Giovanni Collazos Carrasco, nació en Lima-Perú el 24 de octubre de 1977. Actualmente lleva residiendo en Madrid desde hace más de 11 años. Se tomó en serio la escritura, aunque ya escribía desde muy joven, cuando empezó a asistir a mediados del 2004, a los talleres de poesía y creatividad de la asociación cultural Clave 53 de Madrid, dirigido por el poeta y performance Giuseppe Domínguez. En la actualidad sigue su andadura poética de manera autodidacta. Ha publicado poemas en tres libros de antologías poéticas, en el 2009 y en el 2011, en Madrid y ha colaborado con diversas revistas literarias en ediciones digitales e impresas, en España, Perú y Chile. Ha escrito en el 2010, el poemario “El hombre cuneiforme”, que aún mantiene inédito y actualmente escribe el poemario “Ojos de paiche” (aún en construcción). Es participe en diversos recitales de poesía organizados por grupos poéticos y asociaciones culturales en Madrid. La poesía de Collazos tiene origen en el conflicto que supone el desarraigo, la inquietud social y familiar, el amor y el desamor. A la vez maneja una variedad temática y una duda formal entre la poesía de la sencillez y otra cercana a la ruptura gramatical, plagada de imágenes y enriquecida con un léxico mestizo, donde se siente más cómodo (indicando que la palabra comodidad, a Collazos, no le agrada), aunque experimenta hibridaciones en sus dos formas de hacer poesía. Collazos suele decir siempre: “Ser poeta es una pasión, una carrera de fondo, una búsqueda constante, un descubrimiento permanente de las cosas que nos rodean, de la vida, de la palabra”. Actualmente escribe de forma habitual en su blog de poesía “El Plebeyo” http://gio-collazosc.blogspot.com
Nací en el lugar más absurdo del mundo
Nací en el lugar más absurdo del mundo
donde la gente elige “libremente”
a los que destruyen
sistemáticamente el País
y lo encuentro tan trágico
tan poético
qué el quehacer cotidiano
de la gente pobre en su subsistencia
es profundamente lírico
no saben hacer otra cosa que poesía
con el circo habitual
de las mujeres elásticas
que estiran el presupuesto risorio
antes los palcos de la gente “vip”
viví en el lugar más hermoso del mundo
donde las mañanas
olían a mezcolanza de sangre
y tamales calientes
y eso es tan delicioso
tan bucólico
que hordas de poetas
querrán ser peruanos.
(del poemario “El hombre cuneiforme”)
Vuelta de papel y trapo
Siempre vuelvo inmensurable y deslindado
de todo el sopor suspendido
por el hueso de hojalata que devora a los carneros
medidos por astrolabios, constreñidos en el papel que teje el hurto
tirando pico y lampa desde mi agreste brazo
el sol espumante brilla como la canica sumergida en ese antiguo hueco
donde las piedras levantaban la putrefacción del siglo
en única infancia de barro y calle
con la sal del azul que supuraba las heridas
y siempre volví lacayo sobre mi espalda
escalando los castillos de suburbios, hechos de papel y trapo
con los ojos limpios en mi puño izquierdo
entre cuervos burlones que se iban desdentando
armados con verduguillos, en el tropel que agita el polvo sonso
el polvo sepulcro
el polvo cántaro de mi esencia.
(del poemario “El hombre cuneiforme”)
Cabeza migratoria
Cabeza migratoria, que has saboreado la servidumbre de los garfios, aquellos que se disfrazaron de huida, esos que agravaron la anemia con las astillas de los treinta y tres años, entrelazados en chumberas y hogueras, en quincha y estertores, en yunques y latigazos, en candiles incendiarios que ardieron en tu lengua de miga, en tus estoqueadas papilas, por ese cáñamo pétreo que reverberó los galeones de tu saliva, en ese amasijo de clavos ardiendo, que degustaste complacido y que engulliste en la resaca de su óxido. Cabeza de imán que se agrieta, monolito que erupciona sobre la ceniza sembrada en el pasado, defines la luz del inexorable cuello serpentino, agotando ésta ciudad que empuña el pelambre, en aduanas preventivas con lazarillos y catacumbas dromedarias. Cabeza descorchada, hacinada a las piedras kilométricas de una lotería que juega con la flacura de los marfiles y que zumba como la mosca fecal que se clava en la garganta de la tragedia. Cabeza clava, que irrumpes, arrebatado, en el follaje del alfabeto de las serpientes, que fecunda la voracidad de los metales humanos.
(del poemario “El hombre cuneiforme”)
Campanarios
Todos los apóstoles se han colgado del campanario
persiguiendo la geometría de los clavos
se han incrustado en el barro grave
en el barro esqueleto,
en gallinazos que devoran el fruto
de los óleos de las catedrales
allá, arriba
la fonética de los ahorcados
es música de violines
que maquillan a las palomas del éxodo
suspendidas del voladizo
el padre se bebe todo el vino
dejando de engendrar
al monaguillo que recorre ampuloso
la asfixia
de sus muslos agonizantes.
(del poemario “El hombre cuneiforme”)
Elefantes
Los frugales elefantes que habitan en mi estómago
se descarrilaron
y jubilosos llegaron al matadero
para desequilibrar los relojes
a esas trompas les han crecido garras
pintadas con achiote, zurcidas con escombros
que construyen cañones
pegados a los policromados señores elegantes
con sus facciones hediondas
el marfil nunca se resignó a su estiaje,
fue parte del andamio
enquistado en el menisco
son mis elefantes que se llenan de pumas
entre galernas de caballos
reverberando el inalterable deseo
de esculpir las palabras
con la carne.
(del poemario “El hombre cuneiforme”)
Flaqueza
Mi flaqueza exige descanso en el maíz,
cambiarse de camisa
y extenderse por tortugas
mi flaqueza pide desdoblarse
en un brazo encañonado,
que le sobre cartílago
sin engordar la silueta
mi flaqueza no quiere luz geométrica,
no quiere amígdalas ni cementerios
ni mil perdones impunes
en huesos amoratados
mi flaqueza no quiera más férula mortecina
ni sanguinarios arcángeles que le protesten.
(del poemario “El hombre cuneiforme”)
Blasón
No hay amparo a la luz ni en el azul inmenso.
La lengua gusanea devota
en la mácula chaira que pende del cansancio
pero me quito los blasones
para poder traspasar el acero.
(del poemario “Ojos de Paiche”, aún en construcción)
Crótalos de clavos
Duermo en una cama de clavos
que ahueca la garganta con sus caricias
mis vértebras no alcanzan la mañana,
se han quedado a la deriva
por esos crótalos que descomponen la piel
el dolor no es dolor sino entreabre sus labios
para surtir la lengua del faquir
mientras el corazón se hace líquido.
(del poemario “Ojos de Paiche”, aún en construcción)
Humedad
La tristeza de las algas no te alcanza, no te llega a tocar el cuello
sólo puede ser olfateada por los perros que amanecen
bajo el martillo que la intemperie guarda.
El sonido de las anemonas no reverdecen insectos,
se hace niebla en cánula
para inyectarse en la voluntad de mis llagas,
para ser incesante ante tu sordera
que no ve que mis huesos quedan al descubierto.
Tu humedad retumba en mi esqueleto
ante la confusión de cuchillos que aprietan mi sangre.
(del poemario “Ojos de Paiche”, aún en construcción)
Quicio
Urge la carne cauterizar su gravedad,
fundirse en niebla inhabitable
sin fragmentarse, sin dislocar los huesos
sin detenerse en el pestañeo de las puertas
despojando a la muerte de su rostro,
ensangrentando el quicio.
(del poemario “Ojos de Paiche”, aún en construcción)
Viejo Bolchevique
Y el amor empuñó una hoguera y me quedé sin aire. Desangelado, ya no reparto mi rostro por el tiempo, ya no concibo mis dientes por las calles, ya no duermo con mi cerebro desnudo, ni expongo mi lengua a los alambres de púas. Me voy anegando, con biombos que recortan la medida de mi destreza, la que asaltaba balcones para trepar por tu cuerpo, la que exaltaba tu cuerpo para invadir el monte y caer muerto en el pozo de tus válvulas fluviales; ahora soy ánima que intenta limar tu corteza. Y la corteza se entreabrió y el poniente perforó el hueso. Ahora todo es una cuesta; Cuesta que no abraza, que no abriga, que no aplaca al muerto que sigue muerto con perros que le ladran como tarareando una melodía fúnebre a un viejo bolchevique que se ha quedado sin patria. El amor parece un juego, donde siempre hay uno que pierde y el otro termina sin alma.
(del poemario “Ojos de Paiche”, aún en construcción)
Impalas y albatros
En tus ojos
anidaban los albatros
que picoteaban mi garganta,
haciendo que mi cuerpo
se hundiera en la carne,
con las antorchas salpicando la firmeza
del acero maleado
por el sendero de tu profusa boca
en tus ojos
las impalas habitaban ebrias de caballos
que rumiaban lámparas,
con el vértigo
de la soldadura de tus dientes
y en esas cuencas afiladas
yo vivía incesante
con los tímpanos absorbidos
por tu lengua.
(del poemario “Ojos de Paiche”, aún en construcción)
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