José Martínez Ros (nació en Cartagena, Murcia, España en 1981) es un escritor español.
Su primer libro, La enfermedad ganó el Premio Adonáis de Poesía en 2004. Posteriormente, ha publicado Un amanecer.
En 2006, recibió el premio Luis Rosales que concede la Obra Social Caja Madrid por un sólo poema. En 2008 recibió un Accésit del Premio Marqués de Bradomín (INJUVE) para jóvenes dramaturgos con su texto En los bosques de la noche.
Es colaborador habitual de la web notodo.com
Su tercer libro de poemas, con el título de Trenes de Europa, ha sido editado en 2010 por la Fundación José Manuel Lara.
Pequeño homenaje
Digo (pero no sé si alguien me escucha):
no existe nada fuera de este instante:
El dios en el que crea, la nada que me acoja,
será el que me conduzca hasta el olvido.
Digo: la llama pura que devora
el vacío teatro de la noche
no puede consumir uno de mis cabellos.
Entre la piel y el tiempo, somos invulnerables.
La experiencia Penfield
Queremos vivir, en la idea de los demás,
una vida imaginaria.
BLAISE PASCAL
Olvidé esa película. Pero cuando el pasado,
igual que un pez fantasma, me sorprende
en el acuario negro de una televisión
(con qué raro placer se venga el tiempo
de quien, con la armadura del amor,
busca un reino distinto en este mundo)
ya no hay oscuridad, cierro los ojos, veo
dos jóvenes amantes, una escena rodada
en un puente de Londres con la luz de Varsovia
-la claridad que vuelve indestructibles
las cosas, borrándolas- si la filma Kieslowski,
ella tiembla de frío y de deseo
bajo un abrigo de estudiante pobre,
con marcas de ceniza ocultando unos ojos
que han recorrido hospicios de estrellas moribundas.
(En la cuarta secuencia, es la mujer desnuda
que gira lentamente, trazando la frontera
de su burbuja de oro para apagar la lámpara.)
Y detrás del espejo, sin tacto ni presente,
oigo tu corazón como una flor oculta
extendiendo su polen en la noche,
una sombra con huesos de hechicera
que clava en mí sus muslos cristalinos
dando un sentido, un orden, a la sed esencial.
Nunca has sido tan bella entre mis brazos.
Hay un ángel inscrito –no lo trazó mi mano-
sobre el amanecer inmóvil en tu vientre
y las alas de fuego, al caer abatidas,
me dejan en la lengua un sabor a vacío.
Detrás de la pantalla, me rodea
un mundo que se acaba y una aguja
de oscuridad me punza desde el centro:
no encuentro responsables de las pérdidas.
LA FUENTE
(Córdoba)
Ni siquiera la piedra es inmortal:
mira los capiteles, las estatuas, los tímpanos
que hebras de luna trenzan sobre nuestra ventana,
temblando como un niño en brazos del invierno.
Los ha herido la lluvia de edades más oscuras;
ahora sangran ebrios de sol, de luz, de polvo,
hartos de proclamar durante cinco siglos:
más allá de estos muros sólo existe la muerte.
Lo que no pasará es el cielo del sur,
pasto de los vencejos, donde la noche mezcla
el temblor luminoso de una corriente de agua,
el aroma a jazmín y el aroma del sexo.
Despierta. No te vistas. Vamos hasta la fuente
cogidos de la mano, como si no supiéramos
que mientras nos besamos entre flores mojadas,
inocentes y hermosos, el tiempo nos devora.
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