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domingo, 26 de diciembre de 2010

2819.- ISLA CORREYERO


Isla Correyero (Miajadas, Cáceres, 1957) ha publicado los libros de poemas Cráter (Provincia; León, 1984), Lianas (Hiperión; Madrid, 1988), Crímenes (Libertarias; Madrid, 1993) y Diario de una enfermera (Huerga & Fierro; Madrid, 1996), y también la plaquette Como cuando coges una trucha en las manos (Piratas; Fuenteheridos, 1998). La Pasión, grabados de Luis Arencibia, poema final de Juan Carlos Mestre, Madrid, Exlibris Ediciones, 1998.
Amor tirano, Barcelona, DVD Ediciones, 2003, DVD poesía. Asimismo publicó la antología Feroces. Radicales, marginales y heterodoxos en la última poesía española (DVD; Barcelona, 1998).



Un poema en prosa:

MI RETRATO A LÁPIZ

Soy melancólica. Melómana. Trapecista en la cuerda de los sueños y el arte. Cumplo con mi destino de guerrera. Canto lo bello y lo perfecto. Bebo, fumo y snifo (sic). Mi mente es un río caudaloso que nadie ha dominado. Soy perversa, cruel y me bañan las lágrimas a solas. Adoro la justicia y los bienes perdidos. Bramo de odio en lo alto de las cumbres si no consigo lo que busco. Esquizofrénica, locuaz e impertinente. Me gustan los licores y las sedas. Amo el destierro, los bosques y la danza. Mis aventuras escandalizan a los necios y con el dedo me gusta tocar los labios de la noche. Idolatro la luz que expresa Kubrick y el tormento exquisito de Visconti. De mí se dice que no me harto de belleza y que bebo a destiempo de los cuerpos. Vomito internamente ante lo vulgar y lo ridículo y desgarro mi pecho ante lo feo. Me gozo en soledad como un diamante y brillo entre celajes como nutria. De niña coleccionaba tréboles y olores, insectos y lecturas. Nunca mi espalda está enfundada y he aprendido el arte de la esgrima. Me gustan las hierbas y la magia y busco el grial para mi amo. Soy heroica, altanera y distraída. Me cobijo en mansiones de alquiler y no obedezco leyes ni partidos. Me gustan los vaqueros y las pieles, el lino y los trajes ajustados. Mido uno sesenta de estatura y ochenta mal contados de busto confidente. El tacto de la nieve me enloquece, el gusto de las fresas me subyuga, oír a Bach me iza y me conmueve, oler a piel me excita doblemente; ver una toma en treinta y cinco de Murnau me hace comprender qué es la poesía. Como el Vesubio, expulso lava incandescente al recordar a Italia. Llevo siempre carmín rojísimo en los labios y altos zapatos de tacón granate. Tengo arrebatos de amor hacia cualquiera y el sexo para mí es una sombra.
¡Y me gusta jugar a lo que sea!


Texto incluido en el libro Cráter (Provincia; León, 1984).





Lianas

(1988)


Las grietas de la fruta

Toda la noche estuve
ordenando papeles y jacintos.
Me perdí entre las cartas y los nombres
por los brazos ruinosos de las letras,
signos cerrados que en otro tiempo fueron
cofres de luz y espejo, en donde se agitaban
las lánguidas mareas del amor.
¿Dónde el suspiro largo que cobija la sombra,
la negrura secreta de las moras y el agua?

Hoy, un muro de cera aprisiona mi casa
y en las tardes sombrías se incendia todo y arde
con ese melancólico color que da el crepúsculo,
ese azogue de ámbar que se acerca a las casas vacías
y las cubre de nieve y de luciérnagas
escalando paredes de zarzas y saúcos,
ávidos aros blancos
que en el tiempo se asientan implacables,
tiranos mostos de tristeza y tábanos.

Sola estoy con un pájaro anidado en el pecho;
en los durmientes patios, dulces heliotropos,
peces abatidos de adolescencia y cal,
murmullos en las arcas florales
y en las gotas trémulas de los vidrios y el bruno.
Crece la hierba y alza las uñas afiladas
al umbral de mi casa
esperando el religioso perfume del alazor y el pino.
Detrás de los cristales humean las hogueras,
los vientos, los piñones,
el turbio y sonrosado atardecer.
Han entrado las moscas en mi casa
y ya esparcen sus huevos por mis libros;
de las esbeltas copas del ajuar
saldrán las larvas sigilosamente
aguardando en la noche que mis guantes de malla
descansen junto a ellas.

Cubro con paños blancos los muebles y el sofá.
Enredo entre los cuadros duraznos y cerezas.
A veces me detengo pensando en los milanos,
algo sutil y absorta,
insensible al tejido de mi piel
y a los cálices tibios de las mamas.

Mas mi corazón está derrumbado y oscuro
y nada hay que me mueva la carne y me consuele.
Ruinas y adelfas yerran por mis piernas
y junto al muro, víctimas de ensueños,
renacen los manzanos.

Descorrí las cortinas de la melancolía
y a mis brazos he visto secarse de tristeza,
laceradas las manos, endeble la memoria;
¡si volvieran los días dispersos de la infancia!,
los calderos al fuego, las altas graderías,
los rastrillos, las hoces, el cántaro de leche,
los canastos flotando en la ausencia de lluvia,
o desnudos los cuellos de las muchachas brunas...

Ya semejo una selva de olvidos y cantú,
sólo un rostro de niña
en el reflejo de una palangana.

¡Oh, sí!, mi desmemoria es grande y silenciosa,
naranjas esparcidas en un barranco gris.
Distante estoy mirando los desmayados sauces,
el carrizal del río, las grietas de la fruta.
Y en mi boca penetra la culebra del mal
con la manteca rancia de los dulces;
mi boca escrupulosa,
rezumando ciruelas granates en almíbar,
o grosellas guardadas en dulceras
cuyos bordes calados vierten sangre.

¡Tantos años creyendo en los reflejos
que mi rostro emitía desde el agua,
tan esquivas las ondas,
tan sensual el gozo de sentir las ojeras,
rápidamente deshacerse y caer!

Y ahora ni un hisopo de junco ahuyentaría
la máscara pasmada que en el fondo envejece,
ni el anillo encarnado que mis ojos circunda
más allá del dolor:
la frontera negruna del agua del aljibe
que la infancia cancela
y los portones cierra estrepitosamente
sellando con cedría
y a las frutas blanquísimas descuaja
de los tristes jardines interiores
cuando los sueños suben
por las leves lianas.






Crímenes

(1993)


Esta historia

El poeta no retiene lo que descubre,
una vez transcrito, lo pierde en seguida.
En eso reside su novedad, su infinito
y su peligro.
René Char

Esta no es una historia que se pueda medir. No es una historia
de amor ni de dolor ni de silencio.

Está reservada para el corazón del asesino y para los ardientes
ojos del poeta que busca una memoria.

No tiene lectura para nadie más.

Se ha escrito con el afán inmaduro de un corazón enfermo.

No simula generosidad ni confianza; es una historia de arena y
de vacío. Pobre historia que buscará su espacio y el símbolo
y las gafas de quien crea buscar la corrupción o el paso de
un poeta.

Sólo una luz humilde, un resplandor lejano, avisará.








Los solitarios

Sabemos de los corazones solitarios porque tienen la misma
conducta de los asesinos.

Son corazones salvajes que no obedecen leyes. Tienen el
pérfido don de la mirada y nos contemplan a través de su
silencio.

Hay más revelación en sus manos que en su lengua.

Por su actitud inmóvil conocemos la desesperación, la so-
ledad y el sobrecogimiento.

Han nacido callados y vigilantes como rocas, acurrucados
en la existencia para reconocernos.

Suelen ser hermosos como la oscuridad y pálidos y dulces
como los secretos de las niñas.

Es inútil penetrar en su reino: somos espectadores, nada
más, de sus actos veloces.

Ellos poseen el corazón y la conciencia, al acecho, para
caer sobre nosotros con un gesto en el aire.








Jack

Jack está de golfas con su capa negra,
maletín de haya, delantal de cuero,
chistera de raso lacado, azabache,
un traje de rancio paño español.

Y en la madrugada de la mala muerte
Mary Kelly, abierta, sobre su colchón.


La paja empapada de sangre y de niebla,
el útero encima del aparador.








Diario de una enfermera

(1996)


28 de septiembre de 1993

Inclino la cabeza para que nadie sepa que ya no soy hu-
mana.

Debemos pasar inadvertidos.
Todos los enfermeros provenimos de una raza de autómatas.

Afuera, llueve sobre la clínica.
Un polvo pegajoso, negro y denso, cubre los coches y los
impermeables.

Dentro, cada gramo de antibiótico es aplicado con indi-
ferencia.
Un buscador de oro recorre la zona de los mortuorios.

Los científicos vacían a los animales.

Ya no conozco a nadie que pueda ser humano.
¡Hay tanta muerte y tanto olor a muerte!

Esta mañana han enterrado a un mono y a un hombre...

Aquí sólo existe la lluvia negra de la muerte en los pa-
sillos.








EMBRIÓN. 17 de enero de 1994

Es un embrión varón el ser que extrajeron los médicos.

Sabemos que crecerá con una luz violeta en una máquina y
que su madre vendrá todos los días.

Sabemos que el corazón pequeño del durmiente está agita-
do como una nube negra y que se chupa el pulgar y juega
con los líquidos.

Tiene un ojo sin párpado con sueños estelares y centellea
su piel como la de los peces.

Sabemos que domina el blanco en su cabeza y un manantial
azul resuena en su cianosis.


Sigilosamente, alguien desconecta la máquina y la luz.

Ha muerto dulcemente envuelto en unas heces más negras
que la tinta.

Su madre le ha traído un pañal y un trajecito de hombre.







TERMINAL. 12 de febrero de 1996

Sé que voy a morir antes del próximo invierno. Pero he
sembrado las patatas, el trigo y las cebollas. Sigo dan-
do de comer a las gallinas y a los cerdos, aunque sé que
voy a morir antes de las heladas.

Limpio meticulosamente la casa y los corrales. Me levan-
to y me acuesto cada día a mi hora. Sigo haciendo la co-
mida y el café.
Me limpio los dientes después de las comidas. Sigo le-
yendo el periódico y cosiendo ropa. He comenzado una bu-
fanda y unos calcetines para el próximo otoño.

Salgo a la calle a hablar con los vecinos. Estoy pintan-
do la fachada de la casa y las paredes de la casa. Me
tomo las medicinas que me ha mandado el médico. Perseve-
ro en el rezo de mis oraciones.

He reanudado una amistad que tenía perdida. Canto de vez
en cuando. Lloro de vez en cuando.
He plantado las flores de mi tumba.

Todavía me enfado con mis hijos si no han hecho los de-
beres.
De vez en cuando voy a la peluquería y una vez al mes voy
a mirar zapatos.

He contratado un viaje a la ciudad de Viena y un entierro
sencillo.
Tengo mi cama preparada y la ropa que me pondrá el amigo
que he recuperado.

Cada noche, pienso en las cosas que aún no he podido ha-
cer y, si recuerdo algo, lo hago al día siguiente.


Creo que cuando lleguen los azules momentos del invierno,
estaré todavía trabajando.





La Pasión

(1998)


Flagelación

Duele el dolor
y es una mariposa negra
que cruza delante de los ojos
y los llena de piedras.

A veces, no hay lágrimas ni gritos,
pero duele tanto la amargura
como un colmillo gigante abriendo el corazón.






María a Jesús

Dame un lugar en tu cabeza, hijo.

Dime dónde puedo quedarme para verte,
oírte, vacilar, beber tu sangre cálida de
hijo pálido en un cuenco.

Saber de ti como una lumbre sabe donde está la ceniza.

Préstame tus ojos en mi oscuridad.

Lo que acaba de ti y a mí regresa,
lo que renace,
tu silencio,
la boca con que comes las piedras y la
fruta,

el sueño, la sangre de tu madre, mi sangre que
está en ti.

La tristeza que tienes y me ocultas.
Hijo...






Amor tirano

(2003)


Alumbraciones

Escáner


yo miro y veo invento
las cosas invisibles percibo las equivocadas
oscuridades del amor o las violentas.
Y qué.
Eso qué importa en este oficio de mirar
el mundo y exagerar o reducir el mundo.
Qué importa si de un vistazo atlético
asocial miro un cuerpo de hombre el tuyo
sí el tuyo silencioso
clínicamente te desvisto silenciosamente
un resplandor te alumbra y veo
ensimismada toda tu trayectoria yugular
tu vibración errante de líquidos a 37 grados
entre brazos y piernas
pecho amplio ampliado
por la blanca camisa de algodón
respiración del mal moral
el diastólico enigma de todo lo que va del corazón al sexo
limpio cilindro central tus extras centímetros genéticos
ante los 5 puntos cardinales de mi apunte
de artista publicana.

Videncia lenta tengo de lo que harás
en el extremo de la región mental
rodar la luz
en dios
vivo y muerto
momento de fulgor y frontera
oblicuidad entre el aire de la nariz
y el aire de la boca ese gesto volado
de la cara a gran velocidad que se reparte
entre tus ojos hundidos bloqueados
en cada hueso de la cabeza los pies
ese tendón femoral del muslo con su arteria
a la imaginación final
de las razones con la nieve.

Músculo a músculo te veo grave resucitado
por la presión arterial y los vacíos pensamientos
de hombre calculador que baila negativamente
ahí sin mí.

Sí sin ti
paso esta hora mirando cómo bailas
hombre duro y alegre potente tío altivo
de anatomía encabalgada en cal sin esbeltez
ni tópica belleza con gafas un moreno normal
rostro normal estatura normal todo es normal en ti.
Qué educación. Por eso eres tan bello.

Así que nada habrá de ti que escape
a mi congénita imaginación y mi enredado
análisis de observadora de lo cotidiano de ti y de otros
como tú.
Sí veo cosas de ti que nunca verá nadie.
Veo cosas aquí y allá de ti
que nunca veré en la realidad de la vida o de la muerte

nunca estaré contigo pasarás
como pasan tantos seres que vemos admiramos y jamás goza-
remos de su incógnita vida ni sus ojos.

Sí veo y
te veo. Invento y veo.
Y qué.

¿Vas a insultarme por mirar?

¿A denunciarme por mirarte
si ofendido te ves por mi civil mirada de persona?



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[http://www.abelmartin.com/aper/correyero/2003.html]

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