Oliver Welden
(Santiago, CHILE, 1946)
Poeta de firme permanencia en las letras nacionales, abandonó Chile luego del golpe militar de 1973 para exiliarse en Estados Unidos, la patria de su padre, manteniendo un silencio editorial de treinta y seis años. Fue fundador y redactor de Tebaida (1968-1973), una de las revistas literarias más importantes de Chile (junto a Trilce y Arúspice). Es autor de Anhista (Santiago: Arancibia Hnos., 1965), Perro del Amor (Antofagasta: Ediciones Mimbre, 1970; Premio Luis Tello de la Sociedad de Escritores de Chile), traducido al inglés por Dave Oliphant como Lovehound (Nueva York-Austin: Host Publications, 2006), y de Fábulas Ocultas (Concepción: LAR, 2006). Hoy reside en España y en Suecia.
Textos extraídos de “Perro del amor”
I
Vaivenes
Puede que haya pasado demasiado tiempo,
más que el necesario,
pero estimo necesario esperar todavía
el amaino de la resaca
Para amarrar mi cuerpo
a la roca semisumergida,
cerrar los ojos y abrir la boca
y esperar, nuevamente,
a que suba del todo la marea.
II
Advertencia
Érase un hombre solo,
demasiado solo;
cuando sentado en el baño
dejaba correr el agua
para escuchar su sonido;
en su oficina de correos dialogaba
con las cartas y en sueños
visitaba a los destinatarios. Falleció
la primavera recién pasada:
al cajón le ajustaron las manillas por dentro
para que esa mañana
se condujera solo al cementerio.
III
Axioma vital
Las moscas ocultan el corazón
porque el corazón es una magnífica bosta.
IV
Me hubiera gustado quedarme aquí.
Una canción de boda compuesta de aire inmóvil,
de tierra seca, para darte una nueva dimensión
de amor, deposito en un embudo de papel
por la cerradura de la puerta de tu casa, mientras
me vuelvo viejo regresando a mi polvo y a mi noche.
Primero la voz
En el cuello siento tus piernas, quédate, me dices, tu nuca doblada
y mis dedos que la recoge como un pájaro cojo que salta,
columpiamos los miembros al compás del quejido, gemido de la
garganta honda, tuya,
como esto que sostengo y que brilla por su ojo parado, morado,
redondo,
como mi cabeza que oscila y no te encuentra, mareada, besando,
subiendo, entrando,
te das cuenta? puedes venir, me dices, mirando como con una
manzana en la boca,
como si entonaras una flauta, tus labios cubriéndola, así, y poco a
poco,
voy brotando de tintes rosados y te invito a que comas, común y bello,
y dices que se prolonga, pues aceptas que yo vaya, termine y acabe,
importa?
y después entonces comienza a caer una quietud amontonada
de sábanas y almohadas y yo apuntalado, te oigo, demasiado tarde,
por hoy, quédate, me dices,
y me sigues tirando y estirando, jalando y alargando, amasando, con tus
manos.
Fábulas ocultas, Ediciones Lar, "Literatura Americana
Reunida", Concepción, Chile, 2006.
Cuando la nieve se derrite dónde se va lo blanco
yo me he parado
en las puertas de los cementerios
a contar muertos
sólo los de arriba mueren de viejos
el pueblo muere de pueblo
Luis Moreno Pozo
pero qué sueño es éste
a cuya orilla me dejan
como a la espera de un cuerpo
prometido por las aguas
Waldo Rojas
Esto de cambiar la voz, el color de los ojos, la caligrafía,
países, estaciones, puestas de sol, el idioma,
cuando es necesario un lugar largo para vivir y duradero
como el nombre que te acompaña para toda la vida.
Es que hay una muralla de muertos y muertos en las murallas,
y el río que pasa con el agua flotando sobre el río,
y niños que crecen en silencio hacia dentro de sí mismos.
Terribles como los olvidados ya sin esperanza
y en paz olvidados,
dónde están los que faltan, los desaparecidos,
cuántos son y por cuánto tiempo se han ido.
Y éste qué hacía: hacía el pan, tres veces al día.
Y esta herramienta, quién la usaba: Sebastián Acevedo
Y aquí nos quedamos con las mismas viejas fotografías.
Cuando la sangre se seca dónde se va lo rojo.
(Punto Final Nº 706, 02.03-15.04.2010)
Cuando la nieve se derrite dónde se va lo blanco
yo me he parado
en las puertas de los cementerios
a contar muertos
sólo los de arriba mueren de viejos
el pueblo muere de pueblo
Luis Moreno Pozo
pero qué sueño es éste
a cuya orilla me dejan
como a la espera de un cuerpo
prometido por las aguas
Waldo Rojas
Esto de cambiar la voz, el color de los ojos, la caligrafía,
países, estaciones, puestas de sol, el idioma,
cuando es necesario un lugar largo para vivir y duradero
como el nombre que te acompaña para toda la vida.
Es que hay una muralla de muertos y muertos en las murallas,
y el río que pasa con el agua flotando sobre el río,
y niños que crecen en silencio hacia dentro de sí mismos.
Terribles como los olvidados ya sin esperanza
y en paz olvidados,
dónde están los que faltan, los desaparecidos,
cuántos son y por cuánto tiempo se han ido.
Y éste qué hacía: hacía el pan, tres veces al día.
Y esta herramienta, quién la usaba: Sebastián Acevedo
Y aquí nos quedamos con las mismas viejas fotografías.
Cuando la sangre se seca dónde se va lo rojo.
(Punto Final Nº 706, 02.03-15.04.2010)
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