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martes, 26 de julio de 2011

4449.- POMPEYO DEL VALLE


Pompeyo del Valle (Tegucigalpa, Honduras, 1929). Poeta, narrador, ensayista.
Ha ejercido también el periodismo.
Algunas obras de Pomepeyo son, en poesía: La ruta fulgurante (1956, publicado con el pseudónimo de Adán Marino); Antología mínima (1958); El fugitivo (1963); Cifra y rumbo de abril (1964); Nostalgia y belleza del amor (1970); Monólogo de un condenado a muerte (1978); Ciudad con dragones (1980); Duración de lo eterno (1989); Poemas escogidos (1989) y El encantado vino del otoño (2002). En 1991 se publicó Pompeyo del Valle (Antología).
En el ámbito narrativo ha publicado: Retrato de un niño ausente (1969); Los hombres verdes de Ula (1982) y Una escama de oro y otra de plata (1989).



RUTA FULGURANTE

No hay vida sin canto, como no hay vida sin sol.
JULIO FUCIK


Comprendo que esto
tiene que ser así. No debemos olvidarnos
de la alegría. A pesar de todo
y sobre todo
tenemos que ser fuertes para reír
y para creer en la dulzura.

Y sobre todo ser sencillos,
ser como deben ser los hombres limpios:
ser claros y luminosos
como la lluvia que trabaja alegremente
y hace palpitar la tierra
como un gran corazón enamorado.

Ahora lo proclamo. La esperanza
es una bella posibilidad futura.
Ella te hace levantar la cabeza y soñar.
Ella te infunde fe y te anima
a seguir adelante. Ella te hace crecer
y sonreír frente al Universo.
Ella abona el terreno debajo de tus pies.
Ella traza tu ruta y la rodea de fulgores.
Es como un pájaro de grandes alas.
Tú puedes tener errores pero ella jamás
se equivoca
porque consigue mantenerte firme.

No somos ratas. Somos hombres,
y estamos en el deber de cantar y edificar
haciendo honor al género humano.

Ahora descubro jubilosamente
que puedo cantar a las más humildes flores
sin temor a parecer ridículo.

Y me complazco en llamarme a mí mismo
el cantor de la vida
con una sencillez radiosa que sólo pueden,
con sus pétalos,
disputar las margaritas.

No se puede vivir sin canto,
como no se puede vivir sin sol.







LOS PÁJAROS

MI abuela jamás leyó a Tagore, patriarca venerable. Pero, como el Poeta de la India, amó también -a pesar de su dureza- esos minúsc7ulos seres cuyo canto es el eco de la luz del alba en la tierra. Sí. Mi abuela tuvo un amor hondo, casto níveo: ¡los pájaros!

En casa colgaban de las recias vigas unas jaulas habitadas por jubilosos risontes, por inquietos zorzales, por chorchas de áureo plumaje. Mi abuela alimentaba a sus alegres huéspedes con plátano maduro y pan mojado; los bañaba; lavaba sus jaulas de bambú o de alambre; les hablaba con mimo; les miraba con embeleso; escuchaba con atención sus voces. Cuando amanecía con el humor hialino mi abuela silbaba de un modo muy especial para que ellos, sus amados, sus amadores, conocieran el estreno de una nueva melodía humana. Después sonreía dichosa, lueñe, conmovida. En esos instantes mi abuela no era menos blanda que uno de sus pájaros, podéis creerlo.









ESTUDIO DE MI MADRE

MI madre tenía la piel blanca y los ojos
castaños. Su vida fue corta y nada fácil.
Le gustaba vivir y soñar en cosas imposibles.
A veces se ponía una flor en los cabellos
y cantaba. La espuma del jabón corría en tanto
-olorosa, inocente- por sus manos.

MI madre tenía los dedos finos, tiernos
y hábiles.

De sus manos salían flores, frutos y pájaros
de hilo.

Amaba la belleza y vivió poco.
El sol brillaba sobre su frente de muchacha.









COMO LA PIEL DEL AIRE

A todos os muestro las manos: miradlas.
No lucen ni una sola sortija.
Están desnudas como la piel del aire.

Pero ellas hablan mucho mejor que mi boca.

Estoy orgulloso de mis manos, creedlo.
Estoy orgulloso de mis manos, amigos.
De mis sencillas manos
con cinco dedos simples
parecidas a todas las manos de los hombres.

Con ellas he gozado,
he sufrido,
he construido un castillo,
he mondado una fruta,
he ofrendado mis sueños y mis himnos a la vida que amo,
que defiendo,
que circula en mi sangre,
que hincha las grandes velas de mi corazón marítimo,
gozoso bajo las rojas oriflamas de sus mástiles.

La derecha ama la luz de las antorchas crepitantes
y el sol del mediodía. La izquierda,
la del corazón, la más delicada, la más niña
pero que sabe lo que quiere sin vacilaciones de ningún género,
se desvive por la línea recta de los caminos nuevos
en los cuales aún vibran los instrumentos del constructor
sobre la hierba luminosa y joven
y sobre los numerosos y bellísimos terrores y pedruscos.

Pero ambas conocen el rumbo de los infinitos pájaros del Tiempo
y el sitio exacto donde golpean las poderosas ondas de la Historia.

Sí. Estoy orgulloso de mis manos.

Ellas no han muerto ni martirizado al negro,
al blanco, al indio, al menestral, al huérfano
que siempre agonizan en alguna parte.
No han pactado jamás con el Odio,
con el ladrón, con el verdugo,
con el cobarde devorador de pueblos.

Además, por este otro importante motivo:
Han tocado una estrella. Han tocado
una estrella de cinco puntas firmes,
de cinco puntas duras...








SOLO LA NOSTALGIA

Tu cuerpo virgen es para mí sólo la nostalgia,
Sólo la orilla perdida, silenciosamente escapada
De la punta de mis dedos.

Todo un año
Pasé soñando inútilmente en tu delgada y ebria
Cintura de muchacha,
En tu rostro de niña iluminado por la estrella
Del amanecer.

Nada tengo de ti,
sino esta tristeza caída en mí pecho
Como un pájaro helado.

Te evades de mis ojos, de mis manos,
pero no de mis pensamientos
Embellecidos por la claridad de tu sonrisa apagada.

De noche, cuando quedo a solas,
No importa si a mi lado se mueven criaturas o permanecen
Inmóviles,
Tú vienes con tus pequeñas botas, con tus guantes,
Con tu abrigo de invierno hasta mi pobre rincón
Solitario.

En tu gorro de suavísima piel relucen cristales
De nieve y tus labios no me niegan su alegría.

Sonríes mientras apoyas la dorada cabeza sobre
Mi hombro
Igual que cuando allá lejos, tan lejos, en nuestra
Única tarde de amor,
Nos besamos.






Cuando entre hierros me pusieron

Cuando entre hierros me pusieron
los carceleros de mi patria
para que no cantara tu hermosura,
oh, virgen combatiente,
sonora estrella, luminosa
palabra de los libres,
yo soñaba contigo;
yo besaba uno a uno
tus pétalos dispersos
de rosa elemental; yo despertaba
a cada amanecer con la memoria
de tu luz en el alma.

Yo soñaba contigo,
recordando
muchos nombres queridos
de seres y comarcas.

De noche, en el silencio de mi celda,
cuando sólo se oían
los pasos del guardián
como golpes de cuero
rebotando en los muros,
confiaba en tus banderas
y todo en mi interior resplandecía.

Porque no hay fuerza en el mundo
capaz de detenerte,
ni piedra ni puñal que te aniquilen;
porque tu mano, ¡oh virgen!
dadora de esperanza,
¡capitalina!
fertiliza los campos y alimenta
el fuego matinal cuyo mensaje
atravesó las rejas de mi celda
cuando entre hierros me pusieron
los carceleros de mi patria.

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