José Vicente Anaya (Villa Coronado, Chihuahua, México 1947). Poeta, ensayista, traductor y periodista cultural. Ha publicado más de 20 libros, entre ellos: Avándaro (1971), Los valles solitarios nemorosos (1976), Morgue (1981), Punto negro (1981), Largueza del cuento corto chino (7 ediciones), Híkuri (4 ediciones), Poetas en la noche del mundo (1977), Breve destello intenso. El haiku clásico del Japón (1992), Los poetas que cayeron del cielo. La generación beat comentada y en su propia voz (3 ediciones), Peregrino (2002 y 2007), entre otros. Ha traducido libros (publicados) de Henry Miller, Allen Ginsberg, Marge Piercy, Gregory Corso, Carl Sandburg y Jim Morrison. Ha traducido a más de 30 poetas de los Estados Unidos. Ha recibido varios premios por su obra poética. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores CONACULTA-FONCA. Formó parte de la Sociedad de Escritores de México y Japón (SEMEJA). En 1977, funda alforja REVISTA DE POESÍA. Desde 1995 ha impartido seminarios-talleres de poesía en diferentes ciudades de México. Ha asistido a encuentros internacionales de poesía y dado conferencias en varios países como Italia, Estados Unidos, Colombia y Costa Rica.
Los ángeles lanzan
un autobús de muertos
sobre estos poemas
MORGUE No.1
Empiezo a dormir sobre el aliento
que dejó mi muerte / no puedo soñar.
D e a m b u l o
entre cavernas
que se toman por calles. Salgo
del alarido secreto de otros gritos y
vuelvo a ser el vagabundo perdido,
con huesos tan triturados
que se confunden con cocaína... ¿Qué me sostiene?
Quiero salir,
y en mi cuerpo caigo
a recorrer
este desgano oculto de la noche. ¿A quién busco?
Todos están dormidos. Si fuera verano
y el ambiente de la ciudad menos corrupto,
algunos grillos
me cambiarían el tono de la angustia. He
brincado
límites,
pero me engaño
porque termino en el lugar del salto. Ahora
el trecho
está creciendo
en reversa
de los obstáculos pasados; y
sólo me queda el recurso de las transgresiones,
o quedo anclado. ¿Dónde meterme?
Dicen que en otras ciudades hay
cafeterías, cines, bares, para los desvelados...
He salido a revolcar la voz. Con cada paso
ascienden las cenizas
de los incinerados. La garganta
no puede con otro ritmo
que esté alejado
de los acordes con que responde el piso
en cada huella. La noche
está empeorando,
con esta canción
que se introduce
a envenenar las venas, como
si otro alguien, que soy yo,
se hubiera metido en mí
para usurparme
las ganas de vivir... y
en esta pena
me preparo un escándalo mayor
que sufriré más tarde.
Pero insisto en caminar,
y me voy
disputándole al pánico
mi suerte.
Me voy parpadeando
la oscuridad. Apretado
en la incertidumbre
de que me toque amanecer. Los pajarracos
grises
que anidan los techos
ni siquiera saben recibir al día... no hay
petirrojos, gorriones, canarios, alondras ni
cardenales, y
las palomas pasan con plumajes sucios...
Sin embargo amanece, y
la señal
es ese pitido de la fábrica
que saca su chimenea
sobre las casas. El humo
se levanta
burlándose con sus tonos de negro: adentro
están los hombres
moliéndose la vida... Afuera
el sol nos pinta la bóveda con rojos
mirados
tras una tela opaca... Sigo caminando
hasta
que no obedece el pie
a las intenciones. Me canso. Llego
a donde los edificios
se fueron agrandando, y
esta urbe
impostora
se viste de metrópoli. Hay que pasar
por su centro
palpitante
de pordioseros, pegados
a las puertas
de la abundancia financiera, moscas
enloquecidas
en los muladares
donde nada encuentran... Los
alcohólicos lumpen
desvariando
recuerdos, ilusiones
con que abandonan
la realidad encrudecida: una mujer
huesuda
de costras negras en la piel,
con larga vieja capa
de terciopelo negro,
pasea
majestuosa
como viniendo de la Corte
del Reino de Castilla /
Otro mundo dentro de este mundo:
Y puedes percatarte
de que la lepra no fue una maldad
quedada en el Medioevo:
en la banqueta
se sienta una anciana
que muestra una pierna de madera
y la otra vendada con medio pie comido...
Este mundo
metido en este mundo.
CONVERSACIÓN CON ARMANDO PEREIRA
Hazme una leyenda, amigo,
como tú quieras.
Al cabo no adiestro mi cuerpo
para ninguna posteridad.
Ya ves, Virgilio murió de cáncer
a los 30 años
de andar arrancando
asperezas de la vida, cuando lo supe
pasaron mis 28
rompiendo la barrera del sonido:
se volcaron las pústulas
de algunos de mis órganos.
Ahora entiendo
que yo me acabaré más pronto
quel licor desta cantina legendaria,
más pronto que toda la droga
que le entregó su paranoia
(de amputación en manicomio)
a Fernando,
de quien nadie leerá
los poemas
que lo metieron por ventanas
de soledad eterna.
En esta noche,
mis neuronas alcoholizadas
brincan
en vez de mi dolor,
que apaciguado,
me muerde detrás de una sonrisa...
Hazme una leyenda, qué importa.
La vida ya no puede alcanzarme,
como a James Dean,
aunque tenga 100 años
de existencia...
(de “Morgue”, 1980)
Epigramas veneno
I
¿Esperas que te dedique
mis epigramas, nuevo César?
Te los doy a beber.
Los hago con veneno.
II
Los poetas mediocres
responden a Huidobro:
“No pudimos hacer que
florecieran en el poema
…y ahora la usamos
prendida en el ojal”.
III
No persigo inmortalidad
ni fama en estos versos.
Yo sólo escribo
mi bosquejo de
mi voz que jode.
IV
Si escucharas al perico, Luis,
que del Dante recita
la Comedia en trocitos,
tu fama de culto perderías.
V
Al opresor:
Rodó la cabeza del zar Pedro;
la de Stalin, la de Hitler y la
de Mussolini. ¿Por qué la tuya
habrá de permanecer en su lugar?
Sin olvidar al amor
Por José Vicente ANAYA
VI
La noche me dictaba versos
y en vez de atenderla
me dediqué a inventar tu belleza
(como a Homero no se le habría ocurrido)
VII
Caminando contigo la ciudad es nueva:
A nuestro paso las calles se van construyendo.
Los edificios adquieren formas que
los arquitectos jamás han pensado. Y
es verdad. Es cierta esta locura de
reconstruir el mundo, porque dos enamorados
no merecemos estas calles grises.
VIII
Atardecer en llamas reverdece,
lumbre lejana que se toca
(es una miel que de tus labios
destila hacia mis labios)
y entre tú y yo, amada,
nace una flor que cuando canta
crece con raíces de viento que se enreda
en el espacio hueco, suspendido, de
las aves que pasan emigrando. Danza.
Golpes del desamor
IX
Hemos oscurecido muy pronto
y ya no distinguimos
el color de los ojos frete a frente.
Cuando te tocan mis manos
atravieso nubarrones
de donde sale mi cuerpo
mojado escalofriando.
X
Este polvo que rodea mi osamenta
fue mi carne
en aquél tiempo
cuando aún no anochecíamos.
XI
No sé por qué perdimos ese amor que nos
asombraba tanto. Los dos somos hijos de
la misma época desquiciada. Yo soy, sí,
uno de los peores… ¡y tú me ganas!...
XII
¿Quién como mi amada? NADIE.
Nadie… ¡¡y ahora ni ella!!
Tiempo suspendido
Por José Vicente ANAYA
XIII
Me expongo en mi poesía.
Me enseño a los desconocidos.
Y no sé si soy verdad, o qué,
porque después de darme
en el poema. Todo.
Quedo menos que brizna. Nada.
Profundidad desvanecida. Y temo.
Sin poder escaparme de mi miedo.
E s c a l o f r í o. Estoy allí,
incompleto y completo. Demostrado…
XIV
Autocrítica:
Me observo en el espejo
y trato de encontrar a otro hombre
que no soy yo, que no puedo serlo
el que fui y el que pude ser;
el poeta ramplón y el poeta maldito.
Pero me observo más
y tampoco soy un Dios
ni un hombre de trueno,
ni un héroe de aventuras irreales.
Soy este hombre que llora
sin que las lágrimas afloren,
pero que lucha
para que el llanto
no pierda el motivo de la vida.
XV
Miel con vinagre
reciben los sedientos y
el hambre pasa quieta
merodeando almacenes.
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