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viernes, 17 de junio de 2011

4125.- MAGALI ALABAU

Magali Alabau (izda.) y Odette Alonso



Magali Alabau escritora, poetisa, actriz y directora de teatro cubana, nacida en Cienfuegos, Cuba  en 1945. Ofrece una obra lírica de sostenida calidad desde que publicó su primer poemario Electra y Clitemnestra, premio de poesía latina del Instituto de Escritores Latinoamericanos de Nueva York. Vive actualmente en el exilio.
Algunos de los poemas de su libro inédito Dos Mujeres aparecen publicados por primera vez en la nueva antología de Cinco poetas cubanas en New York (2010) y su colección de 7 poemas Adioses Diferentes, sale publicada en la Revista Sinalefa (2010).

Obras
1986 Electra y Clitemnestra
1986 La extremaunción diaria
1986 Hermana
1991 Hemos llegado a Ilión
1993 Liebe
Su último libro publicado es Dos mujeres (Betania y Centro Cultural Cubano de Nueva York, Madrid, 2011)




El Maquillaje Chorrea

El maquillaje chorrea como la sangre en el Monte de Getsemaní
Para ponerme la máscara indispensable y pugilista
hay que encuadrarse delante del espejo,
mirar la luz y verse con reto.
El ómnibus se oye, desde adentro suena arcoiris encopetado.
El prisionero se pone la máscara de todas las mañanas.
El avión pasa.
Inercia de inodoro en el baño
espera que se seque la tábula rasa untada de heces blancas,
reparada por un señor llamado Pancake Max Factor.
El pomo de listerine verde,
la pasta, los grifos del agua sucia
El jabón, la tijera y las pinzas
Rosado lavado
mis encías, las canas yacen cortadas.
El cepillo, la piel de arena se unta de óleo.
El acto bendito de la mañana
Untarse de óleo, glicerina sagrada
Pan nuestro de cada día en esta casa
Papel de inodoro el pan, la eucaristía.
El vino, antiséptico rojo, determinante masterpint de lilstermint.
El bautismo, la ducha dada.
Ir al trabajo, ir a construir las pirámides verdes
que el viento sopla mientras más esclavos.
La inercia me hace poner cara en el hoyo del lavado.
Guillotina de agua: despiértame.
Mirando el inodoro el agua corre.
Como Sísifo, como Sísifo andando.
No hay reloj. No hay tiempo para los ojos tiesos.
No hay grito ni protesta
no hay sangre en las venas
veinte años ha sido la condena.
Las ojeras dejo en el espejo.
Muestran la noche próxima. Acuerdan el sarcasmo
Los labios son dos hojas de laurel amarillo.
Los dientes apenas lavados gritan
amargo tiempo
sonrisa
El manicomio espera
La cocina sólo tiene café
La puerta aguanta el chorro negro de entusiasmo ulcerado
El café, un tren necesario
Hervidero de pensamientos se hacen enseguida
al tragar el fango prieto,
emisario que grita hay que ir, hay que ir al trabajo.
Las ventanas están cerradas. Los autos pasando.
Qué bueno que las sábanas me atraparan el cuerpo
si pudieran caminar, si pudieran aguantarme
Si pudieran ser una camisa de fuerza a mi esperanza.
Qué bueno sería ir enterrada en un ataúd
y exponerme dentro del tren
ser escoltada por los Ángeles Guardianes.
Pero no, todo está sin vida
y como Dios, ausente.






Poema 13

Desgajados los ojos
chorrean de lo gris lo blanco.
La ventana es un vaso rectangular
donde nada un papel con palabras.
Las manos deslizándose sobre la superficie lisa
una ofrenda al tiempo.
Los ojos desgajados mirando la ventana
convierten todo en blanco.
Viajes al papel sin líneas,
austero el día de palabras cuajadas.
melancolía es lo gris chorreando blanco.







Poema 2

El agua callada ladra
quietamente,
los ojos, serenos guardas, vigilan
soledades errantes.
Un perro husmea la nieve dura y seca.






Poema 34

El sueño recurrente.
Llego a la isla.
Un valle de mar rodeado por un muelle
Oscuro el amanecer
Un avión aterriza
y deambulo buscando.
Hay que montarse al avión.
Se va.
Busco a alguien
no sé a quién
El mar
El avión arranca.
Aterrada lo miro
Sola en la isla, en un muelle





Tengo Miedo

Tengo miedo
de las acciones y los puntos
y de las pausas
y de mis preguntas
y de contestarme
y un paso que se corta
sudo
cuando no puedo
y no puedo ya nunca
y hasta cuándo
y hasta cuándo
y la diligencia que no acaba
y que se esfuma
y que vuelve y que se esconde y que miente
y que me confunde
y que no puedo decir ay
y que no puedo decir ay
y que no puedo decir ay
y que no puedo hablar
ni llorar
ni gritar
ni decir
una oración, si pudiera
una palabra
una sílaba
Si pudiera aunque fuera
ronca, partida
en sonidos decir no no no no





CADA ÉPOCA TIENE SU CÁMARA
diminuta para la disección.
Sobre la mariposa hay libros ilustrados
que se compran y se leen en el Coliseum.
El libro mostraba fotos de cómo disecar las alas,
apresarlas intactas contra la superficie del vidrio.
Hay clavos invisibles, diminutos para esta operación,
en las puntas de las alas, hacia los bordes, se injertan.
Se les inyecta al cuerpo un líquido que no deja pulverizar el polen.
Luego se unta un perfume para que no pierdan el color.
Pequeños rectángulos vidriosos
exactos a esos con que se analiza la sangre.
Vidrios sin peso que el naturalista
ha escogido para resguardar el pequeño hallazgo
se colocan encima de la delgada momia.
Así será admirada en el museo,
mostrada en fiestas entre conversaciones de scotch y vino.







CIUDADES LEVANTADAS DE ALABASTRO,
sortilegio de sol enterrado entre llamas,
escribir una línea de angustia
comenzar con la mano callada,
arremeter hasta la cámara oscura,
respirar, saborear el ácido pico de la nada.





LA TRANSFIGURACIÓN SE LLAMA CAOS.

Después de vivir gravitando en unos planos
donde la distancia tan larga
se convirtió en un paso
ya todo está acabado.
Una simple acción,
un gesto escondido, un vórtice virado,
un eclipse lo ha hecho todo irreversible.







CUANDO UNO NO QUIERE ENCORVARSE POR EL LLANTO
ni tirarse de bruces en la tierra,
uno mastica duramente y borra el rostro más querido
como en la despedida de los muertos
donde dices, recupérate, prométeme que te cuidarás,
ya nos veremos.
Así será después que una se muera.
Esa luz de que hablan no estará corroída
nebulosa lágrima agarrada a pupila.
Un gemido que sale solo, completo, cuando la tierra cae
en la fosa y uno mira los rostros de tantos años perdidos.
Aquellos que míseros te ponen sus ofrendas,
aquellos que dejaste te reciben como flores abiertas.
Y una tumba también abierta recibe impávida las dádivas.
No hay que llorar —dices, sostienes, y dentro,
los tejidos espasmódicamente tragan las entrañas.
Los rostros de los del otro mundo están ajados.
No tienen las cremas necesarias.
No tienen ese aprendiz de brujo de la vida.
Tienen esas límpidas tímidas sonrisas del suplicio.
Hay un espacio. Siempre
Ay
hay un espacio. Siempre hay un espacio entre cortinas.
El ángel cortés que distraído lo adentra a una en la tierra,
quitándonos el fardo, las maletas.
No se moleste. ¿Cómo se llama Ud.?
¿Qué subterfugio de Dios me quita por un instante
esta cruz cerrada, leve y dura, esta maleta?

Nos han prestado un carro el domingo para llevarte a casa.
Vamos atropellados, somos tantos en este velocípedo,
un ciempiés, una semilla,
una frágil estructura del momento,
los juguetes, los vestidos de quince,
las malangas sembradas por abuelo, la salud,
las nuevas parentelas en el auto.

Domingo, llegas como siempre tan cansado.

Estoy sola
parecen tus ojos decir.
Atrás queda tu otra identidad,
la nocturna faz de tus anhelos.
Te veo en los rostros de mis acompañantes.
Te desgarras para comprenderlos.
Tratas de oír tantas victorias,
tantos pasajes, inundaciones del afecto.

Ya te encontraste en la pared de la sala, ya te encontraron.
Ya descubrieron la pirámide donde está la mueca, donde apuntas
en una pizarra que se borra el diario donde guardas tus memorias.
Ya te revisan tu lento olfatear por otros cuartos en aquella figura
de murciélago que descansa en el vaso de la entrada.

Ya está la bayoneta preparada.
Ya la barraca donde te ejecutan.
Ya la memoria crece con sus crines, eres otra, eres
el difuso correr del arrebato de aquel que se desploma
y lo reviven para una vez más reencontrarse
con una sombra y otra.

Ya están las aves penetrando el estante, abriendo los pescados,
el guiso del humor, entrecortando la fachada dantesca,
el Michelangelo colgado.
Ya estás en el cuarto, lo has reconocido, tus noches,
tus papeles echados en la cesta, la imagen diosdada del asfalto
se interpola en los mosaicos de esta triste casa.
Están tus puntos, los centauros, las paletas consignas,
los retratos, están tus camas, tus orgasmos están en las paredes
desplegados.

Está el vino a la intemperie, está el cigarro,
las cucarachas saliendo a recibirte: Bienvenida la artista,
la coma, el relicario.

Está fugaz tu vida entera, asomada sorda, ya sin fardos.
¿Quién soy? ¿De dónde vengo? Soy Ulises, Electra,
soy la luna, el triunvirato, soy Perséfone perdida,
seis meses allá en sangre viva, seiscientos siglos acá
ya sin certeza.

Soy Perséfone Pérez, la errabunda mártir, la destreza,
la victima victimizada, soy la cereza, la fruta,
el semen de mujer entre las piernas,
el pavo real paseando las ciudades,
extinguida distinguida visión de las paredes.
Soy la pluma del árbol, soy la esfinge aterrada.
Traspasar el cadalso,
ir como María Antonieta o María Estuardo
a cortarle las alas a Pegaso
para que no me mate con su amorfa cuchilla.
Es mi espejo que irrumpe en las habitaciones.
Es la figura ancestral que pide sangre.
Es la gota que escribe en las paredes, es el hilo
menstrual en descubierto cielo.

Estás ahí, ciudadana del mundo,
contemplando tu espejo, sin preguntas.
Afilando la hora, marcando tus líneas.
Agotada, ahí de frente te saludo.
No, no vine a mi juicio.
Vine a enjuiciar al hombre.
Habitantes Hijas del Pueblo
S e ñ o r a s y S e ñ o r e s
Abran los brazos y digan como en las pastorales
ELDOMINUSVOBISCUM.
Ahí está el Éufrates, la milenaria ostentación del Vellocino.
¿Me entienden Rencillas Redes Patronímicos.
Fratricida?
Ahí estás en esas colas, en esas aves que picotean,
en esas líneas, en esa sonda de obstáculos.

Ahora sí que voy a llorar. Pero sí, lo sé.
Todos lo esperan. Pero no. No repito la escena.
Estás, eres el juez.
Eres el enajenado aquel que no mira las flores
ni sabe su nombre. No conoce de nombres.
Eres aquel que ríe por todas las sandeces,
ese que no lee ni sabe de números.
Eres el espantapájaros.
El que nunca pensábamos
nos salvaría.
Eres quien me comprende.
El que pones los dedos en mi herida y la alivias.
El que en mi infancia no temiste a la muerte.
Eres el sirviente;
esa mano fortuita que me aguanta las sienes.
Eres aquel bobo del barrio que camina con las paticas zambas,
el que hace que todos repercutan en risas,
el que lame los suelos.
El que no espera un puesto en el espíritu,
el que recibe la muerte y la vida, dos mellizas.

Aire, cuando entras en mi pecho se ensancha la verdad.
Aire, cuando me tocas duermo como ángel capaz, sin ilusiones.
Alivio, aire, te vas en mi pecho como las bocanadas.
Puedo redimirme ahora que estás dentro.

El lenguaje: déjame ver que diría para hacerte más bella.







EN LA HABANA, EN ENERO, HACE CALOR.

El hotel en que me hospedo desemboca
al mar.
Abro la puerta de este lujoso, tan nefasto
también tan necesario,
abro la puerta del balcón
y miro al mar.
Tímidamente nos reconocemos.
El mar no es como yo,
lanza sus brazos blancos,
quiere que me deje arrastrar hacia su orilla,
abrazarme, darme la bienvenida.
Náufrago, que haces por acá, vas tan perdido.
¿Cuál es tu roca? ¿Cuál es el azul que te permite sonreír?
Frente a mí qué caminata quita el pésame de cada gesto.
¿Cuál de mis grises llevarás en el recuerdo?
Todos los que vuelven de visita consagran su vista
en este pedazo de lienzo azul detrás de torres: Malecón,
aquí nadando están los nombres que me detiene descifrarlos
el musgo, mirar intensamente la piedra bajo el agua,
querer trazar el horizonte de otro día,
arrinconar las latas de bebidas vividas
por tus nocturnos visitantes.
Aquí está el primero que dijo yo me marcho.
El que trazó con silencioso afán su itinerario.
El que planeó la ayuda de tus conchas,
el que escondido se sintió molusco y hombre decidiendo futuros.
Mal concebidos fueron sus letargos en la espuma,
mal recogidos sus secretos.
No contaron con tu anchura sin límites
ni el poderío de las olas crecientes inundándole el buque.

Mar, me hiciste un pequeño barquito de papel
donde navego perdida sin remos,
tapizando la arena con miles de reproches.
Las cadenas y el aire me llevan, me alejan de tu vientre.
¿Dónde has guardado mi iniciación, mis ritos juveniles,
por qué perdí la espuma, el agua infantil que tus playas prendidas
de recuerdos, me impulsaron al fondo a conocerte?
¿Te acuerdas de mis pies,
de la caricia de tus gotas en mis hombros?







SE CERRARON LAS PUERTAS,
se taparon los hoyos
y se puso estopa en las hendijas.
Dijeron que la enfermedad
no escaparía si la muralla era
de cal y de cemento.
Se abarrotan los fantasmas
en los sueños, se reúnen en la boda
donde al pasar grito
es toda una mentira.
Los invitados se alzan
en defensa de la majestuosa
Reina de la Casa.
Se entrelaza hoy con el viejo hurón
de la pandilla,
el que pronto le sacará la hiel
de abeja reina y se hará Rey.
Viviremos en el enjambre,
esclavas.

Certificada está la defunción.
Los sellos yacen preparados.
Si pudiera desprenderme de los sueños,
de los tantos detalles,
de ese último encuentro.
De tanto objeto nulo
de tantas boberías
compradas por capricho.
La materia sucumbe,
los objetos vueltos testimonio
parados en el cuarto
no te dejan ir, te echan.

Una está muy débil,
y a la otra arrastra como puede.
Una está vestida con una negra túnica,
a la otra le han tirado
un pedazo de colcha para el frío.
Tropiezan con espinas y con ramas.
Las dos están descalzas.
Se sientan en los troncos de algún árbol
desplazando las estrellas para auscultar el cielo.
Mientras una camina lentamente
con el peso de la otra en sus espaldas,
la otra recuerda la cara del Buda que pintaba,
las palabras en aquellas postales ya amarillas,
los tiernos animales
que atendieron las dos
las canciones a la luz que escapaba,
la jaula de los pájaros.
Las dos saben que una tendrá
que ser abandonada
en la intemperie más tarde
o más temprano
Pero no todavía.

Cruzan el monte estéril del invierno
y descubren los huesos
entre tantos entierros de las piedras.
Una está muy débil.
Dos asnos,
dos mulas,
dos entidades
cada vez más cerca.

Las calladas siluetas
han puesto anuncios en los postes
de la ciudad fantasma.
Ciudadanos abandonen las casas.
Han pintado de rojo las esquinas
con flechas que indican
por este lado no el otro.

Los animales del establo
abandonados miran
con la condescendencia
de la resignación.

Las mulas siguen sin hacer mucho caso
no hay ni angustia, ni desesperación,
sólo la condición de espera
inalterable y firme
que nunca fue elegida.
No obstante hay que comer
hay que tomar agua y aire
para el peregrinaje.

Allá lejos
se ve el humo de ofrendas
para apaciguar desconocidos dioses.
Sin piedad las aves han dejado las nubes
robándoles el miedo.
Todo tan fácil era,
todo lo que fue posible
se torna delicado
y frágil.

¿Qué es una mujer
o un hombre ante la ira
de las olas que no se contienen en el mar?
Olas que vienen maldiciendo la arena
suculentas mesiánicas devuelven
habitantes marinos, los soldados del agua,
los testigos de la ruptura del coral,
los vidrios rotos de ventanas submarinas.
Los abandonados peces saltan en la orilla.
No podrán siquiera sofocar el hambre del mendigo,
el hedor los hace escalas eméritas del viento.

Las culebras vuelan del desierto,
bajan de sus cuevas
al menor escape del azufre,
por montones se arrojan en el mar.
Ahogadas son devueltas por las olas.
El mar no quiere habitantes de otros lados,
sólo recibir los cuerpos.

El sulfuro no espera,
aunque todos esperamos
su ruptura.

Muchos se han ido a esconder
en los trenes subterráneos.
Han llevado sus termos de café
sus sándwiches envueltos en foil paper
naipes para jugar mientras esperan
con sus teléfonos que no responden
y radios que tampoco se dan a conocer.
Pero el tren tiene todos los asientos ocupados.
Esos que están sentados
piensan que en algún momento,
el más preciso, un milagro ha de ocurrir.
Que como un sueño vuelto pesadilla
el universo volverá a su centro
callado y sin sentirse.
Como un reloj dormido
volverá de repente a dar la hora
que corresponda a esa hora
a ese día que ellos aún quieren vivir.
Otros se retiran a las celdas
de prisiones vacías
a cadena perpetua se condenan
comiéndose las uñas y con los ojos bajos
calculan los discursos en el juicio final.






LUGARES PERDIDOS

Cuántos lugares he perdido
cuánto tiempo merecedor de algún recuerdo,
cuántos trapos
pegados a palabras,
disolviendo
la confesión exacta,
el malestar, el miedo.
Para qué merodear
los escondrijos donde quedaron
los papeles en blanco
No tuve miedo en los montes
cuando ordenaron a legumbres rebosantes
darles lustre, sentada
sobre el trozo de los troncos
contando los castigos
lavando el tubérculo carnoso
que todos comeríamos.
Tuve miedo
a la verdad que es tan desnuda
cobardía encerrada
en una jaula sucia de pájaros enfermos,
prisioneros quejándose,
ardides, propuestas
escapadas hacia el mundo
de secuelas prohibidas.
Las calles de la Habana
cercándome en la cita
llegando cada una por su lado,
respiración sobrecogida,
espasmódica,
te quiero así, temblando,
tieso el deseo de aprehensión.
tantos ojos
acosando el espacio,
mis labios temblaban por tus labios
por la incisión de
no poder amarnos.
La Habana sabe a guagua sudorosa
cuando pierdes las cuerdas y caminas
resignada a la obediencia
entre pasando monumentos a los héroes
que están siempre al acecho.
Me senté en ese mármol frio
a pasar la noche desafiando
la fiebre y el ácido del cuerpo.
El uniforme
de patético verde en la cabeza,
botas desgastadas
y medias con sus huecos
tirantes que aguantan y sostienen
un alma que perdió sus partes
entre el Malecón y las calles de la Rampa.

¿Y qué vino después
de los silencios
de las resignaciones
de las admoniciones
después de los suicidios,
los fusilamientos
y desapariciones?
Amigos y fantasmas,
recuerdos del vacío
donde conocí los
rostros hervidos por el fanatismo
y esos otros dulces liberales
alojados en las habitaciones
privilegios de un Country Club cualquiera.
Un maestro, con su cuadrilla de nosotros
nos debe al sobresalto a la Poesía
La Poesía Pura la llamaba
dedicatoria a la
privilegiada inteligencia
promesa
de una generación perdida
entre el ómnibus y los aeropuertos
entre las estacas y las factorías
Ausente
del alma que mueve
y nos gobierna
oficio de magos y virtudes vagabundas
¿A dónde fuiste en esa pesadilla
multiplicada por blancas piedrecitas de las noches
que te hicieron correr por calles medievales
antes del tiempo asignado para ti?
Acorralar el tiempo
sus sarcasmos
tus ojos negros
de ironía y pesar
regalo del ardid y la locura.
Sonámbulo y en sombras
apareciendo como los engaños
con la imaginación de los vecinos
del sepulturero que seguías
o que buscabas
en esas tardes
de nada cotidiana
bastiones de ideales
que me perseguirían astutamente
Soy inútil dijiste
para toda la actividad del día y de la tarde
lenguas aparecen
y mi mapa es el cuerpo
la retina
las ganas de oírte
los presagios
la afinidad y el borde
la sonrisa
la sorpresa
el domicilio
un regalo
una oda a la perfidia
al testimonio
a la anémona.


Discernir
volver a la sierra,
al insomnio pasado
volver atrás para entender
el desafío
la luz pura
la destreza de lo eterno.
Apagado el aliento
convulso al final
rodeado de enemigos
resuelves tu sentencia
tomando el agua
donde se diluyó el veneno
repartido como en copos de nieve.
¿Dónde dejaste el lustre de tu piel de vivo?
¿Cuándo cambiaste tu foto de ahora
por el color morado
de tantas convulsiones?

En que radica la esencia
lo patético
¿en qué encargo?
Me haces presenciar
la corrupción de tu paisaje
¿por qué tengo que usar las tan negras ropas
de alguna escena de teatro?
¿Por qué me haces asistir
a esa capilla donde en la caja
insinúas una tranquilidad que yo no creo?
Te quedas solo,
panorama de velas encendidas
con alguna basura
deshecha sobre sillas
y en el piso.

Lo irracional
y el lenguaje que no hablamos
acaso ¿podrías descifrarlo?
el método
de uñas que se pintan
en esas conversaciones
de la mano inclinada
incinerada
Sra. Mano con uñas
déme un dedo pintado
quítese pellejo
hazme fina y endeble
manos llenas de venas azules como ríos
anchas, uñas desvencijadas
carcomidas por los pensamientos
mientras te veo trajinar
con las cutículas
persisto en el remoto origen
de ese laberinto en que me pierdo.
Iluminada
con la piel blancuzca
los ojos fijos en el metal
del horizonte
Brújula y compás
describiendo
ocasiones y objetos.

Descubre tu corazón
olvídate del resto
de las inoportunas arrugas avanzadas,
las venas de las piernas,
las fortificaciones y dobleces.
Absorbe lo poético, el minuto
que te ha sobresaltado
esta angustia
en la palabra;
en ese arañazo del destino.
descubre tu corazón,
el riesgo,
el paso a lo infinito,
a los términos
donde se abandona toda regla
y el contrato.

Merodea la lámpara apagada
lo temporal con sus definiciones
y demonios que anuncian
el orden siempre el orden.
No hay clarividencia en esos días
de batallas en guerras cotidianas
¿Por qué usar la pluma
cuando solo bastaría imaginarla?
En trance a todas horas
donde estoy
allá voy al agónico
deber que me empuja
a mirar el espejo que es un lago
que es un rio
que hay que atravesar
que me propone llegar hasta el final de la escalera
al destino indomable
a ese portarme bien
ser placentera y tenaz
dócil, abnegada
sensible y desprendida
a las necesidades.












EL AMOR ESCAPA

El amor escapa
las palabras se vuelven callejeras
y cansadas
se distribuyen en otros hallazgos
en el día ocupado
en trincheras diarias.
Sientes como huye aburrido
te deja abandonada
mejor no atiendas al squerzo
no atiendas la intención
ni la bocanada de aire que se va
con él hacia otro lado.
¿Dónde vas, dónde estoy?
¿En qué árbol? ¿En qué bosque?
En algún sentimiento,
en el verde,
mirando en la ventana
todo cubierto de nieve.
En una nota
que rasga algún recuerdo,
algún camino, algún paseo
donde sentiste otro
que no es nadie
pero que está
acompañando tus pasos.
Ese yo pero gigante
oliendo asfalto.

Flotar en el espacio,
imaginar el lado de algún rio,
el principio de la noche,
no tener que volver
a ningún sitio.
Yacer ensimismada en ese espacio
donde la luna abierta plateada plenitud
posará sus pedazos en el agua.
No pensar en nada,
sólo en ese puro espacio
de luz aguardándote.
Es hora de irse
de apagar las luces
fijarte aunque no quieras
en lo que has de usar
en lo que tendrás que llevar
aunque no quieras.
En las fotografías que puedan contar
la historia de tu vida
¿Qué colocar en este cuadrado de maleta?
Una sola dijiste o te dijeron.
Todavía es mucho para cargar un rato.
Antes de irte
escoge un libro
no querrán el maltrato
de otro dueño, no querrán servir
ni ser rehenes de estaciones,
del frio invernal, de la humedad
del abandono.
¿A quién llevas? ¿A quién recoges?
¿Alguno preferido? ¿Cómo mirar los otros?
Mira la estancia
por primera vez vacía.
Te velarán como a los muertos
y en algún instante
el aire entrará por la ventana que inventaste
donde viste trenes y trenes
donde fuiste un pasajero
caminando lentamente
las calles de algún pueblo.

Dejaste la puerta entreabierta
y el radio puesto;
aún engañabas a los que dejabas
a lo que quedaba,
lo que ya no dispones.
Entre la puerta y la salida a la calle
está esa escalera estrecha y sucia
en que alguna vez sentada
esperabas por las llaves,
por alguien que abriera las cobijas,
por un vecino que dijera la palabra adecuada.
Ahora tus pasos son firmes y apurados.
Todo es fácil porque nadie espera.
Ya ni siquiera el perro pequeño y negro
que te acompañaba.
Un amigo como dicen siempre
se lo llevó al campo.
Nadie te espera
pero como has decidido
no montar el tren equivocado
has inventado personajes que te recibirán
en ese lugar improvisado.
Has evitado las despedidas
ese círculo de piel y sangre
que es tuyo y de los otros.
Le has dado un beso escurridizo
como esos que se dan cuando corres
y no quieres ver el horror en otros rostros.
Pero está en la sala la gran comitiva
de tus alianzas, mirándote están serios
como en las funerarias.
Nada miro, nada puedo, esas miradas
son golpes en el vientre,
cierro las mandíbulas, algunos adioses
me sorprenden a pesar que he dicho
no a las lágrimas.
Brotan de tantos ojos
Corro, corro, hasta esconderme.
Corro a la calles
que el viento me atragante
áspero viento que rompa las páginas
que rompa el recuerdo de esos otros.

Las puertas se cerraron
el olor a esa tranquilidad del día
a ese tiempo sin fin, eternidad de infancia
cerró aldabas, el féretro, la caja de pino
que querías.
Y en qué transporte
indagas por los seres que quieres encontrar,
que aún no existen
pero que inventarás
porque necesitas un suelo
una llave que abra el corazón
que haga olvidar esos recuerdos.
Eres el cero, la nada, un hotel
deshabitado con luces de neón.
¿Cómo te llamas?
Lo único que tienes es este rostro
oscuro que se escapa
que no es posible detenerlo.
En este hotel te amparas
esta cama manchada de tantas suciedades
es la nube que te duerme, que da paz.
No hay pasado ni futuro
el presente mudo
donde el alma duele.
Me ha dolido siempre
¿A qué hospital puedo ir a que me operen,
a que me saquen el corazón?
Yo quiero otro,
otro perfumado
que pueda trasnochar
ante las luces del hotel de Dios
y los desamparados.
Este hotel de gratis
que debo olvidar en cuando pueda
que no debo recordar ni las horas
ni los movimientos extraños del pasillo
donde creí que moría
que no estoy viva, con los nervios veraces
con los ojos tan abiertos recibiendo
lo que siempre he buscado
esta verdad que no puede contarse
que nadie contaría
este hielo tan frágil
entre la muerte y la muerte
este tramo
que hay que sobrepasar
porque de no hacerlo
te encontrarás mañana como el hielo
en esta cama sin identidad
y sin nombre.
Y si, buscar un árbol
volver a la raíz
a la simiente
unirte a todos lo que como tú
se preguntan
disipar con ellos las astucias
con ellos ser total
porque en sus desolaciones
está la vida, alguna fuerza
unida a la esperanza.

No te necesita
se esfuma
crece sin ti
desaparece
Se hunde en el hueco
en la cueva
la caricia que
nunca pudiste tocar
se escapa entre los dedos








VOLVER

Volví.
Fui a revisar
lugares, intersticios
lagunas, mareas y mareos,
olvidos y escuelas,
maestras y recuerdos.
Visité las cuadras donde caminaba
segura que nada cambiaría.
Medí la anchura de las calles,
traté de recordar como lucían.
Pasé frente al colegio que no existe.
Busqué el portón de entrada,
y el miedo a que
cerraran sus aldabas, y yo,
dentro, castigada penitente.
Una vez más entré a los patios
de verdes plantaciones
con canteras y sol cubriendo
la explanada.
El Apostolado,
las Teresianas,
las Dominicas Americanas.
Eran las tres ciudades donde
niñas ricas, educadas y pudientes
Iban a aprender el mea culpa,
el catecismo y las genuflexiones.
Las monjas del Apostolado
graves, eran simples españolas.
Años más tarde
probé la disciplina americana.
Sister Rose Marie, la directora,
autoritaria, caminaba
con hábitos girando contra el viento.
Hope, la más alegre y dulce
de las monjas, seductora
con himnos y alabanzas.
Sister Reparata,
vieja y amargada, arrastraba
el rosario como un péndulo.
Con su rictus de hiel y de amargura
buscaba el perdón en esos rezos.
También estaba Sister Malva,
la estricta irredimible,
mirando con desprecio
a todos lados y a todas las esquinas.
La imaginaba dominatrix de noche,
dueña del convento
y de sus látigos.
Sus uniformes negros,
sus vaivenes,
me abrían
el entendimiento
al infinito.
Eran olas de ira y lluvia almidonada.
Eran órdenes
y edictos.
Era la vida teatral que me iniciaba.
¿Que harían en esas celdas solitarias
cuando las mortificaciones
y el vía crucis terminaban?
Fueron épocas diferentes y con sus diferencias.
El Apostolado, de kindergarten al segundo grado.
Después se asentó la oscuridad de la Edad Media.
La tenebrosa pausa
en que no fui a la escuela.
Tuve que resignarme a esa muerte
frecuente que nos visitaba.
Primero, abuelo.
Este hombre dicen que fue un santo
y en verdad
poseía la elegancia
de los que no hablan,
de los que no gastan en vano las palabras,
de los que atienden a las vicisitudes
de los hombres
o de la humanidad, como se dice.
Don Pepe no parecía español de Barcelona
y su origen no era de este planeta Cienfueguero.
Callado, sin hambre,
sin pedidos,
envuelto en su traje de tres piezas,
chaqueta, pantalones y chaleco.
Su cara color grisona piel de arena,
era un monumento del silencio.
Fumaba sus tabacos refinados
mandados desde España o de Canarias.
Su pelo en dos mitades repartidas
y su porte tranquilo y elegante,
de la Orden de Colón, un caballero.
Abuela era otra cosa,
la jefa, la criolla, la dominante esfera
de la casa, la histérica endócrina, cuadrada
con su perro Sultán en las rodillas.
Sus labios punzantes color rojo
rezaban, rezaban y rezaban.
Creía sin tantas certezas ni escrutinios
en la inefabilidad de Dios y el Espíritu Santo.
De la mano caminábamos
las creches,
las beneficencias,
los teatros
en color y en negro y blanco.
Elsa Aguirre, por Dios,
querida Abuela,
si supieras
qué ha sido de mi vida,
cómo he crecido
tu aceptación rogando
en tu antesala de eternidad
y cines.

Fui
antes de irme hacia el marasmo
y el desorden.
Tuve ilusiones que un milagro
ocurriera,
que pudiéramos llevarte con nosotras
en la maleta grande,
sin un pasaporte,
invisible,
sin que notaran
tu edad, tu negrura y tu ceguera.
Allí fui
a confesarte
la tristeza,
mi falta de voluntad
y mi desprecio al sacrificio.
A confesarte que a pesar
que estabas tan desamparada
sin ojos y con todos los recuerdos
intactos de mi infancia
yo no podría llevarte
a mi futuro.
Que la llama tuya se apagaba
y la mía se prendía a tantos fuegos.
Si supieras lo que es irse,
abandonar las posibilidades,
los cuidados que debemos a los otros.
Romper con todo sentimiento,
apartarse y correr,
hacerse el sordo.
No perecer es la consigna.
Atrás ni un paso.
No quedar en los entierros
de estas celdas y estas urnas
de la casa y de este pueblo.
Yo era planta -- me decía,
quería crecer, brillar como
una estrella.
Mis orejas estaban
educadas a conciertos,
a no quedarme sentada en un sillón
cuidando enfermos.
¿Cómo llenarme de telas y de arañas,
de silencios sin triunfos
rodeada de frases estropeadas,
de años por delante
repletos de monotonía y desgaste?
Y ahora frente a ti,
entre estas paredes descuidadas,
entre los vasos sucios
que si los levantan de sus sitios
ejércitos de insectos,
cucarachas, se avispan,
me he quedado muda.
Pinto las paredes a ver si
duran, a ver si llego a tiempo
antes que mueras.
Te dejo todo lo que tengo.
Quisiera retomar el tiempo
que pasamos juntas.
Mientras encegueces
yo pierdo las pupilas, los párpados,
los ojos.
Mañana
será la despedida,
perdida de la infancia,
recuerdo inmaculado
que marca la ruptura.
Pedazos inconsolables
que descargo en laberintos,
expediciones, en promesas de ayuda
que nunca he de cumplir.
En aviones,
caminando senderos delirantes,
paisajes extraños
perdidos otra vez en esta
amnesia convenida
que oculta tanta angustia.
Confusión
que me guarda y me distrae
de esta desesperación a fuego lento



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