Rigoberto de la Caridad Rodríguez Entenza
(Sancti Spíritus, CUBA, 5.11.1963)
Poeta, narrador, dramaturgo y crítico.
Graduado en Teatro y Literatura y Español. También ha cursado estudios de Periodismo. Pertenece a la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba y es miembro de honor de la Asociación Hermanos Saiz.
Ha obtenido, entre otros, los Premios Rubén Martínez Villena, Fayad Jamís, Eliseo Diego, Nosside Caribe, y Raúl Ferrer. Con su libro Otras piedras talladas en silencio, obtuvo Mención en el Premio Julián del Casal.
Ha publicado:
De tales amantes tal historia (Ediciones Luminaria, 1990).
Hombre colgando de un pie / del mundo (Ediciones Luminaria, 1991).
La mano y el silencio (Ediciones Luminaria, 1998).
Cuerpo de álamo (Ediciones Luminaria, 2002).
Sitios Cruzados (Ediciones Sed de Belleza, 2003).
Último día del naufragio (Editorial Letras Cubanas, 2004).
Otras piedras talladas en silencio (Ediciones Unión, 2006).
Manera obsesiva (Ediciones Luminaria, 2008).
Además, es autor de libros para niños como La señorita traga truenos y otros cuentos, la obra teatral Las 120 monedas, y el poemario A la orilla del sendero.
Su obra ha sido incluida en diversas antologías y, textos suyos aparecen en numerosas revistas como La Gaceta de Cuba, El Caimán Barbudo, Ecos del Norte, Octubre, Cauce, Vitrales, La pedrada, Esquife y Sic, entre otras.
( Dirección de correo electrónico: elciudadanococo@yahoo.es )
CÍRCULO
.............A Manuel González de los Ríos
El prisionero, a través de una diminuta ventanilla enrejada
ha mirado la luna. O seamos precisos: el prisionero
a través de una diminuta ventanilla enrejada
ha mirado un diminuto lago y allí la imagen de la luna.
Como de un sueño, bajo una luz fina pero intensa
sus ojos entraron y salieron. Luego deshizo una postal.
Es falsa, le había dicho el otro inquilino de la celda.
Somos vigías del olvido, solo eso es cierto esta vez.
Al amanecer un guardia repite cierta parábola.
La escuché anoche, dice y explica el sueño.
Después salen a tomar sol y un hombre, trazando
una parábola cruza el aire azul. Si entramos en la historia
y creemos en su profundidad seríamos ese hombre.
La aventura consiste en detenerse y no mover ni un dedo
ni decir una pregunta. Estoy en un hueco del mundo
ante mí mismo. Tropiezo conmigo. Soy el caos
de mi boca y el silencio que le brota. Las puertas no se abren
ante mí ni yo me abro ante el ruido antiguo de la gota de agua.
JUEGO DE LA PUERTA
........Me extiendo por lo inmenso
como las raíces de un árbol sagrado,
como la música, como el mar.
[Octavio Paz]
Entro en la primera voz del árbol.
Con mi humilde traje rodeo la mesa
y mastico la música que escuchan todos.
El canto va al centro del óvalo
y su oro hacia la lúcida tarde cruza.
Un hijo anuda el silencio a su violín
a las formas perfectas y variables de la rosa
a los ciegos y apurados pedacitos de olvido
a las preguntas que reinan en el pudor de nuestras calles.
Mi lomo es un animal invisible.
El filo rígido de la soledad va hacia el fondo de mi ala.
Mi ojo en su mitad podrido es vuestro sueño.
La luz nos cerca.
Señor, dígale que soy como los otros
bajo el caos de un clavel herido.
Señor, hazle mirarse en la otra orilla.
Se balancea la costumbre.
Precarias sombras en equilibrio.
Ellos y yo estamos en el clamor.
El mar repliega las voces
hacia iguales palabras cómplices.
Somos el coro del verdugo.
Con su lengua de hierro
el hijo del rey nos ha marcado la cara.
El rostro y la herida somos.
El viaje envuelve ese peligro
y en la claridad se diluye.
Juego de la puerta blanca como la estrella.
Bajo un árbol habrá siempre esa verdad como principio.
Se incrusta el pie del animal en la tierra resbaladiza.
La realidad no es trigo ni paz sino un hombre allí.
Jadeo y no logro el otro paso.
Al apagarse la tarde
cada gota de sal entra en el crecido abismo
y yo con el rumor de mis anhelos y raíces
bendigo la mano que abre la puerta clara
y el aire que se sienta en el ojo del silencio.
[Octavio Paz]
Entro en la primera voz del árbol.
Con mi humilde traje rodeo la mesa
y mastico la música que escuchan todos.
El canto va al centro del óvalo
y su oro hacia la lúcida tarde cruza.
Un hijo anuda el silencio a su violín
a las formas perfectas y variables de la rosa
a los ciegos y apurados pedacitos de olvido
a las preguntas que reinan en el pudor de nuestras calles.
Mi lomo es un animal invisible.
El filo rígido de la soledad va hacia el fondo de mi ala.
Mi ojo en su mitad podrido es vuestro sueño.
La luz nos cerca.
Señor, dígale que soy como los otros
bajo el caos de un clavel herido.
Señor, hazle mirarse en la otra orilla.
Se balancea la costumbre.
Precarias sombras en equilibrio.
Ellos y yo estamos en el clamor.
El mar repliega las voces
hacia iguales palabras cómplices.
Somos el coro del verdugo.
Con su lengua de hierro
el hijo del rey nos ha marcado la cara.
El rostro y la herida somos.
El viaje envuelve ese peligro
y en la claridad se diluye.
Juego de la puerta blanca como la estrella.
Bajo un árbol habrá siempre esa verdad como principio.
Se incrusta el pie del animal en la tierra resbaladiza.
La realidad no es trigo ni paz sino un hombre allí.
Jadeo y no logro el otro paso.
Al apagarse la tarde
cada gota de sal entra en el crecido abismo
y yo con el rumor de mis anhelos y raíces
bendigo la mano que abre la puerta clara
y el aire que se sienta en el ojo del silencio.
POZOS
El pie dilecto se adscribe a la tierra.
Patina y suda su certeza.
Su ojo mitad pérdida, mitad sueño
insinúa la levitación.
No hay pasos ni palabras
sino juego y jadeo.
La luz reforma el borde rígido
y cada gota augura los pozos predichos.
A lo lejos se ve el color de un clavel en la boca de los lidiantes.
El que está solo avanza contra lo inextricable.
El escamoteo es su corona.
El clavel está mordido.
Su cero le niega la suerte de los posibles caminos.
Bajo el caos todos los reyes son blancos.
Si el hombre va hacia afuera se desdice.
No es la sílaba que roza la veracidad
y su mano.
El clavel es mi herida.
La mañana está abierta.
Desde allí puedo ver sus alas.
¿A quién dicen adiós?
JUEGO
esos muchos instantes y esos muchos días pueden ser traducidos a uno:
el momento en que un hombre averigua quién es,
el momento en que un hombre averigua quién es,
cuando se ve cara a cara consigo mismo.
[Jorge Luis Borges]
I
En los residuos del verano y el silencio
se salva siempre un pedazo mío.
He convivido con los golpes, sus llagas
con el tiempo, su penumbra.
En mi cuerpo habitan pequeñas pocilgas
noches podridas en la contemplación del sueño.
Toda vez que tramo las delicias
dono a los muros las palabras.
La respiración ha sido siempre un juego
un giro de páginas, menudencias de la historia.
Y de cada frase dicha recuerdo quien la busca.
Un círculo y el espejo discuten su puerta.
Los otros salen y no pronuncian las adoraciones.
Están en el coro de la casa y no encuentran su quién.
II
Nos recostamos a un pedazo de madera
y esperamos todo el trecho de un hombre a otro.
Las monedas que pagamos cercaron nuestras caras.
Íbamos entre cortezas y cadáveres.
¿A quién?
decíamos
¿Qué buscar en el que nos espera?
Meto las manos en su establo
y saco la pena, su canto
la sangre donde estabas.
Es mi mano figurada en cera.
Eres tú que también miras el silencio.
Hemos hundido el pie.
Yo me tapo los ojos con el vestigio que dejas.
[Jorge Luis Borges]
I
En los residuos del verano y el silencio
se salva siempre un pedazo mío.
He convivido con los golpes, sus llagas
con el tiempo, su penumbra.
En mi cuerpo habitan pequeñas pocilgas
noches podridas en la contemplación del sueño.
Toda vez que tramo las delicias
dono a los muros las palabras.
La respiración ha sido siempre un juego
un giro de páginas, menudencias de la historia.
Y de cada frase dicha recuerdo quien la busca.
Un círculo y el espejo discuten su puerta.
Los otros salen y no pronuncian las adoraciones.
Están en el coro de la casa y no encuentran su quién.
II
Nos recostamos a un pedazo de madera
y esperamos todo el trecho de un hombre a otro.
Las monedas que pagamos cercaron nuestras caras.
Íbamos entre cortezas y cadáveres.
¿A quién?
decíamos
¿Qué buscar en el que nos espera?
Meto las manos en su establo
y saco la pena, su canto
la sangre donde estabas.
Es mi mano figurada en cera.
Eres tú que también miras el silencio.
Hemos hundido el pie.
Yo me tapo los ojos con el vestigio que dejas.
LOS AMANTES
Los amantes bajan por la calle Cadena
hasta la vieja fuente donde bailan el augurio y el adiós.
Allí olvidan la historia la política
y en número absurdo de su identidad.
Suben a su silencio
se muestran abismos breves
estaciones
reinos
conjeturas de veranos antiguos.
Los amantes doran el declinar
y juegan en los íntimos puntos profundos.
Los amantes no han extraviado su transparencia
ni sus labios ni su ardor.
Los amantes van libres a favor de un verso.
Los amantes son la única esperanza.
DE PIEDRAS
Ante mis ojos hay dos caras cortadas por un hilo de luz.
Entre ellas un camino de piedras ambiguas. A su paso
el destino, el rostro íntimo del crepúsculo, la constancia
el péndulo que exhibe su paz. Sus golpecillos
van y vienen, perdiéndose en mí como se pierde la ola
en el secreto corazón del mar. A un lado y otro
las puertas, también dibujadas con prontitud
con la incertidumbre de un oscuro presagio. Tras una de ellas
el laberinto que nos toca. Tras una de ellas
el alma del país que se abre como una extraña noche.
Tras una de ellas el paisaje hacia el que has de saltar.
Las otras no se mueven, no se abren
como el tiempo que se agota pero es hermoso.
Una de esas puertas contiene toda ilusión.
LARGA ERA MI INOCENCIA
Yo no estaba
cuando empezaron a levantar esas casas.
No pude alzar mi mano a favor ni en contra.
El mundo sigue a medio hacer.
A veces miro el cielo de la tarde
mujeres y hombres pasan
con rostros color cielo despejado.
Miro los autos dentro del gran ruido de la ciudad
y no digo adiós ni digo nada.
Estoy tan cerca del abismo.
Soy un diminuto cuerpo en el vacío.
A nadie he de avisar cuando el sol se ponga.
Las caras cerradas
y los hijos de la ciudad
¿qué pueden?
Oigo sus rumores en el pozo
y los barcos navegan
en ese sueño plácido.
Y voy y vengo
y la luz abre mi espalda.
Pero no sé.
Estoy solo dispersando mi voz.
Pierdo el impulso tras el diario
que dice lo mismo
siempre lo mismo.
Yo estoy desorientado
loco.
Mis cuerdas no se ataron al amanecer.
Vuelvo al centro
el país me lleva
a su suerte.
Voy y me contengo.
Pregunto por esa voz.
¿De dónde?
¿Y por qué esa voz?
Yo no sé.
Mi oficio es cantar.
Mi canto es del país
y no debiera estar a favor
ni en contra.
Debiera callarme
o no sé.
Yo no sé.
OLEO DEL NIÑO SENTADO EN LA ACERA
En ningún sitio del mundo vi antes los ojos de aquel niño.
Estaba sentado en la acera, como antes lo imaginé en mi tarde eterna.
Me miró y extendió su mano tocándome algún recuerdo
pero yo puedo jurar que no lo había visto antes.
Aunque he cruzado a través del humo, perdiéndome en el cielo cómplice
y en mis horas de silencio suelo escupir sobre nombres famosos.
Aunque también suelo curar heridas invisibles
cortando justamente la carne para dejar intacto
ese pedazo humano que el tiempo desgarra.
Hoy solamente recuerdo la huella de aquel niño.
Aun me mira su insistente acusación.
Reduce mi vida a sus dos piedras castigadas.
Las notas de la prensa ni los salmos
ni los por si acaso ni los futuros.
Nada puede contra su paz seca.
Ese niño es nuestro revés.
Sin él fuéramos otros.
Ahora mismo tú fumas.
Fumas y hablas.
Exhalas tus dones y no puedes ver la cara flotando en el deseo.
Si encontraras el rostro de tu amor llorarías ante ese testigo.
No sé si vive o muere.
Sólo sé que su mirada pudo alcanzarme.
Solo sé que en su sitio estuviera sentado con placer.
ENCUENTRO
Al mirarse, la luz extendió su astucia hacia las calles
y una tras otra, las miradas escaparon hasta el fondo del viejo crepúsculo
crecieron sobre un balcón, bajo la inconstante luna
ante una plaza de promesas y abominables artificios.
También había un perro viejo, marcado por la sequía.
Teníamos que pasar, ¿lo recuerdas mi amor?
por entre aro del parque, teníamos que ir hasta sus confines.
Quemantes se escurrían nuestras palabras.
Ese silencio nos maldijo a todos.
No puedo entonces volver.
No quiero, entonces, volver.
Las aguas me lo cuentan todo.
Desde un árbol escucho hasta del pájaro su cantar.
ooOoo
No escupas mi tarde
dijo el pequeño árbol.
El que jugaba echando
sus modas y su olvido
volvió a tirar su herencia.
No
insistió.
Sí
decía el otro y vaciaba más
sobre la inocencia.
Entonces el árbol
pudo empinarse hacia el cielo
frondosamente.
A ORILLAS DE UN RÍO
Mis ojos se desplazan sobre el paño de agua
y como cualquier testigo lanzan sus preguntas.
Dos diminutas piedras atestiguan la vastedad del mundo
en la cómoda certeza de lo que no alcanzan.
Mañana podré ir hacia un lugar de la casa
y beber vino dilecto en las caricias
frescas del don elegido por una verdad.
Una palabra bastará para sentarme ante la transparencia, el alivio.
Es lo poco que ahora puedo descifrar.
Echaría mi carne para alimentar la esperanza
de otro pero eso no servirá de mucho.
El otro también ha perdido esa costumbre.
Ya no solemos mirar las horas
y los libros como una tarde.
El otro también ha olvidado ciertas palabras.
Va hacia la cocina y contempla la olla
creciendo para la tarde que se clava sobre la mesa.
¿Qué habrá hoy sobre la mesa?
Salen a reintentar un duda en el tiempo.
Mordidos como misterio ante el paso
se quiebran y no dicen ni una palabra más.
El silencio es el golpe.
Hemos visto arder el sueño
y en el los deseos furtivos de la niña.
Ella lee la página y canta.
Su libro ajado muestra un mapa.
Sobre su blanco empiezan a crecer las sombras de algunas palabras.
TARDE
La tarde alcanza la cima.
Tras el paso devela una razón y sus palabras.
Mi niña se asoma conmigo a la ventana
y abre su felicidad como una fruta.
No puedo decirle tres o cuatro palabras.
Se cruzan y chocan en un corredor oscuro.
No voy ya a decirlas.
De nada me sirve escarbar en esos nombres o en sus lanzas.
Allá a lo lejos se desata el color naranja
y los ojos de mi niña siguen siendo una posta de eterna navidad.
Bajo un antiguo álamo vamos a crecer.
La madera nos iluminará
con el olor de los días sobre caballos perpetuos.
Todo esto es más que un fin.
Los hilos labran las horas
y la fe entra en un país de cristal.
Allí beberemos también el café del alba
de la ciudad libre como una mujer libre.
Esas son las antigüedades.
Las miramos como únicos testigos
como raíces de esas piedras iluminadas
por el espeso oro que en junio desgrana la tarde.
LA ÚLTIMA HOJA
La última hoja del olvido
está en la mano. Huele
aún
a juego
y a muerte.
Las caras flotan
en el adiós.
FIN
El señor lee el final de un poema.
El señor lee el final de una historia.
El aire bate las ramas de un árbol.
La luna crece entre pájaros que duermen.
El hombre llega a una puerta.
Alguien responde del otro lado.
El lector recuerda y discretamente llora.
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