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domingo, 6 de marzo de 2011

3430.- MARÍA SALVADOR




María Salvador (Granada, 1986), es estudiante de Historia del Arte en la Universidad de su ciudad. Ha publicado la plaquette Ouroboros (Vitolas del Anaïs, Asociación Diente del Oro, 2007) y el libro de poemas El origen de la simetría (Icaria, 2007). Diseña y co-dirige, junto a Raúl Quinto, la revista electrónica Oniria.http://www.mariasalvador.net/



requiem aeternam

sobre una cuna un móvil de metal
hace sonar sus campanitas.

tras el cristal de la ventana
el tacto del carbono
es registrado por las cámaras.

el niño mira las figuras
y ríe complacido.

el sueño que le ha sido arrebatado
pronto regresará;
la explosión mece aún su cuna
como una madre etérea
de suaves movimientos.

inunda el rojo líquido las retinas de todos.
sea el descanso eterno el final del poema.







mármol

Una mancha de color sobre la hoja blanca; la cicatriz palpita hasta el derrame. La disección: el cuerpo inerte es tomado entre las manos; el corte es lento y preciso: un dibujo ineficaz llamando a las células nerviosas.

abre los ojos.

La hoja blanca es su entorno; hay sombras de color en su carne pálida. Los labios se resienten bajo la presión de las mandíbulas.

un espejo ante sí.

En los ojos sólo queda el miedo a ver, a seguir viendo. Y saber que nunca podrá dejar de mirar.


«¿Acaso no es el blanco el color del miedo?»







acción #1


Con un mechero de cocina, me sitúo frente al espejo. Me deshago de toda ropa. La piel brilla bajo la luz de un tubo fluorescente. Me invade un ligero sudor mientras enciendo el mechero; compruebo en su reflejo cómo arde. A modo de respuesta, las venas que rodean la clavícula se avivan y traspasan, azules, todo velo. Vuelvo a encenderlo. Acerco la llama a la zona que rodea el ombligo y pronto percibo el olor a vello quemado. La carne encuentra el rojo en su estratigrafía, gradando el dolor que se aproxima a paso lento. Cierro los ojos; no soy capaz de seguir contemplando la escena reflejada. Los sentidos se recrean en mi laceración, proyectando nebulosas en el párpado cerrado. Por momentos deseo mirar y descubrir que es otra la que sufre, pero no cedo. Deslizo el mechero hacia la izquierda; recorro esa cartografía que tan bien conozco. Despacio, mi vientre se convierte en fuego, y el dolor es insoportable. Apago el mechero y me despojo de él. Suspiro profundamente; ya estoy lista.

Entonces abro los ojos, y me miro.

Mi cuerpo ya no es deforme.







acción #3

restos de crucería árabe en la parte posterior del cráneo. con
precisión quirúrgica, el pincel-bisturí busca pliegues en la
piel tersa.

un maniquí visto de espaldas –

jalea que resbala por los contornos del cuello; extraño
maquillaje de geisha marcando paralelas en la voz que
aún respira. el pincel-bisturí resume la geometría en
su trazo hiperbólico.

sabe a sal y recuerda la tierra.

alondra tras metamorfosis,
su hambre muda la suavidad del signo en arista oblicua.

su herencia de fuego y llaga la convierte en gemela
de sacrificio.

(de El origen de la simetría, inédito)







Espiral de Fermat

Una respiración que se dilata, despacio, en pleno canto onírico.

El espacio se expande y las lunas se alejan de los ojos abiertos; la espiral de Fermat es la clave del círculo: el camino insondable del Ouroboros, la redención del hombre que se abre paso al centro mismo del iris.

Doppler nos habla del significado real de la distancia. Los pasos encuentran su eco en lo que pensamos infinito, y el espectro de luz rompe a llorar en hilos de ceguera.

Pero mi voz permanece inmóvil.

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