ALBERTO RODRÍGUEZ TOSCA
Artemisa, La Habana, Cuba, 1962
Estudió Dirección de Radio, Cine y Televisión en la Facultad de Medios Audiovisuales del Instituto Superior de Arte (ISA) de la Habana.
Ha publicado Todas las jaurías del rey (Premio David de Poesía, 1987), Otros poemas (Premio Nacional de la Crítica, 1992), Silvio Rodríguez: entre el espanto y la ternura (Premio Nacional de Periodismo 1994: entrevista, fragmento), El viaje (Ediciones Catapulta, Colombia, 2003).
Ha sido escritor y director de programas de radio, especialista de Casas de Cultura y Talleres Literarios, profesor universitario, editor del semanario bogotano Suburbia Capital, del periódico Urbe y de la revista Horas.
Letanía del dragón
de Claudiantonia
En el tatuaje de tu espalda consigo adivinar las líneas que faltan
en las palmas de mis manos.
Sobre la tinta verde se despliega la angosta geografía que alguna vez
configuré en un sueño y nunca más y nunca
volvió a rasgar con su filosa realidad el entusiasmo de mis noches.
Ahora recorro el paisaje el dibujo encerrado la silenciosa explosión
que retiene tu piel
como un mensaje para nadie escrito en una piedra invisible y lanzado
con amorosa furia y para siempre al abismo del mar.
Confusión de los peces
que se refugian en torno y murmuran con acento grave la voluptuosidad
de la grafía el sonido interior las canciones el peso
de los significados que ahora asciende y yo escucho encima de este
océano inmenso
mal repartido entre la severidad de mi insomnio y el sabor el vaho
la amarga paz que despide tu cuerpo al dormir.
A duras penas
logro separar la corporeidad del vacío y los alegatos de la alucinación. Grabo
en el aire una falsa leyenda y comienzo mi lectura de la soledad
con un gesto aprendido a propósito en las madrugadas de ayer. Hay
una predestinación en la agonía no
despiertes ahora duerme finge que estás viva duerme no despiertes nunca.
Si al menos cesara el tableteo del reloj su inclemente neón arrojando
números a la pantalla con la misma celeridad con que avanzan las sombras
hacia las fantasmales afirmaciones del espíritu ¡si irrumpiera
al menos en la habitación la memoria de este instante grabado con lava
rencorosa en el mapa de una vida anterior! Yo
sabría qué hacer
cómo acunar la lengua del dragón para que fuera salterio su fuego y no
himno crónica de la miseria y no
recuento miserable del fuego común respirando por la lengua
de los dragones comunes para complacer el hambre de fiesta de este circo
ya no humano
que desborda sus graderías de aplausos sombreros al viento vivas
al dragón que sufre en silencio porque nadie comprende
su ademán su grito su mueca profunda detenida en la alta noche
sobre la espalda de una mujer desnuda.
Duerme.
Ya no tienen remedio los caminos que erré. Encontrarán su castigo
en los tribunales del alba. No despiertes ahora duerme no
conozcas mi nuevo rostro. Ruego
porque no hayan entrado a tu sueño los artificios de mi dolor duerme.
No escuches ni siquiera mi ruego. Duerme duerme no despiertes ahora.
Nunca.
Bogotá, 1994
Viéndolas llegar a la Universidad
Cuántas de estas muchachas
amanecieron hoy en brazos de otro,
después de haber hecho el amor una
y otra vez en el largo delirio de la infancia
crecida. Cuántas reventaron de fiebre
esta mañana mientras yo convalecía de mí
y me abrazaba a mis sudores como un náufrago
se abraza a un tronco para soñar con una orilla.
Con cuántas orillas y frutas y veranos soñaron
estas muchachas hoy al final de la ruda faena.
Yo las veo subir las escaleras de la Universidad
y se me parte el alma. ¡Cómo envidio a ese otro
que esta mañana deambuló en sus senos, se ahogó
en sus labios y murió en sus caderas! Cuántas
de estas muchachas imaginan que en la ciudad
un hombre se muere por ellas y madruga sólo
para verlas subir y deletrear con letras ciegas
las habilidades de sus cuerpos desnudos
contoneándose al ritmo del tic tac de un reloj.
¡Si supieran estas muchachas lo que vaga ese hombre
al verlas pasar con el pelo aún mojado y la sonrisa
del placer todavía desarmándose en sus bocas! Si
lo supieran, dejarían de subir las escaleras y correrían
a comprar una cuerda para llegar a su balcón y secarle
esa lágrima que corre sólo por ellas que amanecieron
hoy en brazos de otro haciendo el amor una y otra vez
en el largo delirio de la infancia crecida.
A la manera de Empédocles
«yo he sido una vez águila y moza y pez mudo en el mar»
he visto caer los muros levantarse las aguas en briosas
mareas contra las míticas ciudades he hablado con los dioses
(me han mentido) he visto al buda al cristo al krishna al lama
(me han negado: soy hombre) he calumniado al prójimo
y el prójimo me ha calumniado a mí (siempre estamos a mano)
he tentado la suerte en los lupanares que esconde el corazón
he dormido en las calles y en mi cama (la misma cama
en la que he amado a una mujer que no me ha amado) he salido
de noche a perdonar ladrones (ellos me han perdonado)
he besado la mano de mi enemigo al tiempo que le ofrecía
su mejilla he maldecido en el templo y en la sinagoga he
orado en casas de cita y en mi casa he llorado en babilonia
he contemplado al tigris y al eufrates unidos por el nudo
de mi garganta y me he avergonzado de mis ojos acechando
el vaho del febril apareamiento entre los dos torrentes he
estado en delfos preguntando por nadie (nadie sabe que existo
nadie sabe que lloro en silencio y que estoy solo) he alterado
la letra de los himnos de orfeo (donde decía «sólo hablo
para los que estén en la obligación de escucharme» yo canté
«sólo escucho a los que no estén en la obligación de decirme»)
he sufrido y he invitado a sufrir he muerto y he resucitado he sido
y he dejado de ser y todo por haber sido tierra y aire y agua y fuego
y sólo para ser otra vez águila y moza y pez mudo en el mar.
El extranjero
Hoy me puse mis galas de extranjero para salir a caminar. Esta ciudad no es mía. La recorro sin prisa. Dejo que me recorra como lo haría la mano de una niña abandonada en una caja de cartón ante la puerta de un prostíbulo. La ciudad ignora que yo existo. Me escurro entre portales, columnas, puentes, autos, muros, gente. Soy un fantasma aferrado a su túnica como al último madero de un bosque a punto de zozobrar entre las ruinas de un suburbio en llamas. En cada esquina me aseguro de que aún llevo la isla en peso doblada en el bolsillo. Asechan los ladrones. Los asesinos cumplen su ronda alrededor de los ensueños del paseante solitario. Despiertan exhaustos los amantes al regreso de la dura faena. Si algo le pasara a la isla en peso que llevo en el bolsillo, la lluvia que ha empezado a caer quedaría congelada en el aire y tendríamos que abrirnos paso por entre espadas de hielo. Si algo le pasara a la isla que llevo en el bolsillo. Me resguardo en la barra de un bar del barrio La Concordia y pido una cerveza y un reloj. Busco el aturdimiento en el reloj y la hora exacta en la cerveza. Escribo este poema al dorso de la carta donde me advierten que debo seis meses de alquiler. ¿Será muy tarde ya para rendirle cuentas de las derrotas de anoche a la noche de las derrotas de mañana? En la mesa contigua un hombre llora, otro habla con la sombra de un barco que navega desconsoladamente en la pared. Yo pago la cerveza y vuelvo a la intemperie de un mundo que gira a la velocidad de un lirio. Sí, esta ciudad no es mía, pero tampoco de quienes la heredaron. Es del alba, es del sueño, es de la noche. Por eso hoy todos nos pusimos las galas de extranjero para salir a caminar.
CRÍA MUJERES
Vámonos cuervo a fecundar la cuerva.
César Vallejo
¡Ah mujeres hermosas no se hagan¡
No es por gusto que les sangra el pico.
Se transforman en cuervas cuando pasan
y nos dejan sin ojos. ¡Ah malditas,
nuestros ojos no les hacían daño a su belleza!
Simplemente miraban. Huían de la noche
y en el camino ¡ah mujeres hermosas!
sus picos ávidos de sangre se abalanzaron
sobre el párpado y desde entonces nos persigue
el amarillo el sueño la locura el amor la oscuridad.
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