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lunes, 16 de agosto de 2010

778.- SOLEDAD CASTRESANA

Soledad Castresana. Poeta argentina. Nació en La Pampa, Intendente Alvear, 1979, y hace diez años que vive en la ciudad de Buenos Aires. Es licenciada en Letras por la Universidad del Salvador, donde dicta clases en la carrera de Letras. También se dedica a la docencia del español como lengua extranjera y colabora con diferentes revistas literarias.Publicó el libro de poemas Carneada (Alción, 2007), al que pertenece el poema publicado.




TÓTEM

el sol exprime las sombras
un niño acecha
entre los pliegues del bosque

por el tajo que lo abre al costado
respira una liebre
le quema la carne debajo del cuero

hay que curar
para siempre
al que sufre

cada golpe retuerce
cada músculo
contraído
se estira

arden las axilas
la espalda se moja

un susurro de gusanos
sacude las raíces del pasto

el hocico se dilata
pero el aire cuando la sangre
invierte el camino y se ensucia

queda la piel empapada
la carne molida debajo del cuero

el niño deja el palo
corre a la laguna

se esconde del sol
como del ojo de la siesta

(de la Antología Emergente
-escritores pampeanos-
Selección de Sergio de Matteo)




COMPORTAMIENTO ANIMAL - I -

Mi sexo mandaba señales a los sentidos
a mis espaldas mi sexo
rebalsaba a los costados.
Yo frotaba las muñecas entre sí.
Orgías de peluches.

Los caballos copulaban como los perros
y los novillos montaban novillos
para mirar más lejos.
Parece que desde el corral
no se ve hacia afuera.

Los eucaliptos se restregaban
contra los hongos contra los musgos.
Las violetas rastreras,
contra la puerta de la capilla.
Las campanas sonaban
a sexo a mis ojos.

Entrábamos en puntas de pie
para que el cristo
desnudo en la cruz
no levantara los ojos.




advertencia a los que se pierden por deseo

para no llorar
Capitán prefirió
que le arrancaran el ojo

moscas verdes
le copulaban la cuenca

yo sí lloraba

papá se acercó
con la navaja

el ojo era chiquito
en su mano de héroe

el perro no se movió

sostuvo la mirada del filo
mordió el aullido

nunca dejó que le taparan el hueco




charco en calma

arde la lluvia
si roza las rodillas
la huella de las chalas
la marca de la hoja

empecinadas las ortigas
se niegan al peso del agua
sus aguijones inquietan
el ritmo hostil de la cintura

el rebenque
lastima la calma del charco

sudor de mujer y de yegua
confunden el cuero

la hembra
de cara en el barro
busca el sentido del tacto

cerdos y gallinas
deshacen los rastros





la suerte del que come

un pollo salta
va dejando sobre la arena
el rastro de sus tripas
la sombra tibia de los órganos
que insisten

cada paso lo ahueca

cuando queda vacío
huesos y plumas
cae
sobre otro pollo rendido

en un rincón del gallinero
con la cloaca del ave
todavía entre los dientes
el perro se relame

no conoce
la suerte del que juega
con la comida del amo





el juego

no saques los ojos
de la sangre que brota
del costado abierto de tu cabeza

no dejes de mirar
la oreja que te cuelga
una tira de piel
en la maraña de tu pelo

si no hubieras estado sola
alguien habría escuchado
el ruido de tus huesos
si tus labios no hubieran estado
pegados a su paladar
hubieras gritado
si no hubieras sentido
sus dientes en el cuello

mirá
el perro te espera
lamiendo tu charco
para que sigan el juego





un paseo por el bosque

el galope astillaba la siesta
las ramas herían
los costados de la yegua
el caballo aplastaba violetas
caían las moras

—vos ¿te dejarías?
los párpados fijos
duros los ojos
—bajate la bombacha

ella
que todavía
no llegaba a los estribos
no dijo nada
aunque las ortigas
le quemaban la espalda



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