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miércoles, 25 de agosto de 2010

917.- ARSENI TARKOVSKI

Arseni Alexandrovich Tarkovski (Rusia, 1907-1989) Considerado el último representante de la gran generación de poetas rusos conocida como Siglo de Plata, no fue, como muchos de sus contemporáneos, deportado ni confinado ni asesinado por el régimen; sin embargo, sufrió persecución. Sus textos, eliminados de las revistas literarias y, por lo tanto, de la memoria de sus lectores, debieron esperar hasta la tardía publicación de Antes de la nevada, su primer libro, editado recién en 1962. Con anterioridad las galeras del mismo habían sido destruidas por decreto. Tarcovski, que había perdido una pierna durante la Segunda Guerra Mundial, llevó a cabo, con vocación de sacerdote, su oficio de traductor. Sus categorías estéticas coincidían plenamente con sus principios éticos. De ese manera, una rima inexacta era considerada por Arseni Alexandrovich como amoral. La violación de la profunda concordancia entre la naturaleza y el idioma. La negligencia en la formación de una estrofa le producía sufrimiento. Fue un verdadero maestro de la traducción. El mejor ejemplo es, sin duda, su traducción del poeta Majtumkuli, representante de la literatura de Turkmenia del siglo XVIII. Entre sus obras se cuentan Antes de la nevada (1962); A la tierra-lo terrenal (1966); Obras selectas: poesía, traducciones de 1929 a 1979 (1982); Desde la juventud hasta la vejez (1987) y Las estrellas sobre el Aragaz (1988).




CUARTO POEMA

El hombre tiene un solo cuerpo,
como una celda incomunicada,
el alma ya está harta
de esa envoltura apretada,
con los ojos y los oídos
de tamaño tan escueto,
con la piel —pura cicatriz—
que viste el esqueleto.
A través de la retina vuela,
hacia el manantial del cíelo,
hacia el eje helado,
hacia la carroza de pájaro,
y oye desde las rejas
de su prisión viviente,
el parloteo de bosques y prados,
la trompeta de los siete mares.
Es un pecado tener el alma sin cuerpo,
es lo mismo que un cuerpo sin camisa,
como si no tuviera ni obra, ni proyecto,
ningún designio, ni una sola línea.
Puros enigmas sin ninguna clave.
Pues, quién volvería hacia atrás,
después de haber bailado
donde nadie bailaría jamás.
Y sueño con un alma diferente,
vestida de otra manera,
que arde, recorriendo siempre
el camino entre la timidez y la espera,
como una llamada seca, sin reflejo,
que corre al ras del suelo
y como un recuerdo, nos deja
el ramo de lilas en la mesa.
Corre, niño; no te apiades
de Eurídice desdichada,
echa rodar por el mundo
tu aro de cobre con una vara,
mientras, apenas audible,
pero respondiendo a cada paso,
la tierra suena en los oídos
tan alegre y austera.

(Traducción directa del ruso
al castellano y Biografía:
Irina Bogdaschevski,
Diario de Poesía Nº 19, Bs.As.,
Invierno 1991)






LOS PRIMEROS ENCUENTROS

Cada instante de nuestros encuentros
celebramos, como una presencia Divina,
solos en todo el mundo. Entrabas
más audaz y liviana que el ala de un ave;
Por la escalera, como un delirio,
saltabas de a dos los escalones, y corrías
a través de las húmedas lilas, llevándome lejos,
a tus dominios, al otro lado del espejo.

Cuando llegó la noche, recibí la gracia,
las puertas del altar se abrieron,
y brilló en la oscuridad, en el espacio
la desnudez, y se inclinó lentamente,
y despertando, pronuncié: "¡Bendita seas!",
y en seguida percibí la insolencia
de esta bendición. Dormías,
y para pintar tus párpados de aquel azul eterno
las lilas se inclinaron hacia ti desde la mesa,
Tus párpados azules ahora estaban
serenos, y tibias tus manos.

En el cristal se percibía el pulso de los ríos,
el humo de los cerros, el resplandor del mar,
y una esfera en la palma de la mano sostenías,
de cristal, y dormías en el trono,
y, ¡oh Dios Santo! eras mía solamente.

Al despertarte, habías transformado
el común lenguaje cotidiano
y con renovada fuerza se colmó la garganta
de vocablos sonoros, y la palabra "tú", tan liviana,
quería decir "rey" ahora, revelando su nuevo significado.
De pronto, en el mundo todo ha cambiado,
hasta las cosas simples, como la jarra, la palangana,
cuando se erguía en medio de nosotros, cuidándonos,
el agua, dura y laminada.

Fuimos llevados hacia el más allá,
y se abrían ante nosotros, como por encanto,
las ciudades milagrosas, y nos invitaban a pasar,
la menta se extendía bajo nuestros pies,
las aves seguían nuestro camino,
los peces remontaban nuevos ríos,
y el cielo se abrió ante nuestros ojos...

Mientras seguía nuestras huellas el destino,
como el loco, armado de una navaja.

(Traducción directa del ruso
al castellano: Irina Bogdaschevski,
Diario de Poesía Nº 19, Bs.As.,
Invierno 1991)






El bosque de Ignátievo

Las brasas de últimas hojas en total
inmolación suben al cielo y en este camino
el bosque entero se está sulfurando,
igual que tu y yo en el último año.


En tus ojos, de lágrimas llenas,
se ve el camino,
arbustos reflejados en estuario tenebroso.
No seas caprichosa, no amenaces, no toques,
no ataques el silencio mojado del bosque.


Puedes oír el respirar de vieja vida:
resbaladizas setas crecen en mojada hierba,
por dentro están comidas por parásitos
y gusanos,
pero la piel sigue siendo viva y picante.


Todo nuestro pasado parece a la amenaza:
mira, cuidado, vuelvo en seguida,
¡te voy a matar!
El cielo se encoge, pero el arce lo mantiene,
como una rosa,
que queme más fuerte, que pique en los ojos.

La traducción al castellano es de Enrique Turover






Vida, vida


1

No creo en el presentir, ni temo a las señales.
No huyo del veneno, ni de la calumnia.
En este mundo no hay muerte.
Todos son inmortales, todo es inmortal.
No temas a la muerte ni a los diecisiete, ni a los setenta.
Existe sólo la luz y la realidad.
No hay ni la oscuridad, ni la muerte en este mundo.
Estamos todos en la costa del mar.
Yo soy de los que van sacando redes
repletas, llenas de inmortalidad.


2

Morad en su casa para que no se derrumbe.
Puedo invocar un siglo cualquiera,
voy a entrar en él para construir una casa.
Es por eso que sus hijos y mujeres están conmigo
en la misma mesa y la mesa es del bisabuelo y del nieto.
El futuro se realiza hoy,
y si levanto ahora mi mano
los cinco rayos con ustedes quedarán.
Cada día del pasado fue entibado
a fuerza de mis clavículas y hombros.
Medí el tiempo con una cadena del agrimensor
y lo atravesé como si fuesen los Urales.




3

Elegí el siglo a mi altura.
Fuimos al sur, levantando polvaredas sobre la estepa;
las hierbas malas humeaban, el saltamontes retozaba,
tocando las herraduras con su bigote y profetizaba,
y, como monje, me amenazaba con la muerte.
Até mi destino a la silla de montar,
también hoy, en tiempos venideros,
me levanto cual niño en los estribos.

Me basta con mi inmortalidad,
para que mi sangre fluya de siglo en siglo.
Por un rincón fiel del calor bien conservado
pagaría con mi vida obstinada,
mas su aguja voladiza
me lleva por el mundo, como el hilo de Ariadna.

La traducción al castellano es de Enrique Turover







En medio del mundo


Soy hombre, horno surn en medio del mundo,
miríadas de infusorios están detrás de mí,
miríadas de estrellas están enfrente.
Y yo, postrado a todo lo largo, entre ellas,
como el mar, que une dos costas lejanas,
como el puente que junta dos espacios infinitos.


Soy Néstor, cronista mesozoico,
soy Jeremías de los tiempos a venir.
Están entre mis manos reloj y calendario,
me hallo involucrado, como Rusia, en un futuro devenir
y como un pobre zar maldigo el pasado.


De la muerte sé mucho más que los difuntos,
de lo vivo, lo más vivo soy.
¡Dios mío! Una mariposa cualquiera,
cual una niña, de mí se ríe,
cual una tira dorada de seda.

La traducción al castellano es de Enrique Turover



***




Te esperé ayer desde el alba,
se dieron cuenta de que ya no vendrás.
¿Te acuerdas qué tiempo tuvimos?
Fue una fiesta. Yo salí sin abrigo.
Llegaste hoy, y nos han preparado
un día singularmente sombrío,
la lluvia y una particular hora tardía.
Y corren las gotas por las ramas heladas
que ni las palabras podrían frenar,
ni secar siquiera un pañuelo.



***



Soñé esto alguna vez, lo sueño ahora,
Sé que lo volveré a soñar de nuevo,
Todo se repetirá, todo reencarnará,
Y usted soñará todo lo que yo soñé.
Allá, lejos de nosotros, lejos del mundo,

La ola una y otra vez golpea la orilla
Y en ella hay estrellas, personas, pájaros,
Realidad, sueño y muerte… en la ola eterna.
No necesito fechas: fui, soy y seré,

La vida es el mayor de los milagros.
Solo, como un huérfano, en él yo vivo
Solo, entre espejos, cercado por reflejo
De mares y ciudades, vivo en la embriaguez.

Y la madre llorando toma al niño en el regazo.

(1974)






La casa de enfrente

Demolieron la casa de enfrente.
Los inquilinos se fueron contentos.
Llevando consigo sofás, ollas, flores,
Espejos torcidos y gatos.
El viejo miró la casa desde el camión,
Y sintió que el tiempo lo atrapaba,
Todo se quedó así para siempre.

Entonces surgió el descontento,
Un polvo seco comenzó a brillar
Lento mientras caía la noche.
En la casa quedaron sueños, recuerdos,
Esperanzas perdidas y deseos.
Demolieron todo, se llevaron los troncos.

Pero los fantasmas del pasado
De ahí no se alejaron ni un paso
Y le cantaron de nuevo al cerezo.
Bebieron vino blanco en las bodas,
Iban al trabajo y al cine.

Trasladaban ataúdes en toallas,
Se prestaban, unos a otros, dinero,
Dormían en colchones de bruma
Y arrullaban a sus primogénitos,
Mientras la áspera encía de la máquina
Lamía sus arcillas roñosas,
Y en una pata, como sobre una “T”,
La grúa giraba y giraba.

(1958)




Como hace cuarenta años,
Palpitaciones y ruidos
De pasos, una casa y un jardín,
Una vela, la mirada miope,
Que no exige ni juramento,
Ni caución. Bullicio en la ciudad.

Amanece. Llueve y una oscura
Y empapada vid silvestre
Se enrolla a la pared, huérfana,

Como hace cuarenta años.

(1969)





En el último mes del otoño,
Al final
De la amarga vida,
Colmado de tristeza,
Yo entré
A un bosque sin nombre y sin hojas.
Lo cubría por completo
El blanco cristal
Lechoso de la niebla.
Por las ramas claras
Lágrimas limpias caían
Como de árboles que lloran en la víspera
De este invierno vacío de color.

Y ahí sucedió un milagro:
Al atardecer
El azul brilló en las nubes
Y un rayo vivo, como en junio, atravesó
Desde los días futuros mi pasado.
Y lloraron los árboles la víspera
Del trabajo noble y la abundancia,
De la ventisca alegre que aletea en el azul.

Los pájaros guiaban la ronda,
Como las manos que por el teclado
Urdían los acordes más sublimes.

(1978)






***





Primeras citas


El breve instante en que estamos juntos
lo celebramos como una epifanía,
solos en la tierra. Y tú, más intrépida
y más ligera que un ala de pájaro,
volabas los peldaños como un vértigo desde lo alto,
arrastrándome a través de las lilas a tu imperio,
allá lejos, más allá del espejo.

Cuando llego la noche y se me otorgó la gracia
se abrió por fin la puerta del altar
donde, resplandeciente en la sombra,
tu desnudez se inclinaba lentamente.
Y al despertar dije: “Bendita seas por siempre”
y comprendí la audacia de mi bendición, pues dormías
y las lilas sobre la mesa buscaban
Rozarte para teñir tus párpados
con un dedo de azul, color del universo.
Sombreado de azul estaba quieto tu párpado,
tu frente serena, tu mano tibia.

En el cristal palpitaban los ríos,
brillaban los mares, se ocultaban las cimas
y en tu palma, sobre un trono,
sostenías esa esfera de cristal,
¡oh, justo cielo! ¡Y me pertenecías!
Despertaste… Un instante después
transfigurabas el vocabulario de todos los días.
Vibrantes las palabras desbordaban
plenas de vida, y la palabra tú
nos reveló un sentido de luz.

Hasta los simples objetos familiares
––palagana, jarra— todo se transfiguró
cuando entre nosotros, erguida como un dique,
acechaba el agua dura y estratificada.

Nos dejábamos llevar sin saber adónde.
frente a nosotros, cual espejismos
milagrosamente edificados, las ciudades se apartaban.
A nuestros pies se tendía la mejorana,
el pájaro seguía nuestras lejanas caminatas
y los peces remontaban la corriente,
se abrían para nosotros los celestes espacios…

Cuando el destino, con una navaja en la mano,
Seguía nuestras huellas como un demente.

Traducción de Javier Sicilia y Georges Voet

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