Heriberto Pagés Lendián
(Regla, La Habana, CUBA, 1950)
Poeta, traductor, crítico literario y profesor universitario.
Es graduado de Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad de La Habana, y Máster en Artes por la Universidad de Toronto. Ha sido profesor y supervisor de Inglés en diversos centros educativos cubanos, y ha realizado traducciones para la Editorial Arte y Literatura y varias revistas literarias cubanas. Fue intérprete oficial de encuentros literarios en Casa de las Américas, en la década de 1980. Actualmente se desempeña como profesor en la Universidad de Ryerson, Toronto, Canadá.
Su labor como traductor y crítico literario ha sido muy extensa tanto en Canadá como en otros países, fundamentalmente en Estados Unidos.
Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba desde 1990, traductor acreditado de la Association of Translators and Interpreters of Ontario desde 2001, y fue miembro de American Translator Association.
Ha publicado:
Los nombres de la noche, Editorial Letras Cubanas, 1987.
Cada amanecer en este mundo, Editorial Letras Cubanas, 1991.
Añoranza, Ediciones Extramuros, 1992.
Antología poética cubana para Macedonia, Editorial Letras Cubanas, 1992 (en colaboración con Virgilio López Lemus).
Justo Jorge Padrón, Antología Poética, Edición Especial, Dirección de Literatura, Instituto Cubano del Libro, 1992 (en colaboración con Virgilio López Lemus).
Posee, además, el poemario inédito Las aves circulares del exilio, 1992-2009.
Numerosos artículos y poemas suyos se han publicado en revistas y periódicos de Cuba, Canadá, USA, Argentina, México y Macedonia.
Desde 1991 reside en Toronto, Canadá.
( Direcciones de correo electrónico: hpages@spanishwords.net - heriberto.pages@sympatico.ca ).
EL AVE DE TU CORAZÓN
Si te pierdes
y la noche viene
¿tendré que esperar?
Si llegas
y no hablas
¿tendré que esperar?
Esperar
que el ave de tu corazón
levante sus alas abatidas
y se aleje de la ciudad
hacia los árboles sin hojas
hasta que la primavera
regrese.
REFLEJOS
— I —
El empedrado rompe mis pasos
con un firme contacto de dureza y presencias.
La tarde apresada en la luz
se encauza en las calles estrechas
desde el espacio puro de la plaza.
Anunciación silvestre los gorriones.
La Catedral, gigante concha abierta,
es oleaje cambiante
en la rotación eterna de las horas
y sobre las tejas el Sol
funde los campanarios.
Todo retenido, perenne, rescatado.
Escenario vuelto a montar
sin el voceo de los pregoneros,
sin el crujido de los carruajes.
Jacques de Sores
no volverá jamás
aunque a las nueve
siga oyéndose
la salva.
— II —
Tras los cristales
de las vitrinas del museo,
en los salones,
los objetos personales
ya sin dueños.
De las paredes cuelgan
platos de porcelana
y en los pasillos
galerías de próceres
reciben el asedio
de turistas que pasan.
En temblor henchido de lluvia
las ramas verdes de las palmas
susurran en el patio colonial.
— III —
La Giraldilla mira el horizonte;
a sus pies la bahía y el mar se extienden;
los gritos de los niños que juegan
le recuerdan su infancia lejana
allá, en Sevilla.
Sólo el empedrado
devuelve mis pasos.
Atrás,
los faroles encienden
sus ojos quiméricos
en la oscuridad.
EL POETA
Allá, en el hondo horizonte, las colinas de mi pueblo son nubes en la lluvia gris de la tarde. El relieve industrial se borra y sólo sobresale la presencia solemne de los árboles. Muchos ven las tardes lluviosas con la rara nostalgia de sentir que algo se repite. Hurgo en el misterio de la vida y lo escribo. Son las palabras arrancadas al silencio de los hombres en el presagio que pinta la tarde las que conforman esta página inerme en el tiempo, tan inerme como ellos desde cuya precariedad se rebelan a través de mí… porque yo soy el eco, la lluvia, la tarde.
Allá, en el hondo horizonte, las colinas de mi pueblo son nubes en la lluvia gris de la tarde. El relieve industrial se borra y sólo sobresale la presencia solemne de los árboles. Muchos ven las tardes lluviosas con la rara nostalgia de sentir que algo se repite. Hurgo en el misterio de la vida y lo escribo. Son las palabras arrancadas al silencio de los hombres en el presagio que pinta la tarde las que conforman esta página inerme en el tiempo, tan inerme como ellos desde cuya precariedad se rebelan a través de mí… porque yo soy el eco, la lluvia, la tarde.
LAS AVES CIRCULARES DEL EXILIO
Las aves circulares del exilio
picotean mis ojos
y veo en el horizonte
un crepúsculo incesante.
Las aves circulares del exilio
picotean mi corazón
y siento el dolor del mundo.
¿Es el exilio la tierra extraña
en la que se extravía nuestro nombre
o la utopía de volver a empezar?
.
La respuesta no importa,
ni importan las razones.
.
Las aves circulares continúan
su obstinada labor
picoteando mis ojos
picoteando mi corazón.
NOSTALGIA DEL OCÉANO
El océano esculpe las rocas de la costa
excava oídos para la espuma,
afila puntas de naufragios.
El océano tiene la obsesión de las olas,
la constancia de las mareas,
la aspiración de los astros.
Y lo ha presenciado todo:
la aparición de la vida,
los pasos de Cristo.
En él las palabras terminan
y las palabras vienen de él.
En el silencio del mundo
es lo único que escuchamos.
El recuerdo vivo del tiempo,
la nostalgia de Odiseo,
el reflejo lejano de todas las ciudades.
Y también la distancia
o el abismo rodeado de quimeras
—no como los antiguos imaginaron—
sino de “lo que es posible o verdadero
no siéndolo.”
Sobre él yace la tierra
llena de almas a la deriva.
Bajo él los ojos de los ahogados
y las sombras de los peces.
La costa dibuja el océano
inclinándose para levantar el mar desde el fondo.
Y la ciudad se desliza trémula en el agua
con la decisión de un suicida
al que olas y algas arrastran.
El océano es el primer libro:
sus letras fosforescentes en la noche,
su lenguaje más antiguo que el arameo
para ser leído y cantado.
Hay fragmentos de él
en la memoria del recién nacido
que mira con esos ojos líquidos
que nos fascinan
como si a través de ellos
él estuviera mirándonos.
El océano es la conciencia del hombre
que no entiende la muerte,
del hombre que intenta encerrarlo
en sus cartas náuticas
con pretensiones vanas.
En los malecones del alma
sus estallidos ceden
y conquistan cediendo.
En la bahía
una nave traspasa frágilmente
la línea del alba
y en una estela que se borra
alguien que nos ama
no regresa jamás.
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