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sábado, 19 de marzo de 2011

3707.- EDWIN MADRID


EDWIN MADRID
(Quito, Ecuador, 1961)
Es una de las voces más singulares de la poesía hispanoamericana. Recibió en España el Premio Casa de América de Poesía Americana en 2004. Lleva publicados nueve libros de poesía entre los que se cuentan Mordiendo el frío (2004), Puertas abiertas (2000), Tambor sagrado y otros poemas (1996), Tentación del otro (1995), Caballos e iguanas (1993), Celebriedad (1990), ¡Oh! Muerte de pequeños senos de oro (1987). Ha sido traducido al inglés, al árabe y al portugués. Dirige la Colección de poesía Ediciones de la línea imaginaria.




SE HABLA ESPAÑOL

Mi mujer
es loca,
loquísima, no se anda por las ramas.
Va directo por media vía del árbol;
y nunca se detiene a mirar el bosque
devastado que deja a su paso.
Pero también es una preciosa
que me mata de risa,
cuando se pasea por el dormitorio
hablándome en argentino:
Ché, no seas pelotudo, fíjate en la mina que tenés,
o en mexicano:
órale güey, que no estaré aquí
para acompañarte toda tu pinche vida.
Preciosa, linda, bella mi mujer;
sacando su personaje español para decirme:
Joder tío joder, que no te das cuenta de la moza que tenés alao.
Yo me río de su recorrido por la lengua chilena, brasileña.
Mi mujer: fuckiu condenado Edwin, te sacaste la lotería.
Y es verdad.






Uno va a la cama

por haragán o por frío,
pero también come
sobre ella
y sueña
y muere.
¡Es increíble! el
tiempo que pasamos
en ella con ella.
Pobres de nosotros si
un día aparece un loco
y ordena quemar
las camas del mundo.









Mis amigos escriben desde
Florencia o Praga,
hablan, casi con asombro,
de los descubrimientos
que hacen.

¿Qué puedo contestarles yo
si nunca he sabido
de aviones y puertos?

Mis amigos,
vigorosos hombres de mundo,
detallan uno a uno
fabulosos cuentos de
rascacielos y mujeres
de piel brillante.

Han olvidado
que vivo rodeado de montañas,
y que todo es cuestión
de que alcance la cumbre de
una de ellas
y me lance hacia
el otro lado.







POSTAL URBANA DE QUITO
CON YO EN EL FONDO

Montañas irrumpiendo el cielo de la noche, calles locas que suben y bajan, campanarios, más campanarios, autos que patinan al doblar la esquina, jóvenes que se dirigen a las discotecas pateando latas de cerveza, parejas que se besan mientras los semáforos cambian. Música fugándose entre las piernas de una minifalda y los tacones obscenos de un muchacho que da sus primeros pasos en su verdadero mundo. Niñas de fantasía perdiéndose sobre el rechinar de las motos.
Y allí voy yo, casi sin poder pararme, abrazado de una mujer que como bandera me agita por bares y hoteluchos.






REALMENTE ERA INSOPORTABLE

Yo también tuve una muchacha rubia que estaba loca por mí. Cuando empezó a asumir el papel de esposa perfecta huí como un potro que regresa a las praderas salvajes.
Cansada de esperarme con la mesa servida a media luz, se casó y comenzó su vida escandalosa. Daba vergüenza mirarla interrumpir entre mis amigos. Se sentaba en sus piernas de cualquiera y me insultaba. Tenía que tomarla del brazo y conducirla a su casa.
Un día apareció en el bar con los ojos desvaídos y los labios húmedos como las mujeres rubias de las películas. Sacó de su cartera un revolver y me disparó. Caí destrozado el corazón. Desde entonces no la he vuelto a ver.





Noches de Granada

Estoy en Granada
El sol pica la piel y
tu recuerdo pica mi corazón.
¿No sé que hago junto al Lago de Nicaragua?
Es un mar que topa los volcanes
y yo me hundo en las aguas negrísimas de tus ojos.
Voy de isleta en isleta
mirando como viven los nicaragüenses
¿Qué hago en Nicaragua,
38 grados a la sombra,
si mi nostalgia por ti
alcanza los 40 grados en la noche?
Granada,
ciudad de casas azules y verdes y amarillas
e imagino que en aquel patio de paredes rojas
tú bailas y me esperas
mas yo solo
recorro las calles
en busca de una de una lata de cerveza.
¿Qué hago aquí?
Gioconda Belli lee sus poemas
y Cardenal
y otros cientos de poetas
pero ningún poema dice
cuánto te extraño estas noches.








Tres amigos

Mi mujer me obsequia tres libros de poemas. Sabe bien
que son poetas que quiero y admiro:

Paul Muldoon, irlandés que conocí en Isla Negra
y aunque no sé ni pío de irlandés y él tampoco
hacía esfuerzo por hablar ecuatoriano,
disfrutamos del vino chileno.

Nuno Júdice, poeta retraído, de buen trato.
portugués que conocí en Brasil bebiendo cachaza.

Y, Vicente Gallego, un español
que lleva aretes y los pelos en punta, con quien
bebí hasta que nos echaron de la Caixa de Madrid.

No he leído la poesía de ninguno
pero me he emborrachado con ellos.

Ahora, con grandilocuencia, leo sus poemas
y mi esposa empieza a preocuparse
por mis amigos imaginarios.







Un trozo de pan en la mesa relumbra
de alegría, una mesa de palo sin mantel;
una mesa cualquiera, pero pulcra.

Un pedazo de pan sin la repostería francesa
o ecuatoriana. Un trozo de pan ordinario,
pero con amor.

Una mesa.
Un pedazo de pan.
Una felicidad diaria.

Pero existen mesas cojas
y panes agrios, donde la alegría no se sienta
a la mesa.

Mesas patojas,
adornadas con sedas y flores, en las que
poderosos dejan caer manos y carpetas
siniestras. Mesas de negociaciones. Mesas en las
que se trazan los designios del mundo. Mesas del cementerio
y del quirófano.

Mesas como espejo del hombre donde la alegría
dura poco, igual al banquete que uno coloca
sobre la mesa para el disfrute con los amigos.

Mesas sencillas y luminosas, llanas y lisas
como rostros recién lavados.

Mesas azules y negras.

Mesas rojas.

Mesas frías.

Redondas y cuadradas como los sueños.

Mesas blandas.

Mesas imposibles y llenas de gloria.

Dulces y olorosas mesas de amor.

Mesas y más mesas que hombre y mujer van
colocando
en cualquier sitio como su fiel autorretrato.









Pétalos de cristal saltan
en la inmensidad del prado
y buscan su cauce colina abajo.

Horizonte atiborrado
de nubes negras,
donde relampaguean
los ojos de la tarde
que al apagarse dejan
escuchar la voz antigua
de los cielos de octubre.

No hay duda,
ha llegado el invierno.









Bellísima Katia cuídate de los poetas, porque te perseguirán con versos de salón, como lo han hecho con las bobas que se detuvieron a escucharlos.







Cornelia no es una muchacha, es el diablo metido en un cuerpo terso y afiebrado. Con ella mis días tuvieron el aroma de la hierba buena o fueron una cama cubierta de chinches.






Admirado Filipo si el corazón y calzoncito de Marcia no son tuyos, no te engañes. Pues alocado como andas, vas directo a la cárcel o al hospicio.






Fina y desvergonzada Leuca, háblame de esa muchacha saltarina, más vivaz que ardillita de bosque, que escribe con gracia poemas lúbricos y candentes. Pues cierta noche, la muy bribona, me mantuvo desnudo sobre la cama y ni siquiera se desprendió de la cinta que adorna su cabellera.







Amoroso Propercio, por más bella y sublimada que sea Cintia, abandona la humillante y triste tarea de cantar a su amor. Aléjate de ella como la luna que deja paso a la claridad. Tampoco vayas detrás de tus rivales con ganas de incendiarles. Solo mitiga y tra­ga tu orgullo para que después no haya arrepentimientos. Pues a quién más que a ti, amoroso Propercio, se le puede ocurrir decir ante la lápida de Cintia: ese polvo fue mujer admirable, en vez de esa mujer fue admirable para un polvo. Que, en definitiva, es lo que carcome tus días.





Ayer estuve en la fiesta de Tito y no creas que perdí mi tiempo, pues me entretuve observando al ladino Procolo que iba de mesa en mesa entregando su libro de versos cursis y mal medidos. También vi al cegatón Tarcisio apurándose los vinos sin ninguna discreción, y estaba Porcio Latrino con la barba crecida y su enigmática sonrisa de plebeyo. Mas, refresco para mis ojos fue tu afamada Aurelia, quien lucía escotes pronunciados. Y no preguntes más amigo, porque huí junto a ella, apenas la luna se colocó sobre mi cabeza.





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