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sábado, 10 de julio de 2010

589.- MÁXIMO BALLESTER



Máximo Ballester nació en San Fernando, Buenos Aires, ARGENTINA en 1964. Cursó talleres de literatura con Claudia Torre y de teatro con Rolando Malié en la Biblioteca Popular de Martínez. Escribe poesía y aforismos. En 1998 apareció Disfraz al agua (Ediciones Ocruxaves), su primer libro de poemas y, luego de participar en varias antologías, publicó en 2008 Musas Extraviadas (Editorial Dunken), que reúne buena parte de su producción de los últimos años. En 2009 publicó En la orilla, terminado en 2003, publicado por Ediciones Del Mono Armado. Pertenece a Cruzagramas, grupo de escritores en busca de alternativas.



63

Orinar entre palomas que sumergieron su hambre en un
puñado de migas de pan. Vaciar el macho en ese chorri-
to, ser agua en el sonido del agua, ausentarse hasta del
tacto del dedo índice y el pulgar direccionales. Derrum-
barse en la belleza de esas viejitas encorvadas, de alas vi-
vaces, con canastas de mano. Enmudecer. Quedarse en
blanco. Ya sin piel para aire, ya sin carne. Sentirse de más
como hombre, como género.


La eterna

La mala poesía la buena la excelsa
es algo que no puedo distinguir
ahora que estoy ebrio recitando lugares
para no nombrarte vos que estás escrita
en el aire a fuego indeleble y ojalá el viento
te borre se ponga las ropas del olvido.




Pedido

Vamos, quitame esta tristeza.
Poné tus labios en mi boca.
Que yo no sienta mi cuerpo
en esta calle. Que pueda ser
otra cosa. Jugarme, por ejemplo,
a tierra o cielo en las nervaduras
de las hojas.

En la orilla, Ediciones del Mono Armado, Buenos Aires, 2009. 72 págs.



Experimento

1) Atrapo en un frasco
el aire que precede a la
lluvia.

2) Entro en un negocio
en el que se venden paraguas
y destapo el frasco.

3) Un vendedor me pregunta
qué deseo mientras yo examino
el comportamiento de los
paraguas colgados.




Gourmet

Me seduce con semillas de
cardamomo
vainilla en rama
hongos portobello
pétalos de rosa.

Me nombra la ciboulette
los repollitos de Bruselas
jengibre
lemon grass.

Me hace probar
un salmón casi crudo
risotto con echalottes
y morrón amarillo.

Me pone una manzana verde
en la boca y me dice:

-Voy a comerte como a un cerdo.




Estrella

La noche se abre paso
entre las últimas nubes.

La lluvia dejó un charco oval
en la vereda. En él se ve
una estrella. Perfecta.

El poeta la recoge
y se la cuelga de la solapa.

El sheriff.


Musas Extraviadas, Editorial Dunken. Buenos Aires, Argentina, 2008, 64 págs.



Vuelo


Un hombre
pasa volando por el cielo.

Esto puede ser
que funcione en poesía, pero
en la realidad:

¿qué dirán las compañías aéreas?





Cómo obtener una foto de un murciélago surcando la luna

Tomar un viejo paraguas negro,
retorcerlo, desvencijarlo, aplastarlo
contra el piso, quitar el mango.


Elegir una noche de luna llena.
Salir al jardín con el paraguas roto
y una cámara fotográfica.


Arrojar el paraguas al aire directo
a la luna y tomar una fotografía.


Hacerle creer a todos que la foto
es de un murciélago surcando la luna.






Clepsidra


Estoy sentado
en la cima de un médano
y me cae arena en la cabeza.

Cada tanto me incorporo,
me sacudo y vuelvo a sentarme
en el mismo sitio.

No sé qué hora es y, lo peor,
cuánto tiempo llevo aquí, sentado,
dentro de estas paredes de vidrio.






Árbol


Han podado el árbol
de mi calle.

Está desnudo, el pobre,
y hace frío.

¿No habrá una buena vecina
que le teja una mañanita?


Nadie en la rosa

No había nadie en la rosa.

También llamé al martes
y resultó ser un sarcófago de antiguas avestruces:
se engullen todo lo que pienso y digo.

Tampoco nada en las cosas.

Sólo yo con la mueca de alguien.
Como besado por la muerte.

Maldigo este espejo multiplicado.
Eslogan demencial. Crucifixión baldía.
Sueño de un idiota que me regurgita
después de haberme comido sin ganas, sin hambre,
sin pena ni gloria.

Hartazgo.
Me instalo en verdes agonías.

Rodar como un frasco vacío y después contemplarme
en un ciprés.

Nada en las cosas. Nada.
Las avestruces han acabado ya
con la rosa que yo golpeaba para que salga alguien.

Ahora tengo los nudillos del color de los santos.

En el chorrito de la fuente de aquella plaza
yo bailaba dulce tocado por su destino.


Salpicón de ave

En mi sueño
un ave se quitaba una pluma
y escribía sobre una piedra
un poema del tamaño de un anillo.

Yo lo leía con tanto gusto
que me desperté feliz,
danzando por dentro la música
de aquellos versos.

No recuerdo una sola palabra.
Ni cuál era esa letra vivaz del principio,
escurridiza en las grietas
y envuelta en su malla de baile.



Leda y el cisne de Miguel Ángel

En una pared del café se encuentra la reproducción
Leda y el cisne de Miguel Ángel.
La pared de enfrente está cubierta por un espejo enorme.
En el espejo se refleja Leda y el cisne, una mesa,
dos sillas y dos señoras que acaban de sentarse.
Las señoras lucen demasiado vestidas con respecto a Leda.
El cisne se parece mucho a una de ellas.
El cuadro se altera cuando ingresa el mozo. Se ve de espaldas
en el espejo y pasa a cubrir las partes más expuestas de Leda.




Otro

me vuelvo predecible
demasiado repetido
cansado de la misma voz
los mismos pantalones
ganas de ser otro
otra cosa
llamarme policarbonato
octaedro
mengano de tal
pertenecer a la familia
de las liliáceas
ser una aleación de níquel
y papel maché
o provenir de un incesto
ganas de salir en bolas en el noticiero
de arrojarme de una mosca
del noveno piso de unas tetas
de pintarme de mimo
bien cargado
acudir a la lluvia a borronearme
fumar un cigarrillo
de plátano hecho sopa
y que una muchacha
como salida de un espasmo
me pida fuego
un fuego



POEMA

Voy a buscar
el granito de arena que endulce la montaña
el último naipe que derribe el castillo.
Con la gota que rebalse el vaso
me hundiré de destinos.
En otras figuras hallaré los bosques anunciados.
Seré la puerta que me abra
me echaré en un silbido.
Llamaré a los vientos
la lluvia
los trinos
y en la hojarasca de vainillas y de almendras
me volveré inmenso como un pétalo
primordial como un latido.


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