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viernes, 26 de noviembre de 2010

2320.- JOSÉ JULIO CABANILLAS


Jose Julio Cabanillas (n. Granada, España, 1958) es un escritor, poeta y traductor español.
Licenciado en Historia, actualmente imparte clases como Profesor de Lengua Castellana y Literatura en el I.E.S. Torre del Rey, en Pilas (Sevilla). Actualmente reside en Sevilla, España.
Autor de los poemarios: Las canciones del alba (Renacimiento, 1990), Palabras de demora (Renacimiento, 1994), En lugar del mundo (Pre-Textos 1998) y Los que devuelve el mar (Pre-Textos 2005).
También es autor de Benzelá (Pre-Textos, 1998), una novela que recrea con un lenguaje preciosista y exacto parte de su infancia en la finca de sus abuelos jienenses; y de La luna y el sol (Númenor, 2006) donde recoge algunos poemas en prosa.
Ha traducido a Gerard Manley Hopkins en su libro Poemas (Renacimiento, 2003). Y ha coordinado la traducción de G. K. Chesterton, en Lepanto y otros poemas (Renacimiento, 2003).



Enero

Jano de enero vuelve sus dos caras.
La una hacia los meses que ya han muerto.
La otra al porvenir de un tiempo incierto.
Viene y se va volviendo y no se para.

El gozne del planeta da en su frente.
Mientras, los hombres siembran en el barro.
Mientras, las Osas pasan en su carro.
Pasan la luna sabia, el sol ardiente.

Loco enero de pelo en remolino
de tanta vuelta, ¿es ése tu destino?
De tanto ir y venir, ¿qué has aprendido?

Tal vez llevo en la espalda a Dios prendido
igual que un monigote de papel.
Por eso el mundo gira en busca de Él.





Febrero

Las nieves que tú viste, hermano, en la vida,
las que ahora mismo calarán tu huesa
son la nieve que hoy miro y nunca cesa,
pero a beber contigo me convida.

Pones desnudo el pie junto a la hoguera
y bulle el rojo hogar con un buen vino.
Hablamos cara a cara, hilando fino:
¿quién de los dos verá la primavera?

Noche larga... Quizá nunca amanezca.
Y remueves las ascuas. Una muesca
de luz rasga de pronto las tinieblas.

Y andamos por la muerte que tú pueblas.
Las nieves de un febrero en que vivías
ruedan sobre estos versos, frías, frías.





Marzo

Algo quiere romper detrás del aire.
Brotan del árbol las hojitas nuevas
de verdor virgen tal los ojos de Eva
descalza en el jardín al primer baile.

Marzo se pone zapatillas blancas
y acompaña los pasos de la orquesta.
¿Qué es toda esta música? ¿Qué esta
agua de mil trotar que nadie estanca?

Baja la primavera por la loma.
Has labrado la vid. Ahora tomas
en la mano, con mimo, este sarmiento

como la madre a la niña peina,
diciéndole qué guapa está mi reina.
Brilla en el aire el oro de los cuentos.





Abril

Entra con doble palma el día de abril
y el muchacho las mueve en cada mano,
como un remero que ya ve cercano
su pueblo blanco bajo el sol feliz.

Qué importan las galernas del invierno.
Si alguna vez murió se le ha olvidado.
Si se heló bajo mar, hoy en el prado
nota arder en su puño el ramo tierno.

A fuerza de remar entró en la muerte
y muerto y todo, encontró su casa.
Y ved qué cielo limpio se le advierte.

Eso que ni soñó le dan sin tasa.
Palma en mano, alma en cuerpo, noche en día...
Es el hijo menor de la alegría.





Mayo

En una árida estepa de suelo abrasador,
con su negro ramaje, centinela de espanto,
se alza el Ánchar maldito. En su copa no hay canto
de pájaros, ni nadie pasa alrededor.

De mañana rezuma veneno su corteza
y, en el calor del día, se derrama en la arena.
Luego la noche helada, si lo visita apenas,
escarcha entre las ramas un ámbar de tristeza.

Un hombre mandó a otro a ese árbol doliente
a recoger su savia. De allí vuelve el jinete
con ramas a la grupa, afiebrado, confuso.

Y el rey esa ponzoña en cada flecha puso.
Amigos y enemigos se pudren en la tierra.
Sólo los muertos ven el final de la guerra.





Junio

Como llegó el verano tú te inclinas
a tus espigas, solo. Nadie sabe
de nadie, ni preguntas. Hay el suave
cabecear que el viento arremolina.

Hay sudor como hay frentes como hay luna.
Como hay gente que llega o que se muere
y un carnaval -Hermano, a nadie esperes-
de soledad más sola que ninguna.

Pronto serán de pan estas espigas.
A una mesa, sentada alrededor,
se hablará gente de cien mil raleas.

Se rozarán las manos, casi amigas,
y el rico bailará con la más fea,
que no hay cosa más rara que el amor.





Julio

Lo que otros sembraron, tú cosechas.
Entre ayer y mañana tú habrás sido
un aliento, un paréntesis, dos fechas,
simiente rubia para el largo olvido.

Como tú, segador, hago a derechas,
con palabras, mi vida y me despido
por si enterrada a otros aprovecha.
Julio soy como tú, sin apellido.

Pero si un eco tuyo oigo en los años
y de tu muerte, segador, me extraño;
si en la noche de todos aún te escucho,

tal vez otro, esta noche, nos recuerda,
ata el espanto con su firme cuerda
y con nosotros muere amando mucho.





Agosto

A Manuel Salazar

Con qué ilusión entona la cigarra
creyéndose que el sol viene a su canto.
Hasta la sombra quema y ella en tanto
vierte a chorros su son bajo la parra.

Cielo de añil bruñido por la lengua
de un lebrel que a la sombra busca alivio.
En la siesta en penumbra un hilo tibio
de luz hilvana el sueño que se amengua.

Tal vez la muerte es esto: un disgregarse
mecido en las mareas de un sol ciego.
Tú lo sabes, Manuel; que al despertarse

la muerte ayer te vio... Pero hasta luego:
juntos muy pronto oiremos la chicharra
cambiando en sol de oro su chatarra.





Septiembre

Feliz este vecino que a su hora
en punto, como un clavo, está en el tajo.
La cajera con cola que demora
y atiende y nos sonríe con desparpajo.

Feliz el autobús, la línea 6,
la que pica el billete, casi anónima,
gente feliz que ni siquiera veis
y de por vida ataron a una nómina.

Los maltratan y pisan como a uva
y han vertido su sangre en una cuba.
Ellos serán el vino indispensable.

Bendito el sol que acude puntual
y hasta el lunes más lunes, laborable,
le da su vino rojo a cada cual.





Octubre

Pero otra vez octubre: el cielo raso
y el árbol sin pudor ya se desnuda
que a la furtiva cita hay quien acuda,
temblándole la rama a cada abrazo.

Pronto, árbol, verás nieve a tu vera.
Y aunque camina el sol hacia el crepúsculo
tropezando en el monte, laxo el músculo,
en ascuas la hoja roja amor espera.

Atiendo a tu lección, sabio castaño;
azuza el viento y me aplico el paño.
Antes de que te quiebres y sea tarde.

Que este sol penúltimo te aguarde,
casi en secreto, una esperanza breve:
ser una sombra que a vivir se atreve.





Noviembre

Sólo una sombra sucia, un pudridero
transminando su hedor, ¿eso es noviembre?
O una plaza con flores que se siembren
en tierra y paz de amigos que aún espero.

¿No sientes golpear a medianoche
una rama en el viento, una llamada
al fondo de un pasillo, casi helada,
el alarido roto de dos coches?

Al despertar, de pronto, ¿ya es la muerte?
Un féretro, una marcha, un concejal,
la sucinta reseña... y el final.

O al despertar, de pronto, ¿Dios, qué es esto?
La rubia luz que tanto nos divierte.
La voz amiga: -Y bien, todo dispuesto.





Diciembre

La mañana del búho es nuestra noche.
Lo que prendió -de tanto vuelo al filo
de estrellas, altas torres- tiembla en vilo
hasta que llegue el sol y las desmoche.

Siempre es niña la luz. Nada le cuadra
de cuanto un viejo dice: y estos versos
son la noche del búho y el reverso
del sol, y el perro que a la luna ladra.

Con los años se aprende alguna maña
-otros la llamarán sabiduría-
pero de nada sirven hoy que siento

a mi espalda, cortándome el aliento,
estos muertos que siempre me acompañan:
soles de invierno tras la noche fría.



http://www.poesiadigital.es/




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Del libro :"Palabras de demora".



Ulises

Nada debo.
Tras de mi puerta una mujer, dos hijos,
cada vez más recuerdos.
Con fría claridad me devuelve el espejo
un rostro que ya empieza a no ser joven.
Al menos he labrado con trabajo constante
mi fortuna y mi nombre: nada, nadie.







Edad de Oro

En los siglos felices que dioses y gigantes
hablaban con los hombres en un bosque cercano,
se incendiaba el otoño en granadas abiertas
y era luz el invierno sembrada por la aurora...
Si allá pudiera huir sin llevarme conmigo.





Plaza Bib Rambla

Muros manchados.Frío.
Yo sé que aquí acamparon escuadrones de lluvia.
Una a una recuerdo las tardes que de niño
me senté en estos bancos./p>
Con un jirón de nubes se cubría
la desnuda caricia de este cielo.
A menudo pensaba en una perla gris
ajada en un estuche de terciopelo roto.
Quisieron, una tarde,
crucificar la luz en esta plaza

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