Me llamo Lauren Mendinueta. Nací en Barranquilla, Colombia en 1977. Tengo dos hijos, Laura Andrea (1996) y José Alejandro (1995). Empecé a escribir poesía en 1997 cuando trabajaba como bibliotecaria en Fundación, una pequeña aldea de mi país. Desde entoneces ofrezco talleres de promoción y creación literaria para niños y jóvenes. He publicado seis libros de poesía y una biografía de Marie Curie. Una antología de mis versos, con el título Poesía en sí misma (2007), fue publicada por la Universidad Externado de Colombia con un tiraje de 12.500 ejemplares. Mi último libro La vocación suspendida (2008) recibió en España el VI Premio Internacional de Poesía Martín García Ramos. En el año 2005 viví en México con una Beca de Residencia Artística concedida por el Ministerio de Cultura de Colombia y el Fondo Para la Cultura y las Artes de México (FONCA). Esa ha sido una de las experiencias más importantes de mi vida. Con frecuencia soy invitada a festivles y encuentros literaios en América y Europa. Mi poesía ha sido traducida al ingles, italiano, ruso, alemán y francés. Mi nombre está incluido en antologías tanto en Europa como en América. Actualmente vivo en Lisboa.
Libros:
•Carta desde la aldea (poesía), La Dádiva Editores, Barranquilla, Colombia, 1998.
•Inventario de ciudad, prólogo de Álvaro Mutis, Golem Editores, Barranquilla, Colombia, 1999.
•Donde se escoge el pasado (poesía), La Dádiva Editores. Primera edición mayo de 2004, segunda edición enero de 2005.
•Marie Curie, dos veces Nobel (biografía) Panamericana, Bogotá, Colombia, 2004.
• Autobiografía ampliada (poesía), Ediciones casatomada, Palma de Mallorca, España, 2006. Segunda edición Editorial Salida de Emergencia, México, 2006.
•Poesía en sí misma (poesía), selección de Antonio Sarabia, Universidad Externado de Colombia, Revista El Malpensante, Bogotá, 2007.
•La vocación suspendida (poesía), prólogo de Jon Juaristi, Point de Lunettes, Sevilla, España, 2008. Segunda edición, Editorial Travesias, Ministerio de Cultura, Barranquilla, Colombia 2009, prólogo de William Ospina.
Así pasan los años
Pasan los años,
y aunque la vida me acusa de inmovilidad,
también yo he viajado.
Como una partícula de polvo
he revoloteado por la casa y me he prendido a los libros.
Como un insecto he reposado a la orilla de las acequias,
o simplemente he sido una mujer que de tarde en tarde
ha mirado hacia el mar
buscando barcos olvidados por la neblina
y que vuelven a la memoria,
sin esperanza distinta de la muerte.
(2005)
De: La vocación suspendida
Autoabandono
Apenas ayer tenía cuarenta y nueve años.
Hoy, primera mañana de abril de 1977,
Busqué mi rostro en el espejo,
mi rostro aún más roto
en el espejo roto del baño.
Cuerpo mío inasequible
¡¿por qué sigues terco reflejándote?!
Soy culpable de vivir.
Puedo verte derruido
y en el pasado también fresco y tembloroso,
todo tu peso sobre la liviandad del sueño.
Te vi caminar por entre las dentaduras cariadas
del puerto en la niñez,
correr sobre piernas esparcidas
como por entre robles,
cobijarte en las manos sudorosas de ciudades trajinadas
y dar el pecho a infantes que en vano
buscaban líquidos distintos de la piedad.
Te vi, cuerpo,
descansar el rostro sobre la tumba modesta
que ahora evoca tu propio rostro.
Soy casi un escombro,
una mancha indistinguible
en los espejos de asilos y supermercados.
Sé que estoy viva porque siento dolor;
el cuerpo es una prolongación
absurda y obligada de la mente.
(2002)
De: La vocación suspendida
Bogotá, después de una visita a Helena Iriarte
No hay relación entre las cosas
y aquello que las encarna.
La realidad acaso es un vacío
y su copia en el espejo
la evidencia de su precariedad.
Los nombres van por el mundo
retratando la angustia de no ser lo que nombran.
La gente corre afanada
hacia el vagón del metro o el autobús
porque la vida depende de un concepto.
Tampoco la puntualidad corresponde a su palabra,
pues no se puede llegar con retraso al destino.
¿Es posible que convivan alma y cuerpo?
¿no serán un binomio inseparable,
una sola cosa que no sabemos nombrar aún?
En estos temas, como en tantos otros,
me atropella la retórica,
y vuelvo a preguntarme si será posible
nada más vivir.
(2003)
De: La vocación suspendida
La torre de marfil
El mundo es una torre de marfil, en vano
busco una puerta en sus paredes curvas.
Parezco una actriz representando a un borracho,
camino tratando de hacer una línea recta,
nunca eses. No soy una profesional
de la actuación, ni siquiera me le parezco,
pero caminaré tratando de hacer una línea recta.
A veces me siento frente al ordenador y busco
toda clase de cosas, desde zapatos hasta amor.
Y sí, todo lo encuentro allí, porque el mundo es una torre
y estoy atrapada con todo lo demás, es inevitable.
Cuando me miro al espejo me sorprende lo común
que parece mi rostro, y me digo:
es bueno ser tan común, no te asustes.
Vuelvo a sentarme frente al ordenador y encuentro
las mismas cosas, todo, todo, hasta el amor.
Y allí mismo, tecleando,
trato de comprender
por qué me siento libre en la jaula del pájaro.
(2005)
De: La vocación suspendida
Mayéutica
El mundo sugiere.
No espero la visita de la musa,
voy por ella, la traigo de la mano.
Los que me conocen
dicen que la mía es una vida triste.
Pretender pasar las horas con una desconocida
discutiendo, discutiendo.
No pueden imaginar cuánto prefiero
su hiriente compañía,
el argumento casi siempre contrario,
la sarcástica sonrisa triunfadora,
al complaciente parloteo de todos ellos,
mis simpáticos amigos.
Dicen también que mi figura da pena
cuando a cualquier hora y de cualquier manera
salgo a buscar la escurridiza musa,
y vuelvo sola y se me oye inventar monólogos
que imitan sin gracia al diálogo.
Pero después de cada fracaso pienso:
Mañana volveré a buscarla,
si tengo suerte
ella traerá su arpa y entre discurso y discurso,
tocará para mí una música espléndida.
(2007)
De: La vocación suspendida
Nocturno en muerte
Is there no change of death in paradise?
Does ripe fruit never fall?
Wallace Stevens
¡No te afanes por vivir!
La muerte borra la memoria.
En adelante el pasado no existe.
A los muertos se nos ha vedado
El mirar atrás.
Es sólo porvenir la muerte.
Marcha indefinida.
En cuanto a la luz
Una forma asombrosa y oculta
Nos hace seguirla por un sendero
Concebible sólo para ojos apagados.
Somos peregrinos en busca de un paraíso
Que se expande.
El pasado es un agujero negro
Insaciable
Que devora minutos.
En esto consiste la eternidad
En olvidar a cada instante
La condena de permanecer.
Has de saber a tu debido tiempo
Que este tedio de ser es eterno
Como la continuación del poema
Es el infinito mismo.
(1999)
De: Inventario de ciudad
Olvido de mí
Octubre ha llegado dominado por las lluvias,
y los demás meses lo han seguido hasta aquí.
De repente este amontonado tiempo lo llena todo,
el verde de la casa, las sillas, la manta que cubre el piso
cuando en el verano me recuesto a leer.
En mí no es posible el abandono del tiempo,
la gracia que supone el olvido
me hubiese salvado de esta invasión.
Ahora debo caminar con cuidado
para no maltratarme con tantos recuerdos.
¿Me engañaré o será verdad lo que voy a decir?
Renuncio a esta visita, no le temo a la soledad.
(2005)
De: La vocación suspendida
Poema póstumo
El libro que estoy escribiendo
Es una tumba anticipada.
Si hiciera una lista de aquello
Que no me queda
Sería esta:
NO ME QUEDA UN CUERPO.
Tal vez escribir un poema fue lo mejor
Aunque la poesía no sirve de nada.
A veces creí
Estar fuera de la Historia
¡Maldita ilusión
Para escapar de un tiempo cruel!
Pude ser silenciosa como los otros
Pero no pude olvidar
El sonido de las letras.
Sé que un poema
No justificará mi elección
Y que la muerte
No puede vencer a la Historia.
Entonces
¿Por qué le temo a este libro?
(2000)
De: Autobiografía ampliada
Sombra en sombras
Igual que un pájaro de fuego
Tus alas dejaban caer
Una profunda sombra.
Te vi oscurecer
Como si las cenizas de la noche
Te cubrieran demasiado.
Y tu sombra melodía de sangre
Me empapaba los huesos.
Y tus ojos
Espejos de asfalto
Tallaban estatuas de agua.
Y tus manos
Columnas de algas
Estremecían los mares.
Yo
Fantasma temeroso
Me ocultaba.
Temía mirar tus ojos
Sabía que eran oráculos.
Pasaron cuatro y una noches.
Tu sombra se volvió blanca
Como tu lengua.
Supe que te irías.
Busqué mirar tus ojos
Secuencia interminable
De rostros desconocidos.
Entendí entonces
Que una noche cae
Con el peso de todos los siglos
Y que todos los siglos
Pesan al hombre
Como pesa la sombra al cuerpo.
(1999)
De: Inventario de ciudad
Poema de amor
Para Jorge Luis Borges
Me pesan
El bullicio y la injusticia
La marea turbia
Y el olor de un atardecer marino
Que no he de presenciar
Las largas despedidas
Y los encuentros fugaces
Algunas palabras
Y los silencios forzados por la distancia
La noche despoblada de ti
Que avanza indiferente
Hacia el abismo del día
Las letras que componen tu nombre
Inmensa pieza del universo que todo lo encierra
La cifra que define tu número
El género que marca tu cuerpo
El tiempo indefinido de tu existencia.
Carta de Alejandro a Aristóteles
(20 de septiembre de 336 a de J.C.)
A veces pude llamarte Maestro.
Olías a barro sudoroso
Aquellas tardes ennoblecidas
Por el humo del sacrificio.
Te pregunté por el destino
Y tus ojos chocaron
Saltando chispas.
Mi mente debe ser
Una gran hoguera.
Filipo el desgraciado me dijo:
"busca hijo mío
un reino igual a ti
porque en Macedonia no cabes".
Yo te digo a ti
Oh sabio
Un discurso no vale más que una razón.
Ya ves en cambio
Cien ciudades siempre valdrán
Más que una.
¿No reconforta la nueva máscara de estagira
la fijeza de tus días?
Cometes imprudencia irreparable
A mis ojos
Impartiendo conocimiento
Como se reparte lanza.
¿De quién me diferencio ahora?
Si antes abracé el conocimiento con fervor
Ahora abrazo la batalla.
No volverán los días
Cuando tu mano era propicia
Como al luto el silencio.
Nueva York, Abril 14 de 1977
Boceto de autorretrato
Insisto en no esquivar nada
Vivir es participar
¿Acaso no es más sensato elegir entre lo conocido?
Me opongo a la servidumbre
¿Lo he logrado?
Sometida a otra esclavitud
Soy verdugo y víctima
Lo acepto Lo prefiero
Reconozco la grandeza del héroe
¡Oh gloria! ¡Oh victoria! ¡Oh desdichado!
La moneda que llevo en la mano
Es un espejo pequeño
Verme ignorando mi reverso
Agujero de sombra
La cara de la moneda es hermosa
Su perfil de rayo
Su reverso feo
Formarme como una obra de mi propia mano
No es fácil
Si renuncio a esa otra parte de mí
Si la desecho para hacer triunfar la belleza
Entonces tendría que renunciar a mí misma
Me sorprendo
¿No es esta también una moral?
Renuncio a ser
Sólo lo que no es
Se construye
Hoy la infancia es un estremecimiento
"todo se ha consumado"
En el tiempo
La moneda no permanecerá
Los espejos no guardan la esencia
Única parte inamovible
Espantado del miedo de la memoria
Hay demasiados caminos para un mismo rostro
Mis palabras
Ojo de aguja
O clavo de ausencia
Vagan por las calles de la ciudad colmada
¿Es inútil este boceto?
Prematuro suplicio
De la imagen propia
El árbol de oro
(En el Popol Vuh representa la muerte
y el renacimiento de la vida en la naturaleza.
Se le vincula con el dios Sol, Kinich Ahau)
El árbol de oro transforma la apariencia del paisaje.
Lo que nosotros llamamos naturaleza está ahí,
pero la vida del árbol le trajo un relieve,
una claridad que antes no tenía.
Crecen en sus ramas resplandores sin sol,
y sus altas luces obligan a mirar hacia arriba,
hacia la amplitud del cielo, que él,
con la delicadeza de sus hojas, resalta.
Su firme presencia
hace visible el espacio invisible del aire.
El espacio en su jardín
Lo visible y lo invisible
están en eterna contradicción,
y esta lucha tiene por fuerza
el poder de matarme lentamente.
El triunfo de lo invisible,
carece de espectáculo,
mientras incluso en la derrota
lo visible gana en notoriedad.
Si la brevedad es el signo de la vida humana,
el tiempo es asunto mío, también.
Y la roca gritó, otra vez
El mundo habla en lengua extranjera,
al tiempo que en él la voluntad se cumple
portadora de exilio y soledad.
Creo en los signos secretos,
en las llamadas sin responder
y en ciertos árboles abandonados
en la orilla equivocada de los caminos.
Si se desnudara lo original,
se reflejaría en la superficie de la tierra
y no en la cara teatral de lo humano,
estoy segura.
En medio de tanto ruido,
el grito ignorado de la roca
dice lo que otra vez preferimos no entender:
si esto es vivir, la muerte es un jardín florido.
El Danubio
Lo que pacientes elaboraron los años
no tiene título por ahora,
sólo un olor y un sonido que lo distingue
del tumulto de lo real y notable.
El Danubio que yo conozco
no lo frecuenta el mundo;
es el escenario de los últimos vasos de leche
que tomé gustosa de las ubres;
la cama junto a la cama de mis abuelos paternos,
que anhelaron encaminar su hacienda, y así fue,
y sembraron tres hijos en sus jardines.
En El Danubio pude ver hacia el universo,
y me atemorizó la imagen del infinito;
aquella aparición del vacío
que amenazaba con tragarse el mundo.
Todo lo que yo conocí en mis primeros años,
fiel a lo anunciado por mis visiones, desapareció;
y ahora cumplido el presagio, perdida la niñez,
los amigos tempranos, la casa en la que nací,
perdida la calle Felicidad para habitarla,
me sigue quedando El Danubio y su jazmín,
el naranjal, unos corrales,
y las cumbres nevadas de la Sierra:
es decir, un paisaje que se pierde
en el temor de perderse otra vez,
otra vez en lo definitivo.
Venecia
Para Silvia Favaretto
Quisiera capturar en vida tu imagen,
guardarla en la galería de mi mente,
desenterrarte del lugar donde te has refugiado
mientras aumenta cada día tu esplendor
y voy ciega a tu existencia.
Eres como un velo tendido sobre la arena,
toda transparencia y gravedad;
pareces tan tenue, tan serena,
tan desnuda de todo
salvo de tu gracia.
Me pregunto al contemplar las imágenes
grabadas en la laguna,
cuál es la ciudad real y cuál es su reflejo.
Poema auto-referencial
La que sin ser yo
No es otra
La de tirantes dedos para acariciar
El espino
Escribe
Pocos años Pocas horas
No menos de mil
No más de mil
Recoge
La herida de la tierra amarga
Para protegerse
De la orgullosa espesura
Sostenida por siete pájaros azules
Su soledad
No derrama pájaros
Árboles con amplias miradas
Antigua huella de adioses
Guardaron para ella la señal
Y las flores
Grandes triunfadoras
Le cortaron es suspiro inocente
Joven aún
No la conozco
Ella y yo
Dos manos de trazo libre
Para esquivar la espera
Dos pies en forma de pies
Para marchar al combate
Dos ojos
Que siempre miran recuerdos
Diosa y mujer
Nosotras
La felicidad, como tantas otras cosas,
depende de los reflujos de la mente.
Pero ese vaivén de la memoria lo gobierna el azar,
y por fatalidad he vivido dando rodeos
acercándome quizás, sin alcanzar lo memorable,
una y otra vez cayendo en lo peor de lo vivido.
¿Acaso la felicidad está en lo más próximo,
en lo que no es memoria sino llana realidad?
Si es así no hay esperanza
pues para llegar a lo más cercano
hay que transitar por el camino más largo,
que dicho sea de paso, es el más difícil.
La felicidad, como un legítimo tesoro,
espera en el fondo
de lo ríos más caudalosos de la memoria.
Sólo en esos acuosos mantos existe con pureza.
Aunque en tierras cotidianas contemos con réplicas exactas
dispuestas en vitrinas a precios caprichosos.
Si alguno codicia las auténticas joyas
tiene que sumergirse en innumerables aguas,
sortear atroces peligros, arriesgarse.
Pero que entienda de antemano
que los tesoros verdaderos no son hallazgos de la voluntad.
Yo prefiero abandonarme al azar,
tal vez un día aparezca ahogada en buenas aguas.
Se le vincula con el dios Sol, Kinich Ahau)
El árbol de oro transforma la apariencia del paisaje.
Lo que nosotros llamamos naturaleza está ahí,
pero la vida del árbol le trajo un relieve,
una claridad que antes no tenía.
Crecen en sus ramas resplandores sin sol,
y sus altas luces obligan a mirar hacia arriba,
hacia la amplitud del cielo, que él,
con la delicadeza de sus hojas, resalta.
Su firme presencia
hace visible el espacio invisible del aire.
El espacio en su jardín
Lo visible y lo invisible
están en eterna contradicción,
y esta lucha tiene por fuerza
el poder de matarme lentamente.
El triunfo de lo invisible,
carece de espectáculo,
mientras incluso en la derrota
lo visible gana en notoriedad.
Si la brevedad es el signo de la vida humana,
el tiempo es asunto mío, también.
Y la roca gritó, otra vez
El mundo habla en lengua extranjera,
al tiempo que en él la voluntad se cumple
portadora de exilio y soledad.
Creo en los signos secretos,
en las llamadas sin responder
y en ciertos árboles abandonados
en la orilla equivocada de los caminos.
Si se desnudara lo original,
se reflejaría en la superficie de la tierra
y no en la cara teatral de lo humano,
estoy segura.
En medio de tanto ruido,
el grito ignorado de la roca
dice lo que otra vez preferimos no entender:
si esto es vivir, la muerte es un jardín florido.
El Danubio
Lo que pacientes elaboraron los años
no tiene título por ahora,
sólo un olor y un sonido que lo distingue
del tumulto de lo real y notable.
El Danubio que yo conozco
no lo frecuenta el mundo;
es el escenario de los últimos vasos de leche
que tomé gustosa de las ubres;
la cama junto a la cama de mis abuelos paternos,
que anhelaron encaminar su hacienda, y así fue,
y sembraron tres hijos en sus jardines.
En El Danubio pude ver hacia el universo,
y me atemorizó la imagen del infinito;
aquella aparición del vacío
que amenazaba con tragarse el mundo.
Todo lo que yo conocí en mis primeros años,
fiel a lo anunciado por mis visiones, desapareció;
y ahora cumplido el presagio, perdida la niñez,
los amigos tempranos, la casa en la que nací,
perdida la calle Felicidad para habitarla,
me sigue quedando El Danubio y su jazmín,
el naranjal, unos corrales,
y las cumbres nevadas de la Sierra:
es decir, un paisaje que se pierde
en el temor de perderse otra vez,
otra vez en lo definitivo.
Venecia
Para Silvia Favaretto
Quisiera capturar en vida tu imagen,
guardarla en la galería de mi mente,
desenterrarte del lugar donde te has refugiado
mientras aumenta cada día tu esplendor
y voy ciega a tu existencia.
Eres como un velo tendido sobre la arena,
toda transparencia y gravedad;
pareces tan tenue, tan serena,
tan desnuda de todo
salvo de tu gracia.
Me pregunto al contemplar las imágenes
grabadas en la laguna,
cuál es la ciudad real y cuál es su reflejo.
Poema auto-referencial
La que sin ser yo
No es otra
La de tirantes dedos para acariciar
El espino
Escribe
Pocos años Pocas horas
No menos de mil
No más de mil
Recoge
La herida de la tierra amarga
Para protegerse
De la orgullosa espesura
Sostenida por siete pájaros azules
Su soledad
No derrama pájaros
Árboles con amplias miradas
Antigua huella de adioses
Guardaron para ella la señal
Y las flores
Grandes triunfadoras
Le cortaron es suspiro inocente
Joven aún
No la conozco
Ella y yo
Dos manos de trazo libre
Para esquivar la espera
Dos pies en forma de pies
Para marchar al combate
Dos ojos
Que siempre miran recuerdos
Diosa y mujer
Nosotras
La felicidad, como tantas otras cosas,
depende de los reflujos de la mente.
Pero ese vaivén de la memoria lo gobierna el azar,
y por fatalidad he vivido dando rodeos
acercándome quizás, sin alcanzar lo memorable,
una y otra vez cayendo en lo peor de lo vivido.
¿Acaso la felicidad está en lo más próximo,
en lo que no es memoria sino llana realidad?
Si es así no hay esperanza
pues para llegar a lo más cercano
hay que transitar por el camino más largo,
que dicho sea de paso, es el más difícil.
La felicidad, como un legítimo tesoro,
espera en el fondo
de lo ríos más caudalosos de la memoria.
Sólo en esos acuosos mantos existe con pureza.
Aunque en tierras cotidianas contemos con réplicas exactas
dispuestas en vitrinas a precios caprichosos.
Si alguno codicia las auténticas joyas
tiene que sumergirse en innumerables aguas,
sortear atroces peligros, arriesgarse.
Pero que entienda de antemano
que los tesoros verdaderos no son hallazgos de la voluntad.
Yo prefiero abandonarme al azar,
tal vez un día aparezca ahogada en buenas aguas.
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