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sábado, 19 de febrero de 2011

3250.- RAFAEL SUÁREZ PLÁCIDO


Rafael Suárez Plácido (Sevilla, 1965) ha compartido su vida entre el verano grancanario y la primavera sevillana; entre la playa de San Lorenzo, en Gijón, y la sierra de Huelva. Licenciado en Filología Hispánica, actualmente da clases en un instituto de Secundaria, en Sevilla.

Ha publicado el poemario El descubrimiento del Bósforo (Diputación de Huelva, 2008) y algunos poemas y relatos suyos aparecen en revistas y antologías. Su relato El otro resultó vencedor en el XXVIII Concurso Ciudad de La Bañeza.

Ha publicado artículos y reseñas en prensa diaria y en revistas culturales. Actualmente colabora en las revistas Clarín, de Oviedo, y Beta, de Córdoba, y en las páginas digitales Papel-literario y Literarias, de la Asociación de Escritores de Asturias.

Codirige la revista digital Hwebra.





NOCHE CERRADA

En la noche cerrada
ella, con pelo negro y recién limpio,
oliendo como una mujer
que conocí de niño,
se dispone a cruzar
el estrecho sendero que limitan
aquellas caracolas encendidas.

Conoce bien el juego.
Se mueve con soltura entre las mesas
y sillas sonriendo.
Me acerco a ella y le digo: Qué bien hueles.
Acabo de ducharme, me responde.

Quedan restos de aceite
dejando huir su aroma a tierra y fuego.
También algún enigma que parece
condenado a quedarse sin respuesta.







EL ROJO Y EL VERDE Y EL NEGRO

Ella está sentada en el sofá rojo.
La cabeza de lado
sobre la manta verde
que tanto le gustaba.
Yo alargando la espera
y empeñado en negar lo que ya es cierto,
entré en su habitación
para pedirle el libro
que ayer leímos juntos y escapar.
Pero estoy a su lado
y le acaricio el cuello, víctima
de una contradicción
que no sé si quiero resolver
ni cuánto va a costarnos. Me pregunta:
Dime cuándo has sido feliz.
Le respondo que ahora.
Y cuándo más infeliz.
También ahora.
Se aparta el pelo negro de la cara
-entonces lo tenía algo más largo-
y me dice:
Pensaba que venías a salvarme.







À BOUT DE SOUFFLÉ

Yo también nací en los Campos Elíseos,
en París, en 1969.
Y las primeras palabras que escuché fueron:
“New York, Herald Tribune”.

Jean Seberg con esos pantalones
tan negros y demasiado ajustados,
vendiendo el Herald Tribune en las calles
de aquel otro París
en blanco y negro.

La recuerdo contando
el final de Las palmeras salvajes,
aquella historia en la que una mujer
luchaba para cambiar su destino
y para ser más libre,
y cómo se le fue torciendo todo;
o cuando decidió
delatar a un cansado Belmondo
que ya no escapó más.

Secuencias de Al final de la escapada,
esa historia que vimos con subtítulos
en un antiguo cine de verano
que ya tampoco existe,

como nosotros
tampoco existíamos entonces.








EL RITUAL DE LA MENTIRA

No entiendo cómo puede haber quien piense
que este sea el mejor de los mundos posibles,
o que aquí somos todos
iguales,
libres y felices.

Si todo esto es mentira.








EL PLACER DE ENGAÑAR

Recuerdo que leía historias de otros
que buscaban mejorar una vida
ni fácil ni brillante,
algo gris quizás.

Descubrí el placer de engañar
para que me quisieran.

Sería escritor.







NUNCA TE HABLÉ DE MÓNICA

Nunca te hablé de Mónica.
Es asturiana.
Nos conocimos
tomando una cerveza en Jovellanos.
Vino desde Gijón
a quedarse unos días.
Recuerdo que era abril
y le gustó el sur.
Crecían lilas junto a mi ventana.
Me contaba que como se veía
la luna desde casa
nunca la había visto.
Si acaso algunos años antes,
cuando aun era niña,
en los atardeceres más oscuros
de la cuenca minera.

Vino desde Gijón
pero sentía tanto miedo
las noches de tormenta
que aprendió a no dormir
sin escuchar de cerca mis latidos.
Yo le contaba historias
que iba improvisando
y ella me miraba como una niña
que temiera perderse algo importante.

A veces le caían lágrimas.
Para que no las viera
me abrazaba aun más fuerte.
A veces se dormía
y al día siguiente me preguntaba
el final de la historia.
Yo le mentía.
Le decía que el final de la historia
nunca iba a llegar,
aunque todos sabemos
que el universo tiende a expandirse.
Pero nunca he sentido
el sonido de mi respiración
o mis latidos
como en aquellos años.
Recuerdo que fue entonces
cuando aprendí a amarte
aunque sólo te conocía de vista.
Dime, ¿es de verdad o estoy soñando?

Siempre había buscado su cuerpo
en mujeres que nunca me ofrecieron
su forma de mirar tan inquietante,
en mujeres que no temían
las noches de tormenta.
A veces ella me engañaba y me decía
que oía truenos. Yo sabía
que no era cierto, pero le dejaba hacer
y le contaba historias de otras chicas
que también aprendieron a mentir
para que la quisieran.

Supe también que hubo hombres
que se apartaron de ella
cuando sintieron
que nunca iban a ser capaces de entenderla.
Y es que eso, que a otros produce tanto miedo,
para mí, en cambio, lo es todo.

Tal vez sea que necesito
sentir que pueden sorprenderme.

Siempre estuvo a mi lado
hasta que lo llenaste tú
con tu mirada.
Ahora sólo escucho tus latidos,
y tu respiración en casa
o en cualquier otro sitio
es la respuesta a todas mis preguntas.
Ahora soy yo quien teme
las solitarias noches de tormenta.

Poemas del libro El descubrimiento del Bósforo (Huelva, 2008)







ESCUCHANDO LAS CAMPANAS DE AÑO NUEVO EN KYOTO

A veces ella grita, porque le gusta
poner la música muy alta,
tan alta
que, si no gritase, no podría escuchar
lo que me dice.
Un día nos llamaron la atención los vecinos.

Japón es un país ruidoso
que también ofrece momentos
de paz.
Creedme.
Yo he vivido algunos.

Paseo junto al lago.
Sonido de unos ojos
que me abrazan.

O el año pasado, cuando la conocí,

escuchando campanas de año nuevo
en un templo de Kyoto.

No sabía que llorar fuera tan fácil.

Lágrimas de hielo
abandonan sus ojos
esta noche.

Ella iba con un grupo de amigos.
Le debió parecer que Ana y yo
no hacíamos una buena pareja.
Creo que tenía razón
porque ahora soy feliz pero antes no lo era,
o no lo era tanto. Se nos acercó.
A Ana le resultó una chica divertida,
muy guapa y divertida.
Desde su mesa parecía
que aquel monje hacía sonar las campanas
sólo para nosotros.

Me dijo que se llamaba Ori. Me gusta
cómo cierra los ojos,
y levanta la cabeza y aspira hondo.
Siempre escuchando música
y haciendo fotos.
Yo también he vuelto a escribir.

Soy feliz, pero nunca lo fui tanto
como escuchando las campanas de año nuevo
aquella noche en Kyoto.







BOLAS DE ARROZ

Hacía unas horas que había muerto.
Allí mismo se lo comunicaron.
Agachó la cabeza
aunque era algo que ya se imaginaba.
Tras un momento de silencio,
que ella supo llevar con dignidad,
le preguntaron:
¿Cuál ha sido el momento de su vida?
¿Qué momento desea que perdure
toda la eternidad?

Hubo un corte en la cinta.
Pasaron unos segundos.
Ori me acarició la mano
con las yemas de algunos de sus dedos.
Un leve escalofrío.
Volvió la imagen.

Aquella señora hablaba de un terremoto.
Tenía sólo nueve años
y vivía cerca de Tokio.
Su madre y otras madres con sus hijos,
a los que nunca había visto
ni nunca más vería,
se encaminaron hacia un bosque.
Casi una hora caminando
Cuando llegaron, los niños se pusieron a jugar
con cuerdas y bambúes.
Estaban muy cansados.
Al anochecer comieron bolas de arroz hervido
y durmieron al raso.

Ese fue el momento que quería evocar siempre.
Nadie preguntó más.

(Poemas inéditos)




[http://www.dvdediciones.com/firmas_rafaelsuarez.html]

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