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miércoles, 23 de febrero de 2011
3304.- ADRIANA LANZA
ADRIANA LANZA. Nació en La Paz (Bolivia), el 2 de noviembre de 1978. Estudió en la Universidad Católica Boliviana en la carrera experimental de Arte mención Literatura. Publicó el poemario Primer Alumbramiento (La Paz, 2005).
Por la ventana
Palpo este mantel a cuadros
crudo bordado blanco
por la ventana de todos los días
aparece un ser
muy diferente al que extraño.
Había un bosque opaco
había una laguna de barro.
La niña corrió hasta hundirse
donde se perdió el caballo.
Descubrió sus amuletos
en los ojos de Atreyu1.
Prodigio de esta historia,
salió al otro lado.
La otra niña, no osada, rosada,
la miraba desde su orilla
sin perder el color.
Ennegrecido, el cuerpo
supo de su destino siniestro.
Trepó al cerro, llegó a la cueva,
niña consagrada al agujero.
Sólo ahora la extraño.
Muero por la niña
encerrada en la caverna.
El sendero
La infancia es un sendero
elegido en la memoria
que la niña recorría
para cruzar los cerros.
Un niño le había dicho
que del otro lado su sombra
encendía las lámparas
de un país hechizado.
¿Soñaba con ese país?
¿O con el niño heraldo?
Al despertar le susurraba la canción
de un pingüino viajero.
Alguien atravesaba
con la niña el abismo.
Eterno amigo el recuerdo.
El miedo atisbaba desde sus pupilas
que invocaban a las siluetas
de los juguetes en la oscuridad.
Danza macabra de mis desvelos.
Yo aquí, hablando de ello
con el íntimo vértigo
de cruzar el estrecho sendero.
La saga
Si tú así lo deseas puedo ser tu hechicera
estar cuando me busques
desaparecer cuando ya no me quieras.
Puedo trocar este cuerpo
hacerlo más largo, angosto, más ligero
y ponerme un vestido violeta.
Soplar el humo que me rodea
ungirme de lavanda o jazmín
si me prefieres más sensual pachoulí.
Si mis manos te molestan
fabricaré guantes de seda.
Cambiaré estas rotas sandalias
por zapatos abiertos de tacos negros
para que goces el cuidado de los dedos.
Reposaré los pies en agua tibiamente salada
un masaje de menta
convertirá lo tosco en marea
y las uñas en caramelo.
Pero supongo que no eres tan tonto
para creer todo esto.
Ni por tu amor domado
movería yo un pelo.
Invocación
Con el aliento de otro aroma
salía de la noche a la noche
a veces encontraba buitres
o toros muertos
siempre restos.
Vestía de negro
o era la noche que se
adhería a mi cuerpo.
Yo no conocía a nadie.
Nadie me conocía.
En esa inmensidad tenebrosa
en un extraño punto
otra se revelaba.
Si ella lo recuerda
soy un sortilegio.
Más me gustan tus enormes ojos verdes
y te quiero por dragona enamorada.
Tu baile es mi escalera
mar abierto.
Tanto femenino en todas partes
y yo sin nariz.
Cuántas palabras
Es tan fácil cuando estás adentro
y alguien te sirve el té
y duermes todo el día
para empezar de nuevo
a memorizar las palabras de la noche.
Pisas tierra firme
no hay mar
y el poncho a cuadros de la abuela
te calienta. (Dicen que hace frío.)
Es tan fácil mirar la ciudad
desde la ventana
y hablar de las casas y el sol.
Te complicas llorona
engendrando palabras.
Alimentar muertos
Una mujer de cabello largo y negro
cubierta por un paraguas blanco
me mira con mejillas de cera.
Yo la estaba mirando
cuando la lluvia empañó el espejo.
Un calzón negro es el conjuro.
Ha llegado de no sé qué confines a mi puerta.
Yo que no suelo hablar con los muertos
encendí una vela y miré al abuelo en el umbral:
«Queremos comer», me dijo al pasar.
Entonces la recordé
con sus dientes de nácar
y sus ojos de luz.
El primitivo calvo
creía que yo
seguía siendo niña.
Fue tan fácil comérmelos a todos.
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