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martes, 7 de diciembre de 2010

2562.- JESÚS COTTA LOBATO


Jesús Cotta Lobato (n. Cártama, Málaga, 1967) es un filólogo, profesor y escritor español.
Nació en Cártama, en 1967. Estudió la carrera de Filología Clásica. Desde hace años reside en Sevilla y actualmente imparte clases de Filosofía y Griego en el IES Martínez Montañés de la capital hispalense.
Publicó sus primeros poemas en la revista Nadie parecía. Es autor de ensayos como Topicario. Arpones contra el pensamiento simple o Ulises y las sirenas. El dilema de la infidelidad. También ha escrito la novela Las vírgenes prudentes y el libro de poemas A merced de los pájaros. Es miembro de la tertulia literaria Los Mercuriales.
Obra
Topicario. Arpones contra el pensamiento simple, Almuzara, 2005.
Las vírgenes prudentes, Mono azul editora, 2005.
A merced de los pájaros, Fundación Ecoem, 2009.
Ulises y las sirenas. El dilema de la infidelidad, Paréntesis, 2009.
Apuntes y fuegos. Antología del blog Los días de mis noches, Ediciones de la Isla de Siltolá, 2010.









Los árboles no pueden suicidarse

Los árboles no pueden sucidarse,
el viento sopla sin saber que existe,
el mar ignora que lo están mirando,
la tierra no conoce sus volcanes.
En tiempos de diluvio universal,
cuando las ramas del olivo vuelan,
en picos de palomas extraviadas,
ya no saben qué hacer con tanta agua
los ríos y las fuentes y las ranas.
Un hombre es una cosa que lo sabe
y saberlo no sirve para nada,
pues todo es sin querer, incluso un hombre.
Las mariposas por ejemplo insisten
en no saber que son hermosas







Canción del río

Yo soy el río, adiós, yo soy el río.
Contempla mis sombrías cañaveras.
Una cierva murió donde ahora estamos
y aquí apagó su sed no sé qué incendio.
¿Te gustan mis cascadas y mis aves?
¿Alguna vez te hirieron mis guijarros?
Yo soy el río, adiós, yo soy el río.







Amor me sabe a poco

Amor me sabe a poco; convendría
buscar otra palabra más hiriente,
por ejemplo, terror, puñal, serpiente
o he visto a Dios cuando Él no me veía.

Con la palabra amor yo no sabría
explicarte qué pienso ni qué siente
mi corazón en llamas cuando, afluente
del tuyo, se desborda y se vacía.

Amor me suena a poses y armonía,
pero lo que yo siento es como un río
que huele a noche y nace del exceso.

¿Cómo llamar amor a la agonía?
Y, sin embargo, amor, con ser tan mío,
no encuentro otra palabra para eso.







Última voluntad

Ni yin ni yang
ni Pachamamas
ni luchas de contrarios
ni el karma y la sinergia,
ni Epicuro en sus ínfimos placeres,
ni todos los psicólogos del mundo,
ni siquiera el aikido, el tao y el yoga
ni Zaratustra el de las luengas barbas
escapan con sus Torres de Babel
del abismo profundo de la muerte.
Quedar en la memoria de mis deudos,
en un álbum de fotos,
en una antología de mediocres
o en los genes de miles de criaturas;
yacer en un pomposo mausoleo
y dar nombre a un cometa o a un bacilo
o a un hospital para enfermos incurables
no es nada comparado con perder
los besos y las flores para siempre.
No quiero ser ceniza
esparcida en una playa
ni quiero convertirme en un diamante
en el dedo del nieto más excéntrico.
Y nada de formoles y criogenias.
Yo sólo quiero convertirme en lágrima
rodando por tu rostro bienamado
y en ella un lucerito que te anuncie
que vestido de novio yo te espero
muy joven y sin prisas, vida mía.







En una playa desierta de Huelva

Hoy se me han despertado tus delfines
y me han hecho montar en tus caballos,
aunque eres alta y honda y me das miedo.
Luego he dado tu llama a una mujer
y tu arena y tu nácar a unas niñas.
Yo me voy a quedar con los delfines.
De todas las mercedes recibidas
eres tú la más rubia,
soledumbre de dunas y de soles
que aún me están ardiendo entre los brazos.





Tú no tienes la culpa del incendio

Tú no tienes la culpa del incendio;
es esta desnudez con perlas
y ese baño de nardo,
el nácar aurorado
de lluvias boreales,
la conjura de lirios
con espigas del sol en tus pestañas,
tu plata de pastorear delfines,
tus panteras de cósmicos contrarios.

O quizá exista un Dios aficionado
a lírica y cometas,
a amores y explosiones,
a avivar con anémonas de sangre
un fuego de caballos,
a unir quásares hasta dar contigo,
a convertirme en otro que me excede,
a herirme de mujer y de leones,
mientras me arrancan, místicas, tus palmas
tuétano, pedernal y supernovas.

Y después ¿qué sino el silencio, donde
atónitos yacemos yo y la espuma?

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