Orlando López Valencia nació en Cali, Colombia, en 1956. Poeta y narrador, realizó estudios de Artes Plásticas. Publicaciones: Yurupary, 1979; Párrafos de piel, 1989; Amigamos, 1992; La pared del frente, 1996; La vestidura del aire, 1998; Del mal amor, 1999 y Gracias al mal tiempo, 2000. En 2005 recibió el Premio Nacional de cuento Jorge Gaitán Durán con el libro Cuentos al óleo. James Cortés de la Universidad del Valle, comenta acerca de su poesía: «asistimos a un momento en el que el ser amado revela toda su significación para el amante, el duelo. Hay toda una fenomenología de las maneras de vivir el duelo, una de ellas es la autodegradación: «odio este rostro mío porque no lo amaste», dice Alejandra Pizarnik; otra forma es la degradación del otro: «una carroña infame en lecho de piedras sembrado», dice Baudelaire. Rota la cadena de repeticiones, de ese doble monólogo de ilusiones que la pareja de espejos va urdiendo, queda un reto del que no quiere saber: «Todo amor termina aunque haya sido muy violento, y el más violento termina mucho antes que los otros. Después del amor viene el asco; no hay nada más natural», escribe Sthendal en sus correspondencias. La poesía de López Valencia nos muestra otro matiz del duelo. Los espejos quedan libres para devolver otras imágenes a quien pose sus labios en su azogue. El espejo es de voces, de cuerpos, un espejo de fragancias. Son innumerables las figuras del acto amoroso en estado de duelo, la soledad, el abandono, la derrota, el indulto, la renuncia, tratadas con una singularidad: no hay un sólo poema de odio. El amante ha quedado capturado por la imagen que el espejo le devolvía, atado a las promesas antes dichas, pero no como forma de la decepción, ahora esas promesas son la dicha. Cada mentira es amada porque fue el escenario de la fascinación amorosa. La imagen recordada de la mujer deviene real, mientras que el amante desplazado es fantasma que habita en el vacío, en el aro, en el marco del espejo ausente. La inminencia de la entrega del espejo amado a otros cuerpos, es vivida de modo ineluctable, con la fortaleza de quien se rinde ante los vestigios evanescentes del pasado, y no quiere la derrota última, la de olvidarla.»
Aventura
Tengo un cuerpo sin nombre
junto al mío.
Tuve en mis brazos su pasión anónima
y las palabras que nacieron
en su fuego.
¿Qué dirá cuando despierte
y me vea sin disfraz,
minuciosamente devorado?
Bibliófilo
Cuando abandono los libros
me voy a leerte a ti.
Todos los días un párrafo de piel,
un cuento corto,
una novela inconclusa,
una sentencia;
entonces te cierro,
Hay algo en mí que duda de lo radical.
A veces solamente te ojeo y me detengo
en bellas frases,
como las que narra el pubis o un tobillo
pero volverte a leer de corrido, lo dudo,
se me hace que sos un texto bíblico
y yo no quiero interpretarte
quiero sentirte sin dudas.
Pequeños burgueses
Te amé en las capitales.
Nunca pude amarte en la provincia.
Odiabas el paisaje rural, la misa de seis,
el humilde albergue de mis familiares.
Ahora que la ruina te ha elegido,
suplicas que te ame en un establo.
Francamente, ya no soporto
la textura de la paja.
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