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martes, 17 de agosto de 2010

795.- SILVIA GUERRA

Silvia Guerra nació en Maldonado, Uruguay, en 1961. Es una firme activista del intercambio poético y una presencia frecuente en recitales de poesía. Ha publicado, entre otros libros: De la arena nace el agua (1987), Idea de la aventura (1990), La sombra de la azucena (2000) y Nada de nadie (2001).


Cloto

Afuera, en el cóncavo espejo que es Ahora
un fino entretejido se suspende: alguien
habla de dos, otros de cifras que son
inmensas cantidades.
La ascendencia se pierde en estratos
que no tienen demasiada importancia.
Se nombran los caminos, los pazos
los pequeños jilgueros.
Se camina sonriendo por la empinada cuesta
Con las botas sucias del barro del camino.
Se llenan los carrillos los rojos los sonrientes
de un aire
que ahí arriba se dice que es purísimo.
Y se habla de la guerra. Del color de la guerra.
Y aparecen los muertos, en fila,
con el plato vacío
me preguntan algo que no entiendo,
no entiendo qué me dicen
no entiendo qué hago ahí, por qué me siguen.
Y yo no sé qué hacer, y ellos, tampoco.




Láquesis


Es un prisma. Es un prisma que gira.
Es un prisma que fragmenta la luz,
la descompone.
Es un sueño la luz.
Es un sueño la luz que se repite.
Es un espacio verde, que se hiciera
Hay dos amordazados en la luz
en el preciso verde.
Gira una vez el prisma y se hizo tarde.
Gira una vez la luz y hay un zapato
suspendido en la esquina un montón
de arañitas verdes, casi transparentes
que caminan incendiándose el lomo
sobre una tela casi transparente
que no deja respirar a los que de una manera
casi transparente
empiezan a quemarse.
Afuera, alguien salta tratando de mirar
por la ventana un golpe apenas en el vidrio,
una marca de sangre.
Y es la luz, los irisados tonos de la angustia.
Crujiendo, desde la lluvia verde
Casi transparente.



*



En cruz, la cara. Y cabrío el resplandor sol
de planicie, de cóncavo acabado.
Enorme la extensión y esos espejos quietos
en trozos, que centellean una parte del cielo
hacia la nada. Evadida
se ahuyenta, indivisa
se vuelve
retenido fulgor
al surtidor de péndulo ubicado
tras la vara de sauce y una concentración
que a veces extenúa.
La voluntad, buscando entre rincones obtusos
obtener
líquido mineral que fluya que enamore
que belleza deje al descubierto en raíz,
en origen y en superficie ornamentada o lisa
atravesando el espesor
la espesura partiendo y encordada
quedando, la cara en cruz
No importa.



*



Una vez arrancada pediría
dos piedras, arboleda, dulce trino
Como la pana verde y dulce del manzano
Como el recuerdo de las cabras cayendo
hacia el abismo del desembarcadero.
Y la balsa que mecida abanicaba
aquella madre muerta
aquellos ojos quietos y pintados
aquella boca muda para siempre.
Si quisiera gritar ¿para qué muerte?







Atropo

Ni mía.
Ni de nadie. Nada.
Yescas, hojillas. Viento de hoja seca.
En la mañana azul, la blanca brisa
y el perverso anhelo
El ir queriendo, la cabeza la cara
con eczemas, al viento.
Baja por esa soleada correntada nítida y precisa
en el perfil, en el medio atroz de la figura.
El agua en la mirada que se enfrenta
y es un rostro sin alma
que se escapa para llenar ese otro rostro
de silencio para llenarlo con el hilo libado
de los sueños, en la niebla.
La sombra sin atrás, sin cuerpo que refleje,
la purasombra.
La sombra pura que maltrecha de sí logra
extenderse, asirse
sobre un suelo, cubrir la heroica superficie
agreste
Beber hacia el desierto como un canto
como un sonido
/largo,
una oquedad nimbándose desde el cobre central,
/dulcísimo
metal, que envuelva.
Y afuera entre las casas, dispersamente lejos
conjunto de hábitos, manteles, pequeños telares
enardecidos
de gardenias. Y afuera lejos, la tarde
que se curva las primeras estrellas.
¿Para siempre?



Pensarás, es el Báltico. Pero no.
Es la sombra y el ruido de marea esparcida
Y la pleamar que deja las huellas en la arena.
Pensarás ahora ese hueso frontal que si
estiro la mano no lo alcanzo, y sin saberlo
nunca extrañarás ahora como mi tacto entraña.
Y detrás de ese hueso la acentuación
sobre la cuarta sílaba simétrica en esas frases
de palabras largas. La subordinación.
La mar después de vuelta porque siempre
recordamos lo primero
que esparcido en la ávida penumbra, inunda.
Aún sobre el final, aún en esa parte angosta
de la cita, el paso el corazón primero vuelve.
El Báltico, primero.
Y no vas a saberlo, pero igual acontece
Esto de darse vuelta a la pared tratando
de dormir
Esto de darse vuelta y murmurar
"ahora tengo cuarenta"
Y afuera el mar inalcanzable, el rumor,
la marea la noche
Que murmura.



Sivia Guerra ,"Poemas", Fractal n° 18, julio-septiembre, 2000, año 4, volumen V, pp. 155-159.


Busca entre las zarzas tu enemiga
búscala y elígela despacio
la roja morada negra Mora
espérale el negror al justo punto
estando quieta mírala crecer
Madurar de su Sangre y Allí cuando esté
en el momento coloreada ya apenas
se muevan las hojas espinosas con la brisa
baja tu cabeza hasta la zarza
pon debajo de su fruta tu boca hecha de aguas
y aprieta su pulposa Negrura entre los dientes.

loba negra

Anhelo La bagatela de los pies enfundados
y turbios la bagatela de querer o no querer
el miedo entre los terrones de una florida tierra.
Salir de este tramposo maleficio con el canto
del hacha, abrir el día. La circunspecta puerta
de parodia partirla en dos hacerla añicos.
El filo de costado la mansedumbre del querer
perverso entre los tules el dedo que ligero
traza del manantial lo quisquilloso. Brillar
desde esa pequeña correntada. Atravesar
del campo lo compacto del silencio lo oscuro
de la trampa desde ese lado, estar.



Animales del mundo

La arcada por escote. Gime y dime dónde.
Bajo cualquier sospecha bajo los disminuídos
copos bajo la brisa aleve que cae del Desde,
que cae como el aceite que escanceaban
los brutos, en el patio del cuento. Así curados
en el barro de su tinta, así en quietud
que permanecen y parece no altera su apariencia
de camastro, su apariencia de ser. Dime por qué.
La fibra nerviosa que tú viste en la ingle
que viste que fulgura incandescente.
La línea que el pez sigue del cardumen, esa tampoco
alcanza entonces dice: oso. Oso por animal
por pelambre profunda por animosidad
al siglo que atempera. Oso, por piel que
el invierno no pesa, sobre carámbano pendiente,
sobre cueva inmantada de azuleno que ingrata
desvaría y se pierde en lo blanco, entre lo blanco.
Parecido de mí. Parecida la luz el nervio que lo
enciende parecido el filo que levanta el tendón,
y ahora dirás la mojadura de esa nube y ahora
dirás ¿ de quién? siempre por verse, mientras
en el patio se prepara una liturgia se esconden
los amantes el aceite los fueros en legajos
las leyes en paquetes de yeso, se esconden
los ladrones, la misericordia en platos llanos
de lata ennegrecida. Así, guardar la lluvia,
la arrastrada penuria de seguir, el tiento
entre los dientes la supurante cara, ir el polvillo
del agua por el pelo y la transpiración de la partida
del dolor de salir el aceite que inunda el intersticio
y tú llorando maldiciendo pingajos cueros
de lagarto y mulas. Mulas a los flancos entre
los brazos largos entre los montes que perfumes
exhalas y decir; de ahí no me llevo. Montes
y matas que no se diferencian y está la diferencia
en el terciar, de amor ingrato. Y está la diferencia
en la distancia rapaz por convergencia aro por
verse reptil en la codicia, lujuria del mandril
por liso acero si en la entrega la muerte
se volverá infinita, mandril alcoba carne
de la tullida. En el plato de lata la sobra
de la dicha resplandece.




Antes, después

Avenir de lo oscuro, oscuramente un golpe,
sordo en lo Abreviado de alrededor que llega:
como un mar, como verso, como
Recuerdo antiguo y propio, como olor
de la infancia.
Y el color que lo invade, siempre invade
entre intersticios
Del tiempo en la tez en el aire, en las ínfimas
Líneas que circundan los ojos. El color del otoño
desaprensivamente, la mano por la espuma
ante el diluvio.
Así la mar se torna en femenino oceánica
y los barcos Nocturnos sobre el capote de la sombra
crecen se agigantan y
Tratan de hacer visible algo en el recuerdo de alguien,
Se esmeran por llegar por llevar o traer,
sólo en los filos laterales
Del viento
Se vuelve a gota, a primera inocencia.



La fina malla metálica restalla
La ficha al caer -qué cosa esta-
De pronto entre las bruces
¡albricias! Hermanas de recinto
Humedecida en el relente de la
Noche ¡oh! Todavía alentaba
una secreta esperanza aleteando
de trasmallo ahí delante:
“la Calceta no será mi ruina”
Dejemos el paquete puesto al
Costadito, ah! El almidón que
Abrocha esa camisa escapa
Distrayendo la tarde, y sí
Oteando el horizonte dulce
Dulce aún guardo esa cadena
Que en vaivén a tanta abanicaba.
Adiós! Adiós! Hoy quedo en casa
Quieta, pensativa ¿tiramos los pañuelos?

***

***

La Ofelia de Millais

Para Elías Uriarte
Para Verónica D`Auria


El tálamo es un agua oscura y verde que parece
que tiene transparencia.

Aquí yace la bella entrecerrados ojos que
dan cuenta de un vidrio milenario.

Las flores esparcidas por el agua están
tan frescas como si estuvieran vivas, y no

se aprecia bien si algunas de las floridas ramas
no caen de los arbustos de la orilla. Hay piedras
en el fondo y el vestido se borda dorado
con ramaje y con borlas que también
son flores empastando el entorno
de una inigualable primavera. El verdor
se trastoca hacia un azul de Prusia leve,
como bajo, que campea por la escena
dando una pátina de aire oscurecido.
¿Qué hora será en esta descripción?

La luz, oblicua sobre un sauce, también
tiñe unas varas acuáticas y el rostro
de la muerta envolviéndolo todo
en una atmósfera extendida hacia esa misma
luz que lo ilumina.

¿En qué momento suspendido de hojas
y de flores y de rostro expuesto
se expone esta visión?

El rostro de reseda, los labios entreabiertos,
los ojos leves, las manos hacia arriba de palmas
extendidas. Hay un ligero corte en la línea
del brazo que sobresale de la línea del agua.
Las palmas extendidas de ese modo,
¿piden, esperan recibir, preguntan?
Metálico el vestido – de oro recamado-
el pelo extenso a ambos lado del cuerpo
que empapado se esboza y sobresale en partes:
el rostro, tan de seda y de cera por el que todavía
campea un color, un rubor de la vida una minucia
de aire entre los labios, el blanco cuello, el torso
hasta los senos insinuados; la cintura la pelvis,
pierden bajo el agua. Y sobre las piernas vuelve
a flotar el vestido – un poco inflado de aire y agua,
se confunde con fondo o con orilla- sobre el oro
crecen hojas y unas rosas abandonadas
de guirnalda.

Hay una comunión entre la luz, las hojas y las flores,
Ofelia muerta- las manos hacia arriba, los ojos
y la boca entreabierta- el agua. Hay algo
de expectante que se extiende e inquieta
por la luz y la pátina del aire, por lo vivo
y lo muerto, por el instante en suspensión
que se ofrece y la fuga pertinaz del que
el entreabierto ojo da cuenta.

***

***

En el tardío estadio de la tarde
un metal vibra: anuncia en su
tañir el plañir, sostenido.
Vendrá como esa aurora
que detrás de la sombra
se insinúa. Y todo el aire
quieto estremecerá los músculos
sutiles, el vago humor
la ahorta en preferencia
vástagos entremeses nervaduras.
Algo de humano en esto se perfila
y guarece un manantial, oculto.

***

***

Viento

La puesta en escena cambia levemente
de acuerdo
a las ínfimas variantes que puede haber
en el espectro solar dado en la trama
de la misma hora, en de luminosidad.
Él impertérrito, siempre juega de as. En unos días
–serán capaz cien años- una sucesión
más bien larga de días- de ella quedará
algún hueso disperso,
con suerte una mano entera falange
a falangeta sin que se haya
perdido parte alguna. Las cosas se mantienen
por años a veces
y de golpe, se rompen. En un instante todo aquello,
no está. Los provectos gritos proferidos
en ángulos caseros, el giro
sobre el eje de la espalda, el aire mismo.
No se aguanta. Se despeñan
las rocas, los brazos en alto, la marea rugiente
bajo el cielo de fuego.
Claro que ya nada será igual. Se sucederán las
estaciones, tiempo de florecer ahora y ella no
alcanza a distinguir las hojas nuevas en esas
copas rojas. Hubo un jardín,
un dibujo anterior papeles trasiego de materiales
trabajo de mulas agobiadas. ¿Para qué?

Y aparece y desaparece con la pálida
luz de la mañana,
en medio de la noche, porque así son las cosas.
Todo cambia,
es cierto. La luz nunca es la misma al
final aunque las horas sean las mismas y la capa
del cielo pueda anotarse igual en la libreta.
Sólo una vez será esa vez, reza en la base
de la tumba quieta.
Y no, ¿quién quiere aventurarse en ese
campo ardido?
“Si tiene que suceder sucederá”.
A veces no, tampoco.
Tenía que suceder, pero pasó un avión.
Una catástrofe natural,
un plan agrario. El amor es mental.
Es un invento que gira la obsesión y
hace que mude
en un polvo plateado, reverberante si se mira
al trasluz.

Golpea adentro de ese cofre de hueso
que se llama cráneo.
Se da entre ahí y mientras me escabullo
en flores de capulí,
hacia adentro,
asoma la palabra fuyir, en una lengua ida,
en muchos años. Entonces
puede despertarse en el borde del acantilado
muerta de sed en el lugar de la pregunta.
Hay que salir de ese lugar que es trampa,
traspasar la fiambrera
no mirar para atrás. No alcanza.
De todo esto, nada,
nada alcanza. No sirve para nada lamentarse,
llorar,
lamentarse y llorar . No sirve repasar con nitidez
reconstruyendo los minutos el hálito inmediato,
la reconstitución,
tampoco.
Sí, a mucho de eso es a lo que llaman vida.

Así que ni hablar de que la compunción
mantenga la posición fetal.
Tampoco alcanza con estirar la piel
de extremo a extremo para hacer
un tambor, que vibre la membrana
y que acuda al oído.
“No es esto lo que quiero,
pero sí, ese es el cuerpo que todas
anhelamos” no,
mariposa. En el sueño aparecía vestida
de celeste la tristeza
y rezando decía: “Ahora que tengo todo
lo que falla es el tiempo”.
Era horrible ese cuadro. Con las manos
cruzadas, la tristeza
lloraba por el rostro arrugado. ¿Y la torre?
En la torre pasaba algo que tenía que ver c
on lo que huye.
Era desmoronarse para volver de cero
a hacer el barro. A construir
desde la galería. La gravedad tiene su peso
y tira. Pero entre tanto
alguien canta en la noche, alguien toca
una flauta.
¿Y qué se puede hacer?
Tampoco los recuerdos,
porque no son los mismos,
No están fijos, se mudan entre ellos,
se covierten a sí mismos
convencidos de que fueron otros,
olvidan las palabras
y lo único que se logra es andar
trotando en paralelo. Entonar
la salmodia introduciéndole
algunas variaciones. Variar
sobre la nota, la congoja se salta
de la línea y si llega a
encontrar un pájaro en el aire la pluma
se puede volver oro. Ah!
El oro de la pluma! ¿Y dónde estaba escrito
lo que no se podía?
¿dónde decía que la constelación
no era posible?
En ese momento darse cuenta
del largo de las cosas resulta algo
impensable: “es tan corto el placer
y es tan largo el dolor”
también puede ser que no importe
lo que pase después, que sea
el presente en el grado de óptimo,
el de instante supremo, en el cenit
y el cielo- la promesa- será otra cosa más;
pendiente.

El resto, ese silencio, urdirá entramados
dirá cosas pensará en que los modos
no fueron los correctos. Vendrá la historia,
que escribe con las ruedas
y deja el macadam debajo, haciendo
que se escuche como fondo de alambre
entre la greda, el rumor de pasar.
Y la historia también tiene su cuota
la que toca de una manera u otra,
la que da cuerda a un perro,
al viento, la figura de un perro avanzando
en la contra.
El cielo tendrá miles de gotas,
de chaparrones grises o acerados,
el mar será testigo de las partes
son los pastos doblándose
los que aguantan el viento.

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