Martín Palacio Gamboa. Poeta uruguayo, nació el 5 de junio de 1977 en Montevideo. Vivió viajando de una punta a otra del Uruguay hasta dar con la frontera brasileña, a pocos kilómetros del mar. Desde diciembre del 2005 reside en Buenos Aires. Es ensayista y traductor. Sus traducciones del portugués pueden encontrarse en varias publicaciones electrónicas (Agulha, Palavreiros, Malabia, Escáner Cultural, etc.) y en revistas impresas (Hermes Criollo, Iscariote, La Guacha, Heterogénesis); como así también en la compilación que realizó de una frondosa antología de poetas brasileños contemporáneos, donde escribe estudios críticos que funcionan como introducción a la obra de cada autor.
Estos son sus blogs: http://desdelatierramedia.blogspot.com/ y http://lacanciondeltrasgo.blogspot.com/
Si fuera…
Si fuera la reanudación de los caminos o
si fuera la envergadura croma de algún cerro
aquí a la vuelta
con su destello brusco y su rastrillaje.
Si fuera mirando el mar o la estría en la vidriera
sin recordar la dura fibra,
todavía sangrando, de los cuervos y el desaire.
Si fuera este café de lunería.
Si fuera yo la vida eterna
y no su eterno ardor,
si fuera la nervadura de un corazón transgénico y vulturno,
me volvería a hundir
-oscuramente-
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
(Inédito)
Poema V de “Lecciones de Antropofagia”
El germen de este ocaso
se siente más adherido a la madera
y al pentagrama
que al espacio fáctico del suelo,
a su monovalencia tardía de resinas y tentáculos.
El goce de sentirse causado
anda a traspiés de niebla
con un ágape sin turno, punta por punta
las formas en que utilizas tu disfraz a la escala del poniente.
La pregunta es transparencia de lo oscuro.
Todo es remisión que exige
la uña del demiurgo,
acto y potencia. Ya sea con la casa derribada
o con la verbatura escindida de Lomismo.
Poema V de “Nigredo”
a Gustavo Espinosa
Tengo, descarnándose a destiempo, la ley del resplandor afuera que los viernes dirimirán entre alambres de púa y muñecas de porcelana; tengo también un talón que desdibuja el paso que conduce a Esciros, allá como quien sueña con caballos de madera;
almanaques y transatlánticos virtuales dejan este olor a plástico quemado, prendiéndosenos como un jirón de crujidos descompuestos;
ninguno invocaría el diluvio ante el Cebollatí o el Barrio Samuel adentro: la redención existe en cuanto la escarcha exista, en cuanto amenace el plomo tenso de una tachadura simultánea, así deambulemos solos bajo el ritmo de una cumbia tecno o nos precipitemos rumbo a esa suela feraz y su daath de tristísima hojarasca;
sobre los dogmas de un acto necrofílico y la digitación inaceptable de un carbunclo, trascendemos cualquier tsunami de galactofagias compulsivas mientras se enferma de ectoplasmosis el cuarto rostro de mi cuarta cara.
Por eso no se asusten si un fósforo consume otras exequias y chasquea su hocico radiactivo, alargándome sus flancos;
no se asusten si acelero los espejos, rascándome carnívoro.
Poco importa sus biselaciones y el punzado si mis dientes denuncian la cuchara en que me sirvo; cuando una bolsa de arpillera se exima de ser la delicia obligatoria o nos proponga su aspereza de forúnculo kantiano, saldré de los bestiarios y propagaré un catálogo de páncreas y tornillos;
catástrofes celestes saciarán su metro cúbico de estuarios, redactándose igualmente la exaltación de las bisagras si piensan dejar el trazo, sin saber que el mar acepta hasta donde sea posible la enumeración de sus demiurgos.
Obsérvenme tranquilos, asúmanme que soy lo que un lenguaje construyó sobre su ausencia: escatológico al fin, devengo indecidible, resquebrajando el magma carcelario de las morgues;
claro está que, entre dos pausas, los lirios recuperan su estatura y que nadie emprende la ascensión cauterizándose dos tibias. La espera de quien roza cañerías en desuso (pues, según dicen los putos, es fácil descubrir su crasa teología en dos fascículos) puntualiza la merma de una tenia, su ceniza de gripes envejecidamente bolivianas;
los perros ladran calle abajo, haciéndonos perder este gemido astral de treinta pesos; los diccionarios destejen nuestra iconografía, refractarios a esta arborescencia de sí mismos, de túneles, eclipses; un saurio samurai invade el habla. Preferiría salir al cruce de la errancia, tantear los quicios de la transubstanciación, decantar en la redoma el nadir homúnculo de la contingencia;
la muerte del sujeto ha muerto. Lo advierten las terrazas que no conocen los mormazos de noviembre: los retrovisores buscan congelar su instancia, porque el Génesis se quedó en abreviatura de atopías; los grabados de viejos textos demonológicos darán razón de lo disperso, de esta llovizna de coágulos negruzcos. Bela Lugosi .ha muerto, espantando las últimas rendijas de las cloacas.
Poema VI de “Nigredo”
a Lorena Pradal
Ayúdenme a cavar esta penumbra que invade por igual plazas y mamposterías; aquellos que bordeen la latitud más próxima a un cangrejo o piensen insistentemente en la teleología del archivo, tendrán la acidez del mosto como quien prevé la diseminación de las escalas; verán la insinuación de la ceguera, la recurrencia a un claustro oximorónico de arañazo eléctrico.
No hace mucho hablábamos de la saga anacrónica del trasgo, de la homologación de códigos que ensambla la menopausia con el piercing frente al advenimiento de la nieve. Y la luna, que hasta entonces los astrónomos habían calculado abstrusa, derrama sobre la pisada de un hijo de familia su quimioterapia arcaica, pregunta por qué la sangre sabe a aguarrás vencido y en qué se consume el silencio de los frigoríficos cuando se despeña sobre el marrón y el gancho los voltajes de un tubolux a punto de quemar algún fusible.
Quisiera una fracción inevitable, un videoclip semiótico experto en desatar el pus de sus treinta hiperentropías sígnicas. Un rimmel cyberpunk revierte su póstuma abstracción, hace proliferar la espina allí donde el territorio se .exprime en simulacros de zarzas pixcodélicas; piensen, además, que toda esta filiación disociativa entre las guadañas y los misales no dejará de lado los letreros de los hipermercados, ni tampoco escatimará esa extrema suspensión de criogénesis para tanta épica inscrita en los códigos de Matrix: tan sólo afirma la disolución total, sosteniéndose en su propia emergencia indeclinable. Que un injerto de cartílagos se ensamble con el vértigo temprano de los patios: la compulsión delata otras consistencias, otras cartografías, pletóricas de cianosis y de náuseas no sartreanas.
Irremediablemente, el acento me pende del zapato. Al igual que un repliegue de acrónimos y averías, la claudicación del logos desciende de un gemido al margen seco, omite negociaciones con el polietileno oral de los martillos. Propongámonos, entonces, un diafragma en donde encallen cetáceos lautréamonts, esófagos y espadas sin diámetros centrales; no salga a la intemperie el grado cero de un umbral, mesando su escarlata genital de dos esquinas. Nada hay tan monstruoso como esa transparencia, como esa claridad de fármaco y prospecto.
Gramática desviante, gremlin de crasa evanescencia tautológica: cadáveres y espejos se insertan en su función de orujo, dan a conocer una serie de epidemias asombrosamente medievales, blues sinfónicos, pólipos malignos o retrovisores de máquinas mutantes que ejercen su metonimia atroz de cólicos y androides. Cualquier consagración fortuita del exceso derrama su viscosidad de alienígena extirpable, un murmullo de imágenes y episodios de partícula, a salvo de las distracciones del olvido.
Asómense a las amatistas silenciosas que se acumulan en los escritorios, dispongan de los anacoretas que viven en el segundo cerro de más atrás: una configuración de sótano y binario se desvirga en baños públicos, las auras más infames irrumpen desenfrenadamente sobre lo que se ordena y se pronuncia. Sé que el pómulo derecho asiente la fugacidad de los relatos, y el cuerpo no anticipa la unidad del hombre y su carcoma: nos faltan amperímetros y esperas, un purgatorio acrílico que nos re-escriba desde su más delgada línea rizomática. Sé que por entre mis lenguas el sol también da su luz negra, esa luz que desgarra la garganta de los ángeles y cubre de musgo seco la huella de los tractores. El bufón entona su alabanza cortándose la encía. Paso segregando trapos sucios, el fiel escupitajo de quien perdió su sombra en el retorno.
1 comentario:
Modo bastante particular de escribir y ver el mundo. Como la mayor parte de los "raros" uruguayos (Lautreamont, Eduardo Milán, Marosa di Giorgio, etc).
Rodrigo Aristimuño
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