ROSY PALÁU
Nació en Culiacán, Estado de Sinaloa, México (1956). Poeta y narradora. Ha publicado los libros de poesía: Quizás el Tiempo, editado por el grupo "La Cabaña" en 1990, Territorio Indeciso, editado por la Universidad Autónoma de Sinaloa en 1990, La Clara Sombra del Silencio, editado por la Universidad de Guadalajara en 1996, Sonata para una Luz, editado por la Difusora Cultural del Estado de Sinaloa en 1997 y Estamos solos desde ayer, DIFOCUR-Ediciones sin nombre (2007). Y de cuentos: La casa del arrayán, El colegio de Sinaloa (2005). Ha participado en diferentes antologías como: Cuentos de viaje, Editorial Silva, Tarragona, España (2003), Concurso de cuento Carmen Báez, Michoacán, México (2006), Jirones de azul, Sevilla, España (2006), Voces hispano-hablantes en el mundo, Editorial Trazo literario, Buenos Aires-Argentina (2007), Relatos de viajes Yoknapatawpha en Valladolid, España (2007). También es coautora del libro El Café de los verbos, editado por el grupo "La Cabaña" en 1985. Ha sido miembro del Consejo de Redacción del suplemento cultural del periódico "El Sonorense" de Hermosillo, Sonora (1986-1987) y en la actualidad es miembro del Consejo de Redacción del suplemento cultural del periódico "El Sol de Sinaloa", de Culiacán, Sinaloa. Ha participado en diversas revistas y hojas literarias de su país y en el extranjero, tales como Baquiana, Encuentro, Factor, Hojas, Plural y Tinta fresca. Ha ganado los premios nacionales de poesía: “XV Juegos florales de San Juan del Río” en San Juan del Río, Querétaro (1985), “Efraín Huerta” en Tampico, Tamaulipas (1987), “Anita Pompa de Trujillo” en Hermosillo, Sonora (1993). Ha ganado los premios internacionales: Segundo lugar en el premio “Latinoamericano de poesía Almafuerte” en la Provincia de Buenos Aires, Argentina (2005), Segundo lugar en el premio “Internacional de cuento audio libros” en Buenos Aires, Argentina (2005), Tercer lugar en el premio “Internacional de poesía de Villa del Mar” en Chile (2007), Tercer lugar en el premio Hispanoamericano de poesía Gustave Flaubert” en Buenos Aires, Argentina (2007) y Tercer lugar en el premio de “Relatos de viaje Yoknapatawpha” en Valladolid, España.
ESTAMOS SOLOS DESDE AYER
Estamos solos desde ayer
y han crecido los árboles,
huele a limones el patio.
Son las 9 de la noche
de todos los días,
nada nos falta
y estamos solos desde ayer.
A veces nos quedamos tristes
junto a las cosas
y hablamos de los muertos,
en sus cuartos pequeños,
sin ventanas,
esperando a todas horas
que un recuerdo los alumbre;
después andamos por la casa
como siempre,
mientras los grillos cantan,
la luna se levanta,
que sí, que no
y son las 9 de la noche
de todos los días
y nada nos falta.
Hoy amaneció lloviendo,
el sol se metió por la tarde
en un charco de agua,
el aire se llenó de niños,
de voces que pasaron sin nadie;
hasta que la oscuridad nos fue tapando,
hasta que nadie vino
a cerrarnos las puertas del miedo
con la luz de una lámpara,
porque ya no juegan los fantasmas
a ponerse los zapatos,
el vestido dejado en la silla,
porque sólo queda este silencio
que no se apaga
y cierro los ojos
y no se apaga.
Cada quien se interna en su sueño
buscando tal vez
lo que otros dejaron escrito
en una sombra,
cada quien remueve los escombros
de lo que alguna vez ha dicho
y encuentra pueblos distantes,
seres que cruzan la penumbra.
Pero más allá de las sombras
aún perdura la forma de las cosas
y amanece
y todos estamos juntos
en medio de las horas,
todos,
llenando con la prisa
los espacios vacíos.
Lo demás es el aire,
son las nubes
en el cielo alegre
de la ventana,
es acariciar las palabras
ahí, pegadas a su deseo;
porque uno se acostumbra
al silencio que lleva,
a guardar en secreto
esas noches que no alcanzan
para tanta luna
y todo se azulece
y nos entran las ganas inmensas
de decir algo;
porque estamos solos desde ayer,
desde que abrimos los ojos por dentro
y llamamos y no vino nadie
y pudimos saberlo.
LA MEMORIA
A través de los sueños,
cuando el silencio ilumina
su niñez de los hechos
y nace un árbol que prolonga
la especie de lo triste
y no hay luz
y no hay sombra,
sólo la pureza de los días
que conservan la frescura
del instinto,
por esa inmensidad abreviada
en un segundo de la noche,
pasas.
Eres la palabra
en cuyas aguas el cielo se descubre
una nube ardiendo en el pecho,
un rumor de atardecer,
en ti toca fondo el olvido
y se aparece
con la sencillez que toman
los cuerpos en el alma.
Pero de pronto
el viento golpea la puerta precisa,
las cosas se alzan verdaderas
y hay que detenerse,
dejar caer la palabra
que se astilla en la sospecha
de un posible asombro,
mirar esa ciudad donde la luna
buscando su evidencia
en reflejos se deslava.
Dichosos los que aún
no han sido descubiertos,
los que ciegos de amor
se alumbran con el milagro
y andan por todas partes
adivinando el pasado,
los iniciados del deseo,
porque a ellos no los tocarán
las sombras.
Silencio de paso la memoria,
tiempo del tiempo
que para siempre irse, vuelve
y sediento de si mismo
se busca en la claridad que existió,
pero esa luz,
no tiene pruebas.
LA ESPERA
Las sombras se maquillan
en las esquinas
como en los camerinos
de un viejo teatro.
Atenta,
la mirada las espía
bajo el reflector
de su propia luz.
El tiempo avanza.
Actrices, minuciosas,
repasan el libreto
que les escribe la memoria,
disfrazadas de realidad
se alistan para saltar al escenario.
Afuera relumbran los astros,
monedas en el pozo de la ventana.
Los árboles se repiten serenos,
milenarias columnas
sosteniendo el techo del mundo.
Formas neblinosas
transitan las calles
desbaratando con sus pasos
la noche de los charcos
y lejos, muy lejos,
este silencio vela
en espera de un milagro.
LA SOMBRA
Pienso en huir.
Cierro los ojos.
El instante deja caer su telón de pájaros,
el silencio silva
y la luz enciende la hoguera de flores
que alumbra el patio.
Amanece.
Voy por el camino de imágenes,
naufraga el cielo en las olas de los mangos.
La sombras son el aire
hablando con la claridad.
Tierra de murmullos
donde el tiempo se recoge a si mismo.
En una loma de piedras
vive el sol que te contempla,
eres como el río cuando llueve
un viento de nubes te atraviesa.
A tu lado se pelea la luz con el minuto
y ruedan juntos por el polvo,
son la fruta que del árbol se desprende.
Reconozco el zumbido del insecto
que se acerca,
el olor que lo atrae adormecido.
Soy nadie, un puñado de sílabas ardiendo
del otro lado de la noche,
lo que de pronto parece que adivinas.
Entre el allá y el aquí
no hay espacio.
Sueño derramado,
mirada en la corriente de un espejo
donde nada es igual y es idéntico.
En tu cuerpo
el día viaja en transparencias,
quietud que desembarca
entre las hojas
de ese jardín
por donde salgo sin cerrar la puerta,
porque no, no me atrevo al olvido.
NADA SE OYE
He buscado en la borrosa
forma de los sueños
el último silencio de las cosas,
he leído ese renglón de la memoria
donde están escritos los muertos,
he caminado la ausencia,
pero en una orilla de mi
el tiempo avanza,
la luz devora un árbol,
una piedra silenciosa.
Antes que la noche caiga
el viento cruzará tres veces
el viejo salón de las hojas,
se alzará la lumbre de una flor,
antes,
se detendrán un segundo
en la brevedad azul los pájaros
y en los muros gastados
recobrará mi cuerpo en una sombra
su serenidad.
Nada se oye,
sólo tus pasos
cruzando la alcoba
de una palabra,
sólo ese ruido de las cosas
que regresan a los sueños,
a ese reverso del tiempo
donde viven los días remotos
de la tierra.
Quién va a encontrarnos
ahí donde no hay nadie,
donde no pasa nada más
que volver a soñarse,
que inventar las miradas
que nos miran
en un lugar, en otro,
bajo los restos de un tiempo
que se alza y vuelve a despeñarse.
Quizá mis palabras
también jueguen a perderse
en la penumbra de otros deseos,
quizá dejo de existir
en el olvido de alguien,
a esta hora en que el paisaje
es una ciudad detenida al borde
de su luna llena.
Pero mi amor,
pero el amor,
no es lo que vuelve a nombrarnos,
no es la huída para siempre
de los días,
es un sitio donde el ayer y el ahora
son un instante
en que la muerte
se muere a ratos.
Nada se oye,
sólo el canto de la noche
como un rumor de los que duermen
para llenar el vacío de sus cuartos
y estamos solos,
junto a los árboles despiertos,
solos entre la apenas luz y el aire,
buscando ángeles intactos,
pero,
nada se oye…
NOCTURNO
La noche florece
en el asombro de los astros
que la espían.
Por la calle un perro ladra
a la voz indiferente
del minuto.
El tiempo vuelve,
se derrama.
El pasado existe
en el hoy eterno.
Arrastra un árbol
el oleaje de las claridades.
Cierro los ojos
y es incendio desbocado,
cielo de hojas ardiendo
en la lumbre de los pájaros.
De un silencio a otro
las palabras hablan sus imágenes,
el sueño se congrega
para contarse a si mismo.
Hay un patio.
Quietud errante
las piedras beben apiladas
en los arroyos de yerba.
Los muros se encienden,
parpadean,
cegados por el relámpago
de las enredaderas.
Lejano sol que se deshace
dentro del día
mientras el día hila las horas
en el agua de una pila.
El pensamiento construye
verdades y deseos.
No hay nadie.
Los muertos están muertos.
El instante es la lámpara
que los rebela
atravesando los espacios
todavía frescos de su misterio.
Me despierto.
La inmensidad se ahonda
en la ventana
como un Dios
hecho de miradas inexplicables.
La ciudad se alza
desde sus laberintos,
un gallo canta a deshoras,
una puerta se abre y otra se cierra.
Correr de pasos anónimos,
sílabas que se alejan solitarias
como la oscuridad que apenas toca
tu cuerpo manso de reflejos.
Tierra dormida
sobre el alma que respira
goces y miedos infinitos.
En qué pozo te abismas,
qué aventura te arrastra
como la tarde en rápidos de luz.
La luna se asoma
desde un acantilado de estrellas.
Eres la playa que se extiende
allá debajo.
Columna de transparencia,
el espejo que a la nada sostiene,
en repentinas marejadas te refleja.
La mirada va, vuelve,
se regresa.
El mundo conoce sus historias,
se contempla
como la flor en su tallo dichoso,
como la nube que se abre en lo alto
y se deja salir
en formas vivas.
Pasajeros de las horas,
junto a la sombra que te escribe
yo te leo y te repito.
Diminuto torbellino
zumba el aire en un insecto.
El cuarto se aparece.
Ya clarea.
PIENSO
Dulzura escondida
prisionera del juego
sirena de los charcos
vagabunda
en tus ojos se refresca la tarde
como el silencio
en el agua de las vasijas
princesa del árbol y la nube
sobre un trono de ladrillos rotos
te viste el día
luz entre la hierba plantada
tallo del que brotan
los reflejos en racimos
perfume de prado recién llovido
te llamas como dejaron escrito
las hojas
que asistieron tu bautismo
en ti se ampara la claridad
alma que cuelga en hilos de beso
soledad sonriente
prometida de la sombra
que viaja en una flor
visitadora de secretos
misterio que alumbra
la luna llega de lejos
y te encanta
te recuestas sobre tu nombre
como sobre un espejo
donde todo es principio
y es fin
pedregal del sueño
suben por tu cuerpo
las estrellas
pareces el monte
cuando se va con el arroyo
nómada de la quietud
en tu orilla la noche
caza sus imágenes
un árbol viene por ti
cuando amanece
tu mirada es el hilo
con el que la luz
enhebra su paisaje
entre el ramal de nubes
el sol espía,
te bañas en chorros
de la mañana
ríes y el aire es un mar
por donde llega
todo el cielo en pájaros.
Pienso niña:
Si una estatua en otro juego fueras
de tus ojos saldrían chispas
para salvar de los malos
a la tierra.
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