En Ajeno, (2007).
Ecorché, (Eclipsados, 2009).
Claudia tiene las manos tan pequeñas
y la mirada tan triste
Una niña permanecida en el asombro.
Intuye, en su pequeña mano,
una línea que le habla de muerte.
Y se acerca la mano hasta la boca
y la lame como una caricia.
Y no lo sabe, pero ya la espera.
Sin miedo.
Si en la medianoche
parecen sus pechos más grandes,
si las areolas más oscuras
-como oscuras son
ciertas horas, ciertos misterios-
Si ella te habla con otra voz
o descubres en sus pupilas pardas
ribetes de tinta verde que te asustan
es que me colé en su cuerpo
para dormir a tu lado
(Pertenece al libro En Ajeno, de Chorrito de plata, ya para enero de 2007)
Lo peor no es cuando sube la fiebre
-tengo zumo de naranja en la nevera-
Ni cuando las sábanas sucias
por desidia. Lo peor
no es ni siquiera el silencio roto
de la televisión y la radio.
No, por supuesto,
la soledad que busca estar sola.
Lo peor, que una madre,
a miles de kilómetros de océanos atlánticos,
le diga a tu contestador: Eres lo mejor
que hice en esta vida. Con nadie
poder festejarlo.
Ático calle Corona de Aragón, 2002
Hundidos en el fondo
de aquel igloo de tabiques transparentes,
armándonos de valor para ir al baño,
armándonos de valor para sacar los brazos desnudos de la cama.
Pero nunca necesitamos valor
para pasear nuestros tacones de aguja
por las cornisas desahuciadas.
El alcohol y la desesperada juventud
lo hicieron todo - casi todo --.
Nos reventaron las vejigas
y terminamos sangrando orina
por los conductos lacrimales.
Eso, y una fama decadente y provinciana,
lo que nos ha mantenido con vida
hasta la fecha.
Tendrías que haber muerto entonces
atravesada por la lluvia.
Hace meses que no me tiro por el balcón
ni me corto las venas,
pero hace tiempo también que no leo una página
que me persiga en sueños,
ni escucho una voz, tu voz,
aunque tú varíes
y me estremezcas desde otros cuerpos que no son ya el tuyo.
Hace tiempo que las lágrimas -¿por fin?-
parecen haberse serenado.
La máquina está satisfecha.
(todo esfuerzo ha redundado en beneficios)
Pero las orquídeas ya no más
son el cruce de la flor y la serpiente
y el alma se aburre;
acostumbrada como estaba a los infiernos,
tras un breve descanso
¿ya no es posible el retorno?
Si se han apagado las brasas...
da terror pensarlo sólo.
Me asusta un saltamontes en mi sueño,
erguido en las cenizas, frotando su silueta al infinito
(en una tarde tan en calma)
RENCOR
Puedo enamorarme de un alguien equivocado
y regresar las madrugadas del sábado noche
ebria de siluetas confundidas.
Puedo amar un olor agrio y enfebrecido
y enredar las sábanas y doblarme de angustia,
andar las calles de Zaragoza buscando puñaladas.
Puedo, a causa de un amor tierno y obsceno,
suicidarme los domingos,
y ahondar en un estómago lleno de vértigos malsanos.
Puedo amar a unos ojos que devuelvan tibia neutralidad
y aspirar bocanadas de nada para mantenerme con vida.
Puedo amar, sentir que muero.
Pero tú.
POEMAS (*)
La mujer del sombrero, oblicua sobre la tierra,
mastica las hojas de un libro.
Busca un adjetivo
que cubra con otra piel
su desnudez de asfaltos y gris.
La mujer del sombrero levanta una piedra
y allí,
la vida:
suaves al tacto,
brotan de la tierra y se retuercen los gusanos,
se doblan sobre sus propios cuerpos cegados por la luz
pálida
de un amanecer estancado en abril.
Habla la mujer del sombrero
y sus palabras caen,
se hunden,
se anestesian:
lacer, ernura, mblor.
Las letras se retuercen en el fango.
Suaves al tacto, se doblan sus cuerpos,
y calla la mujer del sombrero.
Y lentamente
se pudre.
Habla de la realidad
desde la cuenca vacía de un ojo cubierto
por la gruesa tela de un parche.
Negro.
Y el parche se inflama y se diluye en los recovecos
de una piel muy fina
respirando el humo y las sombras de un bar que nunca cierra.
Habla y surgen de la noche cadáveres y es
la realidad que se dobla e inflama
mientras el alcohol nos acerca y aleja del terror
a descubrir lo que se oculta
tras las puertas batientes del olvido.
Habla de la realidad,
y yo, la mujer del sombrero,
comprendo que habré de escapar de esta quietud,
del aliento inodoro de las ficciones que pueblan mis noches,
de una juventud que parece no acabar nunca y se prolonga
y se burla de mi incapacidad para enfrentarme a la vida.
La misma ventana en cualquier otra pared de un hogar
que por llamarse así
nos acoge con su rumor de objetos desolados
cuando aprieta la nostalgia.
En cualquier otra pared,
esta misma ventana a través de la cual
habla el largo cauce del Ebro como arruga en el tiempo,
sería horizonte
virgen a mis ojos cansados.
Lo mismo hubiera sido
cambiarle de marco,
orientarla hacia el punto cardinal contrario,
títulos distintos
para el mismo poema.
Lo que me atrajo y de lo que huí
ya no están sentados a esta mesa.
Te busco en las palabras.
Sin embargo, las palabras sólo te explican
desde un instante.
Incluso mientras las pronuncias,
cambias;
te escuchas a ti mismo y no estás conforme con lo dicho.
Y cambias.
Y yo,
me quedo como una idiota
analizando el discurso
de un hombre muerto.
La derrota en sus ojos
no es un reflejo de las ciudades
en las que ha vivido,
no el resultado de su trato
con otras miradas.
Ni siquiera es desgaste
por tiempo o decepción.
Esta tristeza
sólo es su punto de vista
y mi lectura.
(*) Son poemas pertenecientes a Ecorché (Eclipsados, 2009): La mujer del sombrero, oblicua sobre la tierra..., Habla de la realidad ..., La misma ventana en cualquier otra pared de un hogar..., Lo que me atrajo y de lo que huí... y Te busco en las palabras..
Ha participado en algunas antologías como El viento dormido (Eclipsados, 2006) o Voces del Extremo (Fundación Juan Ramón Jiménez, 2006).
Claudia tiene las manos tan pequeñas
y la mirada tan triste
Una niña permanecida en el asombro.
Intuye, en su pequeña mano,
una línea que le habla de muerte.
Y se acerca la mano hasta la boca
y la lame como una caricia.
Y no lo sabe, pero ya la espera.
Sin miedo.
Si en la medianoche
parecen sus pechos más grandes,
si las areolas más oscuras
-como oscuras son
ciertas horas, ciertos misterios-
Si ella te habla con otra voz
o descubres en sus pupilas pardas
ribetes de tinta verde que te asustan
es que me colé en su cuerpo
para dormir a tu lado
(Pertenece al libro En Ajeno, de Chorrito de plata, ya para enero de 2007)
Lo peor no es cuando sube la fiebre
-tengo zumo de naranja en la nevera-
Ni cuando las sábanas sucias
por desidia. Lo peor
no es ni siquiera el silencio roto
de la televisión y la radio.
No, por supuesto,
la soledad que busca estar sola.
Lo peor, que una madre,
a miles de kilómetros de océanos atlánticos,
le diga a tu contestador: Eres lo mejor
que hice en esta vida. Con nadie
poder festejarlo.
Ático calle Corona de Aragón, 2002
Hundidos en el fondo
de aquel igloo de tabiques transparentes,
armándonos de valor para ir al baño,
armándonos de valor para sacar los brazos desnudos de la cama.
Pero nunca necesitamos valor
para pasear nuestros tacones de aguja
por las cornisas desahuciadas.
El alcohol y la desesperada juventud
lo hicieron todo - casi todo --.
Nos reventaron las vejigas
y terminamos sangrando orina
por los conductos lacrimales.
Eso, y una fama decadente y provinciana,
lo que nos ha mantenido con vida
hasta la fecha.
Tendrías que haber muerto entonces
atravesada por la lluvia.
Hace meses que no me tiro por el balcón
ni me corto las venas,
pero hace tiempo también que no leo una página
que me persiga en sueños,
ni escucho una voz, tu voz,
aunque tú varíes
y me estremezcas desde otros cuerpos que no son ya el tuyo.
Hace tiempo que las lágrimas -¿por fin?-
parecen haberse serenado.
La máquina está satisfecha.
(todo esfuerzo ha redundado en beneficios)
Pero las orquídeas ya no más
son el cruce de la flor y la serpiente
y el alma se aburre;
acostumbrada como estaba a los infiernos,
tras un breve descanso
¿ya no es posible el retorno?
Si se han apagado las brasas...
da terror pensarlo sólo.
Me asusta un saltamontes en mi sueño,
erguido en las cenizas, frotando su silueta al infinito
(en una tarde tan en calma)
RENCOR
Puedo enamorarme de un alguien equivocado
y regresar las madrugadas del sábado noche
ebria de siluetas confundidas.
Puedo amar un olor agrio y enfebrecido
y enredar las sábanas y doblarme de angustia,
andar las calles de Zaragoza buscando puñaladas.
Puedo, a causa de un amor tierno y obsceno,
suicidarme los domingos,
y ahondar en un estómago lleno de vértigos malsanos.
Puedo amar a unos ojos que devuelvan tibia neutralidad
y aspirar bocanadas de nada para mantenerme con vida.
Puedo amar, sentir que muero.
Pero tú.
POEMAS (*)
La mujer del sombrero, oblicua sobre la tierra,
mastica las hojas de un libro.
Busca un adjetivo
que cubra con otra piel
su desnudez de asfaltos y gris.
La mujer del sombrero levanta una piedra
y allí,
la vida:
suaves al tacto,
brotan de la tierra y se retuercen los gusanos,
se doblan sobre sus propios cuerpos cegados por la luz
pálida
de un amanecer estancado en abril.
Habla la mujer del sombrero
y sus palabras caen,
se hunden,
se anestesian:
lacer, ernura, mblor.
Las letras se retuercen en el fango.
Suaves al tacto, se doblan sus cuerpos,
y calla la mujer del sombrero.
Y lentamente
se pudre.
Habla de la realidad
desde la cuenca vacía de un ojo cubierto
por la gruesa tela de un parche.
Negro.
Y el parche se inflama y se diluye en los recovecos
de una piel muy fina
respirando el humo y las sombras de un bar que nunca cierra.
Habla y surgen de la noche cadáveres y es
la realidad que se dobla e inflama
mientras el alcohol nos acerca y aleja del terror
a descubrir lo que se oculta
tras las puertas batientes del olvido.
Habla de la realidad,
y yo, la mujer del sombrero,
comprendo que habré de escapar de esta quietud,
del aliento inodoro de las ficciones que pueblan mis noches,
de una juventud que parece no acabar nunca y se prolonga
y se burla de mi incapacidad para enfrentarme a la vida.
La misma ventana en cualquier otra pared de un hogar
que por llamarse así
nos acoge con su rumor de objetos desolados
cuando aprieta la nostalgia.
En cualquier otra pared,
esta misma ventana a través de la cual
habla el largo cauce del Ebro como arruga en el tiempo,
sería horizonte
virgen a mis ojos cansados.
Lo mismo hubiera sido
cambiarle de marco,
orientarla hacia el punto cardinal contrario,
títulos distintos
para el mismo poema.
Lo que me atrajo y de lo que huí
ya no están sentados a esta mesa.
Te busco en las palabras.
Sin embargo, las palabras sólo te explican
desde un instante.
Incluso mientras las pronuncias,
cambias;
te escuchas a ti mismo y no estás conforme con lo dicho.
Y cambias.
Y yo,
me quedo como una idiota
analizando el discurso
de un hombre muerto.
La derrota en sus ojos
no es un reflejo de las ciudades
en las que ha vivido,
no el resultado de su trato
con otras miradas.
Ni siquiera es desgaste
por tiempo o decepción.
Esta tristeza
sólo es su punto de vista
y mi lectura.
(*) Son poemas pertenecientes a Ecorché (Eclipsados, 2009): La mujer del sombrero, oblicua sobre la tierra..., Habla de la realidad ..., La misma ventana en cualquier otra pared de un hogar..., Lo que me atrajo y de lo que huí... y Te busco en las palabras..
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