ANTONIO CASADO DA ROCHA. Donostia – San Sebastián, España (1970). Comenzó a no romper poemas en 2007, por culpa de un segundo premio en el “Villa de Pasaia” con la edición de Filósofos y películas (San Sebastián, Bermingham, 2008). Al año siguiente, accésit en el “Ciudad de Zaragoza” por Apología del aurresku (y otras danzas), al igual que en el “Villa de Ermua” por Cerebración. Ha publicado poemas y traducciones de Fernando Pessoa, Billy Collins y Wisława Szymborska en las revistas Bitarte y El invisible anillo. Tres de sus haiku fueron seleccionados para la antología Perro sin dueño (Albacete, Universidad de Castilla – La Mancha, 2008). Tras obtener el premio Iparragirre con el libro Quién me mandaría a mí (San Sebastián, Bermingham, 2009), ha publicado la colección Al pormenor en una antología hispano-chilena (Crisol poético, Santiago, Lom, 2009).
MUSEO NAVAL
En lo tocante a comunicarse jamás se equivocaban
los antiguos habitantes de mi ciudad, la antigua
amiga de Pasajes, la hermana guapa de Biarritz,
hasta qué punto comprendían su lugar en el mundo
en lengua vasca y castellana
y gascona hasta 1918
fecha esta que acabo de apuntar en mi cuaderno
de bitácora entre cazadores de ballenas y corsarios,
pescadores y turistas
como el que envió una postal
que puedo ver en el tercer piso de la exposición
bajo una ola como una coliflor, una nota
escrita con estilográfica inglesa y celeste:
“He dicho a Sydney que te envíe otro pájaro.”
PARA UNA HISTORIA DEL CIELO AZUL
Los Primitivos
nunca lo vieron.
Los Antiguos tampoco,
empeñados como estaban
en escrutar el manto rígido
de Zeus, el cambiante
humor de Yahvé.
No aparece entre los diez
mil versos del Rig Veda
y el Corán te promete el paraíso
pero tampoco
lo contiene.
Los romanos lo confundían
con el color del nubloso invierno.
Los bárbaros con el gris y el pardo.
Es dudoso
que Kant lo encontrase,
asombrado por el cielo
estrellado sobre su cabeza
y la ley moral en su corazón.
Pero sí lo vio Henry Thoreau
tras una tormenta de nieve,
lo sé hoy por su diario
de 1851, donde escribió
un siete de enero:
“Del cielo azul en la Historia
no hay ni una historia.”
Así llegamos al siglo veinte
y un rincón vasco del país
llamado labio,
donde a veces también se bebe
de las estrellas este caldo azul.
EL MAPA
Un niño acepta
un billete de vuelta
al siglo quince:
esta mi pesadilla
(siglo más, siglo menos)
la cuenta Gil
de Biedma en un poema
sobre la guerra
y yo la anticipo
casi todos los días
cuando acompaño
a mi hijo (el mayor)
a la ikastola
donde me espera un mapa,
donde le espera un mapa.
(Filósofos y películas)
ALTO EL JUEGO
Hay cosas que siempre han estado ahí,
como el lanzamiento espacial
de una catedral gótica.
Hay cosas que van y vuelven,
como las golondrinas que bajan
en tobogán por el aire sin tobogán.
Pero hay cosas que parecían eternas
y sin embargo desaparecen en un instante
sin dejar más rastro
que nuestro asombro
al preguntarnos
cómo pudimos
vivir así.
(Al pormenor)
FINAL EN VILLANELLE
Quién me mandaría a mí
escribirte, o leerme
quién te mandaría a ti.
Porque alguien dijo que sí
ahora estamos frente a frente.
Quién me mandaría abrir
la ventana cuando vi
el rayo que dura siempre.
Quién te mandaría venir
con el abrigo ese de Yeats
que no abriga cuando llueve.
Quién me mandaría al fin
de la noche sin candil
un primero de diciembre.
Quién te mandaría aquí.
Y al cabo de este trajín
todo, cuánto depende
de quién me mandaría a ti
y quién te mandaría a mí.
(Quién me mandaría a mí)
Quién me mandaría a mí
escribirte, o leerme
quién te mandaría a ti.
Porque alguien dijo que sí
ahora estamos frente a frente.
Quién me mandaría abrir
la ventana cuando vi
el rayo que dura siempre.
Quién te mandaría venir
con el abrigo ese de Yeats
que no abriga cuando llueve.
Quién me mandaría al fin
de la noche sin candil
un primero de diciembre.
Quién te mandaría aquí.
Y al cabo de este trajín
todo, cuánto depende
de quién me mandaría a ti
y quién te mandaría a mí.
(Quién me mandaría a mí)
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