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miércoles, 3 de noviembre de 2010

1889.- MARGA CLARK


Marga Clark, escritora y artista fotógrafa nacida en Madrid en 1944, obtiene la beca Margaret CAGE en 1963-65, para finalizar sus estudios preuniversitarios en Bennet College, Millbrook, N. Y. Realiza su carrera universitaria y cursos especializados de cine y fotografía en Hunter College y en el Centro Internacional de Fotografía (ICP), en Nueva York. Durante varios años trabaja en cinematografía y producción. En 1978 estudia "Psicología del Retrato" con el gran maestro del retrato, Philippe Halsman. Se inicia en el mundo de la fotografía con el foto reportaje y los retratos de estudio. Entre los años 1978 y 1982 es fotógrafa oficial de la Oficina Española de Turismo en Nueva York, fotografiando a diversas personalidades del ámbito político y cultural. En 1985 el MOMA de Nueva York adquiere diversos ejemplares de su primer libro de fotografías titulado: Static Movement-Movimiento estático. Sus textos poéticos acompañan las imágenes de libros de bibliófilo y carpetas fotográficas. La poesía se convierte en el elemento más esencial de su posterior obra fotográfica. En 1991 publica Impresiones Fotográficas, un libro de ensayo sobre lenguaje fotográfico, y como resultado imparte conferencias y talleres en diversas universidades españolas.
En 1993-94 obtiene la beca en la Academia Española de Historia, Arqueología y Bellas Artes en Roma, y en 2008, el premio Villa de Madrid de poesía “Francisco de Quevedo”, por el libro, El olor de tu nombre. Ha participado en numerosas exposiciones en Europa, Latinoamérica y Estados Unidos. Su obra se encuentra en importantes colecciones, como la del Museo de Brooklyn de Nueva York, la Bibliotèque Nationale de Paris, el Museo Español de Arte Contemporáneo de Madrid, la Col.lecció Testimoni de la Caixa de Barcelona y la Sociedad Estatal para Exposiciones Internacionales, entre otras.
Su obra como poeta ha sido recogida en diferentes antologías, ha impartido conferencias y talleres en universidades y participado en numerosos encuentros poéticos y festivales de poesía nacionales e internacionales, como: La Neuviéme Èdition du Printemps des Poétes (Luxemburgo 2007), la 3ª Edizione del Festival Mediterranea (Roma 2006) y The Second Cairo International Forum of Arabic Poetry (El Cairo, 2009). Marga Clark reside actualmente entre Madrid y Barcelona.

-POESÍA:
e Profundis (1989).
Del sentir invisible (1999).
Auras (2001).
Pálpitos (2002).
El olor de tu nombre (2007).
Amnios (2009).
Campo de batalla (2010).

-NARRATIVA:
Amarga luz (2002).

-ENSAYO:
Impresiones fotográficas: El universo actual de la representación (1991).



Ahora que por seguir el canto blanco de la escarcha me perdí.

Ahora que ya comprendo el idioma solitario de las aves
que el bulbo de las plantas me emociona
y el aguijón certero de la avispa no me hiere.

Ahora que soy yo y no soy porque me siento y no me veo.

Ahora que me desangro en cenizas
que he perdido la voz porque ya no hay palabras.

Ahora que perdura lo oscuro y lo invisible.

Ahora…

subiré a tu cenit
bajaré a tu centro
buscaré tu vientre.

Ahora...


(Pálpitos, Colección DEVENIR, Juan Pastor,
ed., Madrid, marzo de 2002, p. 44)





I

No hay dios en mi desierto de piedras negras
y nenúfares en flor.
No hay dioses ni ángeles guardianes
que guíen mi huída del campo de batalla.
No hay dios que me proteja o me condene
ni encuentro consuelo en la tierna transparencia del amanecer.
No hay dioses en el triste ocaso de mi despedida.
No hay dioses, ni lunas, ni soles
ni sombras.
Camino angustiado buscando refugio
en los brazos cálidos del oasis.
Las dunas recogen mi cuerpo maltrecho
lo acunan en su desamparo.
Atrás dejo los gritos, las matanzas
la cruenta incomprensión de los hombres
la tuya, la mía
la de la madre, la hija, el padre
el hermano.
Somos depredadores los humanos
porque nacemos ciegos de conocimiento
y sentimos la amargura del abandono
con el primer lloro a la vida
-la huída de la entraña original-
de la cueva materna
de la madre
la que nos es otorgada
la que nos es cedida como intermediaria
entre la vida y la muerte
lo real y lo imaginario
la existencia y el vacío.
La madre
la tierra madre
el puente que nos saca de lo invisible
del no ser.
Estamos atrapados por ese cordón umbilical
que nos amordaza y nos ata a un destino
a una incógnita.
Huimos de la entraña con la falsa ilusión
de evadir ese final
lo irremediable
lo que así está dispuesto de antemano
antes de ser cuerpo
de ser mente
de ser un simple concepto, capricho o ilusión
del creador, del otro
de mi propio reflejo.
Pero el camino es largo y la lucha perenne.
El enemigo está lejos
una vez más abandono la contienda
para pensar en ti
en mí
y busco la luz tan ansiada
que el refugio me reporta.
Estoy cansado
me cobijo en tus brazos
lo invisible de tu ser
siento tu aliento en mi piel.
Te siento mía, mío
me siento pertenecer.
Te deseo.

II


Y después llegó el remordimiento
gritándome al oído palabras infames
ahondando en esa herida infectada de amor.
El oasis no existe
ni extiende su frescor a los que buscan refugio
es sólo un espejismo
de quien sueña su muerte.
Es una nube hueca de polvo y fantasía.
Es sólo un espejismo
que sacia al enemigo
de su sed de venganza
de su delirio turbio.
Recojo mi estandarte
regreso a la batalla
allí estaré contigo
luchando cuerpo a cuerpo
la sangre con la sangre
desbordando palabras
palabras como ríos que no van a la mar.
Mirándote a los ojos
te lanzaré mi dardo
en el vacío ardiente
de tu costado herido.
Te miraré a los ojos
te lanzaré mi dardo
te miraré
al vacío.

III


Y más tarde la lluvia
salpicó mi tristeza en su dulce abandono
y cubrí mis heridas
con la suave ternura del papiro y del loto.
Y recordé esos versos de mi adolescencia
que tanto exaltaron mi espíritu inquieto:
¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
Y respiré esa brisa que tú respirabas
y exprimí del junco la última gota
que alivió mi inquina y mi resquemor.
Y más tarde la lluvia
inundó las arenas
y el cálido cactus se empapó de recuerdos.
Miré tu mirada
enjuagando mi rostro con tus lágrimas frías
y sentí la agonía de tu muerte en la mía
como si fuera amor.
Y sentí tu agonía
tu muerte y la mía
y sentí tu mirada
como si fuera amor.
¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!

(Campo de batalla, Huerga y Fierro editores,
Madrid, Mayo, 2010, págs. 31-36).


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