Dardo Sebastián Dorronzoro nació en San Andrés de Giles, provincia de Buenos Aires, en 1913. Poeta, publicó sus primeras obras en un periódico socialista al que adhería ideológicamente.
Aunque escribió mucho, publicó sólo dos libros de poemas:
Una sangre para el día (Papeles de Buenos Aires, 1975), y
Llanto americano (aparecido ocho años después de su desaparición, en 1984). También publico una novela: La nave encabritada, que fuera premio de novela Emecé, en 1964. Algunas otras quedaron inéditas, como: La grieta, Para no morir, Quien heredará nuestra sangre y Fusiles al amanecer. También tiene un volumen de cuentos no publicado con el título de La porción del diablo.
El 25 de junio de 1976 fue secuestrado por un Grupo de Tareas de su casa en el barrio La loma, en la ciudad de Luján. El mismo mes que desaparecían Francisco Urondo y Miguel Ángel Bustos.
DECLARACIÓN JURADA
No es solamente la luna ni el rocío ni la luz celeste de los pájaros, puede también ser una alpargata vieja, toda agujereada, toda casi muerta después de andar fábricas, andamios o duros y calientes caminos de noviembre. No, no necesariamente todo lo poético debe ser bello.
Yo he visto horribles chicos grises como la tierra comiendo tierra, yo los he visto ahí, con sus andrajos y su mugre, reptando, y los he tocado, acariciando su piel y convertido en ángeles, en mariposas, en viento de septiembre. Porque todo antes de ser poesía debe pasar por mi corazón, darlo vuelta con el grito para arriba, colocarlo para el alba, cara al cielo. Todo debe pasar por mi sangre, por mis huesos, por mi respiración, por el corazón de mi sangre.
Pues yo soy un poeta no un hacedor de versos bonitos. Yo soy un poeta que ama a los que no tienen amor ni pan, a los que se van sin haber llegado, a los que a veces sonríen, a los que a veces sueñan, a los que a veces les crece un fusil en las manos y salen a morir por la vida.
En suma: yo he sido, soy y seré un poeta revolucionario.
Sobre mi tumba verán florecer un puño.
MIENTRAS ME MATAN
Comenzaron a matarme de a uno hace muchos siglos,
después de a setenta, después de a quinientos,
hay que ver cómo me matan ahora de a miles en cada esquina,
en cada feriado,
cómo fabrican sueldos y galones con los huesos que me quedan,
cómo fabrican calabozos para poner algún rincón de mis pantalones,
y cómo se turnan entre gordo y gordo para
ver de qué ojo muero primero,
pero resulta
que cada vez soy más uno de los otros,
uno de los que nacen y renacen y vuelven a nacer entre los fuegos,
que cada vez tengo más luz, más pájaros, más flores en la puntería,
que cada vez
me soporto más elegantemente entre los fierros y los veranos,
y hay veces que me pregunto —me digo para mí— si ellos
no harían mejor en cambiar de uñas y de cuentas,
de andar de peldaño en peldaño hacia abajo de las luces,
o en comprarse una sangre nueva, una sangre más limpia
para usar en feriados y domingos.
TODAS LAS MAÑANAS
No me cortarán el viento de los ojos,
yo te digo;
no me cambiarán de azul la torre de los pinos,
ni manejarán palomas con las nubes de mis dedos.
Yo soy todas las mañanas de los hombres, te digo,
todos los inviernos, todos los eneros,
yo soy una sangre perdida en la calle más antigua,
una espuma de llanto y una tos en los jergones;
yo soy para siempre en mi último camino.
EL HOMBRE LIBRE
Estaban los dos hombres en un calabozo.
—¿Por qué estás preso? —preguntó uno.
—Porque soy libre —contestó el otro.
—¿Y qué es la libertad?
—La libertad no existe, como no existe el hombre. Sólo existe el hombre hambriento y el hombre libre.
—¿Y qué es ser un hombre libre?
—No decir y no hacer lo que los hombres libres quieren que uno diga y haga.
—¿Y si te obligan?
El hombre libre se rió.
—Precisamente —digo—, ahí está la fuerza del hombre libre. Nadie puede obligarlo a decir ni hacer lo que no quiere.
—Sin embargo —dijo el otro, ahora, por ejemplo, te obligan a no estar con la mujer que amas.
—¿Y quién te dijo —contestó el hombre libre— que no estoy con ella?
No hay comentarios:
Publicar un comentario