Malena Cirasa nació en Firmat, provincia de Santa Fe (Argentina). Reside en Rosario. Ha publicado Cierta intención (1978), Juegos de Octubre (poemario compartido) (1981), Sólo las briznas (1985), Temblor del aguamanil (1998) y “Puñal del cielo”, Ediciones del Boulevard.
Paraje ciego
De espaldas a la lluvia
tus años
tu inocencia
como un fuego perdido que parte en dos
transforman
lo que de mí no entiendo.
Mi lengua busca tu cicatriz.
Arrojo níqueles
raíces rotas por un golpe artero
y a cambio
me devuelves esta luz.
Para quedarte
has buscado un lugar
en la tormenta.
en Temblor del aguamanil, 1998
El sol mató a mi padre
Nada se ha detenido afuera.
Pasa una bandada
un olor a tostadas
tomate y ajo
se cuela y sube.
la adoración al sol
se convirtió en trampa.
tenía una manera de mirar.
atravieso la plaza colgada de su mano
atravieso el dolor.
golpe de pluma en la caída
devastación
relato:
no fui un hombre feliz.
mi pequeña voz en el tren interrumpía
su mirada quieta en el paisaje:
¿Qué son tantas flores amarillas?
le dicen mirasoles.
porque miran al sol.
“Puñal del cielo”, Ediciones del Boulevard
Verde Julia
Un tango
urde sin cesar
tanta añoranza.
horizonte que fue exilio
identidad perdida
y reafirmada.
Mi amigo camina
por árboles milenarios
transpone dos siglos
y entra
a una casa construida
en la piedra.
atreverse a resbalar
volver
en la madera
al peso del martillo
al peso de su cuerpo
en la primera escena.
Verde julia intacta en la memoria.
Después
la busca incesante en el atril
para nunca volver
al ensayo.
“Puñal del cielo”, Ediciones del Boulevard
Estos poemas pertenecen a Temblor del aguamanil
(Ed. Libros de Alejandría, Buenos Aires, 1998).
Gitanos
Pedían cigarros
en un vuelo de gasas
contra el mar.
Nuestro errar fue también
aquel rito fatal
al borde
de los trenes.
Gitanos
Pedían cigarros
en un vuelo de gasas
contra el mar.
Nuestro errar fue también
aquel rito fatal
al borde
de los trenes.
La estación de nuestro amor
Has vuelto a Mantua.
Con un escándalo de piedra
de raíz enmohecida
se alzan desde el pasado estos despojos.
De esta esquina demudada
lentas luces acallan
en su esplendor
un sueño.
Aquí pisas y pasas
hurgando en esa luna
que se extingue tras el muelle.
Amanece
sobre un sendero vagamente olvidado.
Esquirlas que reclamas
ojos aterrados que sollozan
que te dejan partir
mientras tropiezas con los ecos
del amor perdido.
Tu última tregua.
Fragilidad
No basta la voz airada
que omite o que prescinde.
Se requiere ejercicio.
Oblicuar la mirada
en un cuarto de perfil
imperceptible.
Oblicuar la escritura
en efímeras crónicas.
Si se nota
no sirve.
Pierde fuerza.
La fuerza de la abeja
que al dejar el veneno
se desgarra.
Seis estaciones y un tren
Regreso de timbales
por la furia de un vendaval.
Pasaban trenes.
En sus perfiles
florecían caléndulas
espigas de una sola estación.
Vi
rostros de la bruma bordeando
un roído cordel.
Esa huella en la arena.
Después otra estación
y otra
otra.
Se colaba tu risa
inabarcable
lejos.
El nudo
No hay marcas de sal
en la entrelínea.
No regresa la música
ni hemos vuelto
por un ínfimo rastro.
Sólo quedó ese nudo
distanciando la luz.
Los dardos
-en la trama-
se rompieron.
Temblor del aguamanil
Levedad que ha rozado el abandono.
Astilla del deseo
de la razón.
Un ígneo punto
donde se pierde este resto de mí
esta osadía.
Llamado. Llamarada que repite
el sueño interrumpido en la marea.
Camino al ras. Pasto en mi boca.
Hechizo. Luz lunar. Mis dientes
han mordido lo inasible.
Lo que al volver
no podrá quedarse.
De extraña madera
No encontró en la memoria
muescas
de las puertas inútiles.
Miró siempre en el sesgo.
Quebrado por un soplo
dejó pasar la levedad
lo efímero
al fin, lo que perdura.
Puso este guante en el bolsillo
pero olvidó mi mano.
La que dice.
La que
cuenta.
Extravío
Pájaro del fuego
envuelto
en su mismo aire.
Prolongado gesto
que dará más en el delirio.
Busca el sol sobre la piedra
azucenas del dolor
de un pétalo el destino.
Muerde esta otra orilla
sucias bocas
manotazos
de un lugar imprevisible.
Corta el hilo de la máscara.
Siempre estaré aquí.
Junto a esta hoguera.
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