quiere forzar y fuerza constantemente nuestra existencia hacia definiciones, términos vejados por la mentira, palabras huecas, puestas tan cerca del patetismo, que exhuman falsedad.
Usted debe ser un eterno visitante de la ciudad donde vive. Pasea en su auto full aire acondicionado con unos aparatos de sonido muy satisfactorios y el aroma impecable y acorde al fensui. Mientras afuera sucede lo vivo, están los otros, siguen allí, pero nos quieren acostumbrar a prescindir del resto, a focalizar nuestra necesidad del otro en el monotema de la pareja. Luego, cada apartamento, una isla. Propiedad privada de cada quien.
Voltear esta percepción de la realidad, este punto de vista, supone irremediablemente un cambio cultural.
Para la sociedad del espectáculo, el problema no es el estilo, que sería lo de menos, sino la combinación de la estrategia del asombro, su preeminencia en el centro de la arena, perpetuada en cada evento de la relación social. Alucinados, entre una y otra intensidad, entre una y otra estridencia, somos los protagonistas ausentes de los objetos que pueblan la ciudad y sustituyen, cotidiana e inevitablemente a la naturaleza.
Esto con la ilusoria realización personal a través del dinero, de la prosperidad y la emulación de romances imposibles. Poblamos de una extrañificada realidad nuestra vida cotidiana.
Sonreímos y estamos bien, cada vez que nos saludan en la calle. Hablas por hablar. La retórica de la mentira, la herramienta del lenguaje no para comunicar sino para elaborar el argumento que justifique mi sedentarismo, la mismidad de mis actos, cuando, según Bruce Chadwin, somos naturalmente nómadas, es nuestro método de conocimiento. Nos movemos, avanzamos en el misterio.
Pero, la realidad es diferente. Estamos tan lejos de la naturaleza. Nos movemos sin mucha certeza en los laberintos de los estacionamientos, donde abandonamos nuestra música favorita, nuestro instrumento preferido, el carro, como la libertad, el viaje, la aventura.
En la arena del espectáculo, las reglas pertenecen al afuera, al efecto y no a otros propósitos del lenguaje, de la comunicación. La mediación discurre horas sobre el vestuario de los invitados a la entrega del Oscar y los por menores de la vida que en público despliegan las estrellas del celuloide. Pero las películas, aún aquellas hechas de efectos especiales fundamentalmente, Terminator etc., tienen una historia, un punto de vista, unos planteamientos, un modo de representar el habla, lo real. Este aspecto de las películas que concursan en el Oscar, no son materia de valoración. No se habla de sus contenidos sino apenas referencialmente, casi una ficha técnica. No se polemiza sobre si está bien o mal, sobre cómo y cuáles son las causas, ¿quiénes obramos así ante la muerte?.
Hollywood ha superado estos detalles, y se concentra en el zumo, en la potencialidad de todas sus potencialidades, las claves del espectáculo, su técnica. Esos comentarios no forman parte de la entrega del Oscar, que poco se diferencia del concurso de Miss Venezuela. El afuera lo ha invadido todo. Y los sentimientos y la intimidad son representados con intención diversa a comprendernos. Lo humano ha sido desplazado por la cosa donde el consumidor debe realizar su deseo condicionado por las mediaciones.
La retórica de la mentira envuelve, adorna y disfraza, enmascara y trasviste, la acción del poder. Libertad, democracia, progreso, y la acción es invasión, violencia, guerra, tortura, cárceles globales y la pobreza cundiendo en la humanidad, como un espectáculo proscrito, en esta inmensa programación mediática que quiere forzar y fuerza constantemente nuestra existencia hacia definiciones, términos vejados por la mentira, palabras huecas, puestas tan cerca del patetismo, que exhuman falsedad.
Usted debe ser un eterno visitante de la ciudad donde vive. Pasea en su auto full aire acondicionado con unos aparatos de sonido muy satisfactorios y el aroma impecable y acorde al fensui. Mientras afuera sucede lo vivo, están los otros, siguen allí, pero nos quieren acostumbrar a prescindir del resto, a focalizar nuestra necesidad del otro en el monotema de la pareja. Luego, cada apartamento, una isla. Propiedad privada de cada quien.
Voltear esta percepción de la realidad, este punto de vista, supone irremediablemente un cambio cultural.
CUATRO
Debemos salirnos del formato de Sábado Gigante, debemos dejar de ver el centro de la arena.
Cada vez que transito las calles atiborradas de buhoneros de mi ciudad, entiendo lo mucho que está en juego. El consumo sigue siendo la oportunidad. CDS piratas, las marcas , todas las marcas a mitad de precio, los objetos, los detalles… Usted consigue mensajitos redactados para su celular y la jerga completa del consumo que constituye la oferta de cualquier mall de la ciudad. Reproducida por la economía informal. Un farmatodo se come a cualquier botica, cualquier farmacia privada. Lo tienen todo lo saben todo y no falta el alimento para su mascota ah y algo mejor se acabaron los turnos farmacéuticos, la farmatodo de mi casa pues hay en cada cuadra una es 24 horas.
Quiero detenerme. Me asomo a la ventana. Pienso en la primera vez, y entiendo que no existe, ilusorio punto cuando se vive un tiempo que vuelve a empezar a cada segundo.
Pero qué sucede cuando el mundo ya no es un escenario, no es teatro: no suceden cosas humanas en él, buenas, malas, ciertas o falsas. Ahora somos esclavos de la fórmula espectáculo, en el espectáculo, en el centro de la arena, el relato, no es humano, ni sobrehumano. No hay historia. Solo asombro, maravilla,, imposible. El centro de la arena, el vértigo de la sociedad del espectáculo es el imposible. El suspenso y el asombro son las tensiones que extreman el efecto, la experiencia. Y a veces ¿por qué no? El sentido.
El equilibrista sobre su cuerda floja es toda una reflexión existencial. Y sin embargo, no es esa la razón que lo lleva al centro de la arena, es espectáculo porque merece verse, porque sucede lo improbable. El hombre sobre la cuerda floja no pierde el equilibro, no cae desde la altura como es de suponer. La cuerda es una cuerda bien floja y péndula y se estira y afloja sin ningún rigor. Pero, sigilosamente, con zapatillas, el equilibrista desarrolla su destreza que es el equilibrio, mantiene el balance y de pronto, otro paso, otro desequilibrio, otro obrar de la cintura y de los brazos que, en ocasiones, sostienen una barra que contribuye al balance del elegante cuerpo del equilibrista, de este bailarín de la caída, de este provocador de los abismos.
¿Dónde estamos cuando el equilibrista pasa estos trabajos? Somos espectadores y sin embargo, suspiramos, lloramos, se acelera el corazón y nos provoca brincar de la alegría porque las mellizas tristes no cayeron de los trapecios. No pretendemos ser los únicos. Apenas quisiéramos tocar al otro, identificarlo, reconocerlo, ver mi yo en el otro yo y en el río de yoes que se extienden borboteantes y en masa hacia el Circo de Ferdinand.
El espectador es el espectáculo. Somos nosotros los que vemos el centro de la arena. Si volteáramos, ¿para qué arriesgaría la vida el escapista?. El espectáculo es la inmensidad del afuera. La historia subjetiva no se transforma. En el circo se excitan las emociones, no los conceptos. Es un extremo de la vida por la vida. Los que vemos el espectáculo, no solo lo alteramos, lo perpetuamos.
La globalización impone la mediación como realidad, el tiempo de la simultaneidad, de los efectos, de la pirueta y bajo estas exigencias, en ese molde debe calzar el registro de la realidad y la proyección de nuestros deseos.
Debemos salirnos del formato de Sábado Gigante, debemos dejar de ver el centro de la arena.
Cada vez que transito las calles atiborradas de buhoneros de mi ciudad, entiendo lo mucho que está en juego. El consumo sigue siendo la oportunidad. CDS piratas, las marcas , todas las marcas a mitad de precio, los objetos, los detalles… Usted consigue mensajitos redactados para su celular y la jerga completa del consumo que constituye la oferta de cualquier mall de la ciudad. Reproducida por la economía informal. Un farmatodo se come a cualquier botica, cualquier farmacia privada. Lo tienen todo lo saben todo y no falta el alimento para su mascota ah y algo mejor se acabaron los turnos farmacéuticos, la farmatodo de mi casa pues hay en cada cuadra una es 24 horas.
Quiero detenerme. Me asomo a la ventana. Pienso en la primera vez, y entiendo que no existe, ilusorio punto cuando se vive un tiempo que vuelve a empezar a cada segundo.
Pero qué sucede cuando el mundo ya no es un escenario, no es teatro: no suceden cosas humanas en él, buenas, malas, ciertas o falsas. Ahora somos esclavos de la fórmula espectáculo, en el espectáculo, en el centro de la arena, el relato, no es humano, ni sobrehumano. No hay historia. Solo asombro, maravilla,, imposible. El centro de la arena, el vértigo de la sociedad del espectáculo es el imposible. El suspenso y el asombro son las tensiones que extreman el efecto, la experiencia. Y a veces ¿por qué no? El sentido.
El equilibrista sobre su cuerda floja es toda una reflexión existencial. Y sin embargo, no es esa la razón que lo lleva al centro de la arena, es espectáculo porque merece verse, porque sucede lo improbable. El hombre sobre la cuerda floja no pierde el equilibro, no cae desde la altura como es de suponer. La cuerda es una cuerda bien floja y péndula y se estira y afloja sin ningún rigor. Pero, sigilosamente, con zapatillas, el equilibrista desarrolla su destreza que es el equilibrio, mantiene el balance y de pronto, otro paso, otro desequilibrio, otro obrar de la cintura y de los brazos que, en ocasiones, sostienen una barra que contribuye al balance del elegante cuerpo del equilibrista, de este bailarín de la caída, de este provocador de los abismos.
¿Dónde estamos cuando el equilibrista pasa estos trabajos? Somos espectadores y sin embargo, suspiramos, lloramos, se acelera el corazón y nos provoca brincar de la alegría porque las mellizas tristes no cayeron de los trapecios. No pretendemos ser los únicos. Apenas quisiéramos tocar al otro, identificarlo, reconocerlo, ver mi yo en el otro yo y en el río de yoes que se extienden borboteantes y en masa hacia el Circo de Ferdinand.
El espectador es el espectáculo. Somos nosotros los que vemos el centro de la arena. Si volteáramos, ¿para qué arriesgaría la vida el escapista?. El espectáculo es la inmensidad del afuera. La historia subjetiva no se transforma. En el circo se excitan las emociones, no los conceptos. Es un extremo de la vida por la vida. Los que vemos el espectáculo, no solo lo alteramos, lo perpetuamos.
La globalización impone la mediación como realidad, el tiempo de la simultaneidad, de los efectos, de la pirueta y bajo estas exigencias, en ese molde debe calzar el registro de la realidad y la proyección de nuestros deseos.
CINCO
Ante la globalización, ante esta avalancha cultural, volver a la verdad debe tener un fundamento común e inevitable, pues hablamos de la verdad de la vida. La verdad debe nacer, renacer y prodigarse a partir de la materia que la concita: la diversidad. La fricción, la chispa, el movimiento necesario para hacer reales, prácticas, las elaboraciones que en abstracto conmovieron nuestra esperanza y nuestros corazones.
Como el barbero y el cura defenderemos la verdad versus la mentira. Pero bien sabemos que cada uno tiene su verdad, el uno la ve en los libros, el otro en la historia, etc.
No es necesario exterminar el espectáculo. Yo diría que es necesario redimensionarlo, limitarlo, retirarlo de la ola expansiva de la globalización
Los manejadores de opinión, los creadores de imagen, aplican la misma metodología de la producción y concepción del espectáculo en el desenvolvimiento y la consecución de lo público. Crean candidatos o revueltas populares o cartelización de precios, ensayan modos de corroer, controlar y perpetuarse en el poder.
“Es en la lucha histórica misma donde es necesario realizar la fusión de conocimiento y acción, de tal forma de que cada uno de esos términos sitúe en el otro la garantía de su verdad” Guy Debord
Ante la globalización, ante esta avalancha cultural, volver a la verdad debe tener un fundamento común e inevitable, pues hablamos de la verdad de la vida. La verdad debe nacer, renacer y prodigarse a partir de la materia que la concita: la diversidad. La fricción, la chispa, el movimiento necesario para hacer reales, prácticas, las elaboraciones que en abstracto conmovieron nuestra esperanza y nuestros corazones.
Como el barbero y el cura defenderemos la verdad versus la mentira. Pero bien sabemos que cada uno tiene su verdad, el uno la ve en los libros, el otro en la historia, etc.
No es necesario exterminar el espectáculo. Yo diría que es necesario redimensionarlo, limitarlo, retirarlo de la ola expansiva de la globalización
Los manejadores de opinión, los creadores de imagen, aplican la misma metodología de la producción y concepción del espectáculo en el desenvolvimiento y la consecución de lo público. Crean candidatos o revueltas populares o cartelización de precios, ensayan modos de corroer, controlar y perpetuarse en el poder.
“Es en la lucha histórica misma donde es necesario realizar la fusión de conocimiento y acción, de tal forma de que cada uno de esos términos sitúe en el otro la garantía de su verdad” Guy Debord
SEIS
Para la dictadura de la corporaciones mediáticas el espectáculo no solo debe continuar: debe ser perenne. 24 horas sobre 24 horas. El espectáculo es el ambiente donde aparece, se justifica y se ilumina la mercancía.
Es difícil ver este andamiaje. El cielo es el cielo y la vida se impone a todo y especialmente a los límites de nuestra comprensión. Relatamos la dificultad, la existencia de una supra o metarealidad donde las articulaciones del discurso, las posibilidades infinitas del habla, son potestad de una sola enunciación, aunque muchos hablen y hasta participen del parlamento, que construye la historia central del relato, y sostiene y organiza estas palabras, estas representaciones.
Como recuperar la verdad sin que sea el pretexto para avalar la condena o la redención. La burocracia no debe apropiarse del estado y mucho menos de los mecanismo de su representación. La diversidad es el ingrediente indispensable, el antídoto, no para recomponer la fragmentación del discurso que propone el espectáculo, sino para proporcionar otra acción, otra práctica. Sabernos diversos, conocernos en muchas pieles es la clave. La evidente actividad, fricción, emoción, proposición del concurso de lo diverso en lo real. No solo la cantidad. Ese imperio que pertenece al mundo de la mercancía, a sus íconos. La diversidad, sus cualidades. Abrirnos a su complejidad es esencial para que el pensamiento crítico no se contamine de moralismo. Ni de las convicciones sectarias que parten de una verdad y no se disponen a llegar a otra verdad o mejor a un poco más de comprensión de la verdad.
Veo lo plural no hacia la sumatoria de sus elementos, sino hacia su base, su norte, su obrar, sus huellas.
Si el afuera fue enigma para Guimaraes Rosa, hoy la apariencia es un abismo donde estamos suspendidos mientras hagamos la acrobacia, mientras logremos la luz del foco por el asombro que promovemos. Somos un efecto entre otros efectos y, sin embargo, en el fondo, entre tanta felicidad de pacotilla, casa de utilería y amor de celuloide, eso que llaman humanidad pervive y se hace las mismas preguntas ante lo infinito.
Para la dictadura de la corporaciones mediáticas el espectáculo no solo debe continuar: debe ser perenne. 24 horas sobre 24 horas. El espectáculo es el ambiente donde aparece, se justifica y se ilumina la mercancía.
Es difícil ver este andamiaje. El cielo es el cielo y la vida se impone a todo y especialmente a los límites de nuestra comprensión. Relatamos la dificultad, la existencia de una supra o metarealidad donde las articulaciones del discurso, las posibilidades infinitas del habla, son potestad de una sola enunciación, aunque muchos hablen y hasta participen del parlamento, que construye la historia central del relato, y sostiene y organiza estas palabras, estas representaciones.
Como recuperar la verdad sin que sea el pretexto para avalar la condena o la redención. La burocracia no debe apropiarse del estado y mucho menos de los mecanismo de su representación. La diversidad es el ingrediente indispensable, el antídoto, no para recomponer la fragmentación del discurso que propone el espectáculo, sino para proporcionar otra acción, otra práctica. Sabernos diversos, conocernos en muchas pieles es la clave. La evidente actividad, fricción, emoción, proposición del concurso de lo diverso en lo real. No solo la cantidad. Ese imperio que pertenece al mundo de la mercancía, a sus íconos. La diversidad, sus cualidades. Abrirnos a su complejidad es esencial para que el pensamiento crítico no se contamine de moralismo. Ni de las convicciones sectarias que parten de una verdad y no se disponen a llegar a otra verdad o mejor a un poco más de comprensión de la verdad.
Veo lo plural no hacia la sumatoria de sus elementos, sino hacia su base, su norte, su obrar, sus huellas.
Si el afuera fue enigma para Guimaraes Rosa, hoy la apariencia es un abismo donde estamos suspendidos mientras hagamos la acrobacia, mientras logremos la luz del foco por el asombro que promovemos. Somos un efecto entre otros efectos y, sin embargo, en el fondo, entre tanta felicidad de pacotilla, casa de utilería y amor de celuloide, eso que llaman humanidad pervive y se hace las mismas preguntas ante lo infinito.
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