Edith Sitwell
(Gran Bretaña, 1887-1964)
Poetisa, crítica y biógrafa inglesa, famosa por su poesía satírica o de género burlesco. Sitwell nació en Scarborough (Yorkshire) y estudió en escuelas privadas. Ella y sus hermanos Osbert y Sacheverell fueron probablemente la familia literaria más famosa de la época. Sitwell sorprendió y divirtió a la gente con sus escritos, sus extravagancias y sus espectaculares vestidos isabelinos. Un ejemplo de su elogiado arte es su famoso poema Façade (1922), que ella misma recitó en una divertida representación con música de William Walton. Su poesía destaca por su carencia de metáforas e imágenes anticuadas, por su destreza técnica, especialmente en el empleo de los ritmos de baile, y por la habilidad con que transmite sensaciones y emociones. Refleja la influencia de W. B. Yeats y T. S. Eliot. Durante la II Guerra Mundial escribió poemas sobre los bombardeos y otras circunstancias bélicas, como Aún cae la lluvia, que describe un ataque aéreo sobre Londres. En 1954 le fue otorgado el título de Comendadora de la Orden del Imperio Británico. Entre sus libros de poesía destacan La madre y otros poemas (1915), Costumbres de la costa de oro (1929) y Música y ceremonias (1963). También escribió las biografías Alexander Pope (1930), Excéntricos ingleses (1933) y Fanfarria para Elizabeth (1946), además del ensayo Aspectos de la poesía moderna (1934). En 1965 se publicó póstumamente Cuidándose, su autobiografía.
Aún cae la lluvia (fragmento)
Aún cae la lluvia
oscura como el mundo del hombre,
oscura como el mundo del hombre,
negra como nuestra carencia
ciega como los mil novecientos y cuarenta clavos
sobre la cruz.
Aún cae la lluvia
con su sonido como el pulso del corazón
ciega como los mil novecientos y cuarenta clavos
sobre la cruz.
Aún cae la lluvia
con su sonido como el pulso del corazón
que ha cambiado al latido martilleante
en el Campo de Potter, y el sonido los pies impíos
En la tumba
Aún cae la lluvia
En el campo de sangre donde las pequeñas
en el Campo de Potter, y el sonido los pies impíos
En la tumba
Aún cae la lluvia
En el campo de sangre donde las pequeñas
esperanzas son engendradas y el cerebro humano
nutre su avaricia, ese gusano con la frente de Caín
Aún cae la lluvia
a los pies de los hombres hambrientos colgados
nutre su avaricia, ese gusano con la frente de Caín
Aún cae la lluvia
a los pies de los hombres hambrientos colgados
en la cruz.
Cristo que cada día, cada noche, estás clavado ahí,
Cristo que cada día, cada noche, estás clavado ahí,
ten piedad de nosotros
en Divos y en Lázaro:
Bajo la Lluvia la herida y el oro son como uno sólo.
Aún cae la lluvia
todavía cae la sangre de los lados heridos
en Divos y en Lázaro:
Bajo la Lluvia la herida y el oro son como uno sólo.
Aún cae la lluvia
todavía cae la sangre de los lados heridos
de los hambrientos hombres:
El soporta en su corazón todas las heridas,
El soporta en su corazón todas las heridas,
aquellos de la luz que murieron,
el último débil destello.
En el corazón auto-exterminado,
el último débil destello.
En el corazón auto-exterminado,
las heridas de la triste e incomprendida oscuridad,
las heridas del oso hostigado
el ciego y sollozante oso que los cuidadores golpean
en su desolado cuerpo…
las heridas del oso hostigado
el ciego y sollozante oso que los cuidadores golpean
en su desolado cuerpo…
las lágrimas de la liebre abatida.
Canción callejera
Amad mi corazón una hora, pero mis huesos todo un día…
El esqueleto al menos sonríe, pues tiene un mañana; pero
los corazones de los jóvenes son ahora el oscuro tesoro
de la Muerte, y el verano ha quedado solitario.
Consolad a la luz solitaria y al sol en su tristeza, venid
como la noche, pues terrible como la verdad es el sol,
y a la luz muriente muestra sólo el hambre de paz
del esqueleto, bajo la carne como la rosa estival.
Ven a través de las tinieblas de la muerte, como viniste
antaño a través del follaje de la juventud, a través de la
sombra como la puerta florecida que lleva al Paraíso,
lejos de la calle… tú, la ciudad aún
por nacer vista por los desamparados la noche de los pobres.
Andáis por los caminos de la ciudad, donde la sombra amenazante
del Hombre ribeteada de rojo por el sol como Caín tiene una
forma cambiante: esbelta como el Esqueleto, agazapada como el Tigre,
con la presteza y la vieja sabiduría del Simio.
El pulso que late en el corazón tórnase el martillo que resuena en
el Campo del Alfarero donde construyen un mundo nuevo con
nuestros Huesos, y las inmundicias que dejan caer y el clamor
durante el día de las rapaces que se alimentan de carroña… Pero
tú eres mi noche y mi sosiego,
la noche santa de la concepción, del descanso, la oscuridad
consoladora en que todos los hombres son iguales: el réprobo
y el justo, el rico y el pobre no son ya naciones separadas,
sino hermanos en la noche.
Tal fue la canción que oí: ¡pero los Huesos son mudos!
Quién sabe si el son era el de la luz muerta que llamaba,
de César haciendo rodar cuesta arriba la piedra
de su corazón, o la carga de Atlas despeñándose.
Canción callejera
Amad mi corazón una hora, pero mis huesos todo un día…
El esqueleto al menos sonríe, pues tiene un mañana; pero
los corazones de los jóvenes son ahora el oscuro tesoro
de la Muerte, y el verano ha quedado solitario.
Consolad a la luz solitaria y al sol en su tristeza, venid
como la noche, pues terrible como la verdad es el sol,
y a la luz muriente muestra sólo el hambre de paz
del esqueleto, bajo la carne como la rosa estival.
Ven a través de las tinieblas de la muerte, como viniste
antaño a través del follaje de la juventud, a través de la
sombra como la puerta florecida que lleva al Paraíso,
lejos de la calle… tú, la ciudad aún
por nacer vista por los desamparados la noche de los pobres.
Andáis por los caminos de la ciudad, donde la sombra amenazante
del Hombre ribeteada de rojo por el sol como Caín tiene una
forma cambiante: esbelta como el Esqueleto, agazapada como el Tigre,
con la presteza y la vieja sabiduría del Simio.
El pulso que late en el corazón tórnase el martillo que resuena en
el Campo del Alfarero donde construyen un mundo nuevo con
nuestros Huesos, y las inmundicias que dejan caer y el clamor
durante el día de las rapaces que se alimentan de carroña… Pero
tú eres mi noche y mi sosiego,
la noche santa de la concepción, del descanso, la oscuridad
consoladora en que todos los hombres son iguales: el réprobo
y el justo, el rico y el pobre no son ya naciones separadas,
sino hermanos en la noche.
Tal fue la canción que oí: ¡pero los Huesos son mudos!
Quién sabe si el son era el de la luz muerta que llamaba,
de César haciendo rodar cuesta arriba la piedra
de su corazón, o la carga de Atlas despeñándose.
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