BUSCAR POETAS (A LA IZQUIERDA):
[1] POR ORDEN ALFABÉTICO NOMBRE
[2] ARCHIVOS 1ª, 2ª, 3ª, 4ª, 5ª 6ª 7ª 8ª 9ª 10ª 11ª 12ª 13ª 14ª 15ª 16ª 17ª 18ª 19ª 20ª y 21ª BLOQUES
[3] POR PAÍSES (POETAS DE 178 PAÍSES)

SUGERENCIA: Buscar poetas antologados fácilmente:
Escribir en Google: "Nombre del poeta" + Fernando Sabido
Si está antologado, aparecerá en las primeras referencias de Google
________________________________

sábado, 9 de octubre de 2010

1648.- JOHN KEATS



Poeta inglés nacido en Londres en 1795.
Huérfano desde muy pequeño, fue educado en una escuela de Enfield donde antes de los quince años ya traducía a Virgilio. Se graduó luego como farmacéutico, pero sólo ejerció la profesión durante dos años, después de los cuales se dedicó por completo a la poesía.
En 1817 apareció su primera colección titulada "Poemas", seguida por "Hiperión", "Oda a Psyche", "Oda a una urna griega" y "Oda a un ruiseñor", entre otras.
Aquejado por la tuberculosis, enfermedad que había diezmado a su familia, y decepcionado por su divorcio de una joven vecina de quien se había enamorado profundamente, se trasladó a Roma, donde pese a su enfermedad y a sus problemas económicos, produjo una parte muy importante de su obra, consistente en poemas y cartas entre las que se cuentan, "La Belle Dame sans Merci" y "To Autumn".
Falleció en Roma en febrero de 1821
Obra
Sobre la primera vez que vi el Homero de Chapman (1816)
Sueño y poesía (1816)
Endymion: un romance poético (1817)
Hyperion (1818)
La víspera de Sta. Agnes (1819)
La estrella brillante (1819)
La mujer hermosa sin gracia: una balada (1819)
Oda a Psyche (1819)
Oda a un ruiseñor (1819)
Oda sobre una urna griega (1819)
Oda a la melancolía (1819)
Oda a la indolencia (1819)
Lamia y otros poemas (1819)
Al otoño (1819)
La caída de Hyperion: un sueño (1819)



Dice el tordo

(Líneas en una carta a John Hamilton Reynolds)

¡Oh tú cuyo rostro ha probado el viento del Invierno,
Cuyos ojos vieron las nubes de nieve colgadas en la niebla
Y las copas oscuras de los olmos entre astros helados!
Para ti será la primavera tiempo de cosecha.
¡Tú, cuyo único libro ha sido la luz de la negra tiniebla
Que alimentas noche a noche cuando Febo está lejos!
Para ti la primavera será triple alborada.
No te inquietes después de la sabiduría. No tengo ninguna
Y sin embargo mi canción acude, natural y cálida.
No te inquietes después de la sabiduría. No tengo ninguna
Y sin embargo el atardecer escucha. Aquel que se acongoja
Al pensar en la ociosidad no puede ser ocioso
Y está despierto aunque crea que duerme.

Robin Hood y otros poemas, versiones de Jorge Aulicino







Escrito en la cumbre del Ben Nevis

¡Musa, dame una lección en voz bien alta
sobre la cumbre del Nevis, ciega de niebla!
Miro los abismos y una mortaja vaporosa
los esconde: justo así, quisiera que el hombre

sepa que hay infierno; miro hacia arriba
y veo una niebla plomiza: y así tal cual,
el hombre conoce el cielo; la niebla cubre
la tierra a mis pies, y así, del mismo modo,

tan vaga es la visión del hombre sobre sí.
Bajo mis pies están las piedras escarpadas,
y todo cuanto sé, pobre duende sin ingenio,
es que piso sobre ellas, que todo lo que mi ojo ve

es niebla y riscos, no sólo en esta altura
sino en el mundo de la mente y su poder.

La poesía de la tierra, selección y traducción de Ana Bravo
y Javier Adúriz, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2003






Oda a una urna griega

¡Tú, aún, desencantada novia de la calma!
Tú, hija adoptiva del silencio y el tiempo lento,
Historiadora salvaje quien así expresa
Un florido cuento más dulce que nuestra rima,
¿Qué adornada leyenda hechiza por alrededor tu forma
De deidades o de mortales o de ambos
En Tempe o en los valles de la Arcadia?
¿Qué hombres o dioses son estos? ¿Qué esquivas doncellas?
¿Qué propósito loco? ¿Qué lucha por huir?
¿Qué gaitas y timbales? ¿Qué éxtasis salvaje?

Las melodías oídas son dulces, pero aquellas no oídas
Son más dulces. Por lo tanto, suaves gaitas, toquen,
No para el sensual oído sino para alguien más querido,
El espíritu, gaitas, cancioncitas sin tono.
Hermosa muchacha, debajo de los árboles no puedes dejar
Tu canción, ni pueden estos árboles estar desnudos.
Atrevido amante, nunca, nunca podrás besar
Tu dura ganancia ya cerca de la meta. No entristezcas,
Ella no puede desvanecerse y aunque no obtengas su encanto
¡Tú las amarás siempre y ella será hermosa!

¡Felices, felices ramas que no pueden desprenderse de sus hojas
ni decir adiós a la Primavera! Y feliz el músico incansable
que por siempre toca canciones siempre nuevas.
¡Y más feliz el amor, más feliz, feliz amor!
Por siempre cálido y calmo y disfrutable,
Por siempre anhelante y siempre joven,
Todo respirando la elevada pasión humana
Que deja el corazón pesaroso y saciado,
La frente quemada y la lengua reseca.

¿Quiénes son estos que van al sacrificio?
¿Hasta qué verde altar, oh misterioso sacerdote,
Conduces este becerro que lanza su grito al cielo,
Con sus sedosos flancos adornados con guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad junto al río o al mar
O pacífica ciudadela coronando una montaña
Quedó deshabitada esta pía mañana?
Y, pequeña ciudad, tus calles para siempre
Estarán silenciosas, sin un alma siquiera que cuente
Por qué estás desolada y nadie volverá.

¡Oh figura del Atica! ¡Bello gesto! Con hombres
de mármol y doncellas muy bien torneadas;
con ramas de bosque y hollada hierba,
tú, forma silenciosa, no tomas a broma el pensamiento
como lo hace la Eternidad: ¡Fría Pastoral!
Cuando el viejo tiempo devaste a esta generación,
Tú permanecerás en medio de otra aflicción
Como la nuestra; amiga del hombre a quien dices:
"Belleza es verdad, verdad belleza... esto es todo
lo que sabes en la tierra, y todo lo que necesitas saber".

Robin Hood y otros poemas, versiones de Jorge Aulicino,





A quien en la ciudad estuvo largo tiempo...

A quien en la ciudad estuvo largo tiempo
confinado, le es dulce contemplar la serena
y abierta faz del cielo, exhalar su plegaria
hacia la gran sonrisa del azul.
¿Quién más feliz, entonces, si, con el alma alegre,
se hunde, fatigado, en la blanda yacija
de la hierba ondulante y lee una acabada,
una gentil historia de amor y languidez?
Si, atardecido, vuelve al hogar, ya en su oído
la voz de Filomela, y acechando sus ojos
la fúlgida carrera de una pequeña nube,
lamenta el deslizarse del presuroso día,
desvanecido como la lágrima de un ángel
que cae por el éter claro, calladamente.

Versión de Màrie Montand







A Reynolds

¿DÓNDE hallar al poeta? Nueve Musas,
mostrádmelo, que Pueda conocerlo.
Es aquel hombre que ante cualquier hombre
como un igual se siente, aunque fuere el monarca
o el más pobre de toda la tropa de mendigos;
o es tal vez una cosa de maravilla: un hombre
entre el simio y Platón;
es quien, a una con el pájaro,
reyezuelo o bien águila, el camino descubre
que a todos sus instintos conduce; el que ha escuchado
el rugir del león, y nos diría
lo que expresa aquella áspera garganta;
y el bramido del tigre
le llega articulado y se le adentra,
como lengua materna, en el oído.

Versión de Màrie Montand







A Reynolds 2

«Me inspiró estos pensamientos, mi Querido Reynolds, la belleza matinal, Que incitaba al ocio.
No había leido ningún libro, y la mañana me daba razón. En nada pensaba sino en la mafiana,
y el Tordo afirmaba mi acierto, pareciendo decir...» (Carta a Reynolds, febrero 1818)

¡Tú, a cuyo rostro el viento de invierno se ha acercado
y que has visto las nubes de nieve entre la bruma
y entre heladas estrellas, olmos de negras cimas!
Para ti, primavera será tiempo de mieses.
Tú, que por libro único has tenido la luz
de supremas tinieblas con que te alimentaste,
noche tras noche, cuando lejano estaba Febo:
te será primavera una triple mañana.
¡Oh! No te desazones por el saber. Ninguno
tengo yo y mis canciones con el calor me brotan.
¡Oh! No te desazones por el saber. Ninguno
tengo yo, mas la tarde me escucha. Quien se apene
pensando en la indolencia, nunca será un ocioso,
y muy despierto está quien se crea dormido.

Versión de Màrie Montand






A una urna griega

Tú, todavía virgen esposa de la calma,
criatura nutrida de silencio y de tiempo,
narradora del bosque que nos cuentas
una florida historia más suave que estos versos.
En el foliado friso ¿qué leyenda te ronda
de dioses o mortales, o de ambos quizá,
que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia?
¿Qué deidades son ésas, o qué hombres? ¿Qué doncellas rebeldes?
¿Qué rapto delirante? ¿Y esa loca carrera? ¿Quién lucha por huir?
¿Qué son esas zampoñas, qué esos tamboriles, ese salvaje frenesí?

Si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas;
sonad por eso, tiernas zampoñas,
no para los sentidos, sino más exquisitas,
tocad para el espíritu canciones silenciosas.
Bello doncel, debajo de los árboles tu canto
ya no puedes cesar, como no pueden ellos deshojarse.
Osado amante, nunca, nunca podrás besarla
aunque casi la alcances, mas no te desesperes:
marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia,
¡serás su amante siempre, y ella por siempre bella!

¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes
que no despedirán jamás la primavera!
Y tú, dichoso músico, que infatigable
modulas incesantes tus cantos siempre nuevos.
¡Dichoso amor! ¡Dichoso amor, aun más dichoso!
Por siempre ardiente y jamás saciado,
anhelante por siempre y para siempre joven;
cuán superior a la pasión del hombre
que en pena deja el corazón hastiado,
la garganta y la frente abrasadas de ardores.

¿Éstos, quiénes serán que al sacrificio acuden?
¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,
llevas esa ternera que hacia los cielos muge,
los suaves flancos cubiertos de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad a la vera del río o de la mar,
alzada en la montaña su clama ciudadela
vacía está de gentes esta sacra mañana?
Oh diminuto pueblo, por siempre silenciosas
tus calles quedarán, y ni un alma que sepa
por qué estás desolado podrá nunca volver.

¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe
de hombres y de doncellas cincelada,
con ramas de floresta y pisoteadas hierbas!
¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede
como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral!
Cuando a nuestra generación destruya el tiempo
tú permanecerás, entre penas distintas
de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:
«La belleza es verdad y la verdad belleza»... Nada más
se sabe en esta tierra y no más hace falta.

Versión de Julio Cortázar







Al ver los mármoles de Elgin

Mi alma es demasiado débil; sobre ella pesa,
como un sueño inconcluso, la espera de la muerte
y cada circunstancia u objeto es una suerte
de decreto divino que anuncia que soy presa

de mi fin, como un águila herida mira al cielo.
Pero es un delicado murmullo este lamento
por no tener conmigo una nube, acaso un viento
que hasta abrir su ojo el alba me dé tibio consuelo.

Estas borrosas glorias que imagina la mente
prestan al corazón un territorio escondido
y un extraño dolor cuyo prodigio silente

mezcla la helénica grandeza con el sonido
del Tiempo ya pasado o de un mar inclemente,
con el solo la sombra de un ser desconocido.






Bien venida alegría, bienvenido pesar

Bien venida alegría, bien venido pesar,
la hierba del Leteo y de Hermes la pluma:
vengan hoy y mañana,
que los quiero lo mismo.
Me gusta ver semblantes tristes en tiempo claro
y alguna alegre risa oír entre los truenos;
bello y feo me gustan:
dulces prados, con llamas ocultas en su verde,
y un reírse zumbón ante una maravilla;
ante una pantomima, un rostro grave;
doblar a muerto y alegre repique;
el juego de algún niño con una calavera;
mañana pura y barco naufragado;
las sombras de la noche besando a madreselvas;
sierpes silbando entre encarnadas rosas;
Cleopatra con regios atavíos
y el áspid en el seno;
la música de danza y la música triste,
juntas las dos, prudente y loca;
musas resplandecientes, musas pálidas;
el sombrío Saturno y el saludable Momo:
risa y suspiro y nueva risa...
¡Oh, qué dulzura, el sufrimiento!
Musas resplandecientes, musas pálidas,
de vuestro rostro alzad el velo,
que pueda veros y que escriba
sobre el día y la noche
a un tiempo; que se apague
mi sed de dulces penas;
ramas de tejo sean mi refugio,
entrelazadas con el mirto nuevo,
y pinos y limeros florecidos,
y mi lecho la hierba de una fosa.

Versión de Màrie Montand







Canción de Folly

¡Oh! Me asaltan los más terribles pensamientos.
Cual la de un ruiseñor su voz no sea, acaso,
y no sean sus dientes la perla más preciosa;
sus pestañas, tal vez, que yo sepa, no sean
más largas que la antena menuda de una mosca
de mayo, y en sus manos no tenga ni un hoyuelo,
pero sí muchas pecas. ¡Ah! Una nodriza loca,
porque anduviera pronto la pequeñuela, puede
haber curvado un par de piernas de Diana
y torcido el marfil de una nuca de Juno.

Versión de Màrie Montand







Canción de la margarita

Con su gran ojo, el sol
no ve lo que yo veo.
La luna, toda plata, orgullosa, pudiera
ocultarse igualmente en una nube.

Y al llegar primavera -¡oh, primavera!-
es la de un rey mi vida.
Echada entre los brotes de la hierba,
acecho a las muchachas bonitas en su paso.

Miro por los lugares donde no osara nadie
y se fijan mis ojos donde nadie los fija,
y si la noche viene,
me cantan los corderos una canción de cuna.

Versión de Màrie Montand







De puntillas anduve por un pequeño monte...

(fragmento)

De puntillas anduve por un pequeño monte.
daba frescor el aire y corría tan leve,
que los dulces capullos, con orgullo modesto
y languidez, doblando, en una breve curva,
sus tallos, con las hojas escasas y abusados,
no perdieron aún la estrellada diadema
recogida del día en su primer sollozo.
Puras eran y blancas las nubes, como ovejas
trasquiladas, saliendo del arroyo. Dormían,
dulces, en los bancales del azul; deslizábase
un estremecimiento silencioso en las hojas,
nacido del suspiro que exhalaba el silencio,
pues no se hubiera visto ni un moverse menudo
entre todas las sombras de la hierba, inclinadas.
Al ojo más voraz, largo vagabundeo
ofrecíase en torno, entre las cosas varias:
reseguir el cristal del lejano horizonte
y descubrir las líneas de su borde, indecisas;
imaginarse raros, caprichosos meandros
del sendero del bosque, interminable y fresco;
en los fondos umbríos y en salientes hojosos,
adivinar por dónde frescores busca el río.
Miré un poco, y tan ágil y libre me sentía
como si, abanicándome, las alas de Mercurio
hubiesen en mis pies retozado: era leve
mi corazón, y muchas delicias de mis ojos
me estremecían. Púseme a hacer un ramillete
de esplendores brillantes y suaves: leche y rosa.
Una mata de flores de mayo, con abejas:
¡ah! no faltará, cierto, en los recodos dulces;
que el lozano laburno sobre ellas se vierta,
y, junto a sus raíces, altas hierbas las guarden
frescas, húmedas, verdes; y den sombra a violetas
para que al musgo prendan en la red de sus hojas.
Un seto de avellanos, que ciñen zarzarrosas
y espesa madreselva, recogiendo la brisa
en sus tronos de estío; y también se vería
el ajedrez frecuente de algún árbol muy tierno,
que, con hermanos leves y verdes, ha brotado
en caprichosos musgos, de las viejas raíces(...)

Versión de Màrie Montand






Escrito antes de releer «El Rey Lear»

¡Romance de dorada lengua y laúd suave!
¡Oh sirena de bellas plumas, lejana Reina!
Tus melodías deja en este día crudo,
cierra tu libro añoso y quédate callada.
¡Adiós! Pues que, de nuevo, ya la enconada pugna
entre dolor de Infierno y apasionado limo,
ha de abrasarme todo; y probaré de nuevo
esa dulzura amarga del fruto shakespiriano.
¡Poeta Rey! Y nubes, vosotras, las de Albión,
creadores de nuestro profundo, eterno tema:
cuando cruzado hubiere el robledal antiguo,
no dejéis que divague por algún sueño inútil,
y, consumido ya del Fuego, dadme nuevas
alas de Fénix para mi vuelo deseado.

Versión de Màrie Montand







Feliz es Inglaterra! Ya me contentaría...

¡Feliz es Inglaterra! Ya me contentaría
no viendo más verdores que los suyos,
no sintiendo más brisas que las que soplan entre
sus frondas confundidas con las leyendas grandes;
pero nostalgia siento, a veces; languidezco
por los cielos de Italia; íntimamente gimo
por no hallarme en el trono de los Alpes sentado,
para olvidar un poco lo mundano y el mundo.
Feliz es Ingtaterra y dulces son sus hijas,
sin artificio: bástame su encanto tan sencillo,
sus blanquísimos brazos, que ciñen en silencio;
pero en deseos ardo, a menudo, de ver
bellezas de mirada más honda, y de sus cantos,
y de vagar con ellas por aguas del estío.

Versión de Màrie Montand







Historia en versos

Lo hermoso es alegría para siempre:
su encanto se acrecienta y nunca vuelve
a la nada, nos guarda un silencioso
refugio inexpugnable y un reposo
lleno de alientos, sueños, apetitos.
Por eso cada día nos ceñimos
guirnaldas que nos unan a la tierra,
pese a nuestro desánimo y la ausencia
de almas nobles, al día oscurecido,
a todos los impávidos caminos
que recorremos; cierto, pese a esto,
alguna forma hermosa quita el velo
de nuestro temple oscuro: talla luna,
el sol, los árboles que dan penumbra
al ganado, o tales los narcisos
con su universo húmedo o los ríos
que construyen su fresco entablamento
contra el ardiente estío; o el helecho
rociado con aroma de las rosas.
Y tales son también las pavorosas
formas que atribuimos a los muertos,
historias que escuchamos o leemos
como una fuente eterna cuyas aguas
del borde de los cielos nos llegaran.

Y no sentimos a estos seres sólo
por breve lapso; no, sino que como
los árboles de un templo pronto aúnan
su ser al templo mismo, así la luna,
la poesía y sus glorias infinitas
cual una luz alegre nos hechizan
el alma y nos seducen con tal fuerza
que, haya sombra o luz sobre la tierra,
si no nos acompañan somos muertos.
Así, con alegría, yo refiero
la historia de Endimión (...)

Versión de Gabriel Insuasti







La caída de Hiperión (Sueño)

Tienen los locos sueños donde traman
elíseos de una secta. Y el salvaje
vislumbra desde el sueño más profundo
lo celestial. Es lástima que no hayan
transcrito en una hoja o en vitela
las sombras de esa lengua melodiosa
y sin laurel transcurran, sueñen, mueran.
Pues sólo la Poesía dice el sueño,
con hermosas palabras salvar puede
a la Imaginación del negro encanto
y el mudo sortilegio. ¿Quién que vive
dirá: "no eres poeta si no escribes
tus sueños"? Pues todo aquel que tenga alma
tendrá también visiones y hablará
de ellas si en su lengua es bien criado.
Si el sueño que propongo lo es de un loco
o un poeta tan sólo se sabrá
cuando mi mano repose en la tumba.

Soñé que en un lugar estaba donde
palmera, haya, mirto, sicomoro
y plátano y laurel formaban bóvedas
cerca de manantiales cuya voz
refrescaba mi oído y donde el tacto
de un perfume me hablaba de las rosas.
Vi un árbol de boscaje recubierto
por parras, campanillas, grandes flores (...)

Versión de Gabriel Insuasti






La paloma

Una paloma tuve muy dulce, pero un día
se murió. Y he pensado que murió de tristeza.
¡Oh! ¿Qué le apenaría? Sus pies ataba un hilo
de seda, y con mis dedos lo entrelacé yo mismo.
¿Por qué morías, tú, de pies lindos y rojos?
¿Por qué dejarme, pájaro tan dulce? ¿Por qué? Dime.
Muy solito vivías en el árbol del bosque:
¿Por qué, gracioso pájaro, no viviste conmigo?
Te besaba a menudo, te di guisantes dulces:
¿Por qué no vivirías como en el árbol verde?

Versión de Màrie Montand






Meg Merrilies

La vieja Meg era gitana
y vivía en el monte:
era el brezo rojizo su lecho
y al aire libre tuvo su morada.
Negras moras de zarza por manzanas tenía,
por grosellas, simiente de retama;
su vino era el rocío de blancas zarzarrosas,
tumbas del camposanto eran sus libros.

Las ásperas quebradas por hermanas tenía
y por hermanos los alerces:
y sólo en compañía de su familia vasta,
vivió cómo le plugo.
Pasó sin desayuno más de alguna mañana
y sin almuerzo más de un mediodía,
y en vez de cenar, fijamente
contemplaba la luna.

Mas todas las mañanas, con tierna madreselva
sus guirnaldas tejía,
y cada noche, el tejo de la hondonada oscura,
cantando, entrelazaba.
y con sus dedos viejos y morenos
tejía esteras de junco,
que daba a los labriegos
al pasar por el monte.

Fué Meg bizarra como la reina Margarita,
y como de amazona era su talla:
llevó por capa el trozo de alguna manta roja,
tocóse con un mísero sombrero.
Que a sus huesos de vieja conceda Dios descanso,
pues murió ya hace tiempo.

Versión de Màrie Montand







Oda a la melancolía
1
No vayas al Leteo ni exprimas el morado
acónito buscando su vino embriagador;
no dejes que tu pálida frente sea besada
por la noche, violácea uva de Proserpina.
No hagas tu rosario con los frutos del tejo
ni dejes que polilla o escarabajo sean
tu alma plañidera, ni que el búho nocturno
contemple los misterios de tu honda tristeza.
Pues la sombra a la sombra regresa, somnolienta,
y ahoga la vigilia angustiosa del espíritu.


2
Pero cuando el acceso de atroz melancolía
se cierna repentino, cual nube desde el cielo
que cuida de las flores combadas por el sol
y que la verde colina desdibuja en su lluvia,
enjuga tu tristeza en una rosa temprana
o en el salino arco iris de la ola marina
o en la hermosura esférica de las peonías;
o, si tu amada expresa el motivo de su enfado,
toma firme su mano, deja que en tanto truene
y contempla, constante, sus ojos sin igual.


3
Con la Belleza habita, Belleza que es mortal.
También con la alegría, cuya mano en sus labios
siempre esboza un adiós; y con el placer doliente
que en tanto la abeja liba se torna veneno.
Pues en el mismo templo del Placer, con su velo
tiene su soberano numen Melancolía,
aunque lo pueda ver sólo aquel cuya ansiosa
boca muerde la uva fatal de la alegría.
Esa alma probará su tristísimo poder
y entre sus neblinosos trofeos será expuesta.

Versión de Gabriel Insuasti






Oda al otoño

Estación de las nieblas y fecundas sazones,
colaboradora íntima de un sol que ya madura,
conspirando con él cómo llenar de fruto
y bendecir las viñas que corren por las bardas,
encorvar con manzanas los árboles del huerto
y colmar todo fruto de madurez profunda;
la calabaza hinchas y engordas avellanas
con un dulce interior; haces brotar tardías
y numerosas flores hasta que las abejas
los días calurosos creen interminables
pues rebosa el estío de sus celdas viscosas.

¿Quién no te ha visto en medio de tus bienes?
Quienquiera que te busque ha de encontrarte
sentada con descuido en un granero
aventado el cabello dulcemente,
o en surco no segado sumida en hondo sueño
aspirando amapolas, mientras tu hoz respeta
la próxima gavilla de entrelazadas flores;
o te mantienes firme como una espigadora
cargada la cabeza al cruzar un arroyo,
o al lado de un lagar con paciente mirada
ves rezumar la última sidra hora tras hora.

¿En dónde con sus cantos está la primavera?
No pienses más en ellos sino en tu propia música.
Cuando el día entre nubes desmaya floreciendo
y tiñe los rastrojos de un matiz rosado,
cual lastimero coro los mosquitos se quejan
en los sauces del río, alzados, descendiendo
conforme el leve viento se reaviva o muere;
y los corderos balan allá por las colinas,
los grillos en el seto cantan, y el petirrojo
con dulce voz de tiple silba en alguna huerta
y trinan por los cielos bandos de golondrinas.

Versión de Màrie Montand







Sobre el mar

No cesan sus eternos murmullos, rodeando
las desoladas playas, Y el brío de sus olas
diez mil cavernas llena dos veces, y el hechizo
de liécate les deja su antiguo son oscuro.
Pero a menudo tiene tan dulce continente,
que apenas se moviera la concha más menuda
durante muchos días, de donde cayó Cuando
los vientos celestiales Pasaron, sin cadenas.
Los que tenéis los ojos dolientes o cansados,
brindadles esa anchura del Janar, como una fiesta ;
y los ensordecidos por clamoreo rudo
o los que estáis ahítos de notas fatigosas,
sentaos junto a Una antigua caverna, meditando,
hasta sobresaltaros, como al cantar las ninfas.

Versión de Màrie Montand






Sobre la cigarra y el grillo

Jamás la poesía de la tierra se extingue:
cuando a todos los pájaros abate el sol ardiente
y ocúltanse en fresdores de umbría, una voz corre
de seto en seto, por prados recién segados.
En la de la cigarra. El concierto dirige
de la pompa estival y no se sacia nunca
de sus delicias, pues si le cansan sus juegos,
se tumba a reposar bajo algún junco amable.
En la tierra jamás la poesía cesa:
cuando, en la solitaria tarde invernal, el hielo
ha labrado el silencio, en el hogar ya vibra
el cántico del grillo, que aumenta sus ardores,
y parece, al sumido en somnolencia dulce,
la voz de la cigarra, entre colinas verdes.

Versión de Màrie Montand






Sobre una urna griega (otra versión)

Tú, novia intacta aún de la quietud,
prohijada del silencio y de las lentas horas,
selvático rapsoda, que refieres un cuento
florido, con dulzura mayor que en nuestra rima:
¿qué leyenda, ceñida de verdor, en tu forma
tiembla? ¿Será de dioses o mortales, o de ambos,
en el Tempé o en valles de Arcadia? ¿Quiénes son
esos hombres o dioses? ¿Qué doncellas resisten
al loco perseguir? ¿Qué pugna es ésa, huyendo?
¿Qué flautas y tambores? ¿Qué extasis salvaje?

Las músicas oídas son dulces, pero más
dulces son las no oídas. Seguid sonando, pues,
¡oh, caramillos blandos!, no al sentido: más tiernas
suenen en el espíritu las canciones sin notas.
Doncel, bajo los árboles, abandonar no puedes
tu canto y no podrían desnudarse esas ramas;
enamorado audaz, no podrás besar nunca,
aunque tan cerca estás ; mas no te apenes: ella
no puede marchitarse; tu ventura no alcanzas,
pero siempre amarás y será siempre hermosa.

¡Ah! ¡Felices, felices ramas, que vuestras hojas
no podéis esparcir, ni de abril despediros!
Y músico feliz, que no te cansas nunca
de modular canciones siempre nuevas. Empero,
más feliz, más feliz ese amor venturoso,
cálido siempre y no gozado todavía,
y jadeante siempre y para siempre joven:
todos alientan lejos de la pasión humana,
que deja el corazón tan saciado y tan triste
y una frente de fuego y la lengua abrasada.

¿Quiénes son esas gentes que al sacrificio acuden?
¿ A qué altar de verdores, ¡oh, extraño sacerdote!,
esa ternera guías, que hacia los cielos muge,
con los fiancos sedeños cubiertos de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad, de la playa o de un río,
o alzada en la montaña, con una ciudadela
pacífica, quedóse sin gente esa devota
mañana? Y a tus calles, ¡oh, villa! , para siempre
se verán silenciosas, y ni un alma a decirnos
por qué estás tan desierta, podrá ya volver nunca.

¡Forma ática, hermosa actitud! Guarnecida
con progenie de hombres y doncellas de mármol,
con ramas de los bosques y con hollada hierba.
Tu empeño, ¡oh, silenciosa forma!, nuestros pensares
vence, como lo eterno: ¡oh tú, pastoral fría!
Cuando a los hoy lozanos ya la vejez consuma,
te quedarás aún, en medio de otras cuitas,
como amiga del hombre, diciendo: «La belleza
es verdad; la verdad, belleza» : y eso es cuanto
en la tierra sabéis, y ya más no precisa.

Versión de Màrie Montand







Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!...

¡Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!
Piadoso amor que no nos hace sufrir sin fin,
amor de un solo pensamiento, que no divagas,
que eres puro, sin máscaras, sin una mancha.
Permíteme tenerte entero... ¡Sé todo, todo mío!
Esa forma, esa gracia, ese pequeño placer
del amor que es tu beso... esas manos, esos ojos divinos
ese tibio pecho, blanco, luciente, placentero,
incluso tú misma, tu alma por piedad dámelo todo,
no retengas un átomo de un átomo o me muero,
o si sigo viviendo, sólo tu esclavo despreciable,
¡olvida, en la niebla de la aflicción inútil,
los propósitos de la vida, el gusto de mi mente
perdiéndose en la insensibilidad, y mi ambición ciega!




No hay comentarios: