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viernes, 26 de noviembre de 2010

2316.- EUGENIO PADORNO


Eugenio Padorno. Nacido en Barcelona en 1943, Eugenio ha vivido en Canarias desde su niñez. Es también ensayista y profesor de Teoría Literaria. En 1961 funda la colección "Mafasca" y en 1966 prepara, junto a Lázaro Santana, la antología Poesía Canaria Última.

Desde el principio, su poesía se ha caracterizado por una rigurosa exigencia expresiva, testimonio de un pensar y un existir ligados al lugar de pertenencia, y de un compromiso con la memoria plural que a ese lugar concurre.

Sus libros de poesía son: Metamorfosis (Madrid, 1969), Comedia (Madrid, 1977), Paseo antes de la tormenta (1996) y Cuaderno de apuntes y esbozos poéticos del destemplado Palinuro Atlántico (Madrid, 2005). Además, como ensayista y crítico, es autor de Memoria poética (Las Palmas, 1998), Algunos materiales para la definición de la poesía canaria (Las Palmas, 2000) y Vueltas y revueltas en el laberinto (Tenerife, 2006), La echazón, Anroart Ediciones, Colección La llama sin brasa, Las Palmas de Gran Canaria, 2010, entre otros.




Poemas de La echazón



El canto que aguarda

(dentro del silencio)

EN la noche de un antiguo verano,
En la ventana, la piel enrojecida
Por el sol que horas antes recibiera
En exceso, ante el desplegado coro
De los grillos, me hallé probando,
Con la perseverancia
Y fe de juventud,
La existencia de un poetizar puro.

Con un ritmo que se mide
Y se pesa en la boca,
Di continuos paseos hasta la mesa
Rústica, con papeles
Dispersos donde anotar
Cifras de una oscura ganancia,
Por volver enseguida
A aquel rectángulo de luz,
Horadado entre muros
Sombrosos sobre el mar…

Abiertos los sentidos,
Miraba de nuevo hacia lo alto:
Creía arrancar a la mudez de las estrellas
Enigmas susurrados por la carne habladora.










Conversación interrumpida

(en el paseo a medianoche)

BAJAMOS en la noche ardorosa de agosto
Hasta donde la lámina del mar acaba
En apenas un leve chapoteo.

Y el crepitar de un pabilo de claros
Sonidos interiores
Era la sola luz
En nuestro caminar hacia lo oscuro.

El poderoso agosto se extinguía
Sin tener la respuesta
Que nos estaba reclamando,
Pues desconocíamos la pregunta
Con que nos angustiaba.

¿Qué cosas semejan las estrellas, dije,
Sino las esparcidas brasas del horno
En que aún nos cocemos? Si se abrieran ahora
Las puertas de la noche,
Nos quebraría el helor del silencio.

Entonces fue cuando agitó las sombras
Un pájaro más leve que una idea:
Le vimos, entre lo que retorna,
Picotear filamentos de algas,
Fugaces y minúsculos fulgores
Minerales, y recorrer huraño
El borde de la espuma
Como el cierre que engrana
En un todo lo que asciende y gravita,

Y luego dejarnos el asombro como un resto
Inservible,
sobrevolar
Las negras aguas bajas, adentrarse
Veloz hacia la hura.



***


Pisapapeles en la arena

Con el pensado ardor que une
en el entresuelo de anticuario el

huidizo metal de un torso de
muchacha y los miembros atesados

de un fauno tras la urna
del ojo dos cuerpos bajo el viento

africano ocultos yacen tallados sobre
mutables lecturas de arenas soleadas

entre maleza de lenguajes.







Palabras para la arqueología

En los hornos del mar
(tienes los ojos de hebreo)
las movedizas copas reverberan al fondo

en el camino de gravas

las gaviotas descienden sobre monstruos dormidos
montan los areneros las cabinas jergan
bebidas refrescantes

dioses perros bañistas
petrificados en la intersección única de los días
idos y por venir
arañan la fosca realidad
el hermetismo dórico del domingo
ejercitan el tacto avaricioso sobre cuerdas
de música

danzan vomitan eyaculan
a orillas del acuario
entre los dos extremos de la inmovilidad sujetas

juventud y vejez sin erosión

la imagen de la vida y la muerte
en otros silos cinerarios.






Ritmos

La hoja
(o la que crea el pensamiento)
en la mágica
plenitud de la siesta.

Cuerpos

y estatuas
en uno y otro mar
como en las páginas de una edición bilingüe

confrontados

en esa luz no interrumpida en el papel,

el gótico arañar de suspendidos
y mutables signos entre anchas resacas
del lenguaje.
El auriga bosteza en el pescante de la vieja
tartana

agosto abrasa el fruto con fórmula severa

y la palabra excede horror.





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