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jueves, 24 de marzo de 2011

3808.- JOSÉ ANTONIO PAMIES


JOSÉ ANTONIO PAMIES.
Poeta y escritor autodidacta (Alicante, 1981). Licenciado en Derecho. A lo largo de estos años ha procurado mantener viva su labor creativa, vinculado por proximidad a la ciudad de Orihuela y a la figura de Miguel Hernández en sus comienzos, cursó bachillerato de letras en el colegio Santo Domingo.

Finalista del III Premio internacional de poesía Andrés Salom 2005 y del II Premio de la editorial poesiaerestu 2010 con uno de sus primeros poemarios "Las Ruinas de la Aurora". Autodidacta, no se ha movido en círculos literarios. Los maestros son esos autores cuyos libros se interpusieron en su camino por puro azar, búsqueda intuitiva o afinidad existencial y literaria. Su último poemario "Afonías" ha sido finalista del XXVI Premio Gerardo Diego de Poesía para autores noveles. En la actualidad reside en Madrid donde realiza estudios de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad Complutense. No ha publicado ninguno de sus libros. Resiste como un samurai absurdo instalado en la palabra poética que es su verdadera vocación. Vive con el recuerdo fresco de tantos poetas cuyo destino fue sufrir por haber nacido en una tierra cainita como España.

Libros de poesía: “Focos de ciudad y olvido”, “Las ruinas de la aurora”, “Campos de hielo”, “Los días y las sombras”, "Afonías".

Relatos: “Retales de un salacot”, “Ajuste de cuentas”, “Ceniza en las brasas”

Mantiene su propio Blog de creación e influencias literarias, desde donde se puede acceder a parte de su obra inédita:
CREACIÓN EN MARCHA






Confesión x

Te confieso que he sido
un perro, y a veces araña
tejiendo la red oportuna
para atraparte.

Te confieso que no quería
saber nada de ti,
tan sólo estar contigo,
conversar, mirarte de cerca

Pero el futuro afilaba las preguntas
y te las ponía en la lengua
cortando la belleza del instante,
maldito enjambre de excrementos,
imagen de amor, superficie
que corta las alas del poeta.

No sé qué me pasa
pero te quiero. Será la ciudad
y esta tarde que muere
como si fuera un cenicero
de melancolía.








Sabor triste

La carne tiene un sabor triste
de pétalos ensangrentados
que ensucia todas las acciones
a las que el amor nos lleva.

Carmín cansado,
pena que revientas sin más
en mitad de una clase cualquiera.

Se parte el alma
como un tronco resquebrajado,
poeta de provincias,
cansado de andar tiempo
por la entresala del olvido.

En tus ojos la señal de la lágrima
barre como una ola
la suciedad insoportable del aquí,
escupes los trozos de muerte,
el lastre acumulado
de los años sin aire
que tanto azotan tu conciencia.










Nad y su confusión

La tarea cotidiana
de plegar los instintos
y sacudirse el alma
lo tiene confundido.

Camina solitario
por el ancho mundo que inventa
cada vez que parpadea,
el paseo dura vidas
y obras inseparables,
ahora está acostado,
sueña el final de un libro
que leyó en la infancia,
el suelo está frío
y las letras no son
suficientes para él.










Nad y la noche

Al caer la noche
Nad aprieta los dientes
con una sensación de hastío.

Está cansado de morder
siempre las mismas estrellas,
habla con la playa, escupe
las huellas de su tiempo
a la inmensidad que le rodea.

Pero las calles se deshacen
en múltiples abismos
y en cada foso,
en cada hueco de su alma
se alimentan sin descanso
los acordes de otra vida.










Melancolía

Melancolía, tú me llevas
alimentando veleidades
por este páramo de ausencias,
amor, sosiego descarnado,
vaga tristeza sin sentido.

Tu propia música delata
la intensidad de los efectos
que tras mis sueños ocultas,
araña inadvertida, bruma
del corazón, melancolía.











Partes de una misma cosa

Como si estuviéramos cosidos
por varios pensamientos similares,
como si lejos y cerca
fueran partes de una misma cosa,
extraviados,
acaso encontrarnos sea una señal,
un símbolo que nos aleje otra vez
con multitud de besos en el aire,
dentro y fuera,
partes de una misma cosa
uniendo pedazos interiores.










Pequeña advertencia

Fumémonos
beso a beso
despacio,
como los enamorados
que no somos.

Prohibido hablar del humo
y de las cenizas
que nunca volverán a arder.









No puedo ser

Incertidumbre
por pensarlo todo anticipadamente
y agitar las cosas hasta destruirlas,
esta idea de salir afuera
ya me tiene sintiendo
lo que no voy a sentir si salgo.

Largo tiempo me esperaron,
pasaban ante mí,
extraños,
en los ojos llevaban un nombre
curiosamente familiar.

Nada fui,
sentía el fuego antes de tocarlo,
imaginaba hogueras
y las dibujaba con palabras,
ardía por dentro
como un crematorio nazi.

No puedo ser realmente,
observo con tristeza
los besos que me corresponden,
soy lúcido y divago
y me gustaría hablar con alguien
en algún punto exacto de mi vida.








La realidad sin destino

Transcurre el tiempo
tras la fogosa sucesión de imágenes sin destino,
la soledad se colma lentamente,
navego hacia dentro y esta libertad es infinita,
soy un preso ahogado en el aire,
pasajero estático de los días,
un suicida loco jugando con su revolver
un suicida indeciso
un suicida asustado ya por la muerte
un suicida que se debate y nunca aprieta el gatillo
un suicida amnésico esforzándose por recordar
un suicida borracho incapaz de creer en su dedo índice
un suicida preso de sí mismo,
encarcelado en todo lo que puede ser,
esa verdad que pasó mirándome a los ojos,
aquella realidad supuesta,
el continuo fallo de la existencia,
todos los personajes hechos a mi medida sólo para mí
y que yo dejé perder tan solos,
todo lo que no dije,
los sueños no soñados,
las luces que no apagué para dormir,
eso que siempre llevaré conmigo,
una verdad que no comparto atada a mi carne,
algo incomprensible que ni siquiera puedo expresar.


De "Focos de ciudad y olvido"
(Antología del desconsuelo 2002-2004)






Canto marginal

"Si la mujer no fuese un tatuaje y estuviese viva
y aferrada a su pecho peludo, ese hombre
bramaría aún fuerte en su pequeña celda. "
Cesare Pavese

“Contento estaré, aunque mi lira
allí no me acompañe; por una vez
habré vivido como un dios, y más no hace falta.”

Hölderlin/Cernuda


A ti
que dibujaste la sombra del verso con el calor del frío
y autoexiliado como un profesor de ausencias
me guiñaste aquel ojo cómplice.

A ti
que ante la fragancia de cuerpos sin memoria
optaste por la redención de letras
en un hotel abandonado.

No merecía aquel muchacho
las espinas deliciosas de la realidad contra el deseo,
un perfil de aire marginal,
era pronto para masticar púas de hierro
contra pupitres de piel blanca y desolada.

A ti
rostro de primavera,
sombra sentimental, aurora,
desolación de la quimera.

Yo no sé cómo borrar el rubio tatuaje
de tu libro sobre el recuerdo azul de los adioses,
yo no sé cómo avivar aquel fuego sin trampa
y que tu verdad no me salpique con un KO
en el segundo round.

A ti
poeta de cultivada estética,
maestro de la huida, harto de llorar en esta España asesina
me legaste también un credo americano.

Venció aquel tono madurado en soledades de oro,
la soterrada voz del verso cómplice
es hoy palpable intimidad de erizo,
belleza austera, eterno poso.






prosa en poema

Con el paso del tiempo
se relaja la vida,
y el arte cobija la llama
de un impulso ciego.

Ya nadie habla de sus ojos
con el dedo en la llaga,
se volvieron tan educados de repente
que tuve que aprender
a buscarte en los libros de la noche,
donde reposan mis muertos favoritos.

Comprendo que muchos estén de vuelta
ahora que sabéis
que por amor al arte no se come
y se sufre extraño el camino,
otros tantos como tú se engañan
al instalarse en colinas turinesas,
sanatorios alemanes o al enorme abrigo
de Giacomo Leopardi.*

He cruzado los límites de lo literario
y puedo afirmar
sin ningún tipo de razón
que estaba equivocado,
el arte no cobija nada
y todo late en existir.

Me lo dice el tiempo vivo
sobre la luz dichosa del poema
en la desnuda llama de tu cuerpo
que es verdad y presente tangible.



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