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martes, 26 de julio de 2011

4462.- CARLOS AUGUSTO LEÓN


Carlos Augusto León. (Caracas, Venezuela 1911-1997). Poeta, ensayista, articulista, profesor universitario. Doctor en Ciencias Físicas y Matemáticas. Entre sus poemarios publicados se pueden mencionar: Los pasos vivientes (1940), Canto de mi país en esta guerra (1944), La niña de la calavera y otros poemas (1948), Canto a Corea (1949), Canto a la paz (1950), Yo te agradezco, amor (1957), Sobrevivo (1967), Tratado del recuerdo y del olvido (1969), Torre de amor (1970), Los ojos abiertos (1971), Venezuela (1973), Naturaleza secreta (1975), Los círculos concéntricos (1981), Juegos del yo; poemas 1984-89 (1989). Entre sus ensayos destaca Las piedras mágicas. Hacia una interpretación de J. A. Ramos Sucre (1945). Obtuvo entre otras distinciones el Premio Nacional de Literatura (1948) y el Premio Municipal de Literatura tanto en poesía (1947) como en ensayo (1945).






INTERIOR HOMBRE

Quien pueda, seer suyo, non sea enajenado.
Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (siglo XVI).

La esencia dei hombre no es una abstracción
inherente al individuo. En su realidad, ella
es el conjunto de las relaciones sociales.
Carlos Marx (siglo XIX)

y platicar en él mi interior hombre,
do va, do está, si vive o qué se ha hecho..
Francisco de Aldana, eI Divino (siglo XVI)


EI hombre, yo, perdido
fabricando los objetos extraños,
tan fuera de mi ser,
que van a manos que yo nunm sabré
y que enriquecen
a hombres que yo no miro,
hombres que no me hablan,
que están lejos
pero que sin embargo
se adueñan de mi vida,
de esta vida
más limpia que Ia suya,
cercana de Ia tierra,
de Ia nube y deI pájaro,
cercana de los hombres,
vida de carne y hueso verdaderos
— y no de metal frio —
y que mueve Ias máquinas,
el tractor, el arado,
multiplícase
en cimiento y en torre,
en pan y trigo,
en todo cuanto el hombre
edifica y levanta.
Mas qué solo,
en el fondo más hondo
desierto estoy de mi.(1)

Desierto estoy de mí.
Me han despojado
deI yo mismo más mío,
el que mi madre
me entregó muy pequeno
y ha crecido
entre Ia adversidad.
Ah. cómo es triste
Ia soledad de mí, este desierto
del propio ser. Ah cómo duele
esto de estarme lejos y disperso
en fin entre Ias cosas.
Mas buscando
de mí mismo perdida compañía
en otro ser me encuentro, solamente
al fondo del amor he estado vivo,
que tan sólo
abriendo con Ia llave de Ia entrega
un otro humano mundo despojado
como yo de su ser, también desierto,
es cosa extraña mas tal vez de este modo
en dulce olvido de mí mismo quedo. (2)

¿Tienes Ia lIave, amor, de Ia alegría
para el hombre que vive en su desierto
del propio ser, de sí desamparado,
entre máquinas frías y tormentos,
su sangre por el hielo amenazada,
en frio metal tornándose su cuerpo,
su vida despojada en otras vidas
que no tienen su luz, su humano acento?

Hay que buscar Ia soledad ajena
que arranca y viene de Ia misma fuente
que nuestra soledad: un mundo torvo
hace a Ias hombres solos como fieras,
pero eI hombre es más fuerte —si lo quiere —
para ir hacia otros hombres. Sin embargo
hasta consigo mismo se pelea:
híceme guerra contra mí. (3)

Híceme guerra en contra de mi mismo,
guerra por sí, por no, por todo y nada,
en torbellino, en sombra y en abismo,
guerra voraz, tal vez descabe!lada.

¿Cuándo empezó, por quién fue declarada,
cómo llegó tamaño cataclismo?
¿Dónde se alzó Ia gigantesca oleada
en que casi me ahogo yo em mí mismo?

Quiero Ia paz, quiero Ia paz conmigo,
no estar ya más hundido en Ia contienda
de un yo con otro yo que se desgarran.

Ser sólo uno, ser yo mi buen amigo,
o bien ser otro que cabal me entienda,
mas nunca dos que airados se desgarran.

Busca el hombre su paz y no Ia encuentra.
Quiere ser el amigo de sí mismo
y hay quien lo lanza contra sí, desierto
lo obligan a vivir de su presencia;
lejos el propio corazón, Ia mente;
en ausencia de si cuán solo vive:
ni el recuerdo de si que lo consuele!
Mas no hallará su propia compañía
aquel que em los demás no se acompaña.
La soledad es fuerte que nos cerca,
Pero ahora junto estaremos
Todos unidos contra la soledad. (4)

Todos unidos
a Ia conquista de ese ser de todos
que a todos nos arrancan y que vive
lejos de cada pecho en que viviera,
disperso entre Ias cosas, Ias tornillos
y ruedas y engranajes y otras veces
preso de una palabra, ajena idea,
refinado espejismo. Solamente
todos Ios hombres juntos venceremos
la propia soledad de cada uno.
EI mundo no será ya de hombres solos
desiertos de su ser, sino poblados
cada uno de todos, de la vida
dueña de sí que cada uno lleva.
(1) Francisco de Que vedo (siglo XVI)
(2) Francisco de Figueroa (siglo XVI)
(3) Francisco de Torre (siglo XVI)
(4) “Nous seron tou unis contre la solitude” .
Paul Éluard (siglo XX) en dedicatoria que hizo al autor de um libro suyo.














Los ojos abiertos

(selección de poemas)



El puente

El primer puente
apenas una piedra
que superaba el río
en la crecida.
O bien un árbol seco.
Luego
fueron piedras y piedras
yuxtapuestas,
nació el esbelto arco.
Más tarde, recios puentes,
los de acero,
los que son largos como caminos.

Ya los ríos que llevan a los hombres,
los hermosos lagos
y los brazos de mar
no fueron más
agua que nos separa.









No sabe el árbol

No sabe el árbol
que este es un nuevo año.
Igual que ayer
la savia corre
como el río que persiste fugitivo.
Y el caballo que sueltan por la noche
se pasea entre las yerbas
como siempre, mastica distraído.
No sabe que es la fiesta de año nuevo.
Ellos ignoran
los minutos, los siglos, los milenios.
Los ha inventado el hombre porque teme
al tiempo sin riberas.








Microscopio

Había una red
de filamentos tenues,
había puntos oscuros,
laberintos, manchas de tinta,
entrecruzadas líneas,
maravillas
que nadie había pensado.
Sólo cuando llegaste
nos diste nuevos ojos:
entonces
vino a crecer lo mínimo escondido
y encontramos paisajes,
ríos, árboles entrelazados,
perdidos en la célula,
dormidos en ocultos tejidos.
Y era
tan grande esto, pequeño e ignorado,
como el mundo de antes
que veíamos con ojos naturales.








VI: Estancamiento

El tiburón ha cambiado poquísimo en el
curso de trescientos millones de años…
porque nace bien provisto para la lucha.
Jacques-Ives Cousteau
Frederic Dumas


En miles de milenios,
cuántos peces
ha devorado el tiburón.
No más nace
y ya apresta
las ávidas mandíbulas,
los dientes triangulares.
Y siempre, casi siempre,
cuántos miles de veces,
resulta victorioso.
Mas, por otra parte,
en miles de milenios,
no ha cambiado nada
el tiburón. . .









Escribir



A mi amiga Elizabeth Schön, poeta,
compañera en el dolor y en el goce de escribir.



¿Habla a mí ser el agua de las nubes,
el agua que yo soy en ellas viaja?
¿Qué me une hondamente a la raíz,
a los árboles multiformes,
a los pájaros cerca de mi ventana
que escucho rumorear entre las ramas?
Algo tengo en común
con el plumaje de las aves,
con el venado y su brillante piel,
con la erguida palmera y la raníta
modesta que alegra mis noches sin ser vista.
Algo tengo en común,
viene de lejos. . .

Pero sólo yo tengo
el pensar como pienso,
el escribir mis versos
para todos los seres
que corren, nadan, vuelan
o quietos permanecen.




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