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lunes, 28 de febrero de 2011

3353.- SUSANA SZWARC


Susana Szwarc nació en Quitilipi, provincia del Chaco, Argentina, en 1954.

Publicó: El artista del sueño y otros cuentos (Tres tiempos, 1981); En lo separado (Poesía, Último Reino, 1988); Trenzas (Novela, Legasa, 1991); Bailen las estepas (Poesía, De la Flor, 1999), con algunos poemas traducidos recientemente al mandarín por el profesor Chen Kaikian, quien formó parte del grupo de hispanistas chinos que contribuyó a la traducción de las obras completas de Borges; Bárbara dice: (Poesía, Alción editora, 2004). En literatura infantil: Había una vez una gota (1996); Había una vez un circo (1996); Salirse del camino y otros cuentos (1997), editados por Libros del Quirquincho. En teatro: Paisaje después de los trenes fue representada en el Teatro Olimpia de Buenos Aires en 1985, bajo la dirección de Guillermo Asencio; Trenzas, el secreto robado, en el teatro de Liberarte, con dirección de Irma Paso, en 1994; Justo en lo perdido, en El camarín de las Musas y el Centro Cultural de la Cooperación, con dirección de Irene Rotemberg, en 2003.

Ha realizado varias antologías. Entre ellas Mujeres 3, Visiones en el siglo (IMFC, 1998), y cuentos y poemas suyos han sido incluidos en antologías.

Ha colaborado, con artículos, reseñas literarias, poemas y cuentos, en publicaciones del país y del exterior: La Nación (Buenos Aires), Clarín (Buenos Aires), El Tribuno (Jujuy), Zihender Stern (Salzburgo), revista Cultura de Veracruz (México).

Entre sus distinciones figuran: Primer Premio Nacional —Iniciación— de Poesía, Premio Unesco, Premio Antorchas a la Creación Artística, Beca del Fondo Nacional de las Artes, Premio único de poesía inédita de la Municipalidad de la Ciudad de Bs. As., premio concurso internacional de cuentos Julio Cortázar.

Coordinadora del Plan de Lectura, fundado por la profesora Hebe Clementi, coordina actualmente talleres literarios en forma privada y en diversas instituciones.




EQUIPAJES

ruedan
cabezas por el camino
de tal forma

¿cómo podrían
desde esas voces expuestas
las bocas trasladar su equipaje?

y lo grave no está
en que salten sueltas
sino en su improbable
pena






K

Dicen menos uno
como si otro pudiera
aplastar
su vértigo de cucaracha
antes de hincarse
en letra
o segar el vislumbre
de la mano que cae.







HORAS

Esa niña flaca, decimal con su flor
roja al ladito del borde: mira claramente al que
levanta la pala
un pie va a hundirse —con la pala— en el montón de barro.
Es la hora del entierro y la flor
por arte de magia será libro.
La niña —que no sabe—
lee sobre el dolor inmensurable
los nietos no nacidos.

Nos distraemos por el sonido de un saxo
que comienza a trepar —metálico—
hacia atrás y salen más niñitas de los ranchos.
Es la hora del pedido:
ejendú, ché, omé é ché un pedacito de pan
—golpean, esos niños, sin padres
—otra vez, piden pan
—¿no les dan?

Ordenemos la historia ¿Evita había muerto?
¿Perón había caído? ¿Su estatua destruida en
la placita Sarmiento? ¿Yo tenía sarampión?
¿Cantaba Ramona Galarza? ¿Tu perro
aquella noche, era? Lame la sal del cuerpo y
las estrellas caen, por mí.
El lobizón desvanece de cercanía. Apenas
alcanzamos los breteles. Maldito gallo, que se
calle. Y que nadie sepa nunca.

Otra hora: tu siesta, los mosquiteros hacen
marchas hexagonales sobre mi morena
piel más vieja que el sulki
verás la polvareda y en ella el surco
¿dónde aún me harías caer?
(la longitud del muro hace a la partida
de los perros)
Recordemos: la niñita —la de la flor roja—
detenida como en un recital infinito y el saxo:
único movimiento acompañado por el taburete
donde una madre oye:
—¿quién no ha leído a Nietzsche a los 17 años?
dirá él, ágil sus dedos arman cigarrillos
sus ojos alucinan patios y potras.
Dirá, es la hora de jugar: serás Yocasta
y juegan al día más perfecto de la historia.
Guardan azúcares aceites en el jarrón de lo indecible
juegan a encontrar los fierros para disparar: a los gatos
las alarmas al hueco del jarrón y a sacar al muerto
de su torpeza: su obstinación de muerto.
Arrancan flores hasta la niña decimal
jadean:
ningún patio es completo
ni siquiera el de la madre.

Recordemos: el saxo, las horas,
la niña que dice es la hora
y vuelve a leer.






AZULES PROVINCIAS

Sucedió entre nosotros
lo más terrible:
adjetivos crueles, atroces,
se instalaron en su lengua
torciéndola.
Y justo donde se decía lo amable
se atravesó —como una doble espina—
la palabra grosera del amo.

Entonces, las mujeres bellísimas
—en la vergüenza de lo que por su voz
se pronunciaba—
nos quitamos los cuellos, las cabezas,
hasta los brazos nos quitamos,
para caminar orgullosas como himnos
bajo los cielos (azules, azules)
de provincias.
Así, sin ojos, sin oídos, evitábamos
el peligro de tropezar
con los gestos del desprecio.

Pero demasiado pronto comenzamos a apiadarnos.
Las mujeres bellísimas atentas
nos pusimos tres cuellos, tres cabezas
y besamos con tres bocas
a ésos,
creyendo todavía que algo del aliento
habría de calmar el uso de tristes
(por soeces) adjetivos.
Cuenten: ¿quién cuenta nuestros méritos?

Ahora, estos hermanitos (éstos, descalzos
por supuesto), se acurrucan a mí.
Porque los amos les traen pesados zapatos,
llenos de agravios.
Ya estamos, otra vez, las hermosas,
fecundas,
sin cuellos, sin cabezas, sin manos
y ellos, soltándose de mi cintura,
corren a lo libre. Más descalzos,
más felices.






ESTACIONES

Uno se despierta. Los sauces inclinados
entre vientos como un cuerpo de fatiga
delatan por su temblor amarillo
otra estación. En las ventanas del país
junto con los árboles, los asesinos.

¡Ah! El cielo es celeste
pero las nubes que se arman,
lentas,
tienen la forma terrible del pan.







DICE VERDAD LA BOCA

Decía sed
y una palabra
de agua comenzó a hacer causa.

Hasta la misma nube
cedió
del ojo como un río
hacia otro ojo sabiendo
de su vaso (la montaña
de fiesta).

Demora la palabra —dijo
mientras bebíamos.







EL PAÑO ROJO. CABARET

Te he acompañado nuevamente
al lugar donde se guardan las pequeñas,
hermosas prostitutas.
Allí caminan suaves
o se acomodan en las sillas, quietas
como novias desnudas. Algunas bailan
sólo para el baile.
Todas —menos una—, se quitan la sed
mojando su lengua con el hielo y porque temen
la ausencia de la luz.

Decía te acompañaba. Y he mirado
por tus ojos. Así, vi la forma de las manos,
su moverse sobre las pieles sedosas, fuertes,
de aves. Y vi las palabras
por el cuerpo cercano, avisabas hacia dónde,
hacia dónde.
Pero dos nuevas palabras: mi amor,
cayeron en el rostro desamparado de la joven.
Ella, anónima, abrió los ojos hasta mí.
¿Cómo dejar de contemplarla, ahora por mis ojos?
Su fragilidad de hija retornó mi caricia a esa geografía,
casi tiempo, donde los panfletos de la historia anuncian,
a gritos de relámpagos, el sin sentido, los saqueos.

Próximos, por fin, en la completa oscuridad, fuimos,
entre sonidos leves y felices.
¿Nos habíamos dormido? ¿O eso no importa?
En el silencio, en el estirarse mismo de la mañana,
se anotó: Apaciguamos.







BÁRBARA

Ese cuerpo excesivo
aún después del strip-stease
es tan leve como el mejor
afiche ante mis ojos.
La estética del poster
me hace sonreír
y mecerme en la silla de mi casa
(al compás del ritmo ajeno).
¡Ah! es exactamente igual
que ofrezca Bárbara su carne
—de verdad, de mentira—
para mí.

Su nombre acerca a mi memoria
el poema de Prevert
aunque ella insista: mirá, también me llamo Sonia
y no hay en mis manos ni crimen ni castigo.

Pero ninguno de estos recuerdos
sirve esta noche,
ella está allí, quitándose siempre
su ropa dorada, justamente para llevarnos al olvido
y su cuerpo es un mapa perfecto,
un territorio para abrazar,
arrojar monedas,
atrasar relojes.

De pronto ya no sé qué sucede.
No hay ruido de pulseras en la habitación de al lado
y la música que sale de la radio,
que despierta a los vecinos,
me afecta el sentido del gusto, la clarividencia.

Un hombre, otro hombre,
abraza a Bárbara.
Bárbara tristeza la del hombre
que la abraza y no apaga así
sus lágrimas de carne.
Pero el llanto es de los dos
y valen nuestras monedas.







QUISIERA ENTERARME

Quisiera enterarme de que nada
tiene forma, decías. Y acepté,
hasta el fondo de la copa del árbol,
de la copa del río.

Ninguna de las otras (creía)
se ahogaba como yo. (Me hundí.)

No hay placer, dijiste
mientras vaciabas al padre
en la botella y mi cuerpo te servía.

¿Te habías ido? ¿Y las otras?
Tuve vértigos
como si alguno más
se cayera del mundo.

Dormida, en la noche de fiesta,
alcancé a oír: ¿qué hay después?

Al despertar
había panes
en mi cama.

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