Marina Tapia Pérez (1975, Valparaíso, Chile) es poeta, artista plástica y titiritera. Participa en la Red de Arte Joven y en el catálogo de artistas de Entredosorillas. Ganadora de Voces Nuevas de la Editorial Torremozas (2007) y del premio Arte Joven La Latina (2008). Participa en el libro De Raíz, Creaciones de Mujeres del Mundo, editorial Horas y Horas.
Ha sido un coma etílico
- Ha sido un coma etílico-
dijo el de bata verde
aquella noche.
Su familia
atribuyó este hecho a la desidia
social
que nos embriaga.
En tierras extranjeras
había contraído su afición
por juegos de palabras
que inevitablemente la arrastraron
a juegos
más temibles.
Si no hubiese buscado
beber con esa boca
el cielo
y el infierno
aún estaría muerta
entre nosotros.
Cuántos
Cuántos
jueces
padres
sacerdotes
viven en mí
cuántos carceleros.
Hasta dónde sin ellos
llegarían mis alas
Cuántas desde mi ser volaran
cuántas
R e g l a s d e l j u e g o
Me cité con sus labios
en la cafetería
a las 21:00 en punto.
Llegaron sin urgencia.
Yo comencé el cortejo
con apuestas,
variando esta ruleta
de mi rostro.
Pero él quería un juego
de ganancias…
y moduló al final su despedida.
En la inmovilidad,
hallé por fin un poco de consuelo.
Deshice los relojes de la espera.
L a c i u d a d d e l o s p á j a r o s
La ciudad de los pájaros no sabe volar.
Se hunde en lo profundo de su contemplación.
Fuma todos los sueños,
bebe el café de su amargura.
No hay atisbo de fe en medio de su fiesta.
Tiene bocas oscuras,
sin arte, sin misterio
en que van todos juntos
sin tocarse las manos;
y la boca es de un metro
de fria indiferencia
que se alarga a lugares,
sin conducir al cielo
donde vuelan los pájaros
que ùeden despertarme.
Su trino me rescata
de las rumas de ropas,
de productos vendidos
para anclar mi sonrisa.
Cuando el mundo me deja
desolada de mares,
de afectos transparentes,
consumida en la duda
con todos sus fantasmas:
es el ave que canta
en un cielo perenne
la que enciende los ojos
nuevamente.
Mi memoria no puede
apagarse en el barro,
de esta ciudad oscura
poblada por los pájaros.
PAUSA
No me puedo adaptar a esta tierra de extraños
si voy volando aún y no bajo a tocarla.
Frente a este vidrio frío de una ajena ventana
quiero encontrar las luces perdidas de mi puerto.
Existo en la pared, la casa contemplando,
camino sin pisar mi vivir intermedio
en el que se ha reservado la sonrisa sincera,
anclada en el gran patio de los gatos sin techo
o posada en los ojos de mi abuela lejana.
No he traído mi ser,
no he volado mi mar,
perdieron la blancura de los Andes mis ojos,
no ha seguido jugando mi ser con el presente.
¿Quién trajo mi equipaje
a esta ciudad sin cantos de gaviotas?
¿Quién me aparto de mí?
Mañana la que duerme
si puede despertarse
que me diga.
50 MUJERES
Aunque de mí me burlo todo lo que puedo,
arranco a mi secreto nuevas crías,
engaño a la mentira con engaño
o escondo bajo almohada aquel impulso.
Y aunque garabateo en esta hoja
membranas como letras de túneles no abiertos,
yo sé que ante el espejo
lo turbio se recoge sin palabra.
R O J O
Siento este rojo en el rostro
que es más y el mismo rojo
de la vergüenza
de ser hombre;
la ira, angustia
adherida a la roca
del propio precipicio.
Ya no controlo ni mi culpa,
cuerda invertida del cosmos a la tierra
al sujetarme.
¿De dónde cae el hombre
hacia la nada?.
Fuego rojo,
más que la pasión vacia
de los cines
color de temporada
de la Rusia,
esmalte de las uñas,
para guerra.
El rojo se respira,
arde, no sólo en este adentro
también en las mejillas,
en ramas diminutas
no inocentes
del ojo.
Se anuncia
con los nuevos productos
del mercado
donde todo se compra,
menos la cédula que dice
que eres otro,
no ese rojo maldito.
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