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miércoles, 19 de enero de 2011

3027.- RAFAEL PÉREZ ESTRADA

Rafael Pérez Estrada (Nació 16 de febrero de 1934 - Murió 21 de mayo de 2000), poeta y escritor español.
Durante la Guerra Civil su casa en la calle Larios sufrió un incendio y la familia se traslada a la calle Carretería, donde pasa los primeros años de su vida. En 1954 pasa a Granada para estudiar Derecho. En 1959 marcha a Madrid donde se inicia en el dibujo, colaborando en revistas y emisoras de radio. En 1960 vuelve a Málaga definitivamente; desde 1967 hasta 1997, año en que abandona su despacho, combina su actividad como abogado con la escritura y el dibujo. En 1994 recibe el áccesit al premio Lazarillo 1994, con la novela "El comisario Olegario"

Breviario 1988
Antología 1968-1988
Libro de los Reyes 1990
Oficios del sueño 1992
Pequeño teatro 1998
El levitador y su vértigo 1999
Poemas 2000
Cosmología esencial 2000
La extranjera 1999





CANTOS DE SAN LORENZO EN EL ESCORIAL

El tostado de un cuerpo no sólo pertenece
a las pruebas con que la fe se templa y reconoce
sino que es parte del orden gastronómico.
Hay en todo tormento una amorosa forma
de iniciarse en la carne y de tratar la víscera.
Tiene toda tortura un sabor a cocina,
un regular despiece y un ritual servicio
y de piches y de acólitos, de especias y de salmos.

Poned en las espaldas mantequillas y aceites,
que la cochura tenga el olor que conviene
a la piel que se hace milagro gustativo.
Haced que el pecho, su blancor de pechuga,
adquiera el punto exacto del paladar angélico.
Mezclad en la consulta de este raro suplicio
libros devocionarios y recetas monjiles,
en tanto la piedad y el gusto ya mezclados
os coronen mi martirio y su virtud exalten.





EL BIBLIOTECARIO

El bibliotecario, dando una palmada, llamó rijoso:
¡Libros, al salón!







PIENSO, LUEGO EXISTO

Pienso, luego existo;
y me respondió el objetual:
Los objetos existen,
luego piensan.
Y para redundar en lo dicho
empujé al suelo el jarrón utilizado
de pretexto hasta entonces:
Y sufren — añadí —
en silencio.





ZINNIAS, VERBENAS, PETUNIAS

Zinnias, verbenas, petunias
y una mariquita como una gota
de sangre ensombrecida
por el seis doble del dominó.










Sombras

Los amantes exactos tienen una sola sombra.
La sombra más transparente es la que producen las nubes sobre la superficie del mar.
En el Gran Concilio de Córdoba, los Padres de la Iglesia discutieron violentamente la cuestión de si al morir el cuerpo muere también la sombra.
Narciso se enamoró de su sombra y, para que no se escapase, se hizo tapiar con ella en una habitación en tinieblas.
Cuenta Plinio el Joven de un país poblado por sombras de hombres.
La sombra de la palabra es el eco.
Tiemblan los amantes cuando en las noches sus sobras se confunden.





De la naturaleza de los ángeles

Los ángeles son plurales y equívocos.
Los ángeles son anarquistas y especialmente antipáticos con la Ley de Newton.
El ángel del puerto hace trenzas con el humo de los barcos.
Cree el ángel en su inocencia que hay hombres de la guarda.
Tres ángeles orinando hacen una galaxia.
Los niños, a la salida del colegio, se intercambian los ángeles repetidos.
La niña Louise Arden de Touluse, la mañana del 8 de marzo de 1907, aseguró vehementemente que los labios de los ángeles saben a violetas.






Sobre las palabras

No se puede salir con las palabras, siempre te comprometen.

Hay palabras que tratadas convenientemente acaban por adquirir el brillo único de esos cristales que son como luces abandonadas a la orilla del mar.

Algunas vienen envueltas en la niebla que entorna la melancolía. Se comenta de ellas que nacen en la soledad de los puertos al amanecer.

La palabra nace – afirma Herbert Conway – cuando en el silencio, en el primer silencio, un hombre imita a un papagayo.

El invento de la palabra pez supuso grandes dificultades. La palabra escama (surgió de inmediato) hizo aún más difícil la captura de aquélla. Alguien, tiempo después, dijo: Mereció la pena tanto esfuerzo. Sin embargo, una muchacha se sonrojó ante las imágenes sugeridas por aquella palabra.

Muy estricta en sus gustos, y gran conocedora del poder persuasivo de los sofismas, Gemma Steven declara sin mucho convencimiento: Primero es la palabra, después la rosa.

Nunca escribas estas palabras en una misma línea: tigre y paloma, pues es fácil que la primera devore a la segunda.




EL AMANTE DE LAS SOMBRAS

Aprovechó su amor y la entrega para, hábilmente, apoderarse de su sombra. Con besos y caricias, con historias fantásticas en las que las islas serían testigos de su vida en común, fue despegando la sombra de su cuerpo; y ella -absorta y seducida- no notaba nada. Sólo cuando el amante huyó con la sombra, los gritos se mezclaron con las lágrimas.

(Los Amores Prohibidos, 1995)







LA PASIÓN DEL HÍBRIDO

Su madre había sido una cebra, y él hacía todo lo posible por disimularlo. Generalmente se colocaba allí donde la luz juega a hacer paralelas con las sombras. También, como conviene a los híbridos de cebra y hombre, sus trajes eran rayados, y sus palabras. A veces, si nadie lo veía, retozaba en el parque. Le gustaba sentir la proximidad de la yerba, la humedad siempre amanecida de los pastos. Y cuando llegaban las amables muchachas que suelen traer los días felices, también él las miraba con codicia. Alguna vez -decía- tendré una muchacha para mí solo. Pero al decirlo, pensaba en la grácil armonía de las cebras y, aun confuso, se sentía feliz.

(Los Amores Prohibidos, 1995)







EL QUE CORRE TRAS EL RIO

Vi a un muchacho que corría a la orilla de un río. Corría siguiendo la dirección de las aguas, y tropezaba frecuentemente con los chopos.
- Adónde vas- me atreví a preguntarle viéndole tan angustiado.
Y él, con voz entrecortada por el llanto, me respondió:
- En busca de mi reflejo, que se lo lleva el río.








SIMIO DISCONFORME

El paraíso perdido, dice Cecil Manning, está en la imaginación angustiada de algunos monos amazónicos que lloran día y noche la desgracia de llegar alguna vez – en la imparable declinación de las especies – a ser homínidos. Las señas maliciosas y torpes que se intercambian en ciertas peleas parecen referirse a la condición de hombre. Muchos de estos simios se niegan a reproducirse, languideciendo en una apática sucesión de amaneceres y ocasos a los que son indiferentes, en tantos otros observan cuidadosos a sus crías, a las que dan muerte al primer destello de inteligencia.

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