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lunes, 26 de julio de 2010

655.- MARIO CUENCA SANDOVAL


MARIO CUENCA SANDOVAL (Sabadell, Barcelona, 1975) es Licenciado en Filosofía. Reside en Córdoba y ejerce como profesor de Secundaria. Ha publicado los poemarios Todos los miedos (Renacimiento, Sevilla, 2005; IX Premio Surcos de Poesía), El libro de los hundidos (Visor, Madrid, 2007; V Premio Vicente Núñez de Poesía) y Guerra del fin del sueño (La Garúa, Santa Coloma, 2008). En 2007 publicó la novela Boxeo sobre hielo (Berenice, Córdoba; Premio Andalucía Joven de Narrativa 2006) y obtuvo el 2º Premio de Narrativa José Saramago-Sierra de Madrid. En 2008 ha recibido el I Premio Píndaro a la Creación Literaria Inspirada en el Fútbol, convocado por la Casa Nacional del Libro Andrés de Bello (Venezuela). Ha sido antologado por J. Ortega y J.F. Ferré en Mutantes. Narrativa española de última generación, Berenice, Córdoba, 2007.



nos miraba

“Tienen que decirles lo que nos va a pasar. Despídanse. Pero cuando se despidan, díganselo como si desde el otro lado del teléfono estuvieran agarrando su mano. Háganles saber que si sueltan esa mano, morirán. Debemos avergonzarlos para que nos ayuden”
Del guión de Hotel Rwanda, de TERRY GEORGE


Pero recuerda cómo nos miraba
recuerda aquellos ojos con vocación de hilo
anudándose al cuello de una esperanza idiota
Recuérdalo
el pez se ahogaba dentro de un cajón
sin ayuda de nadie Sus escamas
Sobre ellas brillaba todavía el océano
o los últimos besos del océano
o era que en sus espasmos se encendía la muerte
como el flash de una cámara
Se hundía en el oxígeno Se sumergía
en el escaso aire del cajón entreabierto
Y acuérdate de cómo nos miraba
maldita sea con qué lentitud
con esa lentitud en línea recta
con que algunas verdades nos sacuden
Y nosotros
que aún éramos niños
mirábamos su muerte desde el vientre de un tigre
Protestábamos Ayúdenle Se asfixia
Muerde el aire y ustedes tan parados
Pero debe existir algo así como un túnel
donde enterrar los ojos
un túnel de lavado de todas las conciencias
Ya se verá dijeron
no será que ese pez se ahoga en cualquier parte? Eso dijeron
al tiempo que mi madre nos cerraba el cajón




el derrotado

George Foreman cayó en el octavo asalto
a la lona caliente de Kinshasa
entre las tretas sucias los insultos de Alí
los gritos de aquel público incendiario
que exigía su muerte o su vergüenza
Cayó tras un mortífero uno-dos
frente al que estuvo solo
atléticamente solo
muerto de frío en la noche africana
muerto de frío dentro del corazón del frío
Aún así logró alzarse
echando al fuego toda su rabia de estar vivo
Pero la cuenta había terminado
Ya no pudo dormir durante meses
Sólo Foreman sabe cuánto duele
llegar tarde al dolor





viene el tiempo

"Un nuevo vídeo (...) muestra presuntamente cómo uno de los jóvenes acusados de apalear y quemar viva a una indigente en un cajero de Barcelona golpea fuertemente y se burla de otro mendigo que caminaba por la calle, acompañado por otro joven encargado de grabar la agresión con su teléfono móvil".
(El Mundo, 07/01/2006)


Ya viene el tiempo de pagar muy caro
el haber sido fáciles y la banalidad
con que miramos siempre la violencia
Un tiempo
en que una piedra dentro de la mano
no nos parecerá tan fría como antes
y en que al volver a casa
después de no aceptar la ternura de nadie
la puerta estará ardiendo
y la mano en el timbre estará ardiendo

No se acaba la vida Simplemente
el mundo habrá empezado a ajustarnos el precio
el precio de mirar
el precio de estar quietos
el precio de vivir como si nada



dream is over

"P: En ese disco hay una canción: ‘Dios’.Una letanía que dice: ‘No creo en la Biblia, no creo en los naipes, no creo en Hitler, no creo en Jesús, no creo en Kennedy", etc. Y termina: "No creo en Los Beatles. El sueño ha terminado. ‘ (...)
R: (...) No sé cuándo me puse a hacer la lista de las cosas en las cuales no creía. Hubiera podido continuar largo tiempo. ¿Dónde detenerme? ¿En Churchill? Era necesario que me detuviese. Me detuve en Los Beatles. Porque ya no creo en los mitos, y Los Beatles son un mito. Ya no creo más en ellos. El sueño ha terminado."

(Entrevista a John Lennon en la revista Marcha, Uruguay, extra de 1971)


John Lennon no quería ser un Beatle
Rimbaud ya no quería ser Rimbaud
Virgilio quiso destruir la Eneida
Chet Baker se tiró de una ventana
Jack London se voló la tapa de los sesos
y Carver y Bukowski y Malcolm Lowry
se hicieron polvo el hígado
La corte de suicidas y nihilistas
a los que idealizamos
tropezó en algún punto de su vida
con ese NO central con ese núcleo
no sabría nombrarlo
la desidia
tal vez
esa cuchara helada debajo de la lengua
ese ya no querer seguir queriendo
Tropezaron con esto en un instante
sobre el que convergían todas y cada una
de sus pequeñas quiebras cotidianas
Y entonces
llegados a ese punto
cómo habrían de salvar
aquello en lo que ya no confiaban
Fue por eso que Anne Sexton se durmió para siempre
abrazada al monóxido de carbono
Por eso Ganivet se sumergió en las aguas congeladas del Duina
Por eso Ingeborg Bachman prendió fuego a su cama
Debe ser tan incómodo el adentro
el interior del vientre de la orquídea
donde se asfixia el héroe




INQUIETUD

Llueve en la calle y leo a Raymond Carver
Se está bien en sus versos a pesar del dolor
Habla de un cuervo negro
Y luego de otro cuervo de un poema de Frost
el ave oscura que al batir sus alas
deja caer el polvillo de nieve
encima de los hombros del poeta
le da sentido al día
Nada que ver con el nevermore de Poe
Nada que ver nos dice Carver
con los cuervos de Homero
hartos de sangre
después de la batalla –dice Carver
Ni con los mitos nórdicos
en que estas aves
ofrecen su espionaje al dios Odín
le cuentan al oído
cuanto han visto en el mundo
Lo saben todo de nosotros
Y ya no se me ocurre nada más inquietante

Nada que ver

Estos son cuervos más bien apacibles
estímulos de la sabiduría
animales didácticos
Mientras salto de un cuervo al otro cuervo
siento agitarse dentro de mis manos
las alas de otro más que yo añado al poema
superpuesto
superpuesto al de Carver al de Frost
a los de Homero y a los espías de Odín:
el que todas las noches
picotea el cristal de mi ventana
el cristal gigantesco de mi vida
el país de cristales en que escribo
mientras tú duermes.

(En Guerra del fin del sueño.
La garúa libros)



cuando él es siglo XX y ella XXI

Él era siglo XX, talla 54, peinado a lo James Mason.
Ella llevaba trenzas de muñeca
y uniforme de niña japonesa
(a pesar de no serlo).
Él era como contemplar la selva
guarecido detrás de los cristales.
Ella tendía mil enredaderas,
Desplegaba sus flores de diseño
sabiéndose observada.
Él no amaba a Lolita.
Amaba a su Lolita.
Amaba la verdad de estar amándola,
la circunstancia eléctrica en que queda
el vientre del que ama.
Él no amaba exactamente a Lolita,
sino tener de nuevo 15 años,
el resplandor que él mismo desprendía
quemando las pupilas de su nínfula.
Y era un ciclo de luz,
reciclaje de luz,
recogida de luz que prende nuevas luces,
lo que ponía en marcha
la maquinaria ronca del deseo.
Él era siglo XX.
Callado espectador de su temperatura.
Ella la efervescencia de unos labios
contra un cristal helado.
Él venía de un mundo de certidumbres quietas.
Ella no comprendía esa distancia.

(de La selva en el cristal, 2004, inédito)




miedo de la selva

Este poema empieza con un árbol
que brotó de repente, en una sola tarde,
que en una sola tarde nos sacaba una cuarta,
que en una sola tarde era frondoso,
femenino, fecundo,
porque midió los pasos intermedios
entre nosotros dos.
Y así arraigó en el centro,
en el núcleo exactísimo
de lo que nos separa a ti y a mí.
Tú dijiste algo más y otro árbol subió
del suelo, sorprendido, como si no entendiera
su profesión de aumento.
Y de pronto teníamos un bosque,
que es mucho más que la simple adición
de aquel árbol con este otro y con otro y con otro más.
Y ya es extraño
porque también hay bosques de bambú.
Lo que uno no entiende es cómo arraiga
y a qué velocidad
esa selva de los malentendidos.

(de Todos los miedos, Renacimiento,
Sevilla, 2005)



miedo a volverse de hielo

Si me vuelvo de hielo,
si me lleno de espejos,
promete que harás algo con tus manos,
un truco, un sortilegio, qué sé yo.
Prométeme el deshielo, recupérame
no sé con qué febril sabiduría.
Con tus labios calientes como pan recién hecho.
Con tu trenza de luz tendida desde el aire.
No olvidemos que hay hombres que parecen
estar hechos de frío. No olvidemos
que hay hombres como tumbas.
Y por eso el amor les viene grande.
Y por eso no entienden la manzana.
Estarán imantados por la muerte,
o qué se yo (la muerte es tan magnética...).
No olvidemos que hay hombres de fósforo y tristeza;
un instante de brillo, pero dentro no hay más
que otra repetición callada de sí mismos. Y por eso,
si me lleno de espejos,
si me vuelvo de hielo,
promete que otra vez, una vez más tan sólo,
tu escarmiento de luz me dará forma.

(De Todos los miedos, Renacimiento,
Sevilla, 2005)


país

No hay país más vacío mi edad
Cada segundo pasa y se sonríe
con esa misma mueca del animal que muere degollado
Qué sabe el animal que el sacrificador ignora
Qué saben mis instantes sobre mi vida entera
Cada uno de ellos
se pliega sobre sí como un ángel hundido
y yo soy el perímetro de su tragedia sorda

Mi vida duerme dentro de mi vida
Desconecto mi oído del ritmo de los otros
del país de las cosas que no soy
Y ahora avanzo en un reino de costumbres
Sobre ellas remonto la pequeña incesante
y asqueada de sí materia de los días
La costumbre es la patria de los que tienen miedo

Y duermo y giro dentro de otro sueño
Y caigo y me estremezco e inclino mi cabeza hacia el afuera
el afuera del tiempo y nadie llama
ni siquiera las formas amables de la amnesia
ni siquiera las manos
con las que intento desprenderme de mis manos




maniquí

En el gesto final del maniquí
el invierno levanta su mirada
Yo juego a imaginar
sus manos enterradas junto a un árbol
la sorpresa de un niño que tropieza con ellas







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