Soledad Castresana. Poeta argentina. Nació en La Pampa, Intendente Alvear, 1979, y hace diez años que vive en la ciudad de Buenos Aires. Es licenciada en Letras por la Universidad del Salvador, donde dicta clases en la carrera de Letras. También se dedica a la docencia del español como lengua extranjera y colabora con diferentes revistas literarias.Publicó el libro de poemas Carneada (Alción, 2007), al que pertenece el poema publicado.
TÓTEM
el sol exprime las sombras
un niño acecha
entre los pliegues del bosque
por el tajo que lo abre al costado
respira una liebre
le quema la carne debajo del cuero
hay que curar
para siempre
al que sufre
cada golpe retuerce
cada músculo
contraído
se estira
arden las axilas
la espalda se moja
un susurro de gusanos
sacude las raíces del pasto
el hocico se dilata
pero el aire cuando la sangre
invierte el camino y se ensucia
queda la piel empapada
la carne molida debajo del cuero
el niño deja el palo
corre a la laguna
se esconde del sol
como del ojo de la siesta
(de la Antología Emergente
-escritores pampeanos-
Selección de Sergio de Matteo)
COMPORTAMIENTO ANIMAL - I -
Mi sexo mandaba señales a los sentidos
a mis espaldas mi sexo
rebalsaba a los costados.
Yo frotaba las muñecas entre sí.
Orgías de peluches.
Los caballos copulaban como los perros
y los novillos montaban novillos
para mirar más lejos.
Parece que desde el corral
no se ve hacia afuera.
Los eucaliptos se restregaban
contra los hongos contra los musgos.
Las violetas rastreras,
contra la puerta de la capilla.
Las campanas sonaban
a sexo a mis ojos.
Entrábamos en puntas de pie
para que el cristo
desnudo en la cruz
no levantara los ojos.
advertencia a los que se pierden por deseo
para no llorar
Capitán prefirió
que le arrancaran el ojo
moscas verdes
le copulaban la cuenca
yo sí lloraba
papá se acercó
con la navaja
el ojo era chiquito
en su mano de héroe
el perro no se movió
sostuvo la mirada del filo
mordió el aullido
nunca dejó que le taparan el hueco
charco en calma
arde la lluvia
si roza las rodillas
la huella de las chalas
la marca de la hoja
empecinadas las ortigas
se niegan al peso del agua
sus aguijones inquietan
el ritmo hostil de la cintura
el rebenque
lastima la calma del charco
sudor de mujer y de yegua
confunden el cuero
la hembra
de cara en el barro
busca el sentido del tacto
cerdos y gallinas
deshacen los rastros
la suerte del que come
un pollo salta
va dejando sobre la arena
el rastro de sus tripas
la sombra tibia de los órganos
que insisten
cada paso lo ahueca
cuando queda vacío
huesos y plumas
cae
sobre otro pollo rendido
en un rincón del gallinero
con la cloaca del ave
todavía entre los dientes
el perro se relame
no conoce
la suerte del que juega
con la comida del amo
el juego
no saques los ojos
de la sangre que brota
del costado abierto de tu cabeza
no dejes de mirar
la oreja que te cuelga
una tira de piel
en la maraña de tu pelo
si no hubieras estado sola
alguien habría escuchado
el ruido de tus huesos
si tus labios no hubieran estado
pegados a su paladar
hubieras gritado
si no hubieras sentido
sus dientes en el cuello
mirá
el perro te espera
lamiendo tu charco
para que sigan el juego
un paseo por el bosque
el galope astillaba la siesta
las ramas herían
los costados de la yegua
el caballo aplastaba violetas
caían las moras
—vos ¿te dejarías?
los párpados fijos
duros los ojos
—bajate la bombacha
ella
que todavía
no llegaba a los estribos
no dijo nada
aunque las ortigas
le quemaban la espalda
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