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sábado, 14 de agosto de 2010

756.- ROBERTO MUSSAPI

Roberto Mussapi (Cuneo, 1952) reside actualmente en Milán.

Entre sus libros de poesía cabe mencionar Luce frontale (Garzanti, 1987), Gita meridiana (Mondadori, 1990), La polvere e il fuoco (Mondadori, 1997), Antartide (Guanda, 2000), Il racconto del cavallo azzurro (Jaca Book, 2000) y La stoffa dell'ombra e delle cose (Mondadori, 2006).

Como dramaturgo, ha escrito obras que combinan el verso y la prosa.

Ha traducido, entre otros, textos de Robert L. Stevenson, Herman Melville, Pearcy B. Shelley, Derek Walcott y Seamus Heaney.




EL GORRIÓN DE LESBIA

Mi corazón se apagó en su palma,
aleteando entre muñeca y brazalete
y me fui, al limbo
de los no humanos, los pobres mensajeros del cielo.
Sentí que me apagaba como en ellos el cerebro
al atardecer se duerme, sin saber
si habrá otro despertar.
Era pequeño.

Rogó él, que no tenía dioses en los que creer.
Al desmayarme vi los ojos de Catulo
desorbitados y abiertos por el flujo de las lágrimas.
Las tenebrosas divinidades tuvieron pena,
el llanto de los Cupidos y de las Venus
surgió espontáneo como había rogado el poeta.
Sentí que mis pequeñas alas volvían a despertarse y vibraban
y volé, inconsciente, incólume,
atravesé el umbral que conducía al jardín,
rocé el estanque de las lampreas y de los múrices,
mientras volaba vi la morena durmiente,
luego todo cambió, entré en el tiempo,
la muela que oprime a los sublunares
que tienen almas individuales y meridianas,
y escriben palabras con tinta.
Las alas húmedas por la palma de Lesbia
aún calientes del último nido
en mí, o en el aire, las palabras de Catulo,
“animula”, había dicho, “tierna vida”,
la mía, que se desvanecía entre sus dedos
rozando los de la mujer amada.
Pero cayó en el error del poeta,
que perdurar en este mundo es un don
como si no fuera un ser vivo sino un pensamiento,
antes página, voz impresa, piedra escrita.
Habría preferido apagarme entre sus dedos
en la última cuna sin canto ni voz,
antes que sobrevivir a amor y fin,
viendo a Lesbia morir, marcharse,
leer la fecha de nacimiento y muerte en una lápida
del gran Catulo, que me dio la vida.
Para estar aquí, ahora, en el ultratiempo terrenal
sólo para cantar a plena voz el fin
de los cuerpos que se abrazan con furia y sudor,
aquí, en la cima de la torre antigua
gorrión solitario, a un tímido amigo
que el tiempo que nos ilusionó en la tierra tendrá fin
y Lesbia, y Catulo, y Leopardi, en un suspiro
y la ciudad de Roma y los fatigados papeles,
me ordenarán que siga cantando.






PALABRAS DEL ZAMBULLIDOR DE PAESTUM

Yo soy el alma de tu padre, el zambullidor:
te he seguido cada día, estoy a tu lado,
conozco como entonces tus zonas de sombra,
el lenguaje de los movimientos trazado por tu cara,
nada ha cambiado desde entonces, en este sentido.
Esto es lo primero que he descubierto,
lo primero que quería decirte: no cambia la percepción
de tus momentos, como no cambiaba
de noche, en el sueño, o por la distancia.
Sé que este soplo mío (desde el fondo del agua,
entre las anémonas)
será para ti como mis palabras de antaño:
que te infundían memoria y valor,
más que el vino o que una mujer que te mira.
Mi primer descubrimiento, la primera verdad es que nada
se rompe en el secreto del alma.
El resto es confuso, es pronto
para intentar contarte,
corales, anémonas, vidas que se dibujan con un movimiento
de agua y se disipan al instante.
No todo es luz, transparencia, silencio,
galerías de oscuridad, respiraciones contenidas, luego voces
que inhalan en mí como si hablase.
Me deslizo hacia un fondo cada vez más distante
y siento que una luz sumergida me llama desde oriente:
no sé dónde acaba, por ahora,
no sé qué es, pero sé qué amor
la mueve y determina su respiración.
De este viaje hablaré más adelante,
cuando la experiencia sea conocimiento,
puedo hablarte de cuanto he dejado,
sobre la superficie azul de las aguas,
entre las arenas blanquísimas, las palmeras,
la sombra de los olivos, el vino
vertido de las ánforas:
ama la tierra rosa en el ocaso,
sumérgete en el mar para jugar, como un tritón,
saborea la fruta, el pan, bebe y come,
escucha las risas de las muchachas,
busca su boca, ríe y desespérate,
agradece cada día tu país resplandeciente.
Yo no soy tu padre sino su alma,
no soy aquello que vivo sino recuerdo,
la ribera, la piscina, los colores que forman
el extraño dibujo de la vida mortal.
Vive en esa cerámica deslumbrante y espera
cuanto sabré decirte más adelante, al final del viaje.
Pero ahora que duermes como cuando en una cuna
parecías buscar los secretos del mundo,
ahora que tienes las espaldas más anchas y los cabellos más ralos,
escucha las palabras de mi alma
no sé mucho de ella, de mí misma,
(es pronto, hijo, no conozco bastante,
apenas he comenzado, estoy nadando),
no pienses en mi cuerpo (es tarde,
perlas, los que fueron mis ojos,
y mis labios reducidos a corales),
pero conozco su matrimonio,
cuando vivían al unísono en el mundo
y yo, el alma de tu padre, el zambullidor,
te entrego sólo esta experimentada certeza
(desde el fondo del abismo, en el escalofrío de la zambullida):
que también el hombre puede amar eternamente.





AS TEARS GO BY, OFELIA

A Marianne Faithfull

Luego fueron sílabas aquellas que habían sido palabras
y versos que me desgarraban la garganta,
pedazos, grumos de vozsangre
de toda imagen que antaño había sido,
ahora perdida en el fondo bajo arena vidriada.
E inhallable como quien es mudo
de golpe y con la voz su mirada ha perdido
por un dolor que sólo puedes intuir
en esa córnea de repente vacía,
o como de golpe a ciento sesenta en un túnel
con el pie hipnotizado en el acelerador
y yo, yo, lengua quebrada, yo, ahogada.

He interpretado a Ofelia, conozco la locura,
y sé que te golpea por exceso de amor,
cuando tus ojos no sostienen una silla
si ves en su paja las tramas de oro,
y el aura de aquella cátedra y su luz,
y los beatos que se posaron en inconsciente plegaria,
si tiemblas por una persona que se sienta
y se acerca al centro del fango y de los grandes ríos,
y sé qué significa exceso de amor,
cuando aquel al que amas se disipa y calla,
o no consigue responderte, y tú mueres,
por extinción, deshidratada en piedra.
Yo estoy ahogada en la charca y subida
entre hojas caídas, muertas y siemprevivas,
desde el fondo limoso subiendo a la luz,
desde el fondo he encontrado génesis y amor,
ahora que vuelve a ser mía, en mí, mi voz,
nada que pedir, subir despacio
como la linfa del cálamo a la flor
después de ser estrangulada por el invierno y por el hielo
entre hojas podridas, y el rito humoral
asciende a los campos y al oro de las gavillas
entre casa y casa, entre las luces y las calles.
Conozco la locura y estoy ahogada,
y ahora sé que era solamente amor.




SAILING FROM VENEZIA

Esto es el cristal, se hincha
con el soplido, coge la forma de la respiración,
todo lo que tintinea, que ríe, fue soplado,
sientes los labios del hombre en el borde del vaso,
he aquí porque ríen así, las muchachas,
con esas voces argentinas, de brindis,
eso es el cristal donde todo espejea,
el canal, mira, la ciudad reflejada,
los cimientos en paz con las aguas,
como una flota detenida en un océano
de cristal y de silencio,
esto es el parabrisas, en agosto,
los mosquitos aplastados, la prueba del viaje,
del pie en el acelerador, de la noche,
lloverá, el tiempo será marcado por el limpiaparabrisas,
los párpados palpitan con el ritmo de la respiración,
se abren inspirando,
desde allí yo veo el mundo.




LLANURA

Tengo angustia de la llanura, en mi corazón
evoca el mar inmóvil y desanimado
de la bonanza, cuando no sopla brisa
y las velas cuelgan como vampiros por la mañana.
Recuerdo las dunas del desierto, las extensiones,
las largas caravaneras y el lento paso
al mundo de los tártaros, al oriente lejano:
allí fui consustancial a la llanura,
al descenso hacia un continuo ignoto.
Y en mí vive también el viaje de los Magos,
montes llenos de nieve, luego altiplanos,
y largas extensiones lisas donde se posaba el cielo.
Y luego el viento y las olas crestadas,
allá, allende Gibraltar y Cabo de Hornos, hacia Occidente,
en los mares donde el sol se ahoga y muere.
Fueron pesadillas los días de llanura,
mar sin alma, cielo sin aliento,
y nosotros inmóviles sobre la toldilla, como expiando.
Se convirtió en un atlas, aquella aventura:
todo fue allanado y extendido,
nada quedó desconocido.
Así murieron deseo y amor
mientras el dibujo del mundo se cerraba.

Luego, desde la oscuridad y desde el vacío de la bodega
descendimos a las cavernas y tocamos la luna,
el fondo, el origen de la sangre y de la especie,
y allá, en lo alto, hacia las estrellas y el cielo.

Ayúdame a volver a la llanura,
a creer que no ha muerto la aventura
incluso allá abajo donde el tiempo se ha estirado, ahora que el horizonte no me angustia,
ahora que sé que no sé,
que estoy de nuevo sucio y en la calle,
que he aprendido otra vez a llorar y a rezar.








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