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lunes, 19 de julio de 2010

621.- SARA CASTELAR LORCA


Sara Castelar Lorca

Poeta granadina residente en Sevilla, nacida en Hannover (Alemania) en 1975. Comenzó a estudiar derecho en la Universidad de Granada y actualmente se dedica a la poesía y la escritura.
Es autora de los poemarios, “El Pulso” 2009, EH Editores (Jerez de la Frontera) y “Verso a tierra”, 2010.
Ha ganado varios certámenes poéticos entre los que destacan el X Premio de Poesía Ciudad de Ronda 2009, VII Certamen de Poesía de la Fundación de la Mujer de Cádiz, 2008, Premio de Poesía Juan Cervera 2009, Certamen poético Pilar Paz Pasamar 2009 , entre otros.
Ha publicado poemas en las revista Aldaba (Sevilla), Aguamarina (Vizkaya), Espantapájara ( La Serena - Chile), en la antología de poesía erótica El buho Rojo 2008 , en la Ia Antología internacional Alaire, 2009 y en la antología “Y para qué + poetas”, Eppur ediciones, 2010, en colaboración con el Centro Andaluz de las Letras. Es colaboradora de las Jornadas Internacionales de Estudios Mistralianos, que se celebran anualmente en Vicuña (Chile) y codirectora de la Revista Literaria Espantapájara, distribuida en Chile y en España.





Lisboa

Las calles de Lisboa se muerden las esquinas
y lamen en secreto la pobreza,
suena un gemido frágil que roza como un fado,
como lágrima dulce,
como un verso sanguíneo de Pessoa
fluyendo por la vena del farsante.

Caes sobre el mundo como un crujido obsceno,
niña de rodillas sucias,
arena penetrada de palidez y escombro,
las orillas del Tajo te escupen en las nalgas
cuando estás más desnuda,
cuando suenas a carne y a pendiente
y lésbica te agitas.

No hay palabras que toquen este silencio sucio
que brota en todas partes,
ese aroma lascivo de los perros subiendo por los muslos,
y tú, tan suya
balbuceas en la lengua del vencido toda oscuridad perversa
y ofreces al amor el esqueleto.

Vas a la noche azotada de cal, preñada de claveles,
y amas, amas como no es posible amar
sin la prolongación del ángel,
sin el tiempo que lentamente curva tu honda anatomía.
Tu desnudez ya no te pertenece
ni tus rezos
ni la espina cruel de tu blancura donde se rompe el aire.

Porque tú, niña despeinada de río,
con dulcísimo temblor de gorriones
has girado en el mar.


Tríptico de la derrota

1

Yo debía a la tarde su profundo mutismo
ese color incierto a prohibiciones
a resumidas manchas de pobreza anidando en los muslos.
Debía todo el frío y aquella suciedad del aire
que escarba entre las piernas.

Insisten esas formas de la luz
la eyaculada curva
el oscuro descuento de la profundidad,
un hombre derrotado me cuelga de los pechos.

2

Debía del lenguaje su religión siniestra
la evocación al ángel de curvada escritura
su inmaculada pluma contándome a pedazos.

Insiste ese vaivén de la tormenta
el rayo penetrando la sed y la saliva,
una mujer se duerme bajo el ala del cuervo.

3

Debía las costuras y ese riel meloso de las venas
la tierna empuñadura del deseo subiendo a la garganta.
Debía la posesión entera y el ser
más, más tuya y más, en la diluida forma del enjambre.

Insiste el prostituido mar abriendo a la derrota
su sal de cordillera,
y queda un amor solo cobijado del cuerpo.




Molly Bloom

"sí eso somos flores todo el cuerpo de mujer
sí esa fue la única verdad que dijo en su vida”


"Ulises", James Joyce


¿Cuántos nombres acuden a la espera de este tren silencioso
y cuánta soledad arrastra su mundana estructura por los apeaderos?

Tú sigues indeleble en el mismo lugar
donde los ojos tuercen su armadura para tocarte mínima,
tan triste y sonrosada,
ya lejos del paisaje que oblicuamente azota como un eco terrible.

Porque siguen subiendo por tus manos ejércitos de hormigas
y yo intento agruparlas en las líneas
que construye el cemento de mi vista cansada.
Y apenas queda aire y quedas tú,
como la afirmación perpetua que oscila con la sangre,
la que vuelve la espalda a Mefistófeles
para exiliar el no a la ceniza ilustre, al templo de los idos.

Yo no puedo mirarte con los ojos de Eliot,
porque ya no son ellos,
se alzaron a otra oscuridad más cierta,
pero en cada estación me exculpo de mirarte
salvajemente humana,
tan corazón de hembra fluyendo por el miedo.

¿Por qué no me contestas, Molly?
Ahora que te observo sola, sin tu hijo
al lado de la mujer que duerme con la guerra colgándole en las uñas,
y tú, cuyo rostro es un quiebre en el paisaje
sin respirar siquiera te prolongas en el crujido oscuro de la tarde.

Sé que tu corazón desbordará el estrecho
y yo no alcanzaré a colocar los puntos que libres se evaporan
en la flema voraz de tu lenguaje, pero me quedaré contigo
hasta que me descubras y vuelvas a decirme:

"Sé que también tú vas abandonarme"



Elogio a la mentira

Ella se traga las palabras, una a una,
hasta que se le abulta el vientre,
piensa en esas cosas que nunca tienen fecha
en la verdad que gime detrás de las paredes
y esconde la mirada tras un velo de azufre.

Entonces vuelven peces que hacen nidos,
un mar que se atraganta en el desierto,
nacen pájaros sordos que hablan de la música,
aviones de nieve que perforan la noche
y luces de algún faro que alumbra cementerios.

Extiende su desnudez impura
para exponer la espalda al latigazo,
al puñal,
y se agranda, fluye,
crisálida latiendo debajo de los párpados,
amada del acero.

Ella sabe del sol y finge estar dormida,
es más hermosa cuando calla detrás de los alambres,
bello animal que escucha
y se enamora
y lleva sobre el lomo la marca del esclavo,
su abnegada gracia.

Los trenes se detienen en los pasos de cebra,
toda la lluvia junta tan sólo llena un vaso,
y Ana Karenina ha vuelto a suicidarse
por enésima vez.

Bienaventurados los que creen en las casualidades
porque ellos heredarán la tierra.
Sí, bienaventurados sean.



El puente de Sirat

“Abandone toda esperanza quien entre aquí”
Dante Alighieri

El anillo del miedo sigue escupiendo piedras
y en esta ciudad crujen cementerios en la nuca,
sólo el llanto distingue la tierra del cemento
donde crecen frutales como niños desnudos,
livianos como tallos de orquídea
y solos, solos como el lenguaje de las enredaderas
sobre la rigidez de las paredes.

Llueven irregulares cantos en las voces del mundo,
los tiranos descansan sobre la palma de la mano izquierda
y putas de uñas rojas arañan los blasones
sobre los que se duermen,
llueven señores de la guerra en patios de colegio,
aquellos que empuñaron los pájaros del frío
para construir la muerte.

Abandone la fe ese corazón que osara ser de carne
que supiera del limbo silencioso donde la sangre ruge
tan fértil y distinta,
todas las geografías se contorsionan a las puertas
de una tierra sin nombre, deslabrada
donde un niño asustado reclama a Beatriz entre cadáveres.

Hay aleteos de manzanos en las aceras frágiles de Gaza,
escucho la palabra que nunca llegó ilesa
a los labios del huérfano,
escucho su esqueleto cayendo de lo oscuro
a la ciudad que grita
y llora
y pesa como un muerto.

El puente de Sirat emerge de la tierra,
sobre el alambre caminan sin edad ciegas legiones
y están cayendo flores al infierno.




El año que se ahogaron los gigantes

“Todas íbamos a ser reinas”
Gabriela Mistral

El año que se ahogaron los gigantes
nadie tenía una corona,
nadie tenía la edad de los naranjos cuando saben a verde
y clavan en el labio su edad escandalosa.

Los ojos de Alfonsina eran todos los ojos
sumándose a las aguas
y amaron toda soledad de golpe
y se supieron hembras.

Se adentraron los silbos en el pelo
mientras el mar dolía en una sola gota,
ya no quedaban muertos que llorar
y no quedaban niños azulando las noches,
las formas de la higuera anidaron los muslos
como frutos austeros que sin pudor se olvidan.
El año que se ahogaron los gigantes
ella amaba la tristeza del árbol
la huella quebradiza de los montes sobre la gravedad del
vientre
y otoños que parían cinturas amarillas.

Ella soñaba uvas en la paz del sarmiento
y supo que el poeta era la única verdad sonora,
la tierna obstinación a lo que sangra.
Háblame, Juana, dime en qué lugar
las violetas forman un cimbel de palomas,
en qué segundo el fruto de las torvas riega los helechos
para comprender la llama,
para saberse entera.

Dime, qué animal se trenza al hilo del mistral
y todo es una sola luz que te parte las uñas.

¿Acaso en esta oscuridad me ves,
saben ellas que el lirio es un arma imposible
para matar la lengua de los amores muertos?

Sí, todas íbamos a ser reinas.




Viaje a la piedra

De mi lengua despiertan las aves de la noche
y el idioma del hambre,
estoy pensando en ti como se piensa en la avaricia,
penetrada de aliento.

Tú cruzas la respiración y los escombros
y juegas a mi nombre,

yo, viajo hacia la piedra.

Sucedo en el desorden
mientras las piernas gritan el lenguaje del vértigo
y la palabra cae,
extensa
como tu cuerpo en la memoria,

el yugular gemido,
la sangre con sus perros.

Viajo hacia la piedra, sí,
donde la voz gotea las manzanas obscenas
y bebo un corazón
y escupo pájaros:

putas golondrinas que regresan siempre.






El Pulso VII

Sólo la voz conoce la miel del avispero,
su desnudez cruzando como un balazo dulce
en la sien del vencido.

Alzo mi corazón y tiembla,
escucho entre los dedos el canto de las lápidas
y todo huele huída,
a triste periferia de domingo.

Podría hablar de un dios para mis manos
para mi lengua
para mi espalda
y decir que esta herida aún me pertenece
al igual que la gloria de cada nacimiento
le pertenece entera al vértice del frío.

¿En qué lugar se inclina el tallo de la muerte,
qué horizonte empuja?

Quiero borrar la marca del suicidio
donde los hombres graban su calendario roto
y girar con las luces de la belleza nueva.

Quiero amar más allá, más allá de lo amado
y en esta ciudad sola que se enrosca en si misma,
donde los hombres hablan la lengua del destierro
y los niños no inventan sus canciones de niños,
buscar el abandono,
abandonar el pulso para reconocerme.




El Pulso VIII

Sí, perdóname el cuerpo,
perdóname la sangre que me late, roja y sucia
que me embiste por dentro y se contiene
para no salir de golpe hacia tu corazón dormido,
desnudo de niñez, ciego de árboles.

Haz de mí un animal sonoro
y dame la palabra para que la mastique
para hacer con ella ave funeraria o pedregal
donde el tiempo nombre sus raíces
y sume al alfabeto su condición de espora,
vida de cuantas vidas sucesivas leguen sus multiplicaciones.

Dame la voz enferma, mutilada
para que sólo yo la escuche y la consuele
y me inyecte en los años la mitad del dolor
que por tu faringe cruza
o cae,
como sonámbulo erial de invierno.

No perdones los ojos, los ojos de mi madre,
las colecciones de ojos que apuntan a la nuca,
los ojos de mis hijos, de los hijos varones de la noche
o de las hijas ciegas que cuelgan del deseo.
Marca con el dedo cada franja de blanco,
cada pregunta que en la luz detiene la retina
y en un himno carcelario condena la hermosura.

Derríbame en la rabia de mil generaciones
y sígueme desnudo, muerte adentro,
con la boca cosida de cadáveres
hasta poder fingir, como Pessoa,
que alguna eternidad nos alimenta.

Sé verdugo de todo cuanto nombre
y deja que me incline para morir despacio
mientras siembro naciones en el verbo,
hazme negación y tinta,
pero deja este armazón que late
y me sostiene
para que te columpie,
para que te resbale como gota incendiaria
y amadamente tuyo surja de tus huesos.

Ahora que caemos sobre el día
ya sin alas
y el corazón nos ata con el látigo agudo de la tierra,
haz con tu voz un nido

y perdóname el cuerpo.




La urgencia

Cuerpo que sobrepasa la dimensión del hielo
y caliente aletea en otro cuerpo.

Vienes en las cadenas de la sombra
donde el vuelo desgrana su seminal lenguaje,
existes,
sobre el matiz sangrante del descenso,
tras la farola tibia que curva su cartílago
o sus membranas ciegas,

yo te amo en el vértigo del mundo,
con la piel traspasada por el hilo
donde se amarra el aire con tu aire
o se ovilla la sal a la lengua marina
donde el sonido lame sus fisuras.

Mi corazón es una urgencia líquida,
bebedizo para tus labios rotos.

Soy esa niña sucia que juega entre los nardos,
el alfiler desnudo que te perfora el nombre.




Un corazón para la noche

“Silencio que naufraga en el silencio
de las bocas cerradas de la noche”


Miguel Hernández


La ciudad donde habitas
es un enjambre vivo de memoria,
el corazón de un niño y sus agujas dulces,
la revolución del trueno
sobre los pechos blancos de las madres,
el silbo herido de tu voz,
cayendo, todavía
con la tierra a su espalda.

Gritas silencio
para las voces muertas de los muros,
para los grises fuegos donde mueren más rojas las palabras,
para la soledad del puño,
para el sudor vendido de los escaparates,
para la lucha enferma que no cesa
de arrastrar sus mendigos.

Gritas un corazón para la noche,
donde la sangre alargue las cosechas heridas
de los muertos que amamos,
un corazón nombrando por tu boca
los apellidos tristes del silencio.





La certeza

“La madre de mis hijos ríe,
susurra nanas frías en la noche “

Benjamín León


Quiero abrigar tus huesos en la sombra
de pájaros que llueven
y de bocas rendidas al olvido.

Dejar el verso en tierra
y crecer de tus manos, de tus tímpanos
hacia el origen vivo de la escarcha
donde se dobla el frío en sus raíces,
donde la muerte es hembra.

Tanto dolor narcotizando el hielo
y la palabra “siempre”
comiéndose las sílabas.

La certeza es un frágil navegante.

Cruje mi soledad como una barca
de bordes oxidados
y tú vienes, vienes del abandono
hasta la prisa,
del miedo hasta las vértebras.

Hacia la luz derramas sangre nueva
y en ella muere el pulso
de todos nuestros hijos desterrados,
la cóncava espiral de la existencia,
la eyaculada forma del exilio.

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