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domingo, 14 de noviembre de 2010

2059.- NADIA PRADO


Nadia Prado. (Santiago, Chile 1966)
Es docente y periodista. En 1991 recibió la beca de la Fundación Pablo Neruda. Ha publicado los libros: Simples placeres (1992), Carnal (1998), Copyright (2003) y Job (2004), que recibió el Premio del Consejo Nacional del Libro, en la categoría Obras Inéditas. Sus textos aparecen en varias antologías y revistas de divulgación literaria. Es Académica de la Universidad Andrés Bello en Viña del Mar.



De: Simples placeres
Editorial Cuarto propio, 1992.
Editorial Surada, 2001.


OVACIÓN I

Ella entró en un carro
adornado por cruces flores y ropajes
sacrificó a un gran toro
asustada corrí a esconder mi cara

El aplauso unánime del público
hizo sangrar mis oídos

Debajo del miedo que me daba el triunfo
guardé su corona
con «Sangre y Arena»

Me convertí en estatua
ojos al horizonte
húmedos y fríos

TRIUNFO






OVACIÓN 2

Vine a pie y me hice jinete

Tomé un caballo sacrifiqué a mi madre
y le di de comer al animal

Era la última sensación de que estaba viva

TRIUNFO







OVACIÓN 3

Saqué a luz la corona de su triunfo
y la puse en el cuello del animal

Le otorgué mi madre

De sus gritos me hice valiente

TRIUNFO MAYOR






Yo había descubierto cómo calmar el insomnio, cómo derribar los párpados que no querían cerrarse. La ventana hacia afuera era una ventana de barco.
Estoy salpicada de barro, hundida, pegada a numerosos charcos. Negros océanos, malos augurios. No quieres venir acá, acá mismo donde estoy para esperarte. Tengo grandes deseos, iluminarlo todo. Pero sobre lo que tengo no sirve de nada hablar, mientras permanezcas fuera.
Yo estaba saludable, sonreí al nacer, sonreí al tener cuatro hermanas y no saber del medio hermano bastardo de la cruz, sonreí al ver el cariño compartido, sonreí con las canciones de cuna.

Te esperaba en las noches,
nada supe por largos años,
hasta que aprendí a masturbarme
pensando en ti, madre.

RECUERDO: FUE ESCASO EL CARIÑO ENTRE NOSOTRAS.





De: Carnal
Editorial Cuarto propio, 1998.
Editorial Surada 2001


El cielo se le ha comenzado a borrar, se le incrustan los muros y pequeños cristales, pequeños ojos transparentes arrancados de la ciudad que entran en los suyos. Este día en especial le provoca lesiones enormes. Lesiones mudas, que calan hondo. La magnitud del desconcierto que se le pega en la piel hace la mueca del resentimiento, la mueca sin ira es algo más fláccida, es un sinsabor de baja clase, lleno de espera, grande como una boca aullando luego de haber ingerido a su enemigo. Furia es una palabra diminuta, ni siquiera tiene jeringas sólo una lata de neoprén, nada puede ser tan real, la lata del neoprén donde escupe también la culpa, luego de evadirse. La lata de neoprén releva la mugre de las palabras, entonces por qué va a escribir de pureza, el neoprén se le sale hasta por los ojos, el olor destilado del odio.
Se abraza en la austeridad, se extravía, está justa pero débil frente al majestuoso y triunfal eco de las jeringas en otro barrio. Su asiento para hacer el viaje es un charco de orina.
Todo es tan avasallador, todo cuanto no brille se deja.
Se deja caer el sudor por el cuello.
Levanta la mano para dibujar el horizonte, para dibujarse el camino.
Hace el gesto, detiene el viento para que no le cierre los ojos, los pulmones le resoplan, llenos de goma, se le pega el aire al cerebro, el ojo se le recoge, le revienta la nariz.
El ojo sigue el recorrido único del lugar consagrado de miseria, ese camino incaminable de años, el barro en donde caen los peregrinos en un éxodo encostrado.
Las costras protegen del frío, entonces cae una y otra vez, para ser una costra humana.
Protegida en su dolor, se detiene a mirar los puntos del vacío bailando sobre las cabezas, la aglomeración en su mente. La cultura del emplastamiento de los sentidos.
No recuerda tanta facilidad para suprimir las huellas digitales, las pupilas vomitando la desnutrición que las identifica. El rostro de la provincia con sus provincianos.
El continente ya no es.
No puede izar su bandera, únicamente puede recogerla y ver cuánta tardanza trae el comienzo.
Dónde están las rejas, las costras son los muros de la carne viva respirando por la sangre infectada, el nombre que puede tener un cuerpo podrido, la caída libre de la sangre por los intestinos.
Levanta la mano y dibuja en los charcos que alberga y que reciben sus huesos. En ese fondo estoy.
No hay sublimación, ni actos condenatorios.
Me sustraigo, extendida más allá de la superficie.
El cerco es el propio ojo diafragmático, y la mirada que cae arrastra al cuerpo, en ese pozo voy cogiendo los cebos de la incertidumbre.







Despierto, utilizo lo que me queda en el alma, casi inerte recorro con los dientes las calles para engendrar mi nombre.
Pero mi carne se resiste, mis ojos ven mi cara y su boca desaparecida. Mi boca yace en silencio. Mi mano es incapaz de un solo trazo.
Mi letra es invisible, pero las palabras me pertenecen.
Y aunque mi mano no tenga fuerzas para levantarse, sé que estoy completamente escrita por dentro.



De: © Copyright
Lom Ediciones, 2003

El olvido es despreciable
aterrorizante cuando me pregunto interminablemente ayer
¿qué hice?
Una sola sombra,
una sola duda que como ave de rapiña
rapta mis anteriores destellos de imagen,
quedo doliente y adobada a la inanición
que las manos sienten
cuando el pensamiento me traiciona
como un ave que me roba el alimento
que debía comer en una isla,
donde nada más puedo ingerir,
donde si grito nadie vendría,
es el terror de la memoria,
del pasajero mudo que se vuelve el cerebro,
callado, sin mover los ojos
increíblemente grandes
así veo mi imagen
estoy débil
algo más débil
mi cuerpo yace
pero parece tan grande,
porque me obliga a divagar
divagar mientras afuera todos hacen ruido.
Aquí dentro conmigo
puedo recordar lo que han sido mis vidas.

Es un día normal,
sólo que yazgo
Es un día común,
sólo que veo
pienso

Es un día de sol,
solo que lluevo
oscuro

Es un día de frío,
sólo que ardo
quieto

Es un día indefenso,
sólo que he matado,
débil

Es un día común,
sólo que mi cuerpo y yo nos amamos
es un día de amor
estoy sola conmigo

pienso atrapada en esta mano que rota hostigosamente.

Arrodillada, de espalda, de bruces.
Imágenes del aburrimiento.
A ratos alguien viene,
no le dejo entrar,
si entra me mata,
si entra no le hablo más a mí.









Un gran lago son las palabras todas juntas,
a la orilla la memoria que merodea el antes,
del otro lado veo borrosa una rama que se mece tan incierta como yo.
La ciudad grita de horror, mientras tanto,
cierro los ojos y simulo no temer a nada.
Me robas las imágenes que no alcanzo a ver si existen
o se ausentaron,
pero yo, es cierto, no sé quién soy.

Me arrullo en el canto de las letras que imagino,
en lo alto las estrellas pasan las noches,
el lago detiene su paso hacia el fondo,
pero yo no tengo que mirar desde esta distancia,
es verdad, si miro hacia arriba están quietas,
pero abajo se mueven como si el lago las meciera.
La naturaleza grita en su fragilidad,
cuando el lago cambia las estrellas por cientos de cuerpos agónicos,
boca arriba la noche,
boca abajo se comían las estrellas antes del fin.

Yo de este lado,
pequeña e ignorante,
veía que las estrellas salían de sus ojos y volvían al cielo,
brillaban como si estuvieran diciendo algo,
como bocas que se abren y cierran,
como si hablaran,
como si gritaran,
como si la lengua titilara de espasmo y dolor.

A lo largo de los años, dejé de creer que las estrellas son sólo belleza.
Si les doy un tiro apuesto a que sangran y dicen
un aullido que también el lago conoce.
Cuántas cosas podría decir el paisaje,
si lo camino hablas,
si caigo en él y mi oreja queda durmiendo cara a cara en la tierra
puedo oír que alguien ríe,
y luego un llanto que traspasa como un rayo que va a dar al cielo,
el cielo se une con el aire,
se une con la tierra,
se une con lo que ella guarda.
El disparo dio en el cuerpo y perforó el agua,
allá abajo todavía se escucha
el fondo de un corazón que no quiso hundirse.







Cuando lo que se dice no tiene peso porque la boca se abrió y salió el odio, el odio antes que el placer. El odio antes que el placer es mi perturbador deseo de aniquilar a otros para existir más.
La boca se abrió y salió la luz que me alumbraba pisando bellas hojas y bellos pétalos. Allí convertidas en polvo yo lucía mejor.
El carnaval se abrió con las páginas enteras de los diarios que hablaban de mí, de mí así de mí asá, pero yo seguía a borbotones diciendo el odio que tenía por todas esas palabras que no dije. Letras que se conformaban para saciar mi luz, mi luz era mi voz, mi luz era mi imagen, mi luz era yo convertida en estampita que hoy compran con devoción.
Me fui a ser rebelde a holygud, la ironía es un producto, mantequilla que se derrite apenas la digo, mantequilla que se parte en dos, que dura mientras el sol aparece. Como dura poco mucho me dan.
Un objeto para la devoción desarrollada, un objeto latinoamericano como un fruto jugoso que cambió su acidez por un poco de aspartamo. Un poema como oferta y demanda, un poema canto presidencial, un poema alegoría de un lejano y angosto país.
Me revuelco en todos, muerdo la mano que me dio de comer y digo que pasé hambre. Fui rebelde cuando me escondí de la dictadura golpeando con botellas de vino a las muchachas que no querían besarme. Las hojas caen.
Soy bueno para la economía de mi país, subo un 3,5 y salgo 5 veces en el diario al mes, una vez en televisión y otras tantas protestando para convertirme en mito.
Mi boca voraz dice, mi boca voraz recibe y dice, come, escupe, picotea la realidad antes que ni siquiera logre darme cuenta. Mi boca. Mi pobre boca que no dice lo que quiere, lo que puede no quiere decir. Lo que dice no quiere, lo que puede no quiere.
Mi boca ignorante y su mezquino real. Un personaje caligrafiado que se pierde y encuentra en su voracidad, cuando habla, cuando calla, cuando miente, cuando mata. Habla, calla, miente, mata; se perdona y se regocija.

Estos ojitos pobres y esta boca que maldecía nunca se alimentaron solos.



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